lunes, 30 de noviembre de 2009


¿Construimos el mundo con la imaginación?


Muchas veces me pregunto si en verdad nosotros, los seres humanos, vamos creando la vida según la pensamos o a medida que inventamos ciertas «verdades», o cuando nos sujetamos a leyendas y mitos. Esta idea no es mía: esta idea está presente en diversas confesiones religiosas y es apuntada entre los principios de algunas corrientes filosóficas de cuño oriental. La verdad es que antes no me había metido con mucho empeño a investigar semejantes temas porque cada vez que leía algo al respecto, lo desestimaba de inmediato. Me parecía un intento de remontarse al espacio sideral, o una forma de meterse en tierras movedizas como para permitir que mi atención fuese atraída por ello y, además, no existía ninguna forma posible de confirmarlo, como ocurre con tantos otros tópicos o creencias religiosas llenas de supersticiones, patrañas y teorías engañosas. Pero pienso que así se ha construido el mundo y no dejo de reconocer que existen infinidades de temas que hoy se cree en ellos o se actúa de acuerdo con sus proposiciones, que el tiempo los ha ido imponiendo al convertirlos en mitos populares, en leyendas o formas de vida legal a pesar de no poseer pruebas científicas… Empezando por las religiones, la presencia de extraterrestres, las apariciones de la Virgen, la ilusión del ángel de la guarda y otros milagros. Sin dejar de incluir la presencia en los cielos de un Dios todopoderoso con la apariencia de un vejete bonachón.

Por ejemplo, vete a decirle a un mexicano que la Virgen de Guadalupe es un invento o una falacia, un intento de explotar a los creyentes, y verás a dónde te manda… Este es uno de los casos a los que me refiero.

Según parece, a la Virgen se le dio el nombramiento de «madre de Dios» para ser considerado como dogma, en el Concilio de Éfeso, celebrado 431 años después de Cristo. Hasta entonces su figura aparecía más o menos agrandada mediante una serie de representaciones de carácter popular surgidas, muchas de ellas, de la imaginación de las gentes y otras por conveniencias de tipo represivo. De repente, a algún Papa (en este caso San Celestino) le pareció interesante incorporar a este personaje de la Virgen a las bases de la religión católica para, de alguna forma, incorporar a la mujer al culto toda vez que, hasta entonces, había sido muy marginada. Y, al mismo tiempo, se reprimía o se evitaba «el pecado del fornique a tutiplén».

Por esa misma época, para frenar la proliferación de las relaciones sexuales, la Iglesia determinó que toda unión entre hombre y mujer era pecaminosa. Llegando hasta el extremo de considerar que el matrimonio también era pecado. Y se consideró que Cristo no nació de una relación hombre-mujer, sino que fue obra del Espíritu Santo y que vino al mundo sin mancha de «pecado» y no brotando a través de una vagina como corresponde a todo hijo de vecino y conforme a una ley natural creada por el mismo Dios (en el que ellos creen), sino por unos medios totalmente milagrosos, o sea, una especie de epidural celestial… Era aquella una época que todavía la mujer estaba pagando caro el hecho de que Eva invitara a Adán a comer una manzana previamente prohibida. No hay duda de que estas leyes salieron de unas mentes retrógradas pero con poder y con una intención soterrada: de alguna manera había que hacer algo para que el pueblo se comportara y dejara de vivir en la promiscuidad, una situación heredada de los últimos días del imperio romano que la iglesia hizo lo posible por ocultar.

Pero, además, imagine si no hubiera existido la represión sexual: probablemente hoy la población mundial sería varias veces mayor. O si la idea de pecado no hubiera actuado como preservativo y retención en muchas personas. Porque la mayoría de esos principios impuestos a la humanidad a través de las sucesivas generaciones, buenos o malos, verdaderos o falsos, fueron absorbidos por los genes y hoy se nos imponen a través del subconsciente. Por lo menos, así razonaría Freud. La Inquisición fue la organización que se encargó «fervorosamente» de reprimir el sexo. ¿Cuántas mujeres acabarían en la hoguera acusadas de brujería por el simple hecho de haber echado un «polvete» con el vecino de la esquina? Qué terrible es que la humanidad haya tenido que pasar por esos trances, aún considerando que con su actuación represiva, la Inquisición logró, creo, que fueran eliminados o que se calmara cierto desbordamiento del impulso libidinal…

Bueno, lo que verdaderamente me atrae de este tema es si el mundo se va construyendo a sí mismo con nuestros comportamientos, con nuestros tropiezos, con nuestro bien y mal hacer, con nuestros anhelos de eternidad y nuestras fases de locura, con nuestros amores y nuestros aborrecimientos, con nuestras perversiones y nuestras bondades. Yo creo que sí, que mientras caminamos vamos dibujando la vida (lo malo es que hay algunos que no caminan bien, porque no quieren o porque no saben).

¡Ah! Y si nuestros buenos pensamientos sirven para mejorar el orbe, se riegan por él, lo cubren, tal y como aseguran los budistas…


(El bellísimo rostro de la foto, de gesto soñador y mirada ausente,

pertenece a Luna, mi sobrina-nieta…

La fotografía fue tomada por mi sobrina Julie, la mamá de Luna.)

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