jueves, 17 de marzo de 2016



Comienzo y  necesidad
Perdonad que siga dando la matraca con el tema que me atormenta desde que tuve uso de razón. Es que, por más que lo pienso, no encuentro una explicación que agilice mi percepción de la vida, o me ayude a vislumbrar sus hechuras. Convengamos como base elemental que podría existir uno de estos tres métodos: uno, atribuir a un dios omnipotente el milagro de la existencia; dos, considerarlo todo como producto de la casualidad, es decir, que los hechos se entrecruzaron para llegar a esto que estamos viendo, y tres, a que esta es, simplemente, la nomenclatura universal, su estructura, sus maneras y su acción natural sin que tengamos que detenernos a buscar una explicación lógica. Pero, sin poderlo evitar, a continuación de estas consideraciones, me planteo que ninguna de dichas versiones tiene las bases que me dejen dormir tranquilo. Creo que existe una verdad palpable que da una idea y que no se puede poner en duda (tal vez sea la única): me refiero a la función de procrear. No hace falta ser muy perspicaz para advertir que la Naturaleza, al construirnos, nos ha dado todas las armas necesarias para que traigamos seres al mundo: el deseo sexual, la inclinación al amor, las facilidades y condiciones anatómicas para efectuar el proceso, el impulso o el estímulo con su contenido romántico, las «herramientas» imprescindibles para que podamos volcar nuestra pasión y efectuar nuestro trabajo «a gusto», y también el deseo, las atractivas formas corporales, el propósito intuitivo-existencial, los recursos alimenticios, el sometimiento a la imperiosa necesidad social y al progreso como una especie de responsabilidad de futuro o hacia el tiempo que vendrá después… Y no solo en el caso de nosotros, los humanos, sino que todos los elementos vivos de la naturaleza están hechos para procrear: los arbustos, las plantas, los animales, los insectos, aunque ellos pueden hacerlo por instinto o debido a que están sometidos a un programa… Este importante detalle por sí solo podría justificar la existencia en la vida (en La tradición oculta del alma, de Patrick Harper —libro que os recomiendo encarecidamente—, se dan múltiples versiones históricas y mitológicas del «milagro» de la vida a través del tiempo) de un o unos seres superiores y la importantísima sensación de que todo obedece a un propósito de alguien por encima de nuestras cabezas. Pero hay otra cuestión: ¿Quién tiene interés en que nos reproduzcamos y para qué nos necesita?
Ahora, me encierro en mi cuarto, apago la luz y me concentro: Ante la falta de información, una de las funciones más valiosas que nos ha dado la Naturaleza ha sido la imaginación, la creatividad, la fantasía, el deseo. Son vínculos, recursos o conexiones propias de los humanos con las que podemos crear los mundos que nos faltan o aquellos que nos son necesarios: inventar todo lo que supla en la imaginación la falta de contenidos. Aquello a lo que otorgamos la imperiosa necesidad de nuestras preferencias.
¿Quién o qué me exige a mí un comportamiento determinado? ¿Por qué he de someterme a los caprichosos empeños de mis neuronas? ¿Quienes son ellas para decirme lo que debo pensar y en lo que debo creer? ¿Es que yo no puedo crear mi mundo con las propias herramientas que me han sido dadas y de acuerdo con mis afectos o mis necesidades virtuales? Por ejemplo (les ruego que lo lean y lo piensen antes de considerar que estoy rematadamente loco): he «resucitado» a mi difunta esposa, y de tanto empeño que he puesto en ello, aquí la tengo conmigo casi en persona. A ella le consulto mis dudas, mis preocupaciones y mis ensueños. Nos hablamos. Y ahora, al tenerla presente, veo que durante su estancia en el más allá ha evolucionado con respecto a su verdadera personalidad de cuando era un «producto» terrenal, como yo lo soy; ha mejorado su valía como persona, se ha convertido en una especie de diosa personal que me inspira, me guía y me da las pautas. A veces hasta se ocupa de mi salud… ¿Oigo que  me gritan por ahí que todo está en mi imaginación? ¡Pues, claro! ¡En algún sitio tiene que estar! Pero, a veces, el juego resulta tan realista que hasta llego a creerme que es verdadero…

lunes, 7 de marzo de 2016

Declaración de principios
Recapacitemos: ¿Dónde está la barrera o el repertorio de faltas que interrumpen nuestro convenimiento? Me hago esta pregunta porque no deseo que así, de buenas a primeras, tenga que botar nuestra amistad por la borda, o deshacerla, o hacerme el distraído y fingir que nunca hubiera existido. Debes tener en cuenta que si nuestros orígenes no están muy parejos ni proceden del mismo campo, sí concuerda nuestro nivel de inteligencia, el respectivo, y nuestro grado de sensibilidad. Ambos, en general, sintonizamos en la misma onda. No, no, cuanto más lo pienso, más me niego a cortar nuestra amistad, porque se trata de una amistad que es más fuerte por el lado sólido que por el débil a pesar de que se pueda conceptuar como una amistad un tanto sui generis. Y, por favor, no consideres mi apego a ti como un asunto de intereses materiales, porque es más bien de corte moral o espiritual. Tú en mí, en mi vida, en el corto tiempo que nos tratamos, tuviste cierta influencia, y ahora no puedes decirme «si te he visto no me acuerdo»… Si soy escritor es gracias a ti, puesto que los estímulos más significativos me llegaron de tu parte. Y no estoy en condiciones de medirnos ahora con frivolidad, con una fuerza pasiva y decirme alegremente: «Bien, pues a rey muerto rey puesto». ¿Puede haber algo en mis actuaciones o en mis dichos que te hayan herido? ¡Pues, te lo aseguro, no ha sido intencional! Yo siempre creí que hablaba para gente inteligente. Tal vez en alguna de mis expresiones respecto a la cultura no estas de acuerdo, o mi desprecio hacia el «chantaje» de la ciencia… Y te confieso esto cuando es probable que no nos veamos jamás pues de aquí en Puerto Rico obtengo la movilidad espiritual que necesito para vivir y para escribir, apartado de esa España ingrata, revuelta, estúpida, cerril e insensata que no me atrae en absoluto. Pero quiero tener la conciencias tranquila: cuando un amigo es un amigo, y lo es de verdad, las actitudes no se miden frívolamente, sino con cierto respeto.
Hemos aceptar ambos que, en muchos renglones de nuestra historia respectiva, seamos diametralmente opuestos. Tú eres más clásico, más respetuoso de lo simbólico, más afectuoso con la engañosa propaganda, con el mito que cubre las auténticas verdades; eres más admirador de ti y tiendes a disculpar tus propios errores. Yo soy más severo, más exigente; soy un tanto «iconoclasta», un ser que no acepta los falsos valores, los engaños de la propaganda ni las imágenes engañosas. Soy irrespetuoso con lo convencional, pero eso no quita que nos admiremos  y que podamos encontrar nuestro entendimiento en los extremos de la soga y de nuestra disquisición.
No puedes dejar de reconocer que en los vaivenes de la ciencia existen muchos intereses ocultos. Casi los mismos que en los de la política o, inclusive, en los de la filosofía. 
Tú y Mada Carreño (¿la recuerdas? Fue la segunda esposa de mi padre), además de mi mujer, son las personas que han tenido la mayor trascendencia en mi vida… Te lo confieso.