domingo, 25 de marzo de 2012


Cuestionamientos

a la existencia


¿Qué nos puede importar que descendamos del mono o procedamos de Adán y Eva? ¿Qué significado puede tener que nuestra especie pertenezca al reino animal o a un supuesto grupo biológico constituido desde un principio por seres humanos? Estamos aquí, ¿no?, y somos capaces de inventar el teléfono y la computadora, y poseemos sentimientos, y lloramos, y reímos, y nos enternecemos al contemplar a un niño o a una flor, y nos embelesamos al leer una poesía o al escuchar una sonata musical… ¡Pues eso es lo que verdaderamente importa!

¿Qué importancia puede tener que procedamos del big-ban o del chasquido de dedos de un Dios no interpretable que nos insufló la conciencia y los sentimientos, y la dignidad, y el sentido de la justicia, y la pasión…? Estamos aquí, ¿no? Y nos multiplicamos a partir del amor… ¿Estoy en lo cierto? Y, dime: ¿no es algo maravilloso y pleno de significados?

¿Me dices que existe mucha gente cuya interpretación de la vida está deformada y su actuación es absolutamente reprobable, corrupta, exterminadora? Sí, lo comprendo y estoy de acuerdo contigo, pero esos son los parásitos, los virus malignos, los tumores, los que, en contraposición, hacen que se desarrollen los anticuerpos; aquellos que con su mal, paradójicamente, crean los intercesores, los que luchan en pro de la dignidad y en defensa de la justicia, y los que hacen que la vida sea maravillosa… Mira ese árbol; mira esa flor; mira ese pequeño felino, mira ese cielo azul, mira ese caballo de piel brillante, ¿no crees que están aquí para que nos sintamos regocijados y nos recreemos?

De todos modos, sí, lo reconozco: es curioso que estemos y seamos; es curioso que se tengan ojos poseedores de un enfoque y un ángulo visual y que puedan usarse a voluntad propia; y que poseamos una boca por donde comemos y reímos, y una nariz por donde olfateamos y sentimos los adormecimientos apasionados producidos por la fragancia de las flores. ¿Y qué decir del corazón que ejerce como la máquina más básica y crucial de nuestra existencia? Todo es curioso, todo es inexplicable, maravilloso y estremecedor; admirable y horroroso, simple y complicado, esplendoroso y mortificante.

Pero, ¿quién nos impulsa y por qué? Porque decir que somos obra de Dios, me parece una explicación muy frívola, sin maduración ni consistencia. Es como acogerse a un clavo ardiendo. Un Dios omnipotente no necesitaría de mí, ni de ti, ni tan siquiera de la Naturaleza. En realidad, yo creo que nosotros existimos para alimentar a otros corazones, o porque alguien desea hacer una prueba de viabilidad de la raza humana, o para dar vida a unos seres habitantes de otra dimensión…

jueves, 22 de marzo de 2012




Angelines: la realidad de su ser


¿Cuáles serían, en realidad, sus pensamiento secretos, es decir, me refiero a los pensamientos secretos de Angelines, mi difunta mujer? O sea, aludo a esos pensamientos auténticamente libres, sin dictados externos ni ambages del inconsciente, es decir, los íntimos, los auténticos, aquellos que nos negamos a confesar y los guardamos allá escondidos en el fondo de nuestro cofre, en el recipiente considerado como el top secret de nuestros actos y de nuestros pensamientos; esas meditaciones, esas actitudes que solo exponemos, si acaso y con ciertos remilgos y excesivos adornos, ante nosotros mismos.

Las personas, por lo general, tendemos a expresar nuestras historias aderezadas al gusto, disfrazándolas como heroicos y magnificando nuestra manera de pensar… Angelines nunca presumía de ello, ni de lo que era capaz de hacer o de pensar, pero —creo— sí ocultaba aquellas acciones de las que no se sentía —en su conciencia— absolutamente orgullosa. En ese campo, el de las intimidades, era hermética; no dejaba participar a nadie, ni a los más cercanos a ella como era yo.

Yo ahora veo su fotografía y me pregunto, o le pregunto a ella si cabe: ¿Cómo eras en realidad? ¿Quién fuiste? ¿Y cuáles fueron tus anhelos espirituales? ¿Cubría yo todo tu requerimiento de amor? ¿Te era suficiente? ¿Te sentías llena de mí?

Pero, antes, dime: esas dotes de bondad y amor, de entrega, de limpieza de tu alma, ¿de dónde las sacabas?

Es muy mortificante para mí haber convivido durante 45 años contigo y no haber entrado en tus entrañas a través de tus venas, o, haciendo noche en tu corazón, y sonsacándote al amanecer los intimidades guardadas en él; y, después, tras transitar por tu alma, pasar a tu cerebro y convivir un par de días camuflado entre las neuronas. Y no parar hasta descubrir tus secretos.

¿Es, en verdad, la mujer más hermética que el hombre o es que éste —el hombre— la hace hermética a base de no interesarse por la realidad de sus sentimientos, o por hacer mofa sobre ellos, o por no entender su delicadeza y profundidad, o por la estructura diferente que encierra su corazón?

miércoles, 7 de marzo de 2012




Fantasías

para una

tarde

lluviosa


¡Qué lucha tan desigual entre razón y fantasía! Además de desproporcionada, es rebelde y denota una absoluta falta de consideración hacia los humanos, que se la pasan buscando y buscando sin saber bien qué es lo que buscan. ¿Por qué la Naturaleza nos habrá fabricado así, tan palurdos, tan dados a la confusión y, sin embargo —aparentemente—, tan necesitados de conocer las entrañas de este curioso «cajón de sastre» donde vinimos al mundo? ¿Qué se propone el Gran Artífice —sea quien sea o sea lo que sea— con tal programa y qué obtiene del embrollo mental en que nos ha metido? ¿Y, sobre todo, qué consigue la Naturaleza debido a nuestra ignorancia del método?

Bueno, nos queda el recurso de la imaginación… Yo no es que sea un ser excesivamente imaginativo o fantasioso —que, si me remito a mis inclinaciones personales, sí lo soy aunque de una forma moderada—, pero no hay otro camino: el de crear en nuestra mente otros mundos más perfectos y pensar que llegaremos a él… Porque, si no hay certeza de nada, tengo todo el derecho de consolarme haciendo las veces de creador pueblerino y dedicarme a buscar aplicaciones más idóneas, más reconfortantes, más humanas, más intensas, más prometedoras, más fervientes que las que tenemos aquí. O sea, me la paso vagando con el pensamiento buscando un mundo ideal. Un mundo como el que se expone, por ejemplo, en Rosa candida, la novela de Augur Ava Ólafsdótir, que me dejó conmovido. Esta autora islandesa debe poseer el conocimiento de la vida y de cómo debía de ser ésta y cómo comportarse en ella.

Pero, además, ¿para qué nos ha dado la Naturaleza el don de la fantasía sino para que conformemos una realidad más amoldada a nuestro gusto…?

A veces me aterrorizo a mí mismo, pensando que si esta vida no tiene alguna forma de prolongación y exaltación después de la muerte, bien sea mediante la liberación y destino de las almas a un lugar concreto o perdido en la nada; o somos dirigidos al mundo de los espíritus (que podrían estar viviendo cerca de nosotros, según algunos), o a uno totalmente incomprensible para nosotros; o se nos da nuestro renacimiento en otra dimensión, o lo que sea, entonces todo esto no tendría sentido. Es decir, si yo no vuelvo a ver jamás a Angelines, mi mujer, después de haber construido toda mi vida en torno de ella, de habernos soldado espiritualmente el uno con el otro, entonces esta vida «provisional» aquí en la Tierra sería una fenomenal payasada, una falacia, una falta de respeto de la Naturaleza al ser humano, al «tolili» éste que anda por aquí siempre tan agobiado. Es complicado admitir que la vida se ha hecho así porque sí, sin una razón, sin un plan, sin un motivo, sin un destino determinado (es decir, tanto embrollo, tanta ilusión, tanto afán para nada…).

Antiguamente era más fácil creer en un destino. En el momento que el ser humano abrió los ojos a la Naturaleza y tuvo sentido de la belleza —y comenzó a evaluar y a tener conciencia de lo que veía, de la diversa multiplicidad de instrumentos que le rodeaban—, debió de pensar que existía un Dios de por medio y que era quien se lo había dado todo. No había otra explicación. Cuando se fijó en la inmensidad y en la belleza del cielo azul, del sol dándonos calor y moviéndose, aparentemente, en torno de la tierra; cuando observó el día y la noche, tan medidos, tan calibrados, que reglamentaba nuestra vida y nos indicaba el momento para trabajar, descansar y compartir; cuando contempló las refulgentes y asombrosas estrellas sobre fondo azul oscuro del firmamento; cuando vislumbró las agrestes montañas, la solemnidad de los árboles, la delicadeza de las flores; cuando reparó y se maravilló ante la multiplicidad de los animales, con sus extraños dibujos y estructuras; cuando observó y se beneficio de la utilidad de los ríos; cuando se sobrecogió y se fascinó al contemplar el mar, tuvo que pensar, por fuerza, todo esto tenía que ser obra de una deidad, de un dios, de un ser con poderes asombrosos.

Pero luego vinieron los científicos, los letrados, los filósofos, los sabihondos a decirle: «¡Pero qué dios ni qué deidades sobrenaturales! ¡Despierta! Nuestra presencia aquí es pura casualidad. Si aquellas células ilotas no se hubieran juntado con las otras…».

Y a partir de ese momento nuestros corazones comenzaron a endurecerse y a perder su calidad de asombro…

jueves, 1 de marzo de 2012


Rosa candida 2
a.


Antes de meterme en la segunda lectura de «Rosa candida» (suele ser normal que cuando un libro me llama la atención —y éste me la llamó poderosamente tanto por su calidad como por su originalidad—, lo lea dos veces, una a continuación de otra), quise identificar al autor y conocer su historial literario así como algunas de sus características personales, y cuál no sería mi sorpresa al descubrir que no se trataba de un hombre, sino de una mujer. Es decir, que el complicado nombre de Augur Ava Ólafsdótir correspondía a un ser femenino y no a uno masculino, como yo creí hasta aquel momento… ¿Qué les parece? El chasco que me llevé fue fenomenal…? Porque, antes de continuar, debo aclarar que, literariamente, sufro ciertos prejuicios o manías —creo— al respecto: no me gusta que el o la protagonista de una novela corresponda con un género opuesto, es decir, que no haya relación directa de sesos entre el escritor o escritora de un libro y el o la protagonista. Y, lo advierto: detrás de esta manifestación mía no existe ninguna tendencia discriminatoria. Creo normal que una mujer exponga unas referencias más certeras e intensas sobre la actitud, el pensamiento y los sentimientos de otra mujer; y lo mismo ocurre en relación a los hombres, es decir que éstos entiendan, expliquen y se identifiquen mejor con las actitudes y el pensamiento de otro hombre. En caso contrario, la compenetración, el entendimiento es poco veraz, además de mítico y convencionalista. Y en literatura existen varios ejemplos y críticas al respecto con más conocimiento de causa que los míos. Yo, ahora, trato exclusivamente de expresar mis emociones personales al respecto.

Para apoyar mi idea debo decir que durante la primera lectura de este libro, mientras pensaba que el autor del libro era un hombre, encontré algunas actitudes y situaciones en el protagonista, Lobi, que me hicieron pensar que era homosexual porque tenía ciertos modos femeninos (aún considerando que también había numerosos detalles que situaban el asunto fuera de toda duda). Incluso, encontré algunos personajes de carácter secundario en la novela que en un momento dado opinaron de la misma forma y le formulan algunas preguntas en relación a ello. Por ejemplo, en sus conversaciones con el abad del monasterio donde está situado el jardín donde trabaja Lobi, y con quien éste establece una profunda amistad —llegando, incluso, a exponerle algunos conflictos de tipo personal—, es sometido a un inquisitivo interrogatorio por el abad en relación al asunto, conminándole a que le dijera la verdad, porque, en el caso de una supuesta homosexualidad del jardinero —sospechada por el abad—, le obligaría a suspender la relación entre ambos dado que el hábito le prohibía mantener relaciones amistosas con todas aquellas personas cuya personalidad fuera un tanto dudosa… Lo mismo ocurre con una antigua compañera de estudios: cuando Lobbi, en su viaje de tres mil kilómetros hacía el monasterio, llega a la ciudad donde vive ella, ésta le cede una habitación en su casa para que la ocupe durante los días que permanecerá en dicha localidad. Y, a los pocos días, al abandonar el lugar para continuar su viaje, al despedirse la muchacha le pregunta, que si a él «no le "van" mucho las mujeres», extrañada de que, habiendo pernoctado ambos en la misma casa durante varias noches —y estando solos los dos, y siendo los dos jóvenes y sin compromiso—, él nunca le hiciera una proposición o efectuara algún intento de mantener una relación.

Ojo, no estoy cuestionando si me gustan o no los libros escritos por mujeres, porque éstos están entre mis preferidos, y debo decir que hasta me atraen más que los escritos por hombres —sin que de ninguna manera los menosprecie— debido a que los de ellas me acercan y me descubren más el alma de la mujer, o sea el verdadero espíritu femenino, por lo que los encuentro más originales, con unas expresiones si se quiere más extrañas a mí, y más distantes de mi forma de pensar, y, quizás, de interpretar la vida. Ellas tienen unas reacciones diferentes de las mías. Aunque, en literatura, no se pueden hacer demasiadas generalidades ni asegurar cuáles deben ser los estilos ni los contenidos o tendencias de cada cual.

¿En qué medida pueden cambiar los atributos que son adjudican a cada género cuando éstos son interpretados por escritores o escritoras de seso opuesto al del protagonista? Porque, por lo que respecta a mí, después de dejar reposar las ideas acerca de esta novela durante varios días, he recuperado totalmente mi fe en ella, sin importar que lo haya escrito una mujer o un hombre. Tal vez, el hecho de haber sido escrito por una mujer (y exponiéndose aquí los conceptos de ella sobre muchos hechos fundamentales de la vida) le da un mayor valor antropológico. ¡Ah! y rompe con muchos mitos.