lunes, 29 de junio de 2015



Días de viejo: ¿con sexo o sin él?
No hay quién cambie mi idea de que éste es un mundo extraño, sin sentido ni fundamento; me da lo mismo que haya sido creado por un dios o una cultura superior a la nuestra, o como el simple divertimento científico de alguien con supremo poder, o que seamos producto de la casualidad, de una alocada y sin sentido hecatombe universal. Sea lo que sea, carece de explicación y de sentido, y tanto los científicos como los filósofos o los místicos no nos presentan nada convincente que nos haga asentir humillando la cabeza: en sus explicaciones lo único que queda patente son sus propias dudas, su desconocimiento, sus deseos de destacar mediante inventos estrambóticos. Porque, si hablásemos de una vida bien construida, sólida y con una explicación trascendental, no tendríamos que aceptar la decrepitud de los años sintiendo un leve vahído! Sin ir más lejos, me remito simplemente a la fase de la vejez, que es la que más me afecta dado que soy un viejo. Y dentro de los parámetros en total extinción o en camino de caducar, elijo comentar la vida sexual y la amorosa. ¿Cómo es el amor y la vida sexual de un viejo de 83 años, y viudo para más señas? Estarán de acuerdo que la Naturaleza, no sé por qué razón, te crea un atavismo insoslayable, una tendencia perversa: te mantiene el deseo, mientras te produce la melancolía de lo imposible, del alejamiento, de la invalidez física, de la discriminación, de la falta de atracción. A esa edad, aunque sea improcedente confesarlo y no busque ningún objetivo concreto, la sexualidad persiste e insiste en darte la matraca, en hacerte creer que aún tienes posibilidades de conquista; es más: te reclama o te invita a desahogos que ya no te puedes dar porque tu disminuida condición física (la arritmia cardíaca, la energía decadente, la falta de brío) no te lo permite. Es decir, de cualquier manera se trata de una manifestación o una necesidad ciento por ciento psicológica. En ese aspecto, la Naturaleza o se ha equivocado o se mantiene en acción con una intención perversa. Si ella misma te dio la función creadora con propósito de perpetuarse, ¿con qué fin te la mantiene si ya carece de utilidad? No hace mucho tiempo contemplaba un video basado en unas escenas educativas, y, decía,«con fines estimulantes», dedicadas a la práctica del amor sexual entre una mujer de setenta y tantos años con un hombre de unos 80. Y el espectáculo no podía ser más bochornoso y ridículo. Y, sobre todo, estaba fuera de lugar. Pieles flácidas; pene morcilludo o poco rígido, sonrisas que más parecían muecas propias de carnaval, orgasmos fingidos, quejidos grotescos, deseo ficticio de reproducir el pasado como un empeño estéril…
Yo, y perdonen que me ponga como ejemplo, he luchado con todas mis fuerzas contra esa actitud atávica y tendenciosa, y he descubierto que cuando desechas definitivamente el sexo de tu vida, lo que queda es un amor genuino. La vida ya no tiene el mismo significado, de acuerdo, pero las personas, la gente, la mujer (desde mi punto de vista de hombre) se convierten en seres mágicos, armoniosos, asombrosamente sensibles a la vida, amorosos, singulares, verdaderos, llenos de encantos y actitudes físicas ajenas al sexo. Al despojarte del sexo te conviertes en una especie de ser superado, que aprecia el alma y el espíritu en los seres, su delicadeza y su sentido de la vida. Y ahí tenemos a Freud que no sabe qué decir porque se ha quedado sin argumentos…

lunes, 22 de junio de 2015


Al cumplir 83 años…
Hoy cumplo años. Nada menos que 83. ¿Y qué se dice a esta edad? ¿Qué se propone? ¿En verdad hay algo que deba proponer? ¿Pero, le sirve a alguien mi experiencia? ¿Tengo el mérito de crear imitadores? No creo o, más bien, pienso que en lo absoluto. Es probable que en mis años de juventud no pensara para nada en este trance que se me presentan ahora… ¡83 años! ¡Qué enorme carga de conciencia positiva y negativa representa vivir tantos años! Cuando era más joven, nunca pensé en llegar tan lejos, en que algún día sería tratado como un anciano, o que me vinieran a decir: «¿Es que Ud. ya no oye bien?» «¡Ustedes los mayores no deben opinar sobre la vida actual, porque viven encerrados en su pasado!» «¡No tenía el coraje requerido para abrirse camino, por eso se ha quedado en la mitad…!», y otras cosas por el estilo. Bueno, la verdad es que, cuando era joven, ni lo pensaba ni me preocupaba. Hasta cumplir más o menos 50 o 60, uno no trae a colación ni la muerte ni la vejez. Se piensa que se es eterno o que la muerte queda sumamente alejada de uno… Pero, cuando se llega a esta edad se cree que la vida ha sido muy corta, muy limitada, y que se han quedado muchas cosas por el camino, sin hacer. No obstante, este es un buen momento para hacer un recuento serio, formal, alejando los fantasmas de la cabeza y evitando los prejuicios y los mitos que, por lo general, atormentan mi cerebro y mi comprensión de las cosas  Pero deseo hacer una aclaración: si en mi último blog exponía la posibilidad de una diferencia de vida siempre que hubiera nacido fuera de España, no quiere decir que ese fuera mi deseo. Si hubiese nacido fuera de este país, mi vida hubiese sido otra, y, aún considerando los contratiempos de mi niñez y adolescencia (y algo en la primera etapa de adulto), a partir del día que tomé las riendas de mi vida, todo fue cambiando y, al pensarlo, me siento deliciosamente feliz de que todo haya transcurrido como ha sucedido. Por esa razón, no deseo que haya sido otra, sino esta misma, la que es. El primer hecho insoslayable, el primer acontecimiento digno de reseñar, el más esencial para mí, el más significativo, el que, posiblemente, cambió mi vida, fue mi encuentro con Angelina a raíz de mi regreso del servicio militar. Ella fue la mujer que me ayudó a encontrar el camino; la que me demostró qué cosa es el Amor, ese Amor verdadero, escrito con letra mayúscula. Quizá cuando vivíamos juntos no fui capaz de entenderlo en su verdadera dimensión. Es posible que entonces lo aceptara como algo que me pertenecía dentro de ese tono y esa plausibilidad que aspiraba a encontrar en mi vida, como algo que, ¡cómo no!, a mí, por ser quien yo era, me correspondía… Pero es ahora, cuando ella no está a mi lado, cuando me doy cuenta de que fui un elegido, y capto a plenitud la verdadero dimensión de mi sentimiento (como correspondencia al de ella). Y, desde luego, no solo me estoy refiriendo al amor físico, el amor que se conjuga en la cama, sino al amor pleno entre dos personas que se comprenden, y que se aman porque se conocen a fondo y que es difícil que uno pueda vivir sin la otra. 
El siguiente acontecimiento que le dio incentivos a mi vida es que, como consecuencia de este matrimonio, trajimos seis hijos al mundo. Con lo cual el ciclo, el mandato de la Naturaleza, quedó cumplido. Y para mí (ojo, para mí), se trata de seis hijos especiales, únicos, de una inteligencia fuera de lo común, que me animaron mucho a seguir en los momentos que tembló mi comportamiento de hombre casado. En general, y para no convertir este relato en una autobiografía, en las ocasiones que hago inventario de mi vida, no puedo dejar de preguntarme: «¿Será posible que todos esos hechos, esas aventuras, esos deleites espirituales me hayan ocurrido a mí o solo se trata de un sueño?». Más adelante narraré (no se asusten que no estoy hablando de un rollo interminable) algunos de los hechos extraordinarios que adornaron mi vida. Es decir, los hechos que se salieron de lo normal.

sábado, 13 de junio de 2015


¡Dios nos pille confesados!
Estaba pensando en la posibilidad de reformar algunos de mis conceptos o mis actitudes, o de éstas en referencia a aquellos, pero me cuesta, me cuesta lo indecible… Hasta el punto de que casi he acabado por abandonar el intento. En realidad, debo entender que yo, por mi edad, por el tiempo que he vivido (este mismo mes de Junio cumplo 83 años) y por los caminos que he recorrido, son muchas las normas y anormalidades menores que se han grabado en la cinta magnética de mi alma o de mi subconsciente, y considero que estoy ya demasiado hecho, muy marcado, muy definido para intentar cambiar. Debo reconocer que, en algunos aspectos, me he ido formando al gusto mío, pero en otros muchos, mi personalidad se hizo atendiendo el interés ajeno; me refiero a esas normas que me fueron inculcadas cuando yo era niño. No se puede olvidar que mis circunstancias, mi educación, las amenazas que vertieron sobre mí, los mitos que han ido confeccionando mis modos han contribuido a hacerme así, como soy. Y, por más que use la razón con el fin de echarlas a la papelera, es muy difícil eliminarlas de mi «departamento de trastos inútiles y perjudiciales de mi personalidad», aún tratando de entender las ventajas morales  y psicológicas que supondría una transformación. Pero, esas definidas y relevantes sombras que se han cruzado en mi camino, me resulta difícil borrarlas o apartarlas de mi subconsciente o alejarlas de mi persona. Por ejemplo, ¿cómo puedo eliminar las constantes e impertinentes amenazas de mis tías de que yo era un firme candidato al Infierno si seguía portándome «tan mal»?; amenazas que me eran dirigidas de una forma determinante e impertinente… ¿Y esa malvada descripción que hacían de mí en referencia a que era «un trasto», un mentiroso y un desobediente, alguien que cometía repetidas violaciones del comportamiento? Nadie consideraba que tenía apenas ocho años y que acababa de pasar por la maldición de una guerra, o que había sido abandonado por mi padre, o que en mi soledad no me quedaba más remedio que fabricar mi propio mundo recurriendo a la imaginación. «¡Qué pena, con lo listo que es!», me cansé de escuchar día y noche refiriéndose a mí. También hay veces que pienso que todo se debe a la maldición de haber nacido en España: si con los mismos padres que tuve hubiera nacido en otro país, en Francia o en Inglaterra, por ejemplo, mis contagios serían distintos porque mi educación no hubiera sido tan sometida a la amenaza religiosa. Pero por el hecho de haber nacido aquí, unido a las circunstancias que me tocaron vivir, a los mitos, a las exageraciones, al sometimiento a una religión trasnochada y con un Dios que tenía siempre una espada blandida sobre mi cabeza, o esa deficiente interpretación de la vida que filtraron en mi conciencia, incluso en relación al sexo tan tipificado como delito y considerado como una mala práctica muy castigada por Dios… Aunque cuando fui más mayor razoné todos estos contagios anormales, y traté de aplicar algunas «verdades» a mi vida, el daño estaba hecho. Algo muy significativo es que al día de hoy mantengo cortada la relación familiar con los numerosos parientes de la parte materna, que es la que me estigmatizó. Recuerdo que, una vez muerto Franco, cuando regresamos a España después de haber vivido 14 años en América, en cierta ocasión que llevé a mi madre a visitar a la tía Clementina, su hermana mayor, el cuarto de estar o sala donde hacían la vida, todavía estaba presidido por dos grandes fotos del Caudillo y de José Antonio Primo de Rivera, y mi tía no dejaba de decir en tono quejumbroso: «¡Ay Dios mío!». Recordé una ocasión cuando yo era pequeño que en aquella misma sala había una reunión familiar y habían invitado para presidirla a un primo segundo que era cura. Todos estábamos de pie en torno a la gran mesa esperando a que mi primo cura tomara asiento. Y, al sentarse, su mala fortuna quiso que se diera un golpe en el cogote en una repisa que había detrás de él (sobre la que había una imagen del Sagrado Corazón), lo que ocasionó que todos mostraran un gesto de apuro y contrariedad. Excepto yo que empecé a reírme a carcajadas… ¡Claro, siendo así de pequeño, cómo no voy a haber tenido tanta mala fama…! «¡Dios nos pille confesados!», como decía mi abuela Mónica…

lunes, 8 de junio de 2015


¡Tanto hooomm, hooomm para nada!
Hay componentes relacionados con la vida que faltan o están sobrando. Eso demuestra que cuando fuimos construidos no hubo una tendencia firme a buscar la perfección, o tratar de que ésta fuera evolucionando de forma constante. Tal vez se pensó en hacerlo todo bien, pero no pudo aplicarse por inconvenientes estructurales físicos o ecológicos presentados por las exigencias del Universo. Posiblemente el que nos construyó (o la fuerza que nos hizo) estaba sometido a ciertas leyes que establecían que esto tenía que ser así, o, en ese caso, ya se sabe: «lo tomas o lo dejas». Por ejemplo, entre lo negativo que la Naturaleza nos ha dado, hay que considerar los desiertos y la falta de agua en algunos sectores; la proliferación de algunos animales e insectos dañinos; las limitaciones de nuestro conocimiento (que contrasta con la incontenible ambición, el deseo de saber acerca de nosotros mismos dada nuestra facultad de pensar); los huracanes, las tormentas y los tornados; los temblores de tierra; lo desabrido del mar en ocasiones; las erupciones volcánicas, las tormentas que sueltan rayos que exterminan o crean incendios, la formación en el subsuelo de bolsas de petróleo, esas enfermedades orgánicas que inhabilitan a una persona, la decrepitud de la muerte… Por lo que se refiere al ser humano y a su ejercicio destructivo (que no parece tener límite), tenemos ese nocivo uso del petróleo en sus fases contaminantes y exterminadoras; está la perforación de la tierra con el fin de extraer la «riqueza» que representan sus minerales; la tala de árboles para obtener madera, el crimen, la mala conciencia, la lenta pero constante destrucción de nuestro ser interno y sus «necesidades» morales, así como la habilidad para distinguir entre el bien y el mal, la eliminación de vidas por cuestiones geográficas y por ambición desmedida, el desamparo de aquellos que carecen de todo… Si, desde un punto de vista ético, todo ser humano tiene idéntico valor, no hay duda de que existen muchos seres en el mundo que consideran que la vida con ellos es injusta, que les ha sido negado hasta lo más elemental. Esta situación es lo que más dificulta mi creencia en un Dios omnipotente o limita con mucha fuerza mi necesidad de fe. No puede haber un Dios que nos haya creado para después sacudirse las manos dejándonos al albur, al arréglatelas como puedas. Por otra parte, si nos remitimos a una versión de nosotros que suene perfecta, todo resultaría como un cuento infantil, donde el bueno siempre acaba ganándole la batalla al malo, y eso dista mucho de una realidad donde en repetidas ocasiones ganan los malos como una necesidad de su funcionamiento. En resumen, ¿ya ven como en mi caso siempre se impone aquello de «vida y figura hasta la sepultura»? ¡Qué importa que escuche voces que me recomiendan no determinar ideales imposibles! ¡Qué importa que me sienta protegido por mi difunta mujer! ¡Qué importa que algunos místicos me recomienden que haga meditación trascendental y que mientras canturreo hooommm… hooommm… hooommm  elimino de una vez por todas todas las malas ideas y las cuestiones imposibles que circulan por mi cabeza! ¡Sí, qué importa!

jueves, 4 de junio de 2015

















Los signos retorcidos 
de la vida
A veces creo que los signos confusos de la vida me acosan de forma  sañuda –sin piedad ni sentido alguno– ; me refiero a esos sentimientos desbaratados que surgen de no sé dónde y están faltos de naturalidad y razonamiento: Sin ir más lejos, esta misma mañana me desperté temprano… Debían de ser las 6. Después de deambular un rato por mi apartamento tratando de tomar conciencia de que estaba vivo y de asimilar las actividades que me había fijado para ese día, me sentí repentinamente fatigado, como si no hubiera dormido lo suficiente (en realidad solo había dormido unas cinco horas), y, como a la media hora, decidí volver a acostarme.  Y así lo hice. Pero cuando estaba en ese estado de duerme vela, que es como no estar ni dormido ni despierto del todo, recibí una especie de comunicación telepática (algo que ya me ha ocurrido otras veces), sin que pueda precisar de quién ni de dónde procedía. Sí me imaginaba a un ser escondido entre esos oscuros y enigmáticos repliegues de la existencia, alguien o algo confuso y muy poco preciso. Aunque escuchaba su voz con claridad, no la sentía en mis oídos, sino en mi mente. Su mensaje fue corto y tajante: Quien quiera que fuese, vino a decirme cuatro verdades: «Aleja esos problemas imprecisos que tanto turban tu mente. En principio, debo comunicarte por si no lo sabes bien que los espíritus no existen o existen solo en tu cabeza. Acostúmbrate a ver la vida como es y no busques explicaciones a algo que no la tiene o que no está a tu alcance. Lo único que está claro es que todos los mortales y los seres vivos interpretan una función, unas fases de la vida que son impepinables, que es nacer, es desarrollarse como corresponde a un niño; a continuación tienes que comenzar a absorber la vida desde la sufrida posición de adolescente, para más tarde convertirte en adulto y participar en serio, luego en maduro y, finalmente, en viejo. Y cuando llegas a esta edad, más tarde o más temprano, vas y te mueres, sin poderlo remediar que si es un momento triste, también es natural: desde que naces sabes que tienes que morir. O sea: dejar de existir. Fallecer. Dejar de estar en la vida… Lo que haya después, por más que te devanees el cerebro, no lo vas a descubrir porque esa es la composición determinada. La vida tiene esos ciclos, es lo único que está muy claro y lo único que te puedo manifestar: algo que está a tu alcance comprobar. Y no hay que darle más  vueltas. ¿Por qué no aceptar lo que se te da sin necesidad de pasarte la vida buscando significados ambiguos?» Al final no me pude dormir… Sí, después de esta conferencia, pude haber tomado algunas decisiones respecto a mí y a mi comportamiento psíquico. Otras veces lo he hecho o he intentado hacerlo sin obtener ningún resultado. Porque, al final, siempre se  impone mi verdadero yo, que es la acción de mis genes y, por lo tanto, la hechura establecida en mi composición, mi estructura mental, mis neuronas, mi identificación subconsciente de la vida, mis neurosis heredadas. En una palabra: mis gilipolleces…

(La foto corresponde a mi abuela Mónica, a mi madre cuando estaba soltera, y a mi tía Pilar. Están en la entrada de su casa en el Crucero de Montija. Debió ser hecha hacia 1920.)