sábado, 30 de octubre de 2010


Me rechinan los dientes…


Es que me rechinan los dientes, me salen espumarajos por la boca, el corazón se me acelera como el motor de un bólido de fórmula uno, mi intestino ruge sin parar… Solo tengo que repasar la prensa diaria española y ver los despropósitos, las contradicciones, las majaderías, las falsas noticias, las declaraciones sin sentido, las posiciones políticas obcecadas y sin significado social alguno, la publicación de opiniones no ya contrarias al sentido común, sino incoherentes y desbaratadas, y, lo peor de todo: unos dicen que sí a una cosa, y otros que no a la misma, sin pararse a considerar si es conveniente o no para el pueblo. De derechas o de izquierdas, las cosas, el deterioro, tiene el mismo significado. Filosóficamente, solo puede ser bueno o malo. Pero, llega un momento que el lector común se pregunta cuál es la verdad de una noticia, qué patrañas o qué intereses se esconden detrás de tal opinión, qué efectos personales defiende. Este país, surrealista como pocos, no escarmienta, no acaba de adoptar un papel fidedigno, huye del sentido común. Y digo yo, ¿es que aquí se trata de defender solo los intereses propios, sin tener el mínimo sentido de los problemas ajenos? ¿Seremos tan burros como nos definen los noruegos? ¿Tan ficticios como opinan los franceses? ¿Tan cortos de inteligencia como aseguran los ingleses o los alemanes?

Es evidente que este señor y sus secuaces nos tratan a los españoles como si fuéramos tontos… ¿Te has fijado en este nuevo Rasputín o Maquiavelo que se ha buscado ahora para que dé la cara por él? A Rubalcaba sólo hay que verle su cara, su expresión, esa mueca-sonrisa que esgrime, su falta de seriedad, su amor a la mentira, la ironía malsana con que juzga a sus contrincantes… Si en psicología se asegura que «la cara es el espejo del alma», a este señor solo hay que contemplarle un momento, oírle hablar, ver sus gestos y el movimiento de sus manos para formarse un juicio. A veces parece un marciano con su cerebro abultado, un extraterrestre con una moralidad distinta. ¿Habrá en él ni tan siquiera un ápice de amor a España?

Pero esta España de hoy es así: desconcertante, provinciana, grosera, mentalmente descentrada, donde los «chorizos» crecen por doquier. Claro, ¿qué podemos esperar de alguien que usa su ceja circunfleja como reclamo, o su sonrisa estereotipada y fingida para convencer de que todo está bien, o que usa las supuestas ofensas a los «morritos de la Pajín», para juzgar la valía política de la oposición (lo cual no pasa de significar una descomunal tontería que a los españoles no nos afecta para nada…). ¿Habrá alguien que crea que España saldará sus problemas con esa niña cursi metida a jugar a las casitas… Solo hay que verla cuando tuerce su «morrito» porque su papito no la dejó que trajera su osito al parlamento. Y conste, no es machismo ni nada por el estilo. Esto no es un teatro. Es solo cuestión de valores, de someterse a la verdad. ¿Si analizaríamos si esta chica tiene condiciones para ayudar a salvar a España del naufragio, que puntuación sacaría? Eso sería lo único que importa.

¿Es que este señor ni siquiera tiene inteligencia para detectar lo que esperan de él los españoles? ¿Es que cree que solo sirven las mentiras, las continuas promesas incumplidas, las frases estúpidas, los desvíos de atención ante los asuntos fundamentales…? Tenemos, por un lado, el más grave de todos los tiempos: ¡el desempleo! ¡¡Cualquier español, por humilde que sea tiene tanto derecho a trabajar como tienes tú, Zapatero!! O es que piensas que eres un español (ignoro si es conveniente aplicarte esta denominación) privilegiado (como Felipe González, del que se decía que tenía un clavel clavado en el culo…). ¡Analiza el desplome económico de tantas familias, carajo!, y atiende a los que pasan hambre (solo tienes que ver el índice de aumento de la gente atendida por Caritas este año), que ellos te eligieron confiando en ti; elimina los gastos excesivos, inútiles y no justificados, las subvenciones a los amiguetes, a las ONGs que no rinden fruto, los sindicatos inútiles, a los que hacen el signo de la ceja con el dedo, que solo son unos pelotas de mierda (¡que trabajen, coño, o que se vean en el paro para saber lo que es!). A ti lo único que te importa es mantenerte en el poder. ¿Y España, qué?

Y es que en este País (España), todavía existe el caudillismo y el estilo de república bananera, el pelotazo (creado por Felipe González, no hay duda), el enchufe y la martingala. Mira el índice de descenso en todos los capítulos importantes de la economía y la sociedad para que te des cuenta de lo mal que lo estás haciendo…! Yo ignoro si el que venga después lo hará mejor (peor no, desde luego, porque es imposible). Pero la democracia, entiéndelo, me da la posibilidad de que si viene uno que tampoco funcione, probar con otro, y si éste tampoco da la talla, cambiar a otro, y si éste no, a otro, y a otro… Y así hasta el infinito…

sábado, 23 de octubre de 2010


Aprendiz de brujo


¿Qué he descubierto acerca del misterio de la vida después de haber vivido 78 años? Poca cosa, casi nada, más bien poco, detalles ínfimos la mayoría procedentes de la imaginación… Y eso que he metido en mi mollera cuanto libro de literatura, filosofía, metafísica, espiritualidad y ciencia ha caído en mis manos. Es más: los fenómenos que di como aceptados en mis años jóvenes, o sea, muchos de aquellos mitos que me fueron inculcados en la escuela (o por los mayores bajo amenazas), relacionados con el origen y la composición de este mundo —así como sus propósitos—, según aumentaba mi edad, fui distanciándome de ellos mientras hacía lo posible por penetrar y descubrir las verdades de auténtica trascendencia… pero, al final, todo se fue amorteciendo hasta acabar por eclipsarse definitivamente, y solo me dejó un vacío o, si acaso, una complicada mezcla de dudas y decepciones. Yo ya sabía que esta inclinación al razonamiento acabaría por cumplir el papel de exterminador.

Claro, ahora, con Internet, han aumentado las posibilidades de acceder a un mundo de conocimientos, y se tiene mayor acceso a la Filosofía o a las Ciencias, además de tener la oportunidad de constatar criterios con otras personas y, considerando que hay gente —no mucha, desde luego— que posee un pensamiento amplio y sensible, algo se aprende, pero tuve la oportunidad de ver que todos, evidentemente, sufrimos los mismos problemas para hallar una conformación existencial… Y es que en la misma medida que se accede a lo inconmensurable, las dudas crecen y, cuando más se profundiza, menos posibilidades hay de aclarar el sentido de la vida.

No obstante, existen muchos científiquillos muy seguros de que lo saben todo, que te dicen que el mundo no lo hizo Dios, que fue producto del bing-bang, es decir que provenimos del enorme reventón que dio un cuerpo celeste cuando ya no pudo soportar su propia contracción ni la densidad tan enorme a la que estaba sometido por su propia fuerza de gravedad. Y fue cuando explotó y ahí se creó la materia estelar, o sea, las galaxias con la Osa Mayor y la Menor, el Centauro, la Vía Láctea, la Casiopea y la Cruz del Sur, o las conocidas Virgo y Leo, y entonces, siguen afirmando ellos, se desprendieron unas partículas que más tarde se convirtieron en estrellas, con luz propia, y otras con luz interior, que se transformaron en planetas. Y en alguno de éstos —en varios o en casi ninguno—, o al menos en la Tierra —gracias a su posición privilegiada respecto al Sol—, surgió la vida, pero aceptemos que lo hizo en unas condiciones poco propicias, quiero decir, surgió la vida dentro de unas repugnantes aguas sulfurosas y agitadas, combinadas con gases verdosos, irrespirables y nocivos, y unos volcanes que no se cansaban de escupir lava. O sea, todo surgió dentro de un caos atmosférico general, acompañado de unas terribles tormentas eléctricas que continuamente mandaban rayos y centellas a nuestra superficie…

Y me da por preguntar yo ahora a los científicos: ¿no es aún más imposible que surja la vida ahí, en medio de ese terrible ambiente? Porque, entre esto y el gracioso chasquido con los dedos de Dios («¡Hágase la luz!», etc.?) para que aparezcamos nosotros, la vida, los animales, las plantas, y los ríos, casi me inclino por éste: es más limpio, más espectacular, más consolador y, además, el paisaje se torna más candoroso, más poético, más dulce… ¡Ah!, y nos da los elementos suficientes para justificar el sentido de la vida… En general, el chasquido de dedos hace que uno se siente más feliz, y no esté tan atemorizado ni sobrecogido como en este otro caso, que nos hace creer que nuestra vida depende de un hilo y que en cualquier momento una pieza de esas puede desequilibrarse y nos vamos todos a tomar por donde nos salen los alimentos no metabolizados… o, pasado el tiempo, todo volverá a contraerse hasta convertirnos en una especie de esqueletos prensados.

¡Ah, ya sé lo que pasa! Que en estos tiempos de crisis, lo que quieren es quitarle las llaves del Cielo al pobrecito de san Pedro y dejarle sin trabajo. ¿O es que piensan por casualidad que ahí arriba sería conveniente —para guardar la apariencias— renovar el gabinete, como acaba de hacer en esta España el señor Zapatero…? ¿Y son ustedes tan ingenuos que piensan que, así, podrían irnos las cosas mejor? Pues esperen a ver qué pasa…

¡Si es que me está pareciendo a mí que el que manda ahora en el Universo es el propio Lucifer! Lo digo porque la forma como se están desarrollando las cosas en el mundo, no dan pie para tener otros pensamientos más optimistas…

lunes, 18 de octubre de 2010


El placer de la vida incierta


La vida, como principio, es un tanto incierta, y lo es en todas sus manifestaciones, hasta en las que suelen mostrar convicciones más seguras… Hay gente (entre ellos yo) que en un momento dado creen controlar su destino, trazar sus caminos y sus estados de exquisitez o las chifladuras de su ingenio. Pero es una ilusión ficticia. Sí, estoy de acuerdo en que cuanto más complicado es el pensamiento, cuanto más exigente, o cuanto mayor altura intelectual, mayor es la dificultad para sacarlo adelante y resulta más difícil mantener la concentración o ver todo el asunto en todas sus fases. Y, sobre todo, es difícil no caer en desaciertos. Aunque, si se piensa bien, ahí está el dicho de que errar es de humanos. ¿Qué sería de nosotros si fuésemos perfectos? Pareceríamos robots y aquí no habría nada que discutir.

Un día que hubo un incendio aquí, en el edificio donde yo vivo, un vecino me decía que, siendo español, qué pensaría yo de Puerto Rico viendo la cantidad de errores que se cometen. Y yo —sonriendo con superioridad, como era inevitable— le contesté que una de las cosas que más me agradan de este país son las imperfecciones, que, por cierto, nunca van más allá de lo anecdótico, porque sobra el ingenio para solucionarlas. Y, la verdad, es que en todo el mundo se cometen errores de distinta naturaleza. Tal vez se cometan menos en Alemania o en Suiza que en Honduras, pero los primeros son países que tienen fama de ser aburridos y poco ocurrentes.

Hay muchos aspectos de Puerto Rico que me agradan sobremanera: por ejemplo, el carácter de la gente: aquí no se toman las cosas demasiado en serio; o sea, aparentemente, sí, se comprometen con la máxima seriedad, pero luego es como si todo fuera humo, de ese que se evapora. Tengo un vecino que, en apariencia, es el mejor amigo del mundo: me ha ofrecido su casa; se deshace a la hora de decirme que cuando necesite algo, lo que sea, que no dude en pedírselo… Y siempre que nos encontramos me reitera su ofrecimiento. Pero dos veces que lo he llamado a su teléfono celular, nunca he obtenido respuesta… Y, conste: no lo llamo para pedirle dinero ni media taza de azúcar… Pero él es así. Una vez estuvo aquí en mi apartamento a recoger una dirección que le obtuve de Internet, y se quedo admirado. No hacía más que decirme «que yo era un artista». Ignoro por qué me lo diría… Tal vez por lo extraño de mi decoración (yo, a mi edad, todo, hasta mi vestimenta, lo uso y lo presento de la forma como a mí me gusta, como me es más cómodo. La ventaja: que ya no tengo que dar cuentas a nadie…

Así que cuando bajo por las noches a darme mi caminata y me lo encuentro, hablamos un rato como si fuésemos dos panas de toda la vida, y él se comporta con actitudes de ser un tipo serio, pero luego no nos volvemos a ver en mucho tiempo. Si acaso, cuando coincidimos en el ascensor o cuando está dando un paseo abajo. Y eso es lo bueno de aquí: que uno siempre está libre de compromisos… Y si te comprometes y no cumples, nadie te lo toma a mal. Cuando uno se acostumbra a eso —a que las cosas no funcionan dentro de lo convencional, ni basadas en una planificación estricta–, te sientes totalmente libre, porque gran parte de las relaciones en la vida te crean compromisos, y aquí no tienes ninguno. Yo, cuando salgo a la calle, como un principio caritativo, suelo hablar con todo el mundo, sin distinción de culturas ni situaciones económicas. Aunque hay veces que mientras bajo en el ascensor voy pensando «a ver lo que me tiene deparado el destino para el día de hoy». Y, cuando veo que no hay nada digno de mención, saludo y sigo mi marcha. Hago como si fuese a algún sitio en concreto. Y es que, a veces, solo están esos viejos cuyo cerebro ya no funciona o se les ha convertido en un revoltijo de estropajo mezclado con corcho… Me refiero a esos que están todo el día pensativos y cabizbajos, hablando solos; y si hablas con ellos aprovechan para narrarte —por enésima o trigésima vez— sus «hazañas» del pasado, sus conquistas, sus «grandes» aventuras amorosas. Y resulta muy tedioso oír la misma cantinela mil veces…

Ahí precisamente es donde me baso para afirmar que la vida (¿qué coño será la vida?), en la etapa final, solo tiene humillaciones surrealistas y trágicas para los viejos, con lo cual demuestra que no les tiene ningún respeto… Y es curioso que un ser tan valioso, tan complicado desde el punto de vista biológico, intelectual y humano, termine la vida de esa manera, se convierta en «nadie», en un cero a la izquierda desentonado. Incluso, aunque le esperara otra vida como premio, debía alejarse de esta vida con una mayor dignidad… Pero no. Parece que lo más propio de la edad avanzada es el desaliento, la frustración, la invalidez y el miedo a la muerte que la ve tan cerca. Aunque también le da cierta validez a nuestra vida el hecho de ignorar lo que será de nosotros…

miércoles, 13 de octubre de 2010


Perplejidades de la vida


Pero es que, claro, la vida se desarrolla a veces a trompicones mezclados con una sucesión de sincronías o hechos fortuitos y confabulada con toda una gama de desenlaces deseados y no deseados, que, queramos o no, son los que nos van construyendo. Bueno, dejémoslo en una suposición, porque hay quienes creen que todo está escrito, que los renglones de nuestro acontecer están redactados antes, incluso, de que vengamos al mundo. Y aunque yo no puedo creer eso, hay que respetarlo… Pero, personalmente, dudo mucho de que haya seres extraños por encima de nuestras cabezas que dirijan nuestros pasos. A pesar, es cierto, que, a veces, ocurren cosas tan mágicas que le inclinan a uno a considerar que no les falta razón y si, en verdad, existirá algún manipulador camuflado por ahí que nos ponga la zancadilla o nos dé palmaditas en las espalda.

Por ejemplo, es curioso que yo, entre tantos reniegos dirigidos a mi padre y la falta de entendimiento que existió entre nosotros, encuentro que allá, perdido en lo más profundo de mi ser (e inadvertido totalmente por mi progenitor), esté escrito que su persona ejerció una influencia determinante en mi vida y no me refiero a complicaciones ocurridas por ser objeto de su abandono, sino porque si él no me hubiese invitado a pasar unos días en Medina de Pomar, Burgos, yo no hubiera conocido a Félix, y, entonces, este amigo nunca me hubiera podido presentar a Angelines, con quien me casé.

Precisamente, a partir de este hecho y otros parecidos, surge en mi mente una infinidad de preguntas relacionadas con la vida y las reglas que la instruyen.

Y el caso es que, para mí, ahora, cuando calculo que ya se ha gastado aproximadamente el 90 ciento de mi vida, al repasar mi historia, al hace un recuento de los sucesos más significativos acaecidos en mí, me reafirmo en que lo más importante que me ocurrió en este mundo fue precisamente ese hecho: mi unión a Angelines y los seis hijos que parimos juntos.

Fue éste un acontecimiento que marcó tan sensiblemente el resto de mi vida, y la configuró de tal manera, que decidió de una forma determinante cómo debía ser mi futuro, hasta llevarme a este grado de espiritualidad, sensibilidad, y elevación de sentimientos donde me encuentro ahora y que a veces me lleva a dudar de si, en realidad, «alguien» dispuso que todo esto ocurriera así, como ocurrió. Probablemente, sin la participación de mi mujer, mi vida habría sido un desastre… Y precisamente el tema me sirvió como inspiración en mis dos novela: la que ya escribí, De la misma tela que los sueños, donde dejé constancia de cómo había sido mi vida a su lado, y la que escribo ahora, donde trato de manifestar cómo pudiera haber sido ésta sin la presencia de ella.

En la vida de cada quien hay que considerar las características de su personalidad y las actitudes que le impone a su carácter. Y en la mía no puede dejarse de tener en cuenta que soy un ser altamente complicadillo. En mí se da una persona que soporta un carácter lleno de ansiedades, plagado de inconformismo, de deseos insatisfechos, de pasiones inalcanzables y sentimientos que horadan y conmueven mi corazón de continuo. Hay ocasiones que maldigo mis orígenes, que reniego de unos principios que ni sé si los tengo, que me hubiera gustado ser otro, no este que soy. O sea, quiero ser escritor y no lo soy (al menos no soy un escritor publicado, que es donde se constata la verdadera valía). He trabajado durante casi 40 años en el campo editorial de libros, sin que me haya interesado para nada esa profesión en la que, muy a pesar mío, me he desenvuelto mejor que bien y he obtenido más éxito del que yo mismo he buscado… Intenté ser periodista y me frustré porque nunca me dejaron decir lo que yo quería, y acabé por abandonar. Bien, pues la única que supo calmar esta tormenta interior, que supo conducirme dulcemente (ella solo hacía las cosas con dulzura), bajarme de las nubes, sacar a flote mis verdaderos sentimientos, refundirme, fue Angelines. No sé qué hubiera sido mi vida si ella no hubiera estado a mi lado. Precisamente, esa vida, cómo hubiera podido ser sin su asistencia, es la que trato de averiguar ahora en la narración que escribo.

Aunque han transcurrido diez años y medio desde que ella falleció, óigalo: no solo no la he olvidado, sino que cada día se acrecienta más mi amor por ella y me invita a sostener un sentimiento elevado de amor de forma permanente y ascendente. Es más: la tengo aquí, a mi lado, espiritualmente, tan presente que es casi como si su espíritu hubiese vuelto a la vida. Y, además, hablo con ella, me río con ella, recuerdo nuestras cosas y todos aquellos momentos felices que pasamos juntos… Eso hace que sienta su presencia tan eficazmente, que me produce una gran y hermosa tranquilidad, porque mi espíritu, mi conducta, mi salud, las modalidades generadas ahora en mi vida, están en sus manos…

¿Locura? ¿Obsesión? ¿Superstición? ¿Anulación intencionada de mi propia personalidad? ¡Llámelo como quiera! Pero el asunto es que este fenómeno espiritual me permite soportarme a mí mismo y resistir con cierta calma el vacío que ella dejó. Y también me da pie para agradecer a la vida que esté en permanente «estado de gracia» debido a ella y teniendo la sensación de que no soy viudo del todo…


En esta fotografía está Angelines con

nuestro sexto hijo, Dany, tres días después

de haber nacido. Es el año de 1972.

lunes, 11 de octubre de 2010


Aquellos difíciles días de mi niñez


Parte de mi historia queda expuesta en la pared de mi estudio mediante una colección de fotografías las cuales describen algunos instantes, junto a mi mujer y mis hijos, que merece la pena reseñar por una o por otra razón, y que, en general, describen unos momentos disfrutados. Pero allí sólo hay fotos tomadas a partir de mi noviazgo, es decir, desde que cumplí 22 años en adelante, que fue cuando me «eché» novia (pongo entre comillas esta palabra porque me resulta sumamente cómica). Para mayor explicación habría que especificar que, de los 78 años que acabo de cumplir, tendría que deducir los 21 primeros, opacos y tristes, que fueron nefastos, feos y desagradables. Cuando pienso en ellos, yo no me encuentro ahí, no parezco Jacinto o no siento como si se tratara de mí. Solo veo a un chico desquiciado, rabioso con el mundo, desplazado y confundido consigo mismo, abotargado e indeciso. Es tan malo el sabor de boca que tengo de aquellos días que hasta rehuso recordarlos o hablar de ellos.

Hoy lo hago como una excepción.

Cuando comencé a tener noción de que formaba parte del mundo, toda la familia nos acabábamos de trasladar a Madrid. Yo tenía por aquel entonces tres años. De la anterior época, vivida en Burgos, no recuerdo apenas nada. Sí tengo la noción de que fueron unos años espléndidos: teníamos dos «chachas» (empleadas del hogar habría que decir hoy), y mi madre —viendo sus fotos— parece una persona así, como muy aristocrática y glamorosa… Y es que nuestra vida en aquella ciudad era de alto nivel tanto económico como social. Pero, luego, mi padre y la guerra se las arreglaron para que, un año después de llegar a Madrid, todo se convirtiera en un desastre para nosotros.

Sí, porque por un lado estuvo la angustiosa etapa de la guerra, donde privaba la escasez de alimentos, y el mantenernos casi siempre secuestrados en casa, y, posteriormente, la huida de mi padre y su separación de mi madre (¿cómo se puede asumir eso: un padre que en medio de una guerra abandona a su mujer y a sus tres hijos menores y se larga para Francia, y luego México, cuando él significaba el único respaldo económico y la seguridad afectiva de nuestras vidas?). Después, al concluir la guerra, en El Crucero, acogidos en casa de los abuelos maternos, tres años. El primero de éstos se puede decir que bien, más o menos, claro, porque influyó poderosamente el significado de pasar de la escasez de la guerra a la abundancia, y de la reclusión a la libertad, todo en cuestión de días, lo cual resultó maravilloso, especialmente cuando ya no había necesidad de estar auscultando el cielo por si venían aviones a bombardearnos y teníamos que huir hacia el sótano del edificio. Pero, claro, a pesar de esa felicidad material momentánea, no faltaban los aspectos morales negativos: el hecho de ser una familia rota y acogida por caridad en casa de unos familiares, por muy abuelos que fueran, y, encima, abandonados por el padre y con la madre en estado de sufrimiento continuo. Además, la familia era asediada por críticas malsanas y desconsideradas. Se daba el caso de que mi madre fue la única de las seis hermanas que se casó con un intelectual-poeta, escritor, periodista, niño mimado por su madre, viuda, en buena situación económica —no generada por él, desde luego, sino por sus antepasados—, y, además, bohemio, mujeriego y poco responsable… Toda la familia de mi madre —mis abuelos, mis tías, o sea, sus hermanas—, se opusieron férreamente a este noviazgo, más teniendo en cuenta que Eduardo, mi padre, era cuatro años más joven que Soledad, porque cuando él pretendió a mi madre, tenía apenas 16 años, y ella 20. Y, además, tenía fama de frívolo y casquivano. ¿Habría alguna chica en Burgos menor de 20 años que no hubiese recibido alguna de las encendidas poesías donde él desahogaba sus ansias amatorias? Pero, los intereses son los intereses: cuando mis abuelos comprobaron que Eduardo era el heredero de la librería más importante de Burgos, de la editorial y de algunas posesiones en la provincia, «accedieron de buen grado». Así que se casaron un 23 de febrero, el mismo día que Eduardo cumplía 20 años de edad (mi madre tenía 24), con el beneplácito de todos. Pero unos pocos años después, cuando murió mi abuela Manuela Levantini (que era la que sostenía todos los negocios creados por mi abuelo Jacinto) a mi padre le dio la ventolera cerebral: lo vendió todo y «¡vamos para Madrid, que allí nos espera la fama y la fortuna…!» Y, a partir de aquel momento, el desastre se nos vino encima. Aparte de que, una vez en Madrid y ante la atroz posibilidad —que ya se veía venir— de que pronto estallaría una guerra, mi padre, muy ufano, muy idealista él, portándose como un «encendido patriota», ingresó en el partido comunista con la misma naturalidad que quien se toma un vaso de vino… Total, a la larga acabaría por abandonarnos a todos: a sus tres hijos, a su mujer y al partido comunista, se uniría a Mada Carreño, y huiría primero a Francia, y luego a México —en el Sinaia—. Una vez allí, «si os he visto no me acuerdo» para usar una frase que parece lapidaria.

Por esa razón, entre las fotos de mi pared no figura ninguna suya. No es que yo viva en un perpetuo estado de rencor. Simplemente no lo considero el padre que yo hubiera deseado ni necesitado (cuando regresó de México yo tenía 15 años y casi ni me acordaba de él. Murió al año siguiente…). Y pienso: si él no me quiso a mí, tampoco tengo yo por qué quererle a él. Por otra parte, si no tengo un buen recuerdo de su actuación como padre, sería una hipocresía colocarlo frente a mi vista como si aquí no hubiera pasado nada…

Y respecto a mi niñez, por lo que tengo entendido, a los ocho-diez-doce años era un niño bastante agraciado y, sobre todo, muy simpático: la gente se reía mucho conmigo. Entonces ¿por qué la familia de mi madre me creó esa fama de niño rebelde, malo, mentiroso, travieso, abominable y descarado? Durante un par de años tuve que vivir separado de mi madre porque ella decidió irse a vivir en una residencia de monjas y allí no se admitían niños. Y me vi obligado a repartir mi vida en las casas de mis tías: en una comía y en la otra iba a dormir. En aquella época no hubo nadie en mi vida que sintiera interés por mí, o sea, si yo iba a la escuela o si hacía las tareas o hacía novillos. Vivía desprotejido y, en cierta medida, desamparado. En realidad, en mi familia materna todos se regían por los artículos que provenían del catecismo Ripalda. Muchas pamplinas religiosas, a base de novenas, rosarios y misas, pero un egoísmo exacerbado y unos corazones duros como el pedernal. Yo detectaba en ellos hacia mí una especie de rencor, una desconfianza sempiterna, y me convirtieron en un perpetuo repudiado, en un ser molesto, en un individuo inoportuno, en un parásito. De ellos nunca recibí una caricia, ni oí una sola frase de amor ni de ánimo. Ni siquiera de consuelo… Hay un detalle muy significativo, algo muy simbólico que habla mucho de mi relación con ellos: un año, cuando apenas faltaban dos días para la fiesta de Reyes, me vinieron a decir que los reyes eran los padres, así que no debía de esperara nada… Yo ya lo sabía y me hacía el tonto, pero es el detalle: ¿se puede tener un corazón más perverso? Hace falta ser mal nacido para ir a decirle a un niño dos días antes de que lleguen los regalos, que los reyes no existen. Y todo para ahorrarse un juguetillo de mierda…


En la entrada, mis padres poco antes de casarse