viernes, 20 de noviembre de 2009


Diario para la reconstrucción


Desde que comencé este blog tengo la tentación abordar el tema de la «renovación» personal. Intentar descubrir qué sentido tiene y si conlleva alguna ventaja espiritual. ¡Ah! y si es posible llevarla a cabo o es mera retórica. O sea: la idea de reflexionar sobre el significado de «remodelar» mi estructura espiritual o moral —o como quiera llamársele—, de ir progresando en el ámbito de los sentimientos de tal forma que cada día me sienta más y más en paz conmigo mismo, al tiempo que voy aceptando y comprendiendo mejor a la gente que me rodea y al mundo, se convirtió en un propósito.

Aunque no lo había abordado seriamente hasta ahora.

Claro, esto suponiendo que semejante empeño constituya una aplicación válida, y que sea adaptable social y culturalmente, es decir, que suponga un intento verdadero y no un mito sin más trascendencia que la expresión verbal. Se trata de un proceso recomendado por el Dr. Álvaro Pascual-Leone, mi amigo, iniciado con la redacción de la novela que comencé hace nueve años —a raíz de la muerte de mi mujer, Angelines—: cuando la terminé, hace dos, imbuido por ella y por lo descubierto sobre mí, me impulsó el deseo de continuar el proceso de reconstrucción, superar los contratiempos personales y las trabas, así como los complejos acumulados durante toda mi vida y que, de alguna manera, pudieron haber afectado en la relación con mi mujer.

Descubrí, principalmente, un cierto egocentrismo depositado en mi «estructura» moral, una forma de ser que incluía el hecho de sentirme algo más inteligente que el resto de las personas (de hecho, en México, recién llegado y cuando me decidí a dejar el periodismo para entrar en el medio editorial, en una reestructuración administrativa que se realizó en la empresa donde trabajaba, me hicieron un test de CI y di la cifra de 148… Y si pongo este dato sobre la mesa no es por vanidad o presunción —se trata de una condición que, en algunos aspectos, me perjudicó más que beneficiarme—, sino porque es la clave para lo que trato de exponer aquí).

¿Se nace con la personalidad inducida por factores genéticos y biológicos o se va formando mientras se camina por la vida? (podría resultar de una mezcla de ambos factores) Si somos fruto de la casualidad, y de ciertas reacciones químicas que solo se desarrollan en un ámbito determinado —temperatura apropiada, atmósfera, sol cercano, agua, vegetación, etc.—, no merecería la pena hacer ningún análisis, porque entonces la moral no existiría: somos como somos porque la cultura y la necesidad nos han llevado a tal estado. Aceptando que en el universo todo existen ciertas leyes, prefiero atenerme a la teoría de que hay una inteligencia superior o un plan determinado por encima de nuestras cabezas, venga de donde venga, y que, en ese caso, estaríamos todos, naturaleza, animales y humanos, más o menos programados. Eso introduce en nuestras vidas y hace válidos los discursos, la filosofía, la ética, los sentimientos de solidaridad, el amor en toda la extensión de la palabra, el progreso, la compasión, el afecto y una mirada de esperanza hacia un punto allá en el Universo, que puede ser el punto Alfa. Con esta idea de condición humana, sí es posible concebir que la lucha con uno mismo tiene un sentido y una aplicación: tratar de perfeccionarse para mejorar el mundo en lo que a mí me corresponde, y convertirnos no solo en partícipes, sino también en artífices de la Creación, y en seres solidarios con la Naturaleza. Eso nos permite contemplar las cosas de diferente manera, nos ayuda a sentirnos parte del todo, a identificarnos con la vida, y a sentir amor por nuestro prójimo. Un amor sin condiciones…


(En la fotografía, Luna y Orion, mis sobrinos-nietos,

contemplan el arte humano.

La fotografía es de mi sobrina Julie.)

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