miércoles, 24 de agosto de 2011



Este extraño mundo


Qué extraño resulta este mundo, ¿verdad? ¡Qué inconcebible todo lo que nos rodea! Véame, ahora, a mí, en este momento, al iniciar estas líneas, inmerso en una placidez calmosa mientras oigo unos dulces acordes al piano (y, posiblemente, invitado por ellos, debido a los sentimientos y pensamientos que suscitan), de Fariborz Lachini, en Golden Autumn. Miro a mi alrededor y contemplo lo bella, enmarañada, sutil e inexplicable que es la Naturaleza. Durante estos dos o tres días pasados todo era preocupación, desasosiego, fastidio: irrumpía en nuestros lares, en nuestra rutina de cada día —obligándonos a variarla—, «Irene», una tormenta-huracán a la que bautizaron con este nombre tan dulce y femenino para paliar de alguna forma ese componente destructivo y horroroso que suelen traer consigo los desastres naturales. Apenas ayer —y antes— el viento rugía y se sentía amenazadora la tormenta, lanzando sobre los cristales de mi ventana grandes ráfagas de lluvia y viento. Las altas palmeras situadas afuera, frente a mí, se cimbreaban hasta casi tocar el suelo; la energía eléctrica estaba cortada y con ello se habían inutilizado todos —o la mayoría, porque mi nevera fue posible conectarla a una línea maestra procedente de una planta autónoma del edificio— los instrumentos que componen, condicionan y nos llenan cada día: no había computadora (por lo tanto, no había Internet); no había televisión; no había cocina (estufa, dicen aquí), no había música; no había aire acondicionado… Solo quedaba leer —los libros son los únicos que no le temen a nada ni a nadie (bueno, sólo a aquellos que los queman), pero con el rugido del viento y tanto desarreglo atmosférico, era casi imposible concentrarse en la lectura… Así que no quedaba más remedio que pasear desde la sala hasta la habitación del fondo (desde donde sólo se divisaba un mar bravo, rugiente, muy diferente del idílico, de un azul puro, que se contempla casi todos los días), y desde la habitación del fondo hasta la sala… Y así, sin desesperarse demasiado porque son éstas situaciones que no tienen solución, dejar que transcurran las horas abstraído con un cúmulo de pensamientos la mayoría negativos…

Hoy, tres días después, todo vuelve a la «normalidad». Y uno se «empapa» de nuevo de paz, de amor, de deseos de hacer cosas, de escribir en la computadora, de contemplar a los semejantes en sus locas idas y venidas, y dedicarse a recomponer el apartamento —donde todo está patas arriba—. O sea: de dar continuidad a la vida: escribir, escuchar música, dar paseos por la playa y esas cosas. Y, sobre todo, volver a admirar las maravillas de la Naturaleza, la risa de la gente, ver a los niños correteando por el parque, y a los animales (compuestos principalmente por perros) satisfechos de que la vida siga sin más contratiempos.

Ahí es donde me refiero cuando hablo al principio de lo inconcebible de la vida, o de lo extraño que es nuestro planeta Tierra. Si lo consideramos en términos universales, no hay duda de que somos unos privilegiados y podemos considerar que nuestra existencia, venga de donde venga, es un auténtico milagro: no hay vida (ni nadie de nosotros podría vivir sin la protección debida) en cualquiera de los planetas que nos rodean o en aquellos que están dentro de nuestro campo visual: no hay vida en Marte; allí no existen frutas ni productos de la tierra, ni en Venus tampoco; ni en la Luna a pesar de estar a una distancia del sol semejante a la nuestra. Allí no hay un mar que nos extasíe. Si excluimos la fuerza de la gravedad, lejos de la Tierra todo parece inhóspito, inhabitable, desolado, agresivo. Sólo aquí se da una multiplicidad de condiciones para vivir: hay atmósfera, nos movemos protegidos por la presión adecuada, hay seres vivos que se alimentan entre sí inexplicablemente, nuestro clima es soportable, hay agua, los colores de la naturaleza son bellos (y, en algunos casos, bellísimos), hay frutos para alimentarnos, hay ríos, hay un mar poblado de peces… Muchos días, uno se queda admirado ante la belleza y el color del cielo, la serenidad del mar, el vuelo de las aves, la inventiva humana… En realidad, todo parece ser un milagro (como decía Einstein) y todo parece estar construido para nosotros, para que lo disfrutemos.

Pero, dentro de esa «idílica» existencia, están estos días inexplicables, contradictorios, cuando todo parece estar en contra de los humanos, tratando de exterminarlos o hacerles la vida imposible. Hay veces que parece como si la misma Naturaleza deseara aniquilarnos… Y esa es la gran contradicción: si hay tantas, tantísimas cosas que contribuyen a enriquecer nuestras vidas y hacerla agradable, ¿por qué, entonces, a veces el mar ruge, el cielo descarga tormentas y borrascas con tanta furia, la tierra tiembla, surgen volcanes, llueve hasta ahogarnos, y mueren trágicamente tantos seres? ¿Cómo es posible que en este puntito del universo llamado Tierra nazca algo que elimine lo idílico para descargar su furia? ¿Es que, a pesar de todo, los seres humanos no somos bien recibidos aquí? ¿O existen dos fuerzas contradictorias —la del mal y la del bien—, que mientras una quiere exterminarnos, otra quiere que seamos felices y admiremos su belleza? (claro, dentro de lo que cabe…).

domingo, 21 de agosto de 2011



La imaginación todo lo puede


Para mí, para mi vida, ella, o sea la presencia de mi mujer, Angelines, en mí, aún después de muerta, se ha convertido en una cuestión primordial. O, mejor diré «esencial» para expresar mejor la necesidad que tengo de su apoyo. Pero es triste que lo esté descubriendo ahora, cuando ya no está entre nosotros, y cuando es imposible manifestárselo en persona.

Claro, debo advertir que yo no había tenido nunca tanta comunicación con nadie, ni soñaba tenerla cuando nos casamos; esa sublime sensación de pertenencia, de ser amado, de ser necesitado por alguien, de convertirme en objeto de su mirada —siempre tranquila y afable.

Y creo que esa es la esencia de la vida, lo verdaderamente fundamental de ella… Comunicarse, entenderse con otra persona.

En nuestro caso, fueron cuarenta y cinco años abriéndonos el corazón, relatándonos cómo somos, lo que sentimos cuando nos miramos, lo que ambos esperamos de la vida, y cuanto nos deseamos sin referirnos con esto a implicaciones sexuales, o no considerar a éstas como parte esencial de la vida. En realidad, es mucho tiempo sintiendo su ternura, su preocupación por mí, su dedicación a mí… Vivimos juntos el tiempo suficiente para reconocernos con una mirada, con una sonrisa, o con un simple gesto. Y es curioso cómo se acostumbra uno a convivir con la otra, a encontrarse con ella y en ella, a abrazarse, a identificarse, a sentirse amado, y a dar amor sin condiciones.

Por esa razón he tenido que inventarla de nuevo, resucitarla, usar los medios que me ha regalado la Naturaleza para continuar teniéndola como base de mi vida. Y volver a percibir su mirada generosa y amable y su sonrisa triste… Igual que lo hacía cuando estaba a mi lado.

En verdad, ignoro si está en alguna parte y si se sigue sonriendo con mis gracias. No lo sé ni quiero saberlo, porque eso es solo cuestión de instinto, de percibirla maquinalmente sin recurrir a explicaciones científicas. Si presto mucha atención a la frialdad de mi razonamiento, soy capaz de «quedarme viudo para siempre», en un vacío abismal, sin representaciones imaginativas. Y, ¿entonces, qué sería de mí? Viéndolo bien, estas son las facultades entregadas por la vida… ¿Por qué renunciar a ellas si me ayudan a vivir?

jueves, 11 de agosto de 2011



Los «(des)arreglos» de la vida


Hay algunas «funciones» en la composición de la vida, o sea, en determinados campos estructurales y procesales de ella, donde parece quedar demostrado que existe una «fuerza» regidora o administradora de nuestro desarrollo espiritual, de nuestros comportamientos y de nuestras normas de reproducción. Sin ir más lejos, podemos reparar en el hecho supremo, creativo e impresionante del nacimiento, de llegar los seres a este mundo después de haber pasado por una serie de acontecimientos biológicos y químicos, combinados con la acción de creación gracias a un rapto de frenesí que puede provenir, incluso, de una acción irreflexiva pero hacia la que nos empuja insistentemente la Naturaleza (¿Ves, cariño, no soy yo: es la Naturaleza…!). ¿Y qué decir de la regulación de los individuos debida a la muerte…? Morir no es un acto biológico o pasajero, desde luego, sino regulador, además de estar colmado de representaciones profundas. También hemos de mencionar el celo de las hembras, tan relacionado con el deseo sexual (aunque, más poéticamente, este hecho podría entenderse como un «impositivo acto de amor temporal», del cual depende la proliferación de los seres humanos). ¿Y nuestra facultad de captar tanto lo bello como lo feo, que influye radicalmente en los sentimientos y nos convierte en seres con un talante mejor o peor hacia la vida? O la ternura despertada por los niños así como el cuidado amoroso que se les dedica mientras no pueden valerse por sí mismos o se encuentran en etapas de aprendizaje. Disponemos de la sonrisa como un atenuante de los malos sentimientos, y su influjo en la vida armoniosa; o el día y la noche, o la vegetación con su triple utilidad: nutritiva; ayudarnos a vivir mediante sus funciones químicas y biológicas, y hacernos disfrutar de su aroma y de su belleza. Sin olvidar nuestro deseo de mejorar, o la facultad de hablar y comunicarnos, y el entendimiento, y la creación musical y el arte, y la conciencia, y el llanto y la creatividad… Y existen muchas, muchísimas más facetas que forman parte de las herramientas que son clave de la vida… Funciones que con el paso del tiempo han sobrevivido, por ser necesarias y, sobre todo, útiles, porque, ¿qué sería de nosotros si no pudiéramos pensar (bueno, hay muchos que esto de pensar no va con ellos…), o si no fuésemos aptos para apreciar la música y para crearla, o que careciésemos de la posibilidad de expresar nuestros sentimientos y nuestra opinión?

Luego, a las funciones naturales, se han ido sobreponiendo otras creadas por el ser humano como actitudes necesarias para el desarrollo artificial de la vida que nos hemos ido imponiendo. Me refiero a las diversidades ideológicas —a veces irreconciliables—, a la ambición, al horror de matar, al robo, al uso de drogas, a la enemistad tantas veces provocada por la envidia…

Cuando yo era niño —es decir, cuando era ese joven sabihondo que fui y que nunca dejaba de hurgar en los temas más enrevesados (aunque no me estaba permitido expresar ninguna duda o proponer una modificación acerca de Dios, de ese Dios antropomorfo propuesto por la Biblia, tan reconstruido a base de adoptar como modelo a uno de tantos reyes de la Edad Media), cuando pensaba en la creación del mundo, veía a Dios (entonces creía en él ciegamente) a un ser colmado de poesía… ¿No se requieren grandes dotes de poeta para crear una flor, un ciervo, un árbol, una estrella, una montaña, un río…?

Otras veces achacaba la creación del mundo al hijo pequeño de una familia perteneciente a una raza muy superior a la nuestra, una familia de otro mundo muy por encima del de nosotros, un mundo inconmensurable con unos seres muy superados, que serían capaces de dominar la materia, de crear vida, de viajar mediante la descomposición molecular, de crear acciones materiales solo con la aplicación de la mente, de poseer un conocimiento exacto de la razón de la vida y acerca de cuál es nuestro verdadero destino. Bien, pues dentro de esa familia perteneciente a una raza superdotada, cierto día, el hijo más pequeño, antes de que su papá se fuera de viaje, le pide que si puede, para entretenerse, jugar a crear un mundo. Ante tal petición, el papá se le queda mirando pensativo. Duda de si el niño ya estará suficiente maduro para responsabilizarse de algunas cosas, como la creación de elementos con vida. Y se dice: «Bueno, el nene ya va estando mayor. Le autorizaré y si veo que su creación no responde a las normas establecidas, las destruiré». Entonces le dice: «Está bien, pero trata de ser responsable. Esas cosas no son muy apropiadas para jugar…» Después se sube a su nave que desarrolla una velocidad mil millones de veces superior a la de la luz, y se va a una reunión en la Galaxia X-0328zh300. Mientras, el niño se encierra en su cuarto-laboratorio, mira en su archivo y elige una bola que parece tener ciertas condiciones para el experimento; agarra después varias moléculas, se las inyecta a unas células que tiene reservadas en la nevera, les adiciona unos átomos desarrolladores, y comienza la diversión creadora: comienzan a surgir caballos, pero también camellos jorobados. Y en ello está aún (en ese mundo el tiempo es otro, diferente del de aquí). El papá aún no ha regresado de la reunión en la Galaxia X-0328zh300. Cuando regrese tal vez apruebe la creación del niño (aún pasando por alto algunos defectos). Pero tal vez no lo encuentre apropiado y entonces decida destruirlo todo y esperar a que el niño sea más maduro…