domingo, 29 de marzo de 2015


El Mito de Sísifo
Indudablemente que hay algo en mis actitudes, o en mis costumbres, o en mis manías, que me separan del resto de los humanos. Y no es que quiera presumir de exclusivista o de personalidad única y extraña, pero desde que comencé a tener uso de razón me sentí distinto, separado, o sea, no digo ni mejor ni peor, solo quiero dar a entender que me siento diferente. No sé si se deberá a mi extraña formación de cara a la vida, o a mis circunstancias económicas y sociales especiales y heredadas, o a la falta de coordinación y dominio entre mi cuota de acción y mi inteligencia, o a la lucha permanente, es decir, al desacuerdo entre mi consciente y mi subconsciente, o a la contradicción entre mi deseo de imponer mi paso y el freno representado por mi timidez, o entre mi fuerza de razonar y mi fantasía, o entre mi ilusión y mi desengaño, o tal vez se deba al choque perpetuo que prevalece entre mi acción mental y mi rémora física, siempre aliñada con una pequeño efecto de desconfianza. Pero la realidad es que mi vida se me ha pasado incrustada en una eterna lucha entre la ilusión y la decepción, y con miles o millones de ideas discontinuadas, muertas antes de haber nacido. Por otra parte, desde siempre, desde que era un niño, he sentido la espada de Damocles arriba de mi cabeza, bien por la represión sufrida en aquel crítico momento o por los límites que me exigía mi conciencia tan manipulada siempre, como si fuera un desobediente perpetuo, un reacio, y las costumbres, o los prejuicios, o los convencionalismos, me obligaran a hacer lo que no quiero hacer. De cualquier manera siempre me he movido en un nivel medio, tanto en el orden profesional como en el espiritual, pero acogido por costumbre a la metáfora,  a lo simbólico, al sueño imposible. Mi amiga Mada Carreño me decía que yo era el mejor representante en la vida real del mito de Sísifo, que nunca terminaba de subir la piedra, aunque en el caso del semidiós mitológico era debido al castigo de los dioses, y en el mío al desconcierto permanente, a la endeblez de mis pasiones, a la dislocación de mis deseos cuya fase se presenta cuando estoy a medio camino. Pero creo que sería caer en un pecado de desagradecimiento cuando digo que deseo alcanzar más de lo alcanzado: porque no puedo negar que siempre me he visto rodeado de una mujer divina que enjugaba mis lágrimas y me recordaba que la vida también tiene su lado noble; unos hijos que me hacen eterno y que son como una segunda edición de mí corregida y aumentada, y unos buenos amigos, pocos, que me entienden y me hacen sentir la gran aventura de vivir…

jueves, 19 de marzo de 2015

Lo que nos da la vida.
Dijo Pascal: «El hombre contempla la majestad del universo y queda sobrecogido. Se espanta de sí mismo, encogido, temblando entre esos dos abismos del infinito y la nada.» 

Es casi palpable que la vida ha de basarse en un fundamento, en una razón de ser, en un programa físico y biológico, o tener un destino determinado. ¿Existe algo en la Naturaleza que no se atenga a una función?  Está muy claro que el concierto universal funciona sobre un propósito y que reúne demasiada coincidencias para que pensemos que se trata de un hecho casual. Puede que provengamos de algo más grande, muy superior a nosotros, que, a su vez, sea dependiente de otra fuerza aún mayor. Cuando miro hacia nuestro entorno, que es como decir hacia nuestra casa, nos veo como un enclave intermedio, como algo que es de necesidad para alguien, como si fuésemos un elemento que tiene una misión primaria o secundaria dentro del concierto universal. Consideremos el caso de nuestras células: ¿saben ellas que están dándonos la vida, construyendo nuestro corazón, o nuestro cerebro, o nuestro pulmón, o nuestro páncreas?  ¿Sabe el espermatozoide al fertilizar al óvulo que está fabricando un ser o lo hace solo por instinto o porque la fuerza de la Naturaleza se lo exige? ¿Sabrán a ciencia cierta que lo que hacen estas dos células tiene un valor que, en su conjunto, reproduce la vida? ¿O lo harán solo por instinto o porque así se lo ordena su dios o se trata de una exigencia natural? En la vida todo es dependiente: nadie tiene un valor aislado, exclusivo, suyo propio. Nosotros, los mortales, dependemos de lo que nos da la vida, de lo que nos ayuda el hecho de facultarnos para emitir palabras y poder comunicarnos; de lo que incentiva nuestro amor entre nosotros, y amor por el arte, y por aquello que nos ayuda a manifestar nuestros rasgos de ternura, nuestro amor a los niños y a los animales, nuestra admiración por el entorno que nos rodea que, cada vez tengo menos dudas, funciona para complacernos, para hacernos felices o para causarnos llanto de arrepentimiento que nos impulse hacia ansiedades de efectos superiores. Ahora, a mi edad, veo que, dentro de las imperfecciones, todo tiene un propósito. Sí capto, desde luego, cierta injusticia, un comportamiento del destino donde no existen los individuos o los casos particulares, sino que lo que importa es el conjunto, la especie. Donde la Naturaleza no hace distingos, donde al que le toca, le toca, aunque es posible que todos, ricos y pobres, guapos y feos, altos y bajos, estemos sometidos a los mismos valores. De todos modos, aunque no me gusta personalizar, tiendo a analizar mi caso concreto y lo tomo como un ejemplo de desarrollo de un elemento que pertenece al género humano: nacido en una etapa de guerras, las cuales me tocó sufrir, una etapa de desconcierto, de escasez, de peligro, de persecución, y no encontrando la ayuda que todo niño espera encontrar en sus mayores, el instinto me impulsó por un camino que lo presiento como trazado por alguien, ya que la evolución, el desarrollo de mi vida, mi pensamiento, a pesar de que pueda parecer que lo que expongo es una jactancia, me incitan a preguntarme: ¿Seré yo uno de los señalados? Porque pienso que a la hora de morir uno es evaluado y una de dos: o es enviado a un almacén de objetos inservibles, o es seleccionado para encarnarse en otro ser, o se convierte en aire, en fantasía, en mierda de perro. Hasta puede que en cucaracha…

sábado, 14 de marzo de 2015


La ventaja de ser un «gluino»
De cualquier manera, si sometemos nuestro pensamiento y supeditamos nuestras decisiones a la razón y a la elucubración científica, acabaremos por desmitificar la vida, despojarla de la mayor parte de sus atributos emocionales y espirituales, y, posiblemente, llegará un día que lo resintamos angustiosamente. Una cosa es obtener de la ciencia lo que nos permite evolucionar en el plano de la salud, progresando, por ejemplo, en el conocimiento de las enfermedades y sus remedios, o en la comunicación, o en la concordia humana, o en la apreciación del arte, y otra que la ciencia elimine nuestros mitos, atentando contra nuestra imaginación y contra nuestra fantasía, como intenta hacer Dawkins y otros «sabios» de su talante. Ayer leía las manifestaciones de un científico español –Luis Álvarez-Gaume– acerca del Bosón de Higss así como una serie de artículos relacionados con el inconcreto y enormemente costoso «acelerador de partículas» o LHC, cuyo valor «práctico» es altamente incierto y, hasta cierto punto, confuso. Los conocimientos físicos que representa esta magna obra construida en los Alpes, entre Suiza e Italia, cuya investigación, dice, acabará por descubrirnos y ponernos al tanto de nuestra desoladora realidad, casi me sobrecogen: ¿como es posible que en estos tiempos de escasez, de corrupción, de desempleo, de engaños, de hambre en muchos ámbitos de la Tierra, venga un científico a hablarnos de algo que, además de tener un alto costo, carece de una aplicación práctica y concisa. En estos tiempos que atravesamos, ¿que nos importa que el Higgs sea una partícula fundamental o una partícula compuesta, o que el núcleo esté conformado por protones y neutrones? ¡Cuán lejos están estos científicos de esos seres que por las noches, en las calles de Madrid, se acercan sigilosamente a los contenedores para obtener sus alimentos…! ¿Se muestra usted satisfecho o satisfecha de que, dado el alto costo de dicho instrumento, tanto en esta máquina como en su resultado –tras intentar ponerla por segunda ocasión en marcha–, solo haya expresiones como «quizás» y «veremos a ver si hay suerte» , o que «se van a producir una gran cantidad de gluinos, un tipo de partículas que serán las compañeras supersimétricas de los gluiones, que funcionan como un pegamento que unen varios quarks para formar partículas complejas? Pero, dígame: ¿en qué nos estamos gastando el dinero? Según este científico, con estos experimentos podremos saber «lo que pasó en el universo a raíz del Big Bang, como si a alguien le importara tal cosa y menos a un costo tan elevado. Estamos aquí, ¿no? ¿Y podemos extasiarnos ante el paisaje? ¡Eso es lo que importa! En realidad, esos científicos no reconocen a Dios, pero han construido su dios dentro de sus enrevesado mundo nuclear y en sus gluinos. ¿Somos nosotros más felices que, por ejemplo, aquellos celtas de antaño que danzaban y tocaban instrumentos ante sus dioses hace más de tres mil años? ¡Al menos ellos estaban seguros de su procedencia y su destino, y todo lo resolvían con sus dioses…! 
Y lo más pasmoso es que lo que deparará esta segunda puesta en marcha del acelerador de partículas, todavía no lo sabe nadie, ni los que lo manejan. Ellos están en una situación de «a ver si…», de «tal vez nos encontremos con…», «es posible que…». Todo es incierto, todo se limita a un tanteo, y hasta pudiera encerrar cierto peligro en las funciones de nuestra Tierra. Pero este mismo científico que asegura que «esta actividad es muy divertida», así, tan ufano, ignora que los 10.000 millones de euros que ha costado hasta ahora dicho complejo y los casi 200.000 ordenadores que controlan su funcionamiento a 100 metro bajo tierra se está pagando un alto precio para solo estimular la pedantería exultante de un grupo de científicos desligados de las necesidades humanas y de sus requerimientos, para los que la metafísica no significa más que el de un rollo de papel para limpiarse el culo. ¿Qué piensan descubrir? ¿Que no existe ningún dios que controle la vida, que todo es física, y que su dios está escondido en el núcleo formado por las partículas y la mecánica cuántica? Ellos responderán que todo se hace en pro de la cultura; que a la investigación científica no se le pueden poner peros, que es ella la que nos ha llevado a la situación buena o dudosa (como la destrucción del clima) donde estamos hoy parados… Pero no debemos olvidar que la ciencia es en unos casos satisfactoria, pero en otros tiene su dosis de perversión y muchas situaciones destructivas.

lunes, 9 de marzo de 2015


Influencias del más allá
¡Qué extrañas son las influencias que ejerce la vida sobre nosotros. Y, sobre todo, lo que más me preocupa es con qué intención lo hace o quién será el que nos lo impone! ¡Al afirmar tal cosa no puedo dejar de asociarlo con la enorme prevalecía que has debido desarrollar para introducirte en mí, así, como lo has hecho! Además, con escaso merecimiento por mi parte. Hasta podría decir que te has sublevado contra las leyes que imperan en el Universo con el fin de estar junto a mí… Sí, porque tú te has convertido en un resorte básico de mi vida hasta el punto que ya no podría prescindir de ti. Es decir: eres tú la que me sostiene desde el punto de vista moral y espiritual. ¿Qué instrumento del destino sería el que se usó sobre nosotros para convertirnos en un solo ser? ¿Quién salió de su madriguera, puso sus ojos sobre ti y sobre mí y estableció que nos juntáramos y fundáramos una familia? Porque, si lo hizo fue venciendo toda una serie de inconvenientes que le salieron al paso: yo no voy a negar que, cuando te vi por primera vez, tú llamaste mi atención con fuerza, aunque, como mujer, no correspondías al tipo que yo admiraba en aquellos 20 años míos banales, descolocados, superficiales y veleidosos. Entonces, o sea por los días que te conocí, era cuando realmente yo comenzaba a vivir, y mi pensamiento era sobre todo desparramado, inconcreto: me atraían algunas mujeres del cine como Virginia Mayo, Betty Gable y, en el colmo de lo espiritual, Jean Fontaine, que, al sonreír, me causaba una especie de síncope místico… Todo esto refuerza mi convicción de que alguien decidió por nosotros. Porque, si esto fuera poco, el día que nos conocimos —ya lo he comentado cientos de veces— asistí a aquella reunión de amigos de pura casualidad y ante su pertinaz insistencia porque me encontraba un tanto deprimido, y, desde luego, desde ningún punto de vista, tenía el propósito de buscarme novia. Sí, tengo que reconocer que, de entrada, tú llamaste mi atención y hasta puedo asegurar que me sentí un poco prendado de ti, de tu sonrisa, de tu mirada, de tu comportamiento, de tu profundidad como persona, pero estaba muy lejos de crearme un compromiso serio. Y no solo era mi propósito no crearme ninguna obligación, sino que, además, mi situación económica así me lo recomendaba… Y no se trataba únicamente de estos argumentos: mis amigos me habían impuesto como condición la prohibición de fomentar mi relación contigo o con tu amiga Maxi: primero porque tú ya tenías un pretendiente, creo, y, además, uno de los asistentes varones tenía mucha relación con tu familia y había prometido cuidar de ti. Y como yo tenía tanta mala fama… Así que para hacer frente a las imposiciones, me protegí diciéndome que tú no te ajustabas al tipo de mujer idealizado por mí. Entonces, siendo así las cosas, ¿cómo es posible que al finalizar ese día tú y yo ya fuéramos novios? ¿Qué deidad intervino en nuestras vidas para que nosotros nos encontráramos y nos convirtiéramos en pareja estable ese mismo día, cuando, incluso, habíamos comenzado la fiesta cada uno de nosotros con parejas diferentes? ¿Quién pudo decidir que a pesar de tanto inconveniente, declaráramos nuestro amor ese mimo día y comenzara a partir de entonces una vida que duraría 45 años, produciría seis hijos y, después de tu fallecimiento, te metieras en mis entrañas, en mi corazón, en mi cerebro, en mi alma, con esa potencia con que lo has hecho?