martes, 10 de noviembre de 2009



Si yo fuera creyente…


Si yo fuera creyente no tendría la menor duda de que ella, su espíritu, me está ayudando a vivir. Si yo fuera creyente no me extrañaría verla venir en mi ayuda no una, sino mil veces. Si yo fuera creyente, estaría seguro de que son sus palabras las que llegan a mí. Si yo fuera creyente no dudaría que cuando le hago preguntas ella me responde. Si yo fuera creyente admitiría que mi nueva actitud ante la vida es obra de ella. Si yo fuera creyente no titubearía en pensar que ella se fue antes que yo para salvarme a mí de mí y abrirme camino. Si yo fuera creyente cuando miro su fotografía y la veo sonreír no tendría ninguna duda de que la que sonríe es ella. Si yo fuera creyente, mis sueños con Angelines los consideraría una forma de comunicarnos… Si yo fuera creyente, ¡ay, si yo fuera creyente…! Pero como no lo soy… Ahí es donde se forma en mi mente un enorme e insoportable enredo emocional. Siento su ayuda de forma tan clara, tan evidente, tan divina que solo podría desentrañar el misterio si yo fuera creyente…

¡Qué extraña es la vida! A lo mejor, si yo fuera creyente no vería ninguna de estas cosas porque yo hablaría directamente con Dios y a ella la pondría a un lado. Pero como no lo soy, Angelines, solo ella, acapara mi atención y mi corazón y mi subconsciente es habitado por ella. Claro, sería un poco abusivo y científicamente fácil cargarle todos estos efectos a mi imaginación, a mis anhelos, a mis deseos obsesivos o a mis alucinaciones cerebrales. Yo me tengo por un individuo normal dentro de lo que cabe, realista y sin obcecaciones confusas ni supersticiones. Aunque no dejo de reconocer que mi deseo de ella es tan fuerte que, inconscientemente, podría manipular mis neuronas para hacerme creer que veo lo que no existe.

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