domingo, 8 de noviembre de 2009



El descrédito del alma

¿Atenta la concepción del alma contra el sentido común? En la actualidad «alma» es una expresión caduca que ha caído en descrédito. Hoy casi ni se menciona o se menciona con cautela pues provoca algunas sonrisas irónicas en ciertos oyentes…
¿Es el alma la representación de nuestros sentimientos? ¿Lo es de nuestra conciencia? ¿Es nuestro subconsciente? ¿Es el espíritu o la «sustancia» incorpórea que abandona nuestro cuerpo y emigra a otra dimensión cuando morimos? ¿Es el alma eso que denominamos vida, es decir, que nos mantiene conscientes de cuanto nos rodea? ¡Te quiero con toda mi alma! se solía decir en el lenguaje del amor… ¡Y qué bonito y poético resultaba! Venía a significar que más que eso no se podía querer.
Para los cristianos —y más aún para los católicos—, el alma era algo menos frívolo, era lo que tenía que mantenerse limpio, virtuoso, elevado para acceder al Cielo a la hora de morir… ¡Cuántos pasos, a cuántas acciones, a cuántos disfrutes carnales me vi obligado a renunciar, y cuántos remordimientos si claudicaba durante mi etapa de niño y adolescente pensando en que ponía en peligro la salvación de mi alma! Se hablaba tanto del alma entonces, de la necesidad de portarse bien para evitar que uno se quemara en el infierno como una hamburguesa a la parrilla, o procurar que la permanencia en el Purgatorio fuese lo más corta posible, ese lugar del que nadie se escapaba que estaba representado en un cuadro clásico, donde la Virgen (¿del Carmen?), con el niño en brazos, observaba impasible cómo se quemaban las almas hasta ponerse bien doraditas y entrar en el Cielo limpias de todo pecado… Ese cuadro, situado en la cabecera de mi cama durante el tiempo que vivimos en casa de mis abuelos en El Crucero de Montija (después de que terminó la guerra), atormentó mi imaginación infantil: yo no podía concebir que la Virgen estuviera tan sonriente mientras contemplaba cómo la gente se quemaba viva. Claro, supuestamente se estaban purificando para presentarse a Dios «sin mancha de pecado» y sin que importara que estuvieran «tantito chamuscaditas»… Pero, ¿como un alma se podía quemar si no era materia? Yo, que fui un niño un tanto resabidillo, le preguntaba a mi tía Laura —que siempre me lo resolvía todo—, pero esta pregunta era demasiado complicada y temible para ella y me respondía con amenazas o soltándome una frase subida de tono. De todos modos, en aquella época, cuando a los niños nos mantenían a raya con la amenaza de un dios que para reprimirnos usaba preferentemente el fuego, el alma era sinónimo de la conciencia y del espíritu, pero también se mezclaba con el corazón y la mente (y algo con el horror).
Pero hoy el alma ha entrado en un descrédito definitivo, en una fase de eliminación y olvido. Cada vez hay menos gente que cree en la existencia del alma y en todo el merecumbé que gira en torno a ella. Y encima, ahora vienen algunos científicos y aseguran que no existe tal alma, que nuestros sentimientos, nuestra conciencia y nuestro espíritu no son sino una especie de coctel preparado por nuestros genes, nuestras neuronas y nuestros anhelos de eternidad… Y yo me digo que de continuar esta deshumanización acabarán por decirnos que solo somos un pedazo de carne con ojos, «jerarquía» que ya algunos han alcanzado…

1 comentario:

  1. Al deshumanizarnos pasamos a ser parte del ecosistema, y así, amarlo y respetarlo; porque la humanidad ha creado las artes y las ciencias pero también los actos y pensamientos más mezquinos del planeta; porque no animalizarnos (aprender de los animales) un poco más para ser menos salvajes. :)

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