sábado, 28 de noviembre de 2009


Evolución del amor


De todos modos, algunas actitudes humanas parecen un poco extrañas o se diría que, más bien, son incongruentes y, a veces, alcanzan la categoría de desconcertantes. No sé, es posible que entre tanta película escabrosa, tantas series televisivas que viven de explotar el horror y que sobreviven de la deformación de las mentes, o esos personajes de la vida social y artística que hacen lo posible por dar a entender que disfrutan con su vida dislocada, nuestra forma de pensar lentamente se va deteriorando… Parece que nos estuviera inculcando conceptos provocadores conducentes al decaimiento moral, o que el propósito sea inventar un género de vida que ampare y disculpe todos los vicios.

En este blog quiero referirme al amor, a ese sentimiento que establece la relación entre hombre y mujer y contribuye a que no se extinga la raza humana.

Porque, si en otros campos de la evolución, si el deseo de progreso material y espiritual, nos han llevado a emplazamientos o posiciones efectivas y solidarias —aunque ocurran en unos casos más que en otros—, yo creo que en el amor hemos ido en descarado descenso. Es decir, pienso que con el transcurrir del tiempo, cuando deberíamos haber evolucionado en este capítulo con mayor convicción y madurez, convirtiéndolo en una manifestación cada vez más espiritual o —para no dejar a un lado el papel importantísimo que ejerce la atracción física—, más intenso en sus contenidos espirituales, en lugar de eso hemos ido para atrás.

Claro, se me podrá objetar que para mí, ahora, siendo viudo como soy, y una persona mayor que carece de oportunidad para poner en práctica las teorías que sostiene, es muy fácil pontificar sobre este tema… Y yo digo que precisamente por esa razón, porque lo analizo casi desde afuera, desde una posición de relativa imparcialidad, es que puedo hablar y exponer mi sentir y mi pensar, y hacerlo sin influencias sociales, además, sin que yo mismo piense excluirme de anomalías o ventajas. En realidad, ahora, en mi condición de viudo, es cuando veo claro en qué aspectos mi propio matrimonio no funcionó como debía o fracasó donde podía haber funcionado mejor. A pesar de que no se puede decir que la nuestra fuese una unión convencional. Pero ahora, cuando ella no está a mi lado, me doy cuenta de que todo podía haber resultado mejor si yo no hubiera fallado en determinados momentos, si hubiera tenido unos conceptos más elevados.

Veamos: consideremos primero la relación desde el punto de vista biológico, aplicando la mayor frialdad —o sea, manteniendo la mente serena—, qué es básicamente el amor, sin entorpecer la reflexión con prejuicios de carácter religioso, humano o poético, por qué la naturaleza se las arregla para que en un momento dado una mujer y un hombre se conozcan, sientan atracción el uno por el otro y decidan unirse: básicamente lo hace para incitarles a una relación sexual con el fin de que conciban un hijo, inculcando, además, en la conciencia de ambos, el deber de enseñarle y sostenerle hasta que pueda valerse por sí mismo. Hasta aquí es casi la misma imposición que ejerce sobre cualquier especie animal. La diferencia es que nosotros somos humanos, y no creo que sea necesario explicar la abismal distancia que existe entre un ser humano y un animal. Otra de las diferencias es que la Naturaleza, en el caso animal, hace que la hembra atraiga el interés del macho estimulando su función olfativa, es decir, cuando ella entra en período de celo y destila una sustancia que despierta el deseo de éste, mientras que en los seres humanos el medio olfativo se ha perdido con el tiempo, o nunca existió. En los seres humanos —al menos hoy por hoy— el deseo se mantiene de forma permanente, sin esperar a que la mujer entre en la etapa de celo, aunque puede que haya unos días que ella desea más intensamente ser poseída que otros.

Pero en los humanos, además de las reacciones orgánicas impuestas por la Naturaleza, se dan otros factores de carácter espiritual que tienen la misma validez o más.

Si yo, además de desear a una mujer, sintonizo con ella a través de su sonrisa, de su mirada, de su espíritu del humor; si su sentimiento de la vida y su sensibilidad son del mismo nivel que los míos; si su personalidad empata conmigo, si yo siento que me complemento con ella y ella siente que se complementa conmigo; si ella es lo más importante para mí y yo soy lo más importante para ella, si nos divertimos juntos y sabemos respetar nuestra respectiva individualidad; si somos mejores amigos que esposos, o igual, si estamos dispuestos a disculparnos por los errores humanos, si podemos abrir nuestro corazón ella ante mí y yo ante ella sin ningún tipo de reserva; si no nos decimos jamás una mentira porque sabemos perdonar y entre nosotros solo cabe la verdad; si queremos estar juntos siempre y sentimos toda la profundidad de la vida al mirarnos y al basarnos; si yo respeto sus ideas y ella respeta las mías, si sabemos evolucionar en nuestra relación con el paso de los días… Si entre nosotros no hay egoísmos, si tenemos el propósito ambos de que la relación no decaiga, si ninguno de nosotros intenta imponerse al otro, o si evitamos imponer nuestro criterio solo por terquedad, entonces, sí, podemos considerar que estamos hechos el uno para el otro, que nuestro deseo de tener una compañera/o no es solo para desfogar nuestra libido, sino para contar con una valiosa y profunda amistad permanente, con algo que nos complemente…

Cuando escuché decir a uno de mis hijos que se iba a casar, y al preguntarle yo que si lo había pensado bien, él me respondió: «Bueno, si no nos va bien, nos divorciamos…», me llevé las manos a las cabeza. Mi pensamiento es que no se puede uno casar considerando esa posibilidad como recurso, porque un divorcio nunca es un remedio, siempre deja en el alma una huella de desdicha, una sensación de fracaso, un desengaño profundo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario