sábado, 21 de noviembre de 2009


A propósito de la masturbación


¿A qué edad sentí yo mi primer orgasmo? Tendría unos 12 años y lo recuerdo perfectamente. Vivíamos en Madrid, en la calle Diego de León, en un apartamento elegantísimo. Un día, cuando me iba a bañar, se me enderezó el pito sin saber por qué (la naturaleza seguro que sí lo sabía) y me dio por empezar a zarandeármelo hasta que me corrí. Noté como si se me encogiera todo el cuerpo y una especie de cosquilleo en el cogote, y un placer inmenso aunque me dio mucho temor porque mientras me venía, creí que me estaba pasando algo grave. Luego me sentí avergonzado sin una explicación atribuible a la conciencia porque entonces se carecía de una cultura al respecto.

En la etapa de Franco no existía información sexual para los niños (solo los curas te advertían que cualquier acto, pensamiento o contemplación intencionada era pecado…) y todo había que resolverlo con la imaginación y gracias a los mitos que circulaban entre los chicos. Aquel día es probable «que perdiera la inocencia», porque desde ese momento comencé a tener sueños con mujeres. Cada vez que me confesaba —una vez a la semana por obligación— era normal que tuviera que explicarle al cura «con todo detalle» las veces que me masturbaba y en lo que pensaba mientras me lo hacía. Y el cura —que yo creo que mi explicación le ponía cachondón— me soltaba un sermón que a todas luces se lo había grabado con la rutina de cada día (los mismos chicos confesando los mismos pecados); luego me ponía cinco padrenuestros de penitencia y me preguntaba si estaba arrepentido. Y yo le decía que sí como le podía haber dicho que iba a llover por la tarde, pero así me reafirmaba como cristiano, declarándome arrepentido de una forma rotunda aunque convencional, porque sabía de antemano que eso nunca dejaría de hacerlo ya que no era algo exclusivamente mío, sino que era común entre todos los chicos de mi grupo. Después de la confesión, durante los dos o tres días siguientes, me retenía, pero llegaba un momento que no era capaz y, tras la primera paja, ya no me importaba hacerme algunas más. Al fin y al cabo, para eso estaba la confesión… Luego, dentro de esa pubertad amarga de abstinencias y sensación de pecado que nos imponía la sociedad de la época, a la masturbación le sacaban miles de consecuencias graves: además de las consabidas de carácter religioso, te venían con que si te volvías loco, que si te daba tuberculosis, que si perdías el control de tu voluntad y te convertías en una víctima del vicio… Y eso te retenía algo pero a base de volverte medio gilipollas…

Al crecer, llegó un momento que la masturbación ya no resultaba suficiente y uno soñaba con tener una relación verdadera. Pero en mi época las niñas de mi edad eran demasiado cursis y gazmoñas y era muy difícil conseguir algo de ellas (todas temían al qué dirán y a que sus padres las metieran en un colegio internas).

Yo, antes de mi noviazgo formal con Angelines, tuve cuatro casi novias: Mari Carmen, Mariví, Doris, y Cuca. Las dos primeras eran muy atractivas, pero carecían de tetamen (a esa edad –14 o 15 años– era difícil que tuvieran el pecho desarrollado) y a mí me atraían las mujeres mayores con sus formas pronunciadas. Estas novias breves lo único que me permitían era un tímido manoseo pero nunca en las zonas prohibidas, y alguno que otro beso de boca a boca pero sin tornillo ni lengua. Las otras dos vinieron después. Una, Doris, cuando estaba estudiando en Cádiz. Era una chica bajita y rechonchita, pero muy alegre, andaluza y coqueta. Le gustaba que la tocara el culo, pero cuando más animado estaba yo, ella se levantaba e interrumpía el asunto diciendo: ¡Qué a lo mejor nos ve mi padre! Por lo que se ve su padre era como una cámara de vídeo moderna, porque lo veía todo estuviera donde estuviera… Esta Doris estaba loca por mí o puede que por casarse con alguien que la sacara del pueblo. Pero una vez que regresé a mi casa la olvidé por completo.

Cuca fue un asunto más serio. Durante un verano en Madrid —yo con 17 años—, surgió esta relación gracias a una vecina, Isabel, la cual me tenía mucho cariño. Cuca, la hermana de Isabel, vino a Madrid a pasar unas vacaciones de esas que entonces era costumbre entre las mujeres como una especie de rito antes de casarse, con el fin de apurar los últimos días de libertad. Fue Isabel la que propuso que como yo también estaba de vacaciones y tenía cierta fama de juerguista y conocedor o «experto», que por qué no salía con ella: que la llevara al cine o a bailar, e Isabel pagaría los gastos. Y yo, para qué quería más. La chica era una belleza y tenía buenas formas. Y hacerlo todo así, financiado por la hermana, era la gran bicoca… El poco tiempo que estuve con Cuca (aproximadamente un mes) fue una auténtica delicia y mi primer desasosiego amoroso. Ella se dio a sí misma el título de «mi maestra de amor», es decir, me dijo que me iba a enseñar «cómo se amaba», pues así estaría listo para cuando tuviera novia. Y yo me dejaba «enseñar» haciéndome el tonto. En el cine me abrazaba y me besaba, y me decía: «Mira: tienes que saber cogerle la mano a tu chica y apretársela con cariño», y tomaba mi mano dulcemente y luego colocaba las dos manos unidas en mi entrepierna, para hacerme una demostración. A veces me preguntaba al oido: «¿Se te ha puesto tiesa?», y yo le decía que no. Entonces ella me tocaba para comprobarlo y me decía riéndose: «¡Queeeeéembustero…!». Cuca era siete años mayor que yo y mucho más despierta sexualmente… Si íbamos al baile se apretaba a mí y yo me ponía como un toro… Cuando le faltaba poco tiempo para volver a su pueblo —donde vivía ella y su novio con el cual esperaba casarse—, me propuso que si una de estas tardes se quedaba sola en casa me llamaría para tener una relación más intensa y darme una lección de amor perfecta (pero sin hacernos nada, me advirtió, porque ella se iba a casar y tenía que llegar virgen al matrimonio…). Y yo estuve esos tres o cuatro días como alma en pena, esperando su llamada. Pero no ocurrió.

El día que regresó a su pueblo acudimos a despedirla a la Estación del Norte su hermana, su sobrino y yo, que para aquel momento ya me sentía locamente enamorado de ella, y tenía una cara como si esa misma noche me fuera a suicidar. Ella, viéndome en ese estado, me subió un momento al tren y me dijo que lo sentía, que lo que me prometió no había podido ser, pero que no me preocupase porque tendría pronto una novia y haría conmigo lo que no pude hacer con ella… La congoja me duró como quince o veinte días. Durante ellos, me prometí a mí mismo que no me casaría nunca porque todas las mujeres eran unas falsas. Pero, en estos casos del amor el corazón puede más que la mente: me limité a las relaciones esporádicas, y cinco años después ya tenía una novia formal: Angelines. A ella le tomaba la mano dulcemente y me la ponía en la entrepierna… Y con ella me casé y, además, comimos perdices…

1 comentario:

  1. Jajá, lo que me he reído leyendo tus primeros escarceos sexuales...¿Lo has escrito para emular a La Junta de Extremadura?
    Sí, es que en dicha Comunidad se está haciendo, o se ha hecho ya, un cursillo para enseñar a los jóvenes cómo se hace la masturbación. No te rías, me imagino que es una idea "brillante" para tiempo de crisis. Además, me parece que ha costado 14.000 euros. Cómo puedes comprobar aquí no duelen prendas y sobre todo con cosas sumamente importantes, como es la masturbación. ¡No sé dónde vamos a llegar!

    ResponderEliminar