sábado, 14 de noviembre de 2009


¿Para qué sirve un blog?


Me decía mi hija Mónica que a ella no le gusta abrir su corazón en público, es decir, manifestar sus interioridades, expresar sus sentimientos y ponerlos a disposición de quien los quiera conocer, y yo me quedé pensando, ¿entonces para qué carajo servirá un blog? Me puse a revisar las bitácoras de otros, sobre todo las que proceden de personajes conocidos —creyendo que ahí obtendría las pautas— y, para decepción mía, encontré de todo… Existen los que únicamente persiguen darse pote: «Me invitaron a dar unas conferencias», «Fui a la presentación de un libro y me encontré con Menganito y Zutanito, que me saludaron y me dijeron que la mantequilla no procede de la vaca», «Me invitaron a una comida y tuve oportunidad de saborear la cocina danesa»… Encontré muchas expresiones carentes de interés, esa es la verdad, donde se exponen demasiadas trivialidades que no conducen a nada. Y, en todo caso y sin que yo desee expresar la más mínima distinción de género, debo confesar que me agradan más los blogs de mujeres que los de hombres: Ustedes, señoras y señoritas que, generalmente, son más herméticas en los asuntos de la vida diaria —sobre todo cuando tratan con hombres, algo que no ocurre cuando hablan entre ustedes—, a la hora de escribir un blog muestran más sus sentimientos, sus afanes, sus quejas y, sobre todo, son más sinceras. En los blogs de los hombres suele haber cierta presunción o tienen una finalidad concreta como ayudar a que se vendan sus libros.

No piense que yo ahora intento inventar el teléfono, pero recurriendo a mi sentido de observación, a mi opinión de neófito «no comprometido con ideas predeterminadas», considero que escribir un blog es como escribir un diario, es como notificarse a sí mismo sus resbalones, fijar sus criterios, moldearse, reconstruirse, salir de esos estados desolados que en el fondo sentimos todas y todos, y exponerlos a nuestros congéneres para constatar que no estamos solos, o que nuestros quebrantos no son exclusivos, que son más los traumas que nos unen que los que nos separan.

Yo en mi blog me siento tan sincero, tan dispuesto a mostrar mis sentimientos más hondos, que no me importa para nada los "qué dirán". Aparte de eso, lo mejor que tiene mi edad es que uno ya no tiene por que fingir, por qué hacer creer que es otra cosa de lo que es en verdad. Yo ahora siempre ando con pantalón corto y en sandalias a pesar de que algunas señoras vecinas mías me miran con ciertos reparos. Pero eso no me produce ningún apuro. Incluso, mis corbatas las he regalado… ¿Habrá un utensilio más ridículo que la corbata? Hay algunos/as que se acercan a mí y me sueltan ironías como «¡juventud divino tesoro!» y yo me limito a sonreír. Una vez le dije a uno: ¡Oiga, ¿es que hay unas reglas de la vida que yo no conozco y usted sí? ¿Y cuáles son? Él se quedó mirándome y debió pensar: Seguro que por más cosas que le diga a este «viejo hippie» no lo voy a convencer de nada. Y ambos seguimos nuestro camino. Otro día mi vecina —que es una de esas beatas radicales— me preguntó que si pensaba entrar así vestido en la capilla (aquí, en el núcleo de los tres edificios donde yo vivo hay una capilla donde dicen misa)—. Y yo le contesté con el acento más inocente e ingenuo que pude: Es que yo no entro nunca en la capilla. Y ella dijo medio furiosa, ¡Claro, ahora se explica todo! (No sé a qué se refería…)

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