sábado, 30 de junio de 2012



¿Por dónde vienen los tiros?
Mi inconsistencia emocional induce mi bajo interés por escribir durante estos días de penuria social y económica. Eso es evidente. Porque, la verdad, no están las cosas como para concentrarse en asuntos de espiritualidad o en temas de características ilusorias dado que cuando enfocas tu mirada al mundo lo ves que anda a la deriva, como si fuera un zombi. Y si esa mirada la diriges hacia nuestra España, peor todavía… Solo hay que echar un vistazo a la prensa: unos días dicen una cosa y al siguiente lo contrario. O un mal día desatan los demonios y al siguiente nos vienen con «paños calientes» para que no nos muramos de frío. Porque, por lo que a mí respecta, pienso que ocultan las situaciones para evitar que la alarma nos aprese (o no saben por dónde vienen los tiros): ¿Será que nuestros «dirigentes» saben la verdad y no la dicen, o es que en realidad ellos mismos no saben explicar la situación? Tenemos el caso del Euro, por ejemplo: Hay unos días que, según los augurios, va a desaparecer; otros, que es necesario que continúe porque de los contrario el mal sería mayor. Y con estas discusiones, hay unos días que sube respecto al dólar y otros días que baja. Y todo por culpa de una declaraciones de la Merkel o por unos comentarios del banco europeo, o por lo que declara el famoso Krugman en New York Times (y en El país). ¿Será simplemente un juego especulativo con el fin de que algunos amplíen su cuenta bancaria? Y sigo en mis trece: ¿Es que el mundo depende de la ambición ilimitada de unos pocos?  A mí esos movimientos de dinero me hacen cierta gracia. Porque tiene dos vertientes opuestas: por un lado, al trasladar su dinero lo protegen, pero al mismo tiempo agravan la situación, y puede llegar un momento que el dinero no valga ni para limpiarse el fondillo… No me cabe duda que con el aumento de los caudales personales aumenta también la locura, la estupidez y decae el sentido de la realidad. Mientras, se va perdiendo la noción de las necesidades sociales y las necesidades del mundo. Ahí está el caso de conocidos financieros que acabaron en la cárcel porque su ambición no tuvo límites y perdieron el norte. 
Pero, regresando al tema de España, me pregunto: ¿Puede este país, entre tanto descalabro en su economía (la mayoría creados durante el gobierno de Zapatero), hacer frente a la huida de capitales? ¿Esos euros que están depositados en los bancos españoles al borde de ser rescatados(?), no agravan la situación e inutilizan hasta cierto punto el rescate? ¿O el mencionado rescate acabará guardado también en alguna de esas islas casi ignoradas a las que suele hacer viajes misteriosos el expresidente del Tribunal Supremo…?
Bueno, tendré que repensar detalladamente este asunto de mis escrituras. 
Claro, por otra parte, escribir es mi alimento y, si no lo hago, es como si tuviera en mis entrañas un roedor que mordisqueara mi alma cuando eludo lo que ya se ha convertido en un hábito: a mi alrededor solo hay cuadernillos con notas y muchas muchas de ellas son llamadas de atención: ¡Escribe, escribe, escribe, maldito!, me grito sin cesar. El problema consiste en que paso por una especie de decepción, un fuerte desengaño. ¿Para qué escribir, me repito, si con lo que tú digas no se va a arreglar nada…?  

sábado, 2 de junio de 2012



¿Cuál es la configuración 
de los espíritus?
Podría afirmar de forma categórica que no creo en los espíritus… ya que no hallo una forma coherente de explicármelos (algo que ya he manifestado insistentemente en mis escritos anteriores). Pero, debido a una importante conveniencia de carácter espiritual, no soy capaz de erradicar tal concepto de mí, o separarlo de mi mente, ni tratar de dar importancia a que se considere algo real o algo de índole supersticiosa, porque, de alguna forma inexplicable —excéntrica o psicológica—, constituye para mí el más atrayente requerimiento emocional que puedo proporcionar a mi ser; o sea que, de forma intuitiva, nacido en mi subconsciente o en mi alma, o en los dos juntas, vivo de las emanaciones sobrenaturales que este concepto me proporciona, así como del alimento místico y afectivo que me trae… Es decir, para afirmarlo con mayor propiedad, me alimento de la presencia en mí de un espíritu en concreto, porque con él (en este caso habría que decir con ella, porque se trata del espíritu de Angelines, mi mujer fallecida hace ahora 12 años) vivo asido a la vida, y reconfortado en la etapa postrera de mi existencia, envuelto —lo sé— en figuraciones ilusorias o fantasiosas, si se quiere, pero muy eficaces a la hora de asir la vida con profundidad y otorgarla el mayor respeto que se merece. Y vivo este asunto tan intensamente confabulado, tan unido con ella, con su alma, con su imagen, con su recuerdo (ese recuerdo portentoso que me dejó), que me niego a renunciar definitivamente a un sentimiento tan profundo aunque sea ilusorio, ya que, además de vivir en mí, me produce ansias de inmiscuirme en el lado de la vida ocupado por ella que es tan misterioso y que nos ha sido negado a los mortales. Con ello trato de confortar los días finales de mi existencia. Y lo digo bien alto para que se me escuche: no podría aceptar mi vida de viejo decadente sin este binomio confabulado en mí (una imposición negativa de mi razón y otra positiva de mi instinto o de mis sueños). Y quiero dejarlo bien claro: si mi razón me incita a despreciar tal concepto, a erradicarlo de mí, mi instinto y mis requerimientos esenciales para armonizar mi existencia, tercamente me lo impiden… 
Aún así, me sorprendo cada vez que oigo a otros enfocar el tema. Los mismo da que la mención provenga de quienes tienen conceptos religiosos, o que proceda de aquellos que no los tienen, porque los que lo niegan lo hacen con absoluta frivolidad, sin entrar en consideraciones filosóficas ni «bucear» como es debido en los misterios de la vida, o sea, sin ser poseedores de la sensibilidad requerida y sin oponerse a los muchos prejuicios que padecen. Y aquellos que lo admiten, tampoco profundizan. Habla de los espíritus como si se encontraran con uno cada día en el cuarto de estar, en la sala o en la cocina de su casa, o se remiten a la Biblia o a lo que dicen los «libros sagrados»… Como si con los escritos en la mano, lo convirtieran en un asunto absolutamente infalible. Si consideramos el tema ateniéndonos al entendimiento que nos ha proporcionado la propia Naturaleza, es decir, si los espíritus no son materia —y en eso creo que todos estamos de acuerdo—, entonces ¿qué son?, ¿de dónde vienen y dónde están? Convengamos ante todo que son entes incorpóreos, sin organismo biológico ni necesidades orgánicas, y si eliminamos tales funciones, ¿qué les queda? 
Al buscar una respuesta es donde nuestro entendimiento choca con lo imposible. ¿Hay algo en nuestro entorno que pueda definirse como incorpóreo, sin materia ni composición atómica? O sea, me refiero a algo que hable sin poseer una boca, vea sin tener unos ojos, y piense sin poseer un cerebro… En ese caso, tiene que tratarse de unos «seres» pertenecientes a otra dimensión, a un sector totalmente alejado de nuestra capacidad de entendimiento y comprensión, de nuestra habilidad de razonar, de nuestro sentido de las cosas. Nosotros nos atenemos a nuestro mundo tangible, a lo que podemos ver y podemos tocar, pero ¿y si existe otro mundo donde lo redondo es cuadrado; lo verde aquí es allí morado; la nada aquí es allí algo…? Tal vez a los espíritus solo se los puede definir usando términos poéticos: ¿Son como el viento? ¿Son como las alas de una mariposa o como los pétalos de una flor? ¿Son como rayo de luz incandescente? ¿Son como un suspiro o como una sonrisa? ¿Como una exhalación o una ráfaga? ¿O son como un claro de luna? Pero, claro, esto que suena tan bonito, en realidad no significa nada…