lunes, 16 de noviembre de 2009


La improbable existencia de un Dios convencional


Desde un punto de vista científico, es poco probable que ese Dios sostenido y descrito por la Biblia exista. En general, la idea de un ser celestial que solamente con pensarlos o con chasquear sus dedos, crea los ríos, la luz y las montañas, los animales y el ser humano, y que es al mismo tiempo una deidad paternal, amable y omnipresente, que hace milagros, cura las enfermedades, consuela a las viudas o calma las grandes tempestades, resulta totalmente absurda, porque las tempestades, cuando se calman ya han originado una serie de destrozos y han hundido algunos barcos, y las viudas solo se consuelan cuando sus maridos han sido unos perversos… No tiene ni tendría explicación; ni sería lógico ni tendría razón de ser, porque, además, sería injusto un dios que actuara de esa forma, que fuera dadivoso con algunas de sus criaturas y con otras no, o que calmara unas tempestades y otras las dejara correr. Tampoco se explica que nos creara y que después se ocultara de nosotros mientras nos exige creer en él. ¿A qué estamos jugando?Nuestro universo responde a unas leyes físicas inviolables y a ella estamos sometidos todos, dioses, diablos y personas. Nada se crea de la nada. Y fuera de nuestro círculo de visibilidad o entendimiento mental, ignoro lo que puede haber y a qué leyes responde. Las iglesias, especialmente la Católica, deberían pensar en un Dios más asequible, más científico, más en consonancia con la época… Sí, sí, ya sé que ustedes me dirán —especialmente los creyentes— que más absurdo es creer que todo este mundo maravilloso, que funciona, gira y rota dentro de una armonía universal cifrada en la fuerza centrípeta y centrífuga, es algo que pueda haber salido de la nada porque está sujeta a leyes matemáticas y físicas y, lo volveré a repetir, «nada sale de la nada». Me dirán también que un mundo donde existe tal profusión de plantas y flores perfumadas, y un sin fin de aves surcando los cielos, o un mar azul espléndido y sobrecogedor a un tiempo, unos astros que salpican de luz el firmamento, una praderas verdes y unas montañas tapizadas de magníficos árboles que atraen la lluvia, y no digamos el valor de unos seres humanos puestos aquí para apreciarlo y disfrutarlo todo, que, además, son inteligentes y compasivos, que crean niños revoltosos pero angelicales, etcetera, etcetera, se ha hecho solo, así, como por arte de magia. Eso es tan absurdo o más que el dios de la Biblia… Pero, mire por donde, yo estoy de acuerdo. Ése es, precisamente, el gran enigma que nos envuelve: que tampoco encaja la idea de que no existe un ser superior. Es más, en realidad yo, que soy una especie de ateo, aunque no un ateo ortodoxo —apenas llego a la condición de agnóstico—, no acabo de creer, o no me atrevo a pensar de una forma rotunda que estemos aquí solos. Esa idea se me hace insoportable y hasta me agobia, me saca de la vida, de las bases y conjuntos de la sociedad, de las reglas, de la ética, de los discursos y de todo aquello que yo considero valioso en el mundo. Me sacaría incluso del amor, que ya es decir. Pero pienso que es una de las condiciones imprescindibles de la vida: que no veamos mucho más allá de nuestras narices para que aprendamos, nos atengamos y nos dediquemos a sostener y configurar esta donde habitamos, y nos solidaricemos con ella, con la Naturaleza y con los seres vivos. Incluso, iré más lejos: yo, que no creo en los espíritus (no me los puedo imaginar de ninguna forma, ni encuentro para ellos una ocupación que los justifique), sí siento la presencia de mi mujer. Ya lo he dicho otras veces: esta sensación no proviene de mi función cerebral, ni de mi facultad de razonar, es mi instinto, mi subconsciente, tal vez mi necesidad emocional. Pero, en realidad, ¿cómo podemos saber lo que hay detrás del gran misterio…? (En la vieja fotografía de la cabecera aparece mi abuela Mónica —sentada—, Soledad, mi madre, y mi tía Pilar —creo—. Procede, más o menos, del año 1916. Ninguna de ellas ponía en duda nuestra procedencia de Dios —en aquella época era pecado no creer en Dios—, y que todos los rasgos fundamentales de la existencia procedían de él. Y eran felices porque para la gente sencilla —el promedio humano de entonces— no había complicaciones intelectuales ya que con la presencia de un Dios todo estaba justificado…)

2 comentarios:

  1. No entiendo por qué la idea de estar sólos (imagino que sin la protección de un dios)te resulta insoportable; para mi fue una liberación, me quité un gran peso de encima, soy un simple humano, sin necesidad de realizarme (que nunca entendí muy bien, como o cuando uno se realiza) y sin una misión específica a no ser la de sobrevivir (jugando las cartas que la vida me ha dado), ya que mi raza no necesita, ni siquiera multiplicarse, a no ser para sustentar el sistema de la Seguridad Social, o opción emocional, claro!.Pero mis emociones, intereses, sentimientos, moral, ética etc, se mantiene y algunos incluso aumentan. Se puede ser ateo y feliz, consciente de que la felicidad son momentos y que la muerte nos acompaña cada día.

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