miércoles, 4 de noviembre de 2009



La vida desde mi balcón

Desde mi balcón —situado en un décimo piso—, cuando salgo cada mañana a las 5:30 a hacer meditación, observo todos los contrastes, los referentes, los reglamentos que contiene la vida y nos los impone a los seres humanos. Veo el universo que, a veces, aparece limpio, inmaculado, con un tono azul oscuro espléndido, luminoso, maravilloso, lleno de matices y sugerencias. Alguna nube aparece por allá por el Este, que apenas comienza a teñir sus bordes de un tinte rojo-salmón. Luego, en la medida que vaya recibiendo los rayos del sol irá tornándose amarillenta y después blanca. Todavía se ven algunas estrellas con un fulgor que por más veces que lo contemplo, nunca deja de asombrarme. Unas parpadean, las que son estrellas; otros, los planetas, mantienen fija su luz reflejada. Algunos están hundidos allá, a años luz de mi posición, en los confines del universo, unos confines que producen un estremecimiento por más conocimiento de física o de astronomía que se tengan. Un leve resplandor aparece en el horizonte y el ambiente se va tiñendo con un tinte espectral. Las tórtolas —por centenares—, que duermen en un gran árbol cercano del edificio, van emprendiendo el vuelo. En principio salen en pequeños grupo; luego toman distintas direcciones; acuden a los lugares donde saben que encontrarán su desayuno.
Los ocupantes de los múltiples apartamentos de este complejo habitacional, van surgiendo del interior del edificio, y caminan presurosos hasta su automóvil, lo abordan, lo ponen en marcha y arrancan para su trabajo. Lentamente va amaneciendo. Las figuras van perdiendo el tono fantasmagórico y se perfilan con mayor precisión. Aterriza en mi balcón la paloma blanca que me visita cada mañana. Primero realiza frente a mí un espléndido vuelo en redondo, casi sin mover las alas, por encima de los árboles del parque; después aterriza y me mira con su visión lateral. Mueve su cuello con gran elegancia y con movimientos intermitentes, dándome a entender que ya le puedo traer su desayuno que consiste en unas migajas de pan…
Todo en la vida es un engranaje; todo parece estar calibrado para que el mundo siga su rumbo, sin detenerse. Aquí, en este teatro matutino, está contenida la verdad y la mentira de la vida. Todo parece funcionar con unos fines que simulan ser firmes, obedeciendo a unas leyes, a un propósito de algo o alguien, es decir, que la vida continúe, que siga su marcha, que progrese, tratando de que el escenario matutino impulse a emprender la jornada con espíritu de lucha y fuerzas renovadas.
Mientras, los viejos como yo, miramos pasar la vida, lo observamos todo pero sin participar. Estamos llegado al final del camino y ahora nadie nos pide nada ni exige nada de nosotros, excepto que no molestemos mucho. Es decir, nosotros los mayores ya no contribuimos al florecimiento de la vida, hemos de metérnoslo en la cabeza: ya no somos actores. Ahora solo somos espectadores. Simplemente, estamos solos, observando, recordando el pasado y algo frustrados, esa es la verdad. ¿Para qué tanto desvelo, tantos sueños, tantas agitaciones si el final es acabar así, pasivo, ajeno a la vida, enfrentado a la muerte…? Ahora cualquier insignificante obstáculo —un coágulo, un desvanecimiento, una pérdida de la coordinación, un descuido en las reglas alimenticias— pueden acabar con uno en un instante.
O sea, está claro que existe un propósito y una ley segura: «creced y multiplicaos», pero solo mientras se sea útil. Cuando ya no puedas concebir un hijo, cuando ya no tengas fuerzas para educarlo y mantenerlo, serás apartado sin contemplaciones, te convertirás en una especie de zombi, en un ser pasivo y sin derecho a reclamación. Y no te quejes. Tú ya viviste lo tuyo; ahora me toca a mí… Pero la Naturaleza, que es ajena a todo este sentimentalismo, sigue su curso: cada mañana será un espléndido día muy estimulante para aquellos que están en plena actividad, y sin darles pie para que adviertan que son manipulados mediante el sometimiento a ilusiones de progresar y de vivir en una opulencia que casi nadie podrá alcanzar y que, aún alcanzándola, no encierra en sus entrañas grandes dosis de felicidad…

1 comentario:

  1. Jedeón, presiento, por tus palabras, que continúas un tanto pesimista. Has comenzado a describirnos un lindo y maravilloso amanecer: los colores con que se tiñe el firmamento al alba y cuando ya el sol nos hace sentir con sus tibios resplandores la vida; nos muestras cómo las palomas inician sus vuelos en busca del alimento... y, así, de repente, te pones a dislucidar sobre la vejez, sobre la impotencia que sientes porque te encuentras incapacitado para la vida...No sé, Jedeón qué es lo que pretendes que perciban tus lectores: ¿la ingratitud de la vida, la soledad, el incoformismo, la actitud de los hijos hacia los padres...? En fin, me da pena sentir tus sentimientos, valga la expresión, porque después de ver surgir al astro rey con toda su majestuosidad y sentir el comienzo de un nuevo día, esperaba que te mostraras alegre, optimista, lleno de vitalidad, de armonía con el mundo que te envuelve y deseoso de formar parte de ese lindo entorno donde te encuentras, ¿no crees que si te mostraras de este modo, ese día y los siguientes, lo verías todo más lindo, estarías más lleno de energía positiva, te apetecería descubrir lo que hay de bueno y hermoso en cada uno de tus vecin@s, apreciarías todo lo que tienes de valor en tu persona, y la capacidad tuya para derrochar entre los que te rodean, qué sé yo! tantas y tantas cosas maravillosas, empezando por darle las "migajitas" de pan a esa simpática paloma?
    Sonríele a la vida y piensa en que los abuel@s están ahí para servir de ejemplo a sus hij@s y de camino, para darles todo su amor a sus niet@s, y contarles las mil y unas batallitas, que a buen seguro, les harán ser felices.

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