jueves, 21 de marzo de 2013



Desplome y resurrección
¡Si es que no estoy haciendo las cosas bien, vida mía!: yo te voy tratando —y, casi por instinto, se me va formando la idea— como si fueras una persona viva que estás en otro lugar. Y eso es imposible, porque yo te vi morir y te vi cuando estabas muerta; yo te enterré y te he visitado cientos de veces en el cementerio. O sea: tú, en tu configuración anterior, ya no existes; de aquella vivencia tuya terrenal no queda nada… Eso es una realidad incuestionable. En todo caso, existirás —si es que existes, tal y como representa el significado etimológico de esta palabra—, en otra configuración y en otro lugar, será porque la metodología del Universo así lo tiene previsto. Es decir, si estás lo será en otra versión, en aquella que se aplique a las almas, o a los espíritus de los que mueren y de los que moriremos en el futuro, y dentro de unas reglas inmutables del universo. Ignoro si escucharás estas palabras que yo te digo (aunque te las digo a ti y me las digo a mí mismo); si sonreirás como lo hacías antes; si estarás pendiente de mí en otro lugar y en otra configuración. Fíjate nena: lo más importante de todo esto es lo que influyes en mí, lo que adornas mi vida, lo que la moldeas, lo que la configuras. Es maravilloso que estés presente en todas las cosas que hago pensando que a ti te agradaría, y en las que no hago porque sé que te desagradan; en la forma que te mantengo en mi mente, en mi corazón, en mi recuerdo, en todas las acciones de mi vida; en como trato de imitarte en tu bondad y en tu ternura; y en esa esencia del amor inmenso que siento por ti, que es un sentimiento superlativo que me transfigura espiritualmente, me enaltece y me enorgullece sentirlo dada su dimensión. Ahí, en esas actitudes mías, es donde te traigo a la vida, donde nadie puede disputarme si tengo razón o estoy equivocado, ni venir a decirme que tú no estás viva, que todo es una patraña propia de un individuo pusilánime y supersticioso. ¿Cómo van a destruir tu imagen si estás tan dentro de mi que solo yo puedo darte alcance y ponerme a tu altura? ¡Ahí nadie puede tener acceso, porque solamente yo te siento. Y te veo tan cerca de mí que casi puedo tocarte…!

viernes, 15 de marzo de 2013



Caer en el vacío
Hoy me encuentro vacío, o abrumado por las dudas, o con mis elucubraciones torcidas, o con mi razonamiento seco y desentonado, o con mi inteligencia desconcertada y obtusa, y, por si fuera poco, indomable, sensiblemente fría, sin principios ni postulados. No sé. De repente, al levantarme de la cama hoy y mirar tu fotografía, ha ocupado mi cabeza un pensamiento fugaz pero tenebroso, feroz, cortante, destructivo, y he sentido que mis encantadoras fórmulas para la vida me abandonaban, y se desbarataban mis conformaciones cerebrales, y quedaba reducido a lo más ínfimo, como una molécula inerte, sin valor no solo físico, sino espiritual, solo numérico, o con ese anonimato que te da la pertenencia colectiva. He mirado al horizonte y he pensado: «Ella no está. No me espera. No está en ninguna parte. No puede estar; es absurdo, carece de toda lógica». Ha sido como un flash, un fogonazo, una bofetada en el alma. Ella no está…, me digo apesadumbrado. En realidad, si lo vemos bien, no estamos nadie, ni tú, ni yo, ni los otros. Todos somos como una especie de célula múltiple, un cromosoma, un gene de pertenencia, totalmente ignorados, confusos, infinitamente pasajeros, anónimos, de bulto. Tenemos una ilusión infiltrada para que nos figuremos algo, para que creamos que realizamos proezas mientras fabricamos seres (que es lo que se espera de nosotros). Somos como ese aditivo que se añade a la gasolina para que su fuerza propulsora sea mayor, pero no salimos de ser un corpúsculo polimorfo, desnutrido, infinitamente nulo en cuanto a lo que significa la perpetuidad. Y, además, sin ningún relieve universal.

martes, 12 de marzo de 2013




Hablemos del más allá
Debatiéndome, como estoy, entre la fascinación y la duda, querida mía, permíteme fantasear y suponer que eres un ser consciente, que disfrutas de otra vida en otro lugar. Y, puestos a ello, déjame deducir que si tu ánima, además de haber trascendido, mantiene la memoria de los hechos, es probable, entonces, que estés en posesión de la verdad y que, de paso, te haya sido otorgada la inefable facultad de la clarividencia, virtud con la que estarás en condiciones de comprender el origen y la irrazonable razón de la miseria humana. 
Mi delirio acerca de tu insólita propiedad me lleva a la conclusión de que, tal vez, en tu nueva advocación, te has de sentir predispuesta a disculpar las torpezas en las que pudo haber caído una mente arrebatada como la mía. Antes lo hiciste: con más razón has de hacerlo ahora. 
Y ante tan espléndida e inefable indulgencia vertida sobre mi maltrecha conciencia, al percibirla mi ser, recobraré la paz que necesito. 
Y tu presencia tendrá mayor verosimilitud.
Una vez disculpado de mis transgresiones, si esta presunción mía tiene visos de certeza, en ese lugar donde puedes estar ahora, no dudo de que gozarás de la ductilidad requerida para penetrar en mi alma y conocer la fortaleza, la autenticidad, la consistencia de mis sentimientos. Con lo que, sin salirme de la base expuesta, o sea, manteniendo mi divagación en la inspiración producida por tal fantasía, concluyo mostrando mi sospecha de que ahora, cuando conoces el secreto de la existencia, has de saber si, realmente, en nuestro deambular por la vida, somos asistidos por fuerzas provenientes de esos mundos inescrutables; es decir, si indefinidos entes divinos coexisten con nosotros, y se inmiscuyen y manipulan nuestras andanzas.