sábado, 30 de enero de 2016

Richard Dawkins y yo 
Bueno, aceptémoslo, es posible que Dios no exista… Que se trate de una burda mentira inventada por aquellos que deseaban dominar al mundo. El infierno, el paraíso, el premio, el castigo, la dicha, la desdicha no reflejan aplicaciones que procedan de nadie… ¿Y a dónde nos lleva todo esto? No recuerdo si el texto que antecede lo he escrito yo o lo leí en algún sitio y se quedó grabado en mi mollera, pero mío o de otro, la suposición nos atañe a todos, a todos los mortales, porque tan inverosímil es que hayamos sido creados por un Dios como que seamos frutos del azar.  Y lo más duro es que no podamos hallar la respuesta. Esa situación de ignorancia es lo que más me inclina a pensar que por encima de nosotros existe alguien que lo ha decidido así. ¿Que nos ocurriría si encontráramos con certeza absoluta que somos fruto de la casualidad? Que caeríamos en la ley del absurdo, en la incomprensión y el desacato, en la burla, en cumplir las leyes solo por miedo al castigo policial y no porque nos haya sido inculcada como base de nuestras creencias. Y si descubriéramos que somos el fruto de un ser que está por encima de nuestras cabezas, un creador, en este mundo donde vivimos se acabaría el progreso, esperaríamos la hora de nuestra muerte adoptando una actitud pasiva con la esperanza de llegar lo antes posible a ese otro mundo que sabemos superior a este.
Ahora, razonemos: la negación acérrima de Dios proviene principalmente de los científicos y yo de los científicos desconfío mucho, aunque para esta desconfianza me base en mi propio criterio y no en mis conocimientos académicos. Ahora mismo acabo de ver un programa dedicado a la ciencia, en un canal de televisión… Y me admiro: cuántas teorías, cuántos principios, cuántas elucubraciones sin base. Nadie habla apoyado por un conocimiento profundo, todo son elucubraciones, posibilidades, mitos, creencias falsas o pretenciosas. Y la única verdad es que no hemos sido puestos aquí con un folleto bajo el brazo donde se explique nuestra utilidad y nuestros modos de uso. ¿Qué hace un científico en esta época? Trabajar para quien le paga, claro, experimenta,  da palos de ciego, hace números y fórmulas que nadie entiendo y dice: esto es así porque lo digo yo.
De cualquier forma, a Dios, si existe, le ha de tener sin cuidado que creamos o no en él: ya la vida nos ha dado un sentido del bien y el mal y con eso es suficiente. Lo demás, que creamos o no creamos carece de importancia.
Contemplemos el caso de Richard Dawkins, una especie de fanático de la negación, y, digamos, esa actitud suya le ha producido mucho dinero. Dicho eso, ya no tenemos más que hablar: Richard Dawkins mantiene esa postura para ganar dinero. Yo tampoco creo, pero admito otras posibilidades y no lo discuto con nadie, no lo publico y no escribo libros porque prefiero respetar a aquellos que tienen otras creencias. Por otra parte, está muy claro que RD es un hombre con poca o nada sensibilidad, con ninguna preocupación metafísica porque él va a lo suyo. Me pregunto: ¿Qué diferencia de conocimientos, de posesiones, de cultura hay entre Dawkins y la chica dominicana que viene a limpiar mi apartamento los jueves, y que es casi analfabeta? ¿Cómo a esa chica yo la voy a decir que Dios no existe cuando la idea de Dios y de otra vida le sirven de acicate para soportar esta? Pero, ¿cuál es el mundo de Richard Dawkins? ¿Cómo es su vida? ¿Renuncia al confort, al buen alimento y a la comodidad? ¿Admira la magnificencia del mundo? Y, en ese caso, ¿a quién se lo agradece? ¿Ni por un momento se tambalean sus propósitos? Y es que él no piensa en otra posibilidad porque si pensara en otra el éxito de sus libros bajaría. Y cuando huele una flor, ¿qué siente? ¿Que relación encuentra entre esa flor y el Bing-Bang? ¿Ha sido la casualidad la que ha puesto ante su nariz y su vista a la flor? No, no, no des tu brazo a torcer, se dice, pienses lo que pienses o veas lo que veas mantente firme porque si te tambaleas, si se debilitan tus acciones el precio y la popularidad de tus libro se iría al suelo

martes, 19 de enero de 2016


Una partida de ajedrez
Escribir, escribir, escribir, oír música, leer y complicarme la vida cuando se me ocurre entrar en temas filosóficos y metafísicos que no me llevan a ninguna conclusión. De cuando en cuando pierdo mi tiempo viendo un partido de fútbol en la tele o dedicándome a prepararme una comida especial, algo que momentáneamente reclama mi paladar y que, una vez que lo he preparado, no me apetece comerlo. Y aunque mentalmente siempre hay una buena disposición en mí, el esfuerzo físico que me exige el trabajo corporal que supone, me echa para atrás y, así, cada día tengo menos ganas de hacer cosas que exijan una acción material. Lo que demuestra que mi vida ya está más del otro lado que de éste. Sí, me entrego a actividades de tipo intelectual, a funciones propias del pensamiento, pero eso no me llena del todo, no evita que sienta añoranza por actividades más frívolas, más desenfadadas, menos formales. Ahora me ha dado por escribir una novela donde enfoco los temas que atontaron mi vida… Y esa es mi acción correspondiente a mi estado viudo. Si mi mujer viviera sería diferente porque todo se realizaría de otra manera: la mujer tiene otros principios más acordes con la vida, más entonados, mientras que los hombres vivimos más envueltos en el ensueño y si éste no se da pensamos que la principal misión de nuestra vida no se ha realizado. Aparte de eso,  estamos muy acostumbrados que ella nos limpie la baba… ¿No seremos nosotros, los del género masculino, los que procedemos de la costilla de una mujer? ¿Qué sustancia enloquecedora se tomaría aquel grupo de sabios congregados por Ptolomeo cuando escribió en la Biblia que la mujer procede de una costilla del hombre? ¡Aunque hay tanta confusión al determinar quién escribió la Biblia y con qué fin lo hizo! Pienso que en aquella época lejana, se hizo por ponerle freno a las perversiones del ser humano, tratando de que el Diluvio no fuera el único remedio … Pero, vayamos a lo que nos trae aquí: La mujer cuando es mayor y se queda viuda, sabe vivir mejor que el hombre. La mujer se expande, crece, hace cosas que tal vez su marido no se las permitía. Mientras que el hombre se contrae, se derrumba, se vuelve solitario y vive con más angustia el signo final de la vida. Además, la mujer cuenta con los hijos que viven más pendientes de ella, de darle elementos para que se distraiga, de contemplar con más paciencia sus manías. El hombre, en cambio, cuando se hace viejo es ninguneada. Ni tan siquiera unos viejos a otros nos aguantamos bien. Yo, aunque soy un viejo (o casi, pues solo tengo 83 años), no los soporto. Te encuentras con uno, le das conversación y al rato ya te está contando su vida, sus proezas, sus grandes hazañas… Hace tiempo, cuando iba al cementerio a visitar el nicho donde reposan los restos de mi mujer, me encontraba con una viejo que arrastraba un equipo para ayudarse a respirar. El hombre se sentaba allí en un banco y, como coincidíamos en el día, entablábamos conversación. Él, casi siempre, sacaba a relucir el tema de mujeres y tenía una obsesión por referirme sus conquistas… Y yo lo miraba con desprecio. ¡Que se habrá creído el viejo éste! Él pensaba que con todo y su aparato para respirar, todavía atraía a las mujeres… Y yo pensaba: ¿Seré yo tan latoso como él? Para poner un ejemplo diré que vi en televisión un anuncio de alguien que llega a su casa con un telefonito de estos modernos que hablan, filman, graban las conversaciones y sacan fotografías. El que lo trae se lo  va enseñando a todos los miembros de la familia. Y cuando llega el turno del viejo, el hombre pone una cara de imbécil y balbucea algo inteligible con una sonrisa de loco. No hacer mucho iba yo en un automóvil acompañado de un tipo mucho más joven que yo, cuando vimos a una chica muy vistosa que iba caminando por la calle. Mi acompañante me preguntó: «¡Mira! ¿Qué harías tú con esa chica?» Y yo le contesté: «Pues no sé… Ojalá sepa jugar al ajedrez. Porque si sabe, lo único que se me ocurre es que podríamos jugar una partida…». 

viernes, 8 de enero de 2016


¿Seré una neurona?
¿No tuvimos un principio? Pues tendremos un final. Eso es fácil de predecir… Lo extraño es que en ese intervalo, entre el principio y el fin, hayan nacido seres, que nuestro mundo se haya visto poblado por animales, plantas y personas… Que hayan existido humanos que advirtieran y se admiraran ante el milagro de la existencia. ¿Para qué y por qué, se preguntas todos o la mayoría? Si todo es casual (gracias a confluencias biológicas y químicas; gracias a una física apropiada y provisional, como la cercanía del sol, la atmósfera que nos protege, la fuerza de la gravedad, el oxígeno y el nitrógeno, el desarrollo de alimentos), es una maravilla; si somos creados por alguien, también, aunque en ninguno de los dos casos se ve una finalidad concreta. Si es casual que poseamos sentido de la belleza, que una parte de nuestras neuronas produzcan música y poesía, que tengamos sentido del bien y del mal; que aspiremos a progresar tanto científica como espiritualmente, es una maravilla. Y si todas estas funciones nos han sido dadas, es otra. Pero no deja de ser todo esto un enigma descomunal. Tendría todo esto un explicación si después de la muerte emigremos a otro mundo y nos encontremos con nuestros seres queridos, que acumulemos la experiencia anterior para crear otro mundo más perfecto, pero eso de nacer y morir sin una razón de peso, no tiene explicación alguna. Mis padres me trajeron al mundo; entre mi mujer y yo trajimos a nuestros hijos y ellos concibieron a mis nietos, a mis bisnietos, y a mis tataranietos, ¿y eso para nada? Pues no deja de ser una aberración, un desatino, un viento fatuo. Leía el otro día que en nuestro cerebro, entre nuestras neuronas existe una especie de parlamento, y que entre ellas hay unas que estás de acuerdo en determinada cosa y otro grupo de ellas en desacuerdo y que a veces tienen sus porfías… Y me pregunto: ¿sabrán ellas que nos están poblando? ¿Sabrán que sus decisiones influyen en nuestras vida, en nuestro hacer diario, en nuestro ingenio, en nuestros actos? Yo ya empiezo a pensar que soy la neurona de un desquiciado, o la de un iluso, o la de un glotón al que solo le gusta lo dulce… Tal vez no soy una neurona, sino un microbio, una bacteria, un virus, o también puedo ser un desecho intestinal en espera de que me caguen y acabe convertido en polvo. He pensado que desde mañana me voy a bañar tres veces al día, por si acaso…

domingo, 3 de enero de 2016


¿Somos o solo cumplimos? 
En mi novela hablo de amor, de la relación hombre-mujer, de la pasión ciega, la traición a los compromisos contraídos, del remordimiento y la aniquilación de normas morales. ¿En qué puede consistir el remordimiento y de dónde proviene? ¿Existe en verdad o nos ha sido inculcado como una imposición de la sociedad, por un prejuicio, por una costumbre, por una convención social o por todo un poco? ¿Por qué hay que observar unas normas de conducta? ¿Por qué hemos de mantener una conducta determinada? ¿Quién lo exige además de la ley? ¿Es la misma sociedad quien las ha ido imponiendo como base del entendimiento y la organización y la protección social? Por ejemplo, los sentimientos, el amor, la caridad, muchos de nuestros complejos ¿son sentimientos naturales o nos han sido impuestos por vía de la necesidad social, por lo que exige la convivencia? Ahora, que es un hecho comprobado que las creencias en Dios han ido decayendo, que la idea de un Dios omnipotente disminuye en el mundo del pensamiento, en el mundo más sofisticado (podría ser una exigencia más de la evolución), convengamos que hasta hoy o hasta ayer esta idea representó uno de los envites más importantes de la sociedad, la base del desarrollo, la que nos inculcó los principios, las normas de conducta, el temor, la estructura de la vida y del comportamiento. Leía recientemente en un libro de  Peter Sloterdijk (Los hijos terribles de la edad moderna), sobre la necesidad práctica y evolutiva del pecado original. Si la vida hubiese arrancado desde un concepto paradisíaco, idílico, sin pecado, no se hubiera desarrollado y no hubiera tenido mucha durabilidad. Para que nos desarrollemos, había que crear conceptos partiendo de las obligaciones impuestas por un pecado original leve e injustificado, cuyas consecuencias fue producir trabajo, lucha, competencia, iniciativa y la sensación de que estamos castigados a hacer lo que hacemos debido a una exigencia bíblica… ¿No parece que somos la consecuencia de los fines de un creador, de sus cálculos, de sus trazados, de sus puntos de partida y sus normas? En nuestro origen parece haber un propósito, un plan para que la humanidad responda de cierta manera y progrese, para que vayamos creando nuestro modus vivendi, nuestros alicientes y nuestros estímulos antes impuestos por una voluntad mayor solo válida hasta el momento que alcancemos la verdad filosófica o podamos desenvolvernos por nosotros mismos, sin la necesidad perentoria de recurrir a la divinidad. 
En este mundo complicado y tornadizo, los personajes de mi novela se ven envueltos en acciones encontradas partiendo de actitudes morales y de la inevitable atracción física, y muchas veces esos hechos son considerados como una fatalidad o como ciertas imposiciones que invitan a salirse de las normas pero sin dejar de padecer remordimiento y sin dejar de considerar estos procesos válidos y necesarios, es decir, a pesar de nuestros conceptos morales, de nuestros propósitos de vivir sujetos a unos principios. Yo, a estas alturas (mañana hace 56 años que me casé), veo la fotografía de mi mujer, veo a mis hijos, veo a mis nietos (incluso, veo a mi bisnieta) y me digo: «He creado un mundo, lo he continuado tal como la vida esperaba de mí, he respondido con creces a las exigencias de perpetuidad, a sus propósitos, a los deseos de la Naturaleza. He sido uno más de los millones y millones de seres que construyen la vida torturados y acuciados a instancias o debido a las exigencias del pecado original…». Lo más importante es que todo o la mayor parte de los hechos de mi vida han sido la consecuencia de mis deseos.

(En la fotografía, mi norinha Robi, mi hijo Dany y mis nietos gemelos Lara y Leo)