viernes, 26 de noviembre de 2010


¡Cómete la sopa y cállate!


Mis hijos y aquellos que me conocen se extrañarán, tal vez, por esa especie de mutismo que observo de un tiempo a esta parte… Pudiera parecer que fuera un «mutismo de viejo», de ese viejo que ya no tiene nada que decir, o que tiene que decir tantas cosas que prefiere callársela porque ya nadie le presta atención… En mi caso, no es que se me esté olvidando hablar, sino que disfruto dedicado a una especie de vida interior muy seleccionada y contemplativa, muy propia, dialogando conmigo mismo sobre temas que antes nunca me planteé, mientras hago el intento de descubrir esos aspectos que la vida nos esconde. Existen, sin duda, muchos asuntos que antes, cuando joven, no me llamaban la atención, o no me la llamaban demasiado, o que, simplemente, no me interesaba entrar en ellos. A los 30 o 40 años ya creía que las experiencias almacenadas en mi conciencia o en mi corazón (o donde quiera que se almacenen las experiencias) eran suficientes para interpretar la vida, para creerme que mi presencia en este mundo era valiosísima y era desempeñada con una correcta interpretación por mi parte. Ya me había casado —aunque puede que un poco antes de lo que pensaba, y de lo cual ahora no me arrepiento— y, antes, había experimentado mis cualidades de «macho seductor» (ojo, no hablo de «machismo», sino de esas exigencias sexuales impuestas por la Naturaleza a los hombres y a las mujeres), habiendo tenido tres o cuatro relaciones ocasionales que me espabilaron en la práctica del sexo y me llevaron a considerarlo como algo fantástico… Y así hasta conseguir el verdadero amor, que fue el que me hizo poner los pies sobre la tierra y aceptar algunos convencionalismos que hasta entonces había rechazado. En el campo profesional, dentro de los contratiempos que nos suelen salir al paso, me había movido con astucia y experiencia, con cierto éxito en los lugares de trabajo por donde pasé, logrando en ellos ser bien valorado y consiguiendo mejoras económicas y profesionales permanentemente. Muchas veces, a pesar de mí o atentando contra mis verdaderas ilusiones. Además, en general, tenía muy arraigada la presunción de haberme hecho a mí mismo, o sea, me había construido yo solo, sin ayuda de padres ni de pariente alguno (al contrario; éstos representaron un estímulo porque siempre me catalogaron como un tipo listo pero un tanto alocado y sin muchos principios morales que se diga ni impedimentos de tipo religioso).

Bien, ahora solo me faltaba asentarme y considerar que las «aventuras» ya no debían tener cabida en mis preferencias ni en mis procedimientos…

El problema es que mi mente soñadora e imaginativa no me dejaba en paz, y eso me creaba cierta inconsistencia, me proponía continuos cambios, me impulsaba a buscar nuevos horizontes, a pasar por nuevas experiencias… con lo que no paraba de conocer otras caras y otros lugares. Pero ahora no me quejo: puedo decir que he tenido una vida rica en experiencias y, hasta cierto punto, he visto realizados el 60 por ciento de mis enfoques espirituales —que no es poco si consideramos que mi actitud se basaba en las altas exigencias de mi alma y continuamente ponía mis ambiciones espirituales a prueba y por delante de todo lo demás. Además, para acabarla de fastidiar, debo describirme como un inconformista, lo cual era otro impedimento u otra exigencia agregada. Así que ante estas características personales, me considero un ser privilegiado, tanto en cuestiones de amor, o sea, en lo referente a mi matrimonio —donde actué con una estabilidad muy poco propia de mí—, y en mis relaciones con mis hijos, así como en la forma que me ha tratado el mundo y yo a él. Y eso ya es algo, o, debería decir que es mucho.

Pero, ahora, o sea, de un tiempo a esta parte, más o menos desde que entré en la fase de los 70’s (ahora tengo 78 años) me dediqué a «rumiar» mi vida, a recordarla, a pensar en esos asuntos de composición espiritual que la Naturaleza suele negarnos a los seres humanos. Intenté captar el significado de vivir, que no es poco… Por eso me mantengo callado, observando a la gente así como sus motivaciones y sus alocados movimientos.

¡Ah! Y luego me dedico a escribirlos…

lunes, 22 de noviembre de 2010


Al acabar este domingo…


Todo pasa, todo transcurre como si fuera un soplo, una ráfaga. Y es que la vida apenas alcanza a ser un lapso ínfimo. Ayer estaba iniciando mi camino y hoy, unos días después apenas, ya vislumbro que estoy llegando al final. Sí, todo ocurre antes de lo que pensaba porque el tiempo también es relativo, como tantas cosas… Y no es que me aterrorice ni me atormente la muerte; es solo que me desagrada la idea de haber vivido y no haber entendido la mayor parte de las razones del vivir…

Sí, estoy algo melancólico… Es verdad y lo siento. Los domingos por la noche siempre son un tanto nostálgicos y una pizca deprimentes.

Me asomo a mi balcón y en el cielo, de un azul-oscuro purísimo, brilla una luna llena dorada, grande, tropical, que asemeja ser un candil colgado del cielo alumbrando la ciudad con una luz blanco-amarillenta, y da a los objetos unos matices propios de una noche de aquelarre. Las luces de los edificios colindantes se van prendiendo. Es la señal de que la gente va regresando al hogar después de un día agitado, supongo, o muy movido ante la cercanía de la festividad de Acción de Gracias, una celebración que no acabo de entender —como tantas otras. Yo, además, para dar un sentido más desolado al momento, estoy escuchando a Gail Marten, una cantante de jazz que tiene una voz como con sordina, suave, triste, con matices leves y sin estridencias —si la expresión no fuera tan cursi, diría que es «aterciopelada»—, pero muy rítmica y con un sentido musical altamente sensitivo que hace que la música —interpretada por una orquestilla a base de piano, contrabajo, guitarra y batería destemplada—, siga a la cantante con una especie de contrapunto muy armonioso… Y, además, la cantante es suave, amable, tierna, y con un gran sentido del ritmo. Y es lo que tiene el jazz lento: que acaba por acentuar la tristeza… La supongo acompañando el compás de las canciones con leves movimientos de su cuerpo, como deseando que el tiempo se sume a su ritmo. Me gusta esta música, porque me trae muchos recuerdos gratos; me acerca a aquellos momentos vividos con pasión y profundidad, donde la vida no terminaba nunca y no se reparaba para nada en su final. Y me gustan estos momentos quietos, sensibles, de un pensamiento así, como adormecido, y con movimientos lentos, sin prisas, sin urgencias, y con olor a café con leche. Un solo instante, como éste, puede representar toda una vida, un periplo completo, una revelación. Las mañanas de los domingos, aquí, en San Juan, son espléndidas, sobre todo si te levantas a las seis, como hice yo, y dentro de la quietud matutina, ves amanecer, y sientes cómo el día se va despertando, cómo las aves abandonan la rama donde pasaron la noche y comienzan un leve concierto de trinos. Luego, a medida que va avanzando la jornada, va cogiendo más fuerza, más vida, más ritmo (no olvides que esto es el trópico).

Y a eso de las cinco de la tarde, comienza a decaer, como ahora…

viernes, 19 de noviembre de 2010


El mundo que viene


¿Cuál será, en verdad, el destino y la función que le aguarda al mundo? ¿Cuál será su tendencia, su línea de seguimiento, sus metas? Si se tiene en cuenta que la sociedad va abandonando las creencias religiosas, la fe en una prolongación de la vida tras la muerte, o la derogación lenta pero firme de las ideologías filosóficas y políticas, ¿existirá una solución para los males que nos aquejan? ¿Derivará hacia la armonía o hacia el desorden sistemático? ¿O estará ocurriendo como en las antiguas Grecia y Roma, que, casi sin advertirlo, estemos entrando en una decadencia desenfrenada, sin remisión posible?

Yo, a pesar de las crisis, las poluciones, las caídas de valores y tantas ideologías fracasadas, creo que existe una meta, un destino, una función. En realidad, hoy, sin dudarlo, se puede afirmar que vivimos mejor de lo que se ha vivido nunca antes; que ya no somos aquella sociedad sumisa de antaño, de la antigüedad, que era dominada a latigazos, y que, al menos en determinados sectores cultos —además de conscientes de la situación—, ya no aceptamos que nos den «gato por liebre», que nos digan lo que tenemos que hacer ni por quién hemos de votar, ni atendemos a campañas vergonzosas como las que están exhibiendo ahora las elecciones catalanas… Posiblemente, pienso, estamos en una etapa de transición, o de reacomodo, tal vez la crisis nos obligue a prescindir de lo ficticio, a que miremos más los pasos que damos, y que nos entendamos mejor y sepamos administrarnos. Posiblemente acabemos por disminuir el derroche en el que ya estábamos cayendo. Tal vez se estén buscando nuevos caminos dado que el comunismo ha fracasado y el capitalismo parece que va camino de perecer. Claro, hay una resistencia pasiva: en muchos sectores se niegan a perder privilegios. Obama, el presidente de USA, ha tenido la oportunidad de comprobarlo. De aquel candidato pleno de confianza en sí mismo y envuelto en una angelical ingenuidad que apareció en la campaña electoral, al de hoy hay una diferencia abismal. Sin asegurar que carezca de posibilidades (aunque más bien parece un cordero metido en una jaula de lobos), sería un buen mandatario en un mundo mucho más maduro, más comprensivo, menos egoísta, más consciente y mucho más cooperador, más seguro de hacia dónde vamos y hacia dónde debemos ir; pero lo malo es que en el mundo de hoy quedan todavía muchas reminiscencias de los años veinte del siglo pasado, incluida la anterior crisis económica.

En mi caso, tal vez ingenuamente, creo que la humanidad tiene un destino, que está programada para y por algo, diga lo que diga Stephen Hawking, de quien no creo nada (en su último libro —cuya finalidad muy clara es vender la mayor cantidad de ejemplares posibles— se contradice, porque si dice que venimos de la nada, entonces coincide con la Biblia, que también dice que Dios nos hizo de la nada… De todos modos, a Hawking no se le debe tener muy en cuenta. Es inteligente, de eso no hay duda, sabe mucha matemática, pero su severa invalidez congénita le produce un criterio determinado, y le dicta unos sentimientos que probablemente son de desprecio y resentimiento hacia la humanidad y no puede admitir la presencia de un Dios que le ha creado a él con tanta deformación física. Aunque, si sigue así, poco le faltará para asegurar que el perfecto es él, y los imperfectos somos nosotros…). No tiene lógica que la perfección, la maravilla del orbe, el hecho de disponer de un cerebro para pensar, la armonía de tantos seres vivos conviviendo, no sirva para nada; no se puede aceptar que dentro de una naturaleza ciento por ciento entrelazada y dependiente, los seres humanos solo sirvamos para comer y limpiarnos el culo. Es posible que nuestro pensamiento, nuestras tendencias, nuestro comportamiento espiritual y colectivo sea, como creen los budistas, lo que va construyendo el mundo y lo que lo dignifica al ser, con todo y a pesar de las aberraciones. ¿Cuánto se habrá cambiado desde el principio de la existencia hasta hoy? ¿Puede ser eso casual? Pues, según mi entendimiento, me demuestra que los cambios y el progreso son una función social exigible, circulante y permanente.

domingo, 7 de noviembre de 2010


¡Vayámonos para Marte…!


Pero, vamos a ver: ¿somos los ciudadanos los culpables de la crisis económica? ¿Fuimos nosotros quienes la desatamos? ¡Pero, por Dios, con esa cara de inocentones que tenemos todos! ¡Yo, por lo menos, no fui, lo juro! Ni usted, ni el otro, ni el de más allá…¡Yo no tengo dinero oculto en Suiza, que conste! ¿Entonces, por qué hemos de cargar con las consecuencias? ¡Mire, ante esta situación, me da un ataque de risa! Porque, oiga, usted es un ciudadano o una ciudadana, como lo soy yo. Somos gente normal, que podemos tener un cochecito, un televisor con tercera dimensión, una computadora inalámbrica, pero de eso a haber causado esta crisis hay mucha diferencia… Nosotros, a pesar de tener automóvil, vamos a nuestro trabajo en metro o en autobús. Somos trabajadores, profesionales, gente preocupada por ser buenos ciudadanos y por que nuestros hijos salgan adelante y lleguen más lejos que nosotros… Sí, vamos al cine de vez en cuando, vemos el fútbol por televisión; leemos los periódicos de una u otra tendencia; estamos pendientes de pasar por el mercado para comprar los alimentos que necesitamos; tomamos unas cervezas con los amigos; esperamos a que lleguen las rebajas de invierno para comprarnos unos zapatos, o unos calzoncillos, o unas bragas, o una camisa; celebramos las fiestas de aniversario, los cumpleaños de nuestros nietos, todo con la mayor sencillez, sin alharaca, y dentro de la mejor armonía… Y de repente vienen y nos dicen que eso ya se acabó o que lleva camino de acabarse. Que estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Que nuestros gastos se han desbocado. Que ya no hay dinero. Que conseguir un crédito para comprar un automóvil nuevo significa toda una proeza y que el banco te pida hasta que te hagas un chequeo médico para ver si estás sano y resistirás los años necesarios para devolver lo que todavía no te han prestado… Luego, el dueño del banco sonríe con crispación, y pone esa cara rosadita y mofletuda como si fuera el beato Buitreño: para ellos todo va bien… ¿quién ha osado hablar de crisis? ¡Si estamos mejor que antes! ¡Ahora la restitución del crédito es más segura! Claro, como nos piden un aval que avale al que nos avaló primero… de forma que si no paga usted, pagará el otro, y si no el otro o el de más allá. Pero, por favor, ¿todavía no se ha enterado usted de que los bancos nunca pierden? ¡Qué atrasado! ¡Venga acá! (como dicen los cubanos): sea bueno o buena y no sienta cólera contra los banqueros, que, entérese de una vez, los creó Dios el décimoctavo día de la creación, antes de que Eva insistiera con Adán en que se comiera la manzana, y nos echaran del Paraíso! Bueno, nos echaron a los simples mortales, pero ¿a los banqueros? ¡Qué va! ¿Y si el cielo entra en quiebra, quien los va a salvar? Dios, que castigó a los seres humanos a trabajar, no previó que algunos no podrían cumplir el «castigo» porque no encontrarían trabajo. ¡A ver! ¡Qué sabe usted hacer! Pues yo… ensartaba hilos en las agujas… ¡Eso ya no se hace! ¡Vuelva para el Paraíso! ¿Y el castigo de los partos con dolor? ¡Mucho no debe doler, porque mira que llegan críos al mundo! No, el verdadero castigo bíblico fue que los hijos de Eva padeciéramos repetidas crisis económicas… ¡Así aprenderemos a no comernos más manzanas prohibidas!

Así que, ya sabe, esta crisis depende de nosotros, de nuestras aportaciones, de la reducción de nuestro salario, de la fuerza que tengamos para apretarnos el cinturón. Aunque lo que me temo es que no nos han dicho la verdad: que la situación es más caótica, más mala de como nos dijeron al principio.

Pero, claro, no hay que crear alarmas que acabarían acentuando el círculo vicioso…

Métaselo en la cabeza: lo peor de todo es que nadie tiene ni puñetera idea de cómo arreglar las cosas.

Menos mal que Stephen Hawking ha dicho que lo mejor que podemos hacer es largarnos para Marte. Ya verá usted como dentro de poco empezaremos a ver autobuses dispuestos en diferentes puntos estratégicos de las ciudades, gritando: ¡Para Marte! ¡Vamos para Marte! ¡Suba que nos vamos! ¡Para Marte! Y ¿cuándo llegaremos? pregunta una señora con cara de preocupación. ¡Dentro de cinco años luz de candil…! Mire, tráigase uno o dos bocatas para el camino. Uno de tortilla de patatas con chorizo y otro de calamares. ¡Ah, y la bota de vino! Y después Dios dirá…

martes, 2 de noviembre de 2010


Labrando mi corazón


Últimamente, en mis blogs, me está dando la manía de encarar el tema político y sus insoportables disquisiciones. Como si eso, aparte del berrinche que me produce, sirviera para solucionar algo… Claro, representa un desahogo, una forma de echar fuera la bilis que me causa la situación de España, que hoy se puede considerar que es casi semejante a la que hubo durante los días anteriores a la guerra (in)civil y que tantas desventuras produjo a los españoles.

Y como estoy arrepentido de tal manía que daña mi espíritu y la opinión que tengan mis lectores hacia mí, quiero expresar el ruego de solicitar sus disculpas y rogarles que comprendan y perdonen… No inicié este blog con semejante propósito, que conste, y menos aún para crear odios ni abocarme yo mismo a sentirlos. Hace pocos días atribuía las situaciones anómalas de la primera etapa de mi existencia, o sea, de aquellos primeros años de mi vida —que fueron los más nefastos—, a los días de la guerra y sus consecuencias calamitosas. Y decía que sólo encontré sentido de la vida desde el momento que comencé mi relación con Angelines, a los 21 años de edad. Y aquella etapa anterior me juré hacer el intento de olvidarla por ingrata, mísera y poco esperanzadora. Pero, según los psicoanalistas, uno no debe negarse a sí mismo ningún hecho por negativo que sea: es la única forma de acatar su propia historia, y aceptarlo todo, bueno o malo, puesto que constituye la propia biografía, aceptando que las situaciones amargas, igual que las felices, forman parte de la vida; solo así uno encuentra su propia verdad, y la acepta desde una posición coherente, porque, a fin de cuentas, los momentos malos también sirvieron para darle forma a mi vida, para labrar mi corazón y mi carácter y dar profundidad a mis sentimientos… O sea, que este que soy yo ahora, proviene del que fui antes, de las vicisitudes y las bondades que se cruzaron conmigo. Ellas me hicieron así y esta es la manera como se fue formando mi corazón. Incluso, me trajeron esa función sensible que me envuelve ahora, y que me convierte en un ser feliz y amargado a un tiempo, pero agradecido de la vida.

Y, digo yo: ¿no debo estar agradecido a la vida por haberme dedicado tanta generosidad?