jueves, 19 de noviembre de 2009



Grados de sensibilidad


La vida, el mundo, la sociedad, todo está limitado y supeditado al nivel de inteligencia y sensibilidad de las personas. Si yo tengo un grado de inteligencia o entendimiento A, o mas A, y mi interlocutor tiene un grado C, o menos C, difícilmente nos podemos entender (en realidad, el de A sí puede descender hasta el nivel de C, pero éste no puede ascender a donde está A), y no digamos si esta misma nomenclatura la volcamos sobre los grados de sensibilidad y entendimiento del lado espiritual de la vida: unos lo desconocen, otros no salen de él; otros —los más zafios— hasta se burlan, y los de más allá combinan materia y espíritu con cierta naturalidad; luego, hay algunos para los cuales solo existe la materia… Existen otros factores que dificultan el entendimiento entre los seres: que uno tenga más desarrollado el hemisferio izquierdo que el derecho —habilidad numérica, lenguaje escrito, razonamiento, lenguaje hablado, habilidad científica…—, y el otro, al contrario, que tenga el derecho más desarrollado que el izquierdo —perspicacia, sentido artístico, imaginación, sentido musical… Yo a veces, cuando, por ejemplo, veo esa gente afín con ETA que suelen salir en el Parlamento vasco, con esas miradas torvas, esa falta de amabilidad en el semblante, esa ausencia de sonrisas, ese apoyo incondicional a los que matan, pienso en la abismal diferencia que existe entre ellos y yo (no puedo imaginarme defendiendo al que mata o matando yo a alguien y menos a sangre fría, sin argumentos válidos —bueno, yo nunca encontraría argumentos válidos para matar a otra persona…). Pero mi intención al escribir este artículo no es criticar a ETA y sus acólitos, sino para dejar plasmada la enorme diferencia que existen entre las personas. Por ejemplo, no tengo dudas de que la mayoría de los políticos pertenecen al grupo de bajo nivel intelectual. Tienen ciertas «virtudes», como pillería, habilidad para engañar, personalidad para sostener hoy una teoría y mañana la contraria, tendencia a disponer del dinero ajeno, ambición desmedida, locuacidad, «idealismo» arribista… Pero la pregunta clave que me hago es si esta diversidad está contemplada así por la naturaleza o es una deformación «artificial» del ser humano y de la vida en sí. Por ejemplo, para ser político hay que tener un nivel intelectual bajo. Si lo tienes muy alto, estás hecho para otras actividades: para las ciencias, para la tecnología o para la filosofía, por ejemplo, pero no para la política… Claro que la vida es tan diversa, tiene tantos matices, se insinúa o se muestra de tantas formas que es muy difícil adoptar una postura determinada. Además, sería estúpido que todos tuviésemos el mismo grado de sensibilidad y de inteligencia. Por lo pronto, nadie querría desempeñar ciertos oficios desagradables o, si lo hacía porque no le quedaba otro remedio, estaría siempre amargado. Es complicado. Mucho. En realidad, la planificación de la diversidad del comportamiento humano parece que proviene de la zona genética, pero la pregunta es, ¿por qué somos diferentes en lugar de iguales? Yo no distingo diferentes personalidades entre las ovejas, o entre las palomas, o entre las cebras. Entre los monos, quizá. El otro día leí en un artículo de Tendencias21 (una revista virtual editada por los jesuitas de la Universidad Pontificia de Comillas, muy sólida en los campos científico, social y espiritual, y muy abierta hacia las ideas cualquiera que sea su tendencia y procedencia —esta revista semanal es citada con frecuencia en los medios científicos y en Internet por diferentes portales y por la gente estudiosa) que alguien ha considerado que la Naturaleza tiene alma y que de una manera u otra acaba imbuyendo sus quejas y sus disconformidades en los seres humanos hasta que llegamos a entender lo que estamos haciendo mal y cambiamos el rumbo. Pero, volviendo a la carretera principal, creo que la diversidad de mentes y actitudes responde a una necesidad vital. Según dicen, la duda es propia de las personas inteligentes porque su panorama mental es más amplio y la vida ofrece demasiados matices como para pronunciarse por uno. Por el contrario, los más cerrados de mollera nunca dudan y suelen ser los más audaces. Y eso demuestra que todos somos necesarios para el desarrollo de la vida… Una posición favorable hacia los que dudan la mantiene Cioran, para quien el mundo, tal como es, no pasa de ser una cloaca… Él piensa —o pensaba, porque murió no hace mucho— que los humanos no debimos haber salido de nuestra condición animal. Ese fue, según Ciorán, el más grave error cometido por la Naturaleza. Desde luego que así no tendríamos pensamientos tortuosos ni deudas con los bancos. Claro, Cioran, que con mucha frecuencia se contradecía, no se daba cuenta de que, en ese caso, él no habría podido disfrutar escribiendo sus libros, ni desmoralizarnos con sus destructivos y tormentosos discursos metafísicos, ni convertirse en el filósofo del horror…

Pero esto corresponde a otro tema y otro día.

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