sábado, 31 de octubre de 2009
La magia del ser humano
¡La vida, a pesar de los contratiempos que nos suele presentar, es mágica, insólita y maravillosa! Y creo que esta sensación es la fórmula que, en algunas ocasiones —incluso, en muchas— nos otorga un cariz de singularidad y asombro, y, sobre todo, de embelesamiento. Estas propiedades son las que la hacen válida y soportable. Porque, ¿qué sería de nosotros si nuestro conocimiento fuera pleno pero friamente académico, si la acción de la Naturaleza solo la midiésemos en términos físicos o matemáticos, sin ninguna concesión a lo imaginativo y lo banal? ¿Qué sería de nosotros si el misterio, la curiosidad y la incertidumbre no nos embargaran y nos causaran la fascinación que nos causan? Imagínense si careciéramos de facultades para sentir y apreciar la belleza; si una puesta de sol, un paisaje deleitoso, o una sonrisa no causaran conmociones espirituales y no aumentaran las palpitaciones en nuestro corazón; si viésemos la vida con la misma simpleza que puede verla un reptil, un camello o un asno, que, para mí, son los animales que demuestran tener una carencia absoluta de curiosidad y emociones.
La persona que vemos en la fotografía que encabeza este texto —y que aparece sentado en el sofá de la familia Simpson—, es don Antonio Delgado, mi magnífico e inefable amigo. Nos conocimos en Valencia, en el lugar más inverosímil para establecer una relación: el cementerio; allí fue donde iniciamos nuestra amistad. Ocurre que nuestras respectivas esposas reposan en nichos casi contiguos, y se dio la coincidencia de que ambos efectuábamos la visita los sábados a la misma hora. Él siempre iba acompañado de su hija Monserrat, una mujer bella y de gran sensibilidad, además de extraordinaria conversadora. Como es frecuente en estos casos, comenzamos charlando de temas intrascendentes inspirados por la cortesía y el encuentro casual, y acabamos convirtiéndonos en dos buenos amigos cuyas reuniones no se limitaron únicamente a los sábados en el camposanto, sino que las prolongamos a los jueves de cada semana. Don Antonio tiene 82 años y posee esa personalidad extremadamente animosa e ingenua necesaria para disfrutar de una larga vida. Su presencia en esta fotografía demuestra con qué fruición se abraza a la vida. Y es que esa es la clave de la existencia: el ánimo, el amor, el encantamiento. Somos seres humanos, la mayor jerarquía entre todas las especies que pueblan la tierra, y debemos responder a esa responsabilidad y esa gracia que nos ha sido otorgada amando a la vida en todas sus manifestaciones, y no sólo en lo profundo y en lo trascendental, sino también en lo trivial, en la desatención a lo fundamental y en la erradicación de penas que nos proporcionan los mitos…
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