viernes, 2 de octubre de 2009


La dulzura de los días melancólicos


Hay días que, siendo hermosos, no dejan de ser melancólicos aunque se trate de una melancolía suave, y hasta dulce… Como este de hoy, lluvioso, con un cielo encapotado, que matiza el ambiente con tintes grises excepto los tonos verdes de los árboles, que se intensifican con la lluvia. Me asomo a mi balcón y veo caer las gotas mansamente, sin estridencia, como si su único fin fuera humedecer la tierra, dar de beber a las plantas y a las aves para que no se mueran de sed, para contribuir a que todo se desarrolle y crezca armoniosamente. De afuera me llega ese olor inefable de la tierra mojada… ¿Habrá un perfume más agradable y rebosante de vida? Aquí en el Trópico las lluvias suelen ser hermosas, plenas de vitalidad, significados y olores, incluso cuando son violentas… No lo puedo negar: me agradan estos días lluviosos y mansos porque siento mucha complacencia en abandonarme a la inactividad, a los momentos carentes de planes y de nerviosas consultas al reloj, permitiendo que las horas pasen sin preocuparme por las «intranquilas pérdidas de tiempo» y, si acaso, escribir sólo lo que a mi alma le apetezca, sin guión previo ni urgencias por comunicar mis desabridos pensamientos, ni vociferar a los cuatro vientos mis penas por los amores perdidos. Me gusta sentir los descompasados latidos de mi corazón por las nostalgias que se me despiertan sobre lejanos momentos vividos, o revivir otros días de lluvia transcurridos entre amores tiernamente poéticos, y por las muchas ilusiones nunca cumplidas que demuestran la imperfección del ser humano… Por esa razón, hoy me propongo eliminar de mi cerebro todo plan organizado y serio, todo lo relacionado con compromisos sociales, todo lo convencional. Hoy quiero echar al cubo de la basura la lista de «asuntos pendientes», y olvidarme de las llamadas telefónicas, que siempre vienen cargadas de actividades desconcertantes y compromisos insulsos. Hoy quiero alejarme de formalismos como «¿qué haré de almuerzo?», o de «tengo que extender mi cama», o de «debo ir al supermercado a comprar cebollas». Solo me asomaré a Internet para instalar este texto y después me olvidaré de navegar por ese mar proceloso; así evitaré estremecerme con las noticias negativas de lo que ocurre en el mundo, que, de alguna forma, vendrían a recordarme que soy un mortal torpe e inútil entre millones de ellos.

Porque es un placer, aunque sea por un solo día, abandonarse al ensueño, escuchar música suave de piano, dejarse mecer por el recuerdo de otros melancólicos y dulces momentos, de otros espacios vividos mientras la lluvia caía y se llenaba mi alma de sentimientos puros, de nostalgias, y de dulces anhelos… Como hoy.

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