domingo, 25 de octubre de 2009



La vida y sus secretos

Cuando intentamos penetrar en los secretos de la vida surge una especie de desamparo. No hay explicación científica ni filosófica que nos llene, y menos en estos tiempos nihilistas y deshumanizados que nos conducen a la autodestrucción y al atontamiento. Yo, ahora, en este momento, vivo una fase que me hace sentir un fuerte desdén hacia los iluminados. Cada vez que leo que Aristóteles dijo esto, y Kant aquello otro, y Schopenhauer lo de más allá, casi me entran ganas de reir. ¡Pero, por favor! ¿Qué se esconde detrás de aquellos que dicen saber en qué consiste la vida? ¿Durante cuánto tiempo se insistió que el hombre y la mujer, primero que descendían de Adán y Eva, luego que del mono; ahora, cien o doscientos años después, dicen que no, que los humanos y los monos siguieron diferentes caminos… Generalmente, es por ambición no por conocimientos contrastados. Ambición de liderazgo, o de hacerse célebre, escribir un libro y ganar dinero. Y, de cualquier manera, es un objetivo personal, no humanitario. Cuando veo todos esos predicadores de la televisión me entran ganas de llorar o de reirme de la ingenuidad de las gentes… ¿Cómo puede dejarse engañar, así, sin más? ¿Es que están tan necesitados del apoyo divino que hace que se lo crean todo? Hay unos predicadores que hablan con furia, como si el mismo Dios les hubiera encomendado que solucionen el asunto a bofetadas o dando puñetazos sobre la mesa (no hace mucho tiempo un «iluminado» se rompió una mano por dar un golpe); otros lo hacen con mansedumbre, tratando de penetrar en el espíritu de las gentes y en sus corazones atribulados; otros prometen dinero, riquezas, buena posición, presentan a un Dios dadivoso con los bolsillos rebosantes de monedas… y a cambio de situar a los fieles en magnífica relaciones con ese Dios que otorgará riqueza, ellos solicitan una colaboración económica por adelantado, sin esperar a que llegue su encopetado dios repartiendo billetes y flores. Es inútil que indaguemos, que nos hagamos la clásica pregunta de quiénes somos, adónde vamos o de donde venimos. Cuanto más indagamos mayor es la confusión. Blaise Pascal lo dijo: «Una de las principales enfermedades del hombre es su inquieta curiosidad por conocer lo que no puede llegar a saber.» Si acaso, mediante un método deductivo nos podemos acercar en un punto a la verdad, pero nunca habrá certeza por más sugerentes que sean las maravillas del mundo. Tal vez recurriendo a lo más palpable: la Naturaleza. En la Naturaleza encontramos una actitud de inteligente determinismo, y confiamos en que por parte de ella siempre habrá un sometimiento al cumplimiento de las normas establecidas. Y ese es el caso: tan absurdo es pensar que el universo, el ser humano, las plantas, etc. han sido creados por un dios, como la idea contraria: los que dicen que todo se ha hecho solo, de casualidad. Me gustaría que algún científico de esos me aclarara si realmente existe algo que se haga solo. Actualmente, los darwinistas —con Dawkin a la cabeza— andan predicando que lo más racional en la vida es ser ateos, sin explicar por qué o explicarlo con argumentos confusos. Y me pregunto yo, ¿a ellos qué lo mismo les da que unos crean y otros no? Dicen que las religiones originan guerras. Pues sólo hay que examinar la historia para conocer que los ateos son los que más las originan. ¿era católico Stalin?; ¿en quién creía Mao Tse Tung? ¿Hitler eliminó a los judios por cuestiones religiosas? ¿Y lo de Pol Pot y los jemeres rojos, que se cargaron a millones de gentes con la simple disculpa del «enemigo oculto»? Lo que nos hacen pensar estos predicadores de pacotilla es que lo único que les interesa es que de sus libros se vendan miles de ejemplares y les produzca enormes cantidades de dinero. Creo que esa es su verdadera religión… Mientras tanto hay que comportarse como una célula privilegiada a la que se le ha dado el poder del discernimiento y la sensibilidad. Además de la facultad de hablar.

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