sábado, 3 de octubre de 2009



Sentimientos


¡Qué palabra ésta! ¡Cuántos matices tiene! Se usa con frecuencia, pero no siempre con el mismo significado. Aunque, de cualquier manera, en todo momento se refiere a un estado espiritual, a una fase del entendimiento, de la sensibilidad hacia las cosas y las personas. Para mí, lo que los sentimientos expresan mejor es la emoción producida por la captación de lo excelso de una pintura, o de un poema, o de unas notas musicales, o lo reflejado por un libro o por una frase, o por el misterio que encierra una puesta de sol, o el embeleso que puede producir una mirada. Los sentimientos, indudablemente, se refieren al amor y al modo de sentirlo… Y a la bondad, desde luego. Yo inmediatamente me siento atraído por aquellas personas que tienen profundos sentimientos, que les gusta entrar en el esclarecimiento de temas espirituales y profundizar en ellos, es decir, aquellos que sienten amor y arrobo hacia las representaciones de la vida. Especialmente si son mujeres. Me encantan las mujeres de corazón bondadoso y sensibilidad abierta hacia los asuntos del espíritu. Los hombres también, claro… Pero yo, siendo hombre, con la mujer percibo una emoción especial, una emoción singularísima. Y no estoy insinuando nada relacionado con lo sexual, por Dios, ¡faltaría más! Aunque, claro, tampoco voy a negarlo, no sería verdadero —y aquí, en este diario, estoy dispuesto a ir siempre con la verdad por delante—: si además de ser mujer y reunir estas características que acabo de mencionar, es bonita, tiene lindos ojos y posee una bella sonrisa, me siento más subyugado, qué duda cabe… Ni que yo fuera de piedra… Pero, aparte de bromas, los hombres, en nuestras conversaciones, solemos caer en la competición, en demostrar que uno es el que más sabe o el más inteligente. Y con la mujer, no. Con la mujer se conversa con mayor tranquilidad, con cierto reposo. Ustedes, señoras y señoritas, permiten que fluyan las ideas con mayor suavidad, generando una agradable aportación con la que se va construyendo el tema que tenemos entre manos. Con la mujer se intercambian las ideas. Con los hombres, generalmente, no. A mí me encantaba conversar con mi mujer. Creo que ese ha sido el principal secreto de nuestra larga y feliz convivencia. Después de cuarenta años de casados no nos lo habíamos dicho todo. Para mí era una sensación perfecta cuando ella me exponía sus cosas del corazón, sus sentimientos, sus pequeñas pasiones o recelos, sus admiraciones, sus deseos… Y, por supuesto, yo también le comunicaba a ella los míos. Puedo alardear de que Angelines, mi mujer, me conocía mejor que yo mismo. Pero, además, hay otra cosa: la mujer siempre escucha, siempre expresa su admiración ante una frase ingeniosa o aguda. Y a los hombres nos cuesta, nos cuesta mucho aplaudirnos entre nosotros.

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