miércoles, 14 de octubre de 2009




Ponte una coliflor en la cabeza


Creo que la vida debe ser aceptada tal como se va construyendo ella misma en el transcurrir del tiempo, sin buscarle otras explicaciones ni otros fundamentos. Si existe un pre-trazado, es decir, un determinismo, bien; si la vamos construyendo los humanos a medida que la vivimos, excelente. Creo que ahí, en esa despreocupación reside la perfección, la alegría de vivir, la pasión de crear, el amor a los semejantes y a la Naturaleza y, como consecuencia, es la auténtica experiencia de la felicidad. En algún sitio he leído que la vida tiene que ser algo sencillo, algo que pueda vivirse aplicando un conjunto de pequeños ritos, indefinidamente repetidos, ritos, al fin y al cabo, un poco estúpidos, pero en los que, en el fondo, se puede creer ya que, de paso, le dan una estructura y un sentido a nuestra vida. Blaise Pascal dijo que «Una de las principales enfermedades del ser humano es su inquieta curiosidad por conocer lo que nunca puede llegar a saber.»

Usted, yo, vivimos y dejamos vivir; traemos seres al mundo, los educamos, los mantenemos y tratamos de que sean felices, sobre todo mientras ellos no se pueden valer por sí mismos. Luego nuestros hijos harán lo propio con sus hijos, y sus hijos con los suyos hasta el fin de los tiempos. Esa parece ser la ley universal sin que importe de dónde venimos y adónde vamos. Pero, además, es algo que nos lo exige el instinto. ¿Sabe más sabroso el chocolate si conocemos su historia y su composición? No, sabe igual. El conocimiento de su composición es cultural, pero no agrega ni quita nada a su sabor. Si yo busco tener un comportamiento determinado dentro de la sociedad, es porque así me lo exige mi conciencia, porque las requisitorias morales han ido evolucionando con el tiempo —tal vez gracias a la evolución que queda encerrada en la composición genética— como una necesidad y nos han dado los sentimientos que nos convienen para crear un método de vida aceptable y desenvolvernos dentro de ella.

A veces pienso que la vida es como las leyes de circulación: cuando aparecieron los primeros automóviles no existían normas, ni carreteras; luego, a medida que se fueron desarrollando y aumentando los vehículos, tuvieron que evolucionar e ir ampliando las leyes para que todos puedan circular sin mayores contratiempos. Creo que esa es la verdadera ley de la vida, la necesidad de que exista una ética que nos permita convivir unos con otros. Es como si fueran las reglas que vamos creando para nuestra supervivencia. Cuando yo compruebo que si trato bien a mi vecino él hace lo propio conmigo, pues me lo aplico como norma de vida. Y mi vecino hace lo propio. Y así todos contentos. Porque lo que haya después de mi muerte es un asunto en el que yo ni deseo ni puedo intervenir. Cuando me muera me enteraré si hay algo. Y si no lo hay no lo sabré nunca. Mientras, sustituiré mi cerebro por una coliflor…

No hay comentarios:

Publicar un comentario