sábado, 17 de octubre de 2009


Hurgando en la vida


La vida, considerada desde una concepción materialista, por su condición discutible, no es admitida entre mis convicciones actuales. Ahora ando metido en consideraciones acerca de que sería inexplicablemente absurdo y trágico que todo este extraño, mágico y complejo mundo careciera de sentido. Tantas células trabajando, tantas hormonas llevando y trayendo una información interna para regular el funcionamiento del organismo, tantas glándulas secretando humores, tantos corazones latiendo sin descanso, tantos anticuerpos dispuestos a luchar por nuestras vidas, tantas neuronas generando información para que nuestra vida tenga sentido, tanto lirismo en las almas, tantos discursos de matafísica, ética y funcionalidad biológica, tantos impulsos sexuales para evitar que la especie desaparezca, tanto amor entre tú y yo, de tanta profundidad de sentimientos, ¿para qué si todo es baldío, estéril, sin finalidad alguna? Cuanto más profundizo en el tema, más convencido estoy de que el espíritu trasciende. No sé si lo siento así con toda la convicción y seguridad de mi alma o solo se trata de un deseo engañoso y extravagante, o una reacción instintiva, pero me digo que tiene que haber una razón, una razón de eternidad o de transformación, o de renovación y perfeccionamientos sucesivos, o de proyecciones hacia universos distantes. Cada vez creo menos que seamos un paréntesis entre vacío y vacío. Eso, además de que no suena bien carece de sentido. A ver, dime, ¿qué afinidad existe entre una puesta de sol y el silencio eterno? ¿Tiene alguna relación la muerte y la sonrisa de un niño, o el embriagante perfume de una flor con el vacío sin límites, o la grandiosidad del mar y la belleza de una montaña y la poesía con una presencia casual e inútil? Y entro en semejantes elucubraciones, a pesar de que siempre fui un acérrimo escéptico, un descreído o un agnóstico, como quieras llamarme… Para mí la vida, tal y como la aceptamos y la vivimos, tal y como funciona a nuestro alrededor, esa vida que vemos y experimentamos —con sus perversiones y sus bondades— era lo único demostrable, y nunca acepté otras descripciones, ni mucho menos una existencia basada en recompensas ni perpetuidades posteriores a la muerte. Pero ahora, desde que falleció mi mujer, tengo tendencia a darme otros alientos porque si no todo se convertiría para mí en un pesado e irrespirable vivir…

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