jueves, 29 de octubre de 2009
Lo extraño de la vida
Al rebasar los 60-65 años es cuando comienza uno a darse cuenta de lo extraña que es la composición de la vida. Hasta entonces, entre que si los estudios, que si la preocupación de abrirse camino, echarse novia o novio, tener las primeras experiencias sexuales, casarse, concebir hijos, comenzar a pagar facturas, entrar en el tráfago competitivo, etc., uno casi no repara en el embrollo existencial y tenso donde estamos metidos. Entonces todo parece ser normal y como tal se acepta. Luego, tras la jubilación, en la medida que uno va siendo arrinconado, o cuando se auto-arrincona —como es mi caso—, es cuando la mente empieza a inquirir y a preguntarse qué coño es esto, qué hacemos aquí y para qué hemos venido al mundo… Y es que estas parecen ser las pautas que utiliza la vida para conducirse, es decir, así es como está organizada. El asunto sería saber quién es el organizador —si es que realmente hay alguno— y cuáles son sus fines —si en verdad existen—, y por qué le son escondidos a la humanidad.
En alguna ocasión he escrito que el mundo es así: misterioso y oculto, y, además, fundado en el desconocimiento y en la incógnita. Si lo supiéramos todo seríamos como dioses aburridos o viviríamos en el horror al saber con seguridad que detrás de esta vida no hay nada, solamente silencio… Pero esa tiene que ser una de las posibilidades. Ahora, así como somos, poseemos sensibilidad para captar lo bueno y lo malo, para disfrutar y entristecernos, para amar y aborrecer, para desear sin sentirnos satisfechos. Es una muestra de que no conocemos nada o casi nada y de que todas las cosas son imprevistas, lo cual nos crea un desasosiego pero es también un incentivo para que el mundo progrese y vaya a más. Imagínese que supiéramos con certeza que existe una vida superior a esta, en la cual se es absolutamente feliz, y que nuestro destino consistiría en arribar a ella después de que fallezcamos. Nuestro interés por esta vida sería muy relativo y apenas se nos presentara un contratiempo estaríamos deseosos de morir para acceder al otro mundo y desviar la situación… Me contaron un chiste no hace mucho respecto a una viejita que se encontraba en el lecho en trance de morir; el sacerdote que la atendía trataba de calmar su angustia diciéndole: «Alégrate, hija, porque estás a punto de llegar a la casa del Señor… Ay, sí padre, respondió ella, pero como en casa de una no se está en ninguna parte…» Por ejemplo, ponga usted su hemisferio izquierdo a razonar y pregúntese: ¿Cómo son los espíritus? ¿Qué hacen? ¿A qué se dedican? ¿Tienen boca y ano? ¿Comen y defecan? ¿Tienen contactos sexuales? ¿Saben reír y llorar? ¿Duermen? ¿Tienen ojos y ven? ¿Usan el teléfono celular y la computadora? ¿Cómo se divierten? ¿Están todo el santo día alabando a Dios? ¡Pues vaya pesadez, dirá Dios, tener a todas estas sombras en todo momento haciéndome reverencias y sin yo disponer de un momento de vida privada…!
No, es algo que en nuestra mente no cabe. Pero no me voy a poner negativo. Ahora se habla mucho de esa red neuronal que tenemos en nuestro cerebro por la cual circula la manifestación religiosa y la creencia en Dios. ¿Quién nos la ha dado y por qué si no existe nada? Yo mismo que no tengo ninguna creencia firme y en mi cerebro cortical todo son dudas, tengo una especie de intuición, un instinto, en relación al espíritu de mi mujer. No es nada razonado —ya que son cosas que no se pueden razonar—, pero es un convencimiento emocional de que ella, su espíritu, está en alguna parte y, a veces, establece una comunicación conmigo y hasta hace alguno que otro milagro: me sana, se me aparece en sueños y me orienta en determinadas ocasiones… ¡Pero de esto ya les hablaré otro día!
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Lógicamente, Jacinto, la vida cambia a partir de la jubilación.
ResponderEliminarEsa casa llena de vida, la que era tu hogar hace unos años, estaba poblada de gente ansiosa por vivir, por desentrañar los secretos habidos y por haber…
Se fueron cumpliendo las ilusiones, se desentrañaron los secretos, unos resultaron maravillosos y otros inquietantes, pero uno a uno y persona por persona, iban haciendo su camino. Ese camino que no se aprecia hasta que se aleja demasiado, por desgracia.
Luego, cada cual con su historia, la que ha creado o la que le ha sido dada, ya sabes, y con estas historias, la separación, la desmembración del grupo familiar y te vas quedando solo, solo con los recuerdos, con los sonidos en tus oídos, con los olores en tu olfato, con los colores de esa vida que estuvo tan plena, en tus retinas y así, poco a poco, casi sin apercibirte, te ves con tus setenta y tantos años, entre otras cuatro paredes pobladas de silencios meditativos.
Sin embargo, ahí estás tú, sacando a la luz los sentimientos que fueron tuyos, que los viviste y compartiste con la familia, y seguro que habrán dejado un poso en cada unos de aquellos habitantes de tu hogar, y piensa que no se olvida fácilmente la armonía de un hogar dichoso.