miércoles, 28 de octubre de 2009



¿Qué estarías pensando…?

Dime, ¿qué estabas pensando cuando me miraste así? ¡Cuántas emociones me produce esta mirada tuya! Veo, sobre todo, un sentimiento de amor, porque eso era lo que más tú sabías dar, pero también siento que hay un deje de reproche. Bueno, no quiero exagerar: reproche en la medida que eras capaz de reprochar algo, porque en tu corazón no había lugar para tal sentir. Hay ternura en esa foto, qué duda cabe, ya que ese era otro de tus juicios más destacados…! Es lo que tiene el retrato: cada vez que lo miro —y lo hago muchas veces cada día— me inspira una disposición tuya diferente: de pasión, de requerimiento, de ánimo, de severidad, de dulzura… Probablemente son cosas mías, producto de mi imaginación o de mi subconsciente, o dependiente de mi estado de ánimo, pero, sobre todo, es la necesidad que tengo de ti y de tu apoyo, o por el vacío que me confiere tu ausencia, o será por la añoranza de tus caricias, o ante el deseo de que me indiques la senda, o que, de alguna manera, escuches mis palabras. ¡Qué cosas! La vida es tan rara, amor…, y las fotografías siempre han tenido una participación tan acentuada en nosotros que parece que todo hubiera sido previsto por una deidad traviesa o reevoltosa. Y no me refiero al hecho sincronizado de que yo tuviera en mi poder una foto tuya desde un año antes de conocerte —y que te he de aclarar que de ninguna manera fue la que me condujo a ti, porque me enteré de que la tenía dos meses después de hacernos novios, algo que, ya de por sí, supondría un cúmulo de asombros e invitaría a pensar que alguna fuerza externa impredecible nos maneja—, sino porque posar no era una de tus predilecciones. Y precisamente, en esta, que la obtuve unos siete meses antes de que murieras, sí lo hiciste. Es como si «alguien» te hubiese musitado al oído: ¡Déjale este recuerdo, que lo va a necesitar…! Luego está esa sonrisa «giocondana», que unas veces la detecto de forma tenue; en otras se acentúa, y en otras desaparece. Si te miro y te encuentro seria, te musito: «sonríeme, por favor; no me mires tan severa». Y, tras hacerte este ruego, desvío mi mirada por un segundo y cuando la vuelvo a ti, capto de nuevo tu delicada sonrisa. Hay algo, amor, no hay duda de que hay algo. Ahora tú lo debes saber… Claro, antes que nada hay que considerar que nuestro matrimonio no fue un matrimonio convencional, no uno más o uno del montón. Fue una unión especial, más construida y mantenida por ti que por mí, lo reconozco. Porque mi desvío, mi deslealtad pudo haber acabado con algo que habíamos estado edificando durante los doce años anteriores… Aunque, bien pensado, la presencia de Astrid en mi vida —en nuestra vida— pudo estar calculada por «la deidad que arregla nuestros ires y venires», sea quien sea. ¿Habría llegado Dany al mundo de no haber sido por la reconciliación originada entre nosotros tras mi separación de esta muchacha y mi regreso a ti? ¿Habríamos tenido los 28 años posteriores de idilio y amor apasionado, sin brechas ni objeciones, si no hubiera existido ella? ¿Se habría sincerado nuestra unión, progresando tal como lo hizo hasta llegar a una relación casi perfecta? Por esa razón, quiero gritarlo ahora para que todo el mundo lo oiga: Me enganchaste bien, amor, ¡claro que me enganchaste! ¡Y qué sujeto a ti me tienes aún! ¡Si te tengo aquí, casi resucitada, a mi lado, en mi corazón, en mi mente, en mi alma, a toda hora! Y no pienso dejarte ir, porque si te vas de mi lado, el mundo se me viene encima…

No hay comentarios:

Publicar un comentario