lunes, 19 de octubre de 2009


Los «gigantes» que nos presenta la vida


En el preámbulo de mi recién concluida novela —¡¡por fin!!— De la misma tela que los sueños, refiriéndose a algún propósito que el personaje principal, Víctor, no tuvo oportunidad de alcanzar, se dice:


«Tal propósito, en tu ánimo, no era sino la expresión de rebeldía nacida ante tanta frustración, una reacción que respondía al trajín infecundo causado por las decepciones encontradas en el fervoroso deseo de triunfar sin saber bien en qué. En ti el afán de reposo provenía de la predisposición del guerrero a deponer las armas tras perder incontables batallas libradas contra descomunales gigantes, los cuales, al final, se demostró que sólo eran molinos de viento…»


…y, al releerlo, me entra algo así como un principio de angustia mientras pienso en qué medida es aplicable esta sentencia a mi propia vida. En realidad, ¿luché contra lo que se presentaba ante mí como gigantes descomunales cuando sólo eran molinos de viento? ¿Deseaba yo triunfar pero no sabía bien en qué? O sea, para mayor enfrentamiento conmigo mismo, tendría que preguntarme si me pasé la vida «dando palos de ciego»… Y es que eso es lo malo (o lo bueno) de escribir novelas: constantemente uno se ve enfrentado consigo mismo, o se van descubriendo los propios sentimientos y las debilidades. Y se le van despertando a uno ciertos afanes de juzgarse, de conocerse, de arrepentirse, de odiarse; raramente de enorgullecerse. Claro, tampoco es cosa de estar todo el día mirándose en el espejo y preguntándose ¿quién soy? ¿qué hago aquí? ¿quiénes me detestan y quiénes me aman y por qué razón? La vida, además de nuestros genes, nos la van formando las circunstancias que nos toca vivir, los amigos y los enemigos que nos rodean, los amores y desamores y las situaciones a las que nos vamos enfrentando, y no hay vuelta de hoja. Uno se puede corregir —si se encuentran razones para ello—, pero cuando empezamos a lograr la perfección moral y sentimental ya no tenemos oportunidad de aplicarla porque estamos hechos unos vejestorios y nuestro discurso no le interesa a nadie. Claro, el bienestar que produce la acción de escribir sirve para hacer las paces con uno, para acabar por aceptarse y hasta quererse. Veía yo el otro día en Boomerang el vídeo de una entrevista a Clara Sánchez con motivo de la publicación de su novela Presentimientos, y ella decía que su vida, las imágenes que tiene, sus comportamientos, sus actitudes, lo que le ha dado argumentos y sentido a sus novelas provienen en gran medida de las emociones, los amores, los lugares, las vicisitudes, los cambios espaciales que ocurrieron en su vida… Eso fue formando sus sueños y sus sentimientos y también causó sus risas y sus llantos, sus odios y sus anhelos de venganza. Y a veces también le hizo confundir los molinos de viento con amenazadores gigantes. Como nos pasa a todos.

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