miércoles, 7 de octubre de 2009


La emoción de ser padre


Según Víctor se dirige hacia su casa en el metro, piensa en el sublime significado de ser padre. Considera con emoción los hondos sentimientos que esta condición despierta en el espíritu. Aún aceptando que el amor filial surge y se desarrolla desde una necesidad biológica, desde el instinto, no deja de conmoverse cuando piensa en el excelso momento de crear un hijo junto a la mujer amada, junto a aquella a la que se está unido por sólidos y entrañables lazos. Contempla el lado espiritual del acto sexual en toda su extensión, en su amplio y glorioso contenido; considera que la vida no se basa en una simple copulación realizada con mayor o menor habilidad y tesón, que no es un escueto momento de placer aceptado únicamente como el cebo con el que la naturaleza nos engatusa, sino como algo envuelto en un ansia de eternidad, dentro de la poesía más delicada, es un melodioso canto a la vida basado en el amor y la bondad, en nuestra proyección hacia lo etéreo. Está basado en los afectos más nobles y dignos del ser humano. Es el resultado del sentimiento amoroso, de la inefable pasión surgida en el alma; es la realización de un acto con recurrencias eminentemente espirituales. Se trata de un rito, de un fervoroso anhelo llevado a cabo diariamente en el mundo y en todo momento por millones y millones de parejas, ejecutando un extraño ballet basado en un cúmulo de posturas, de enlaces artísticos y, sobre todo, litúrgicos, aderezado con besos y sensibles contactos, materializado en la intimidad por dos seres, hombre y mujer, sobre una cama, impelidos a expresarse el amor más tierno y sublime; impregnados ambos de un sensible erotismo surgido en toda la superficie de su piel, y en cada rincón de su cuerpo, y manifestado con leves quejidos de placer y raptos anhelantes de eternidad. Luego viene la otra parte: la ternura, la emoción que despierta la contemplación de la mujer embarazada y, más tarde, el llanto del recién nacido ante su nuevo e inseguro hábitat. Y, después, cuando atrae nuestra atención con sus candorosos juegos, o sus inefables risas y manifestaciones de media lengua, o sus impulsivos amores y desamores… Y está el intenso placer de enseñarle el sendero, de quitarle las piedras del camino, de ayudarle a llegar más allá, incluso, si es posible, más lejos que uno…


(Texto sacado de mi novela —en preparación— De la misma tela que los sueños)

No hay comentarios:

Publicar un comentario