jueves, 27 de diciembre de 2012


Las direcciones del amor


Para mí, ahora, cuando soy mayor (como ves, evito decir «ahora, cuando soy viejo», ja, ja, ja), exponer lo que pienso respecto al sentimiento del amor resulta menos complicado desde el punto de vista existencial, y, además, es más ortodoxo, porque a mi edad ya uno se va despojando de artificios y los impulsos de la libido se dominan más fácilmente o se dejan a un lado, dado que, aún sin adoptar una decisión propia, va disminuyendo su apremio de forma natural; será por la edad o porque uno se va sintiendo cada vez más excluido de estas lides… Bueno, digamos que uno ya no se ve tan mediatizado por el sexo, o no se ve tan insistido como antes. Pero ahora soy más yo, soy más puro, más candoroso, más persona, más humano. Y pienso en ti de una manera diferente: te veo más compañera, más entregada, más amorosa. Quizá, como tenía que haberte visto antes, o siempre, mientras vivíamos juntos: debí haberte contemplado como una mujer necesitada de amor, de comprensión, de armonías espirituales e intercambio de pareceres, de intimísimo, de afectos no disfrazados. Y, sobre todo, imbuidos ambos por los dictados de un sentimiento profundamente amistoso. Pero, hija, estas son las contradicciones de la vida: a medida que te haces mayor y adquieres más experiencia, más sensibilidad, cuando tu conocimiento es más real, más desinteresado y aplicable con respecto a cuando fuiste joven, ya tus opiniones van perdiendo validez y casi nadie las concede importancia…
Tú misma me has servido de modelo para interpretar lo que yo creo hoy que siente una mujer cuando está emparejada con un hombre. Es decir, enjuicio el amor como un sentimiento incuestionable y extensivo al género femenino, puesto que yo creo que la mujer lo interpreta de una forma más amplia y más profunda, incluso más poética y romántica que el hombre. Para el hombre el amor esta cifrado en un 80 por ciento en la actividad sexual.


miércoles, 19 de diciembre de 2012



¿Qué puede ser el amor?

Para mí, ahora, cuando soy mayor (como verás, evito decir «cuando soy viejo»), enjuiciar un sentimiento de amor resulta menos complicado, porque a mi edad uno anda despojado de prejuicios y los impulsos de la libido se dejan de lado porque disminuye su apremio; o sea, esa definición propia del adulto ya no influye para nada… Quiero decir que para opinar sobre el tema, ya no se ve uno mediatizado por el sexo, o no se ve mediatizado tan descaradamente como antes. Ahora soy más yo, más puro, más candoroso, más persona, más ser humano. Y pienso en ti de una manera diferente. Te veo, quizá, como tenía que haberte visto mientras vivimos juntos: como una mujer necesitada de amor, de entendimiento, de intercambio íntimo y moral de sentimientos. Pero, hija, estas son las contradicciones de la vida: cuando te haces mayor y adquieres más experiencia, cuando tu conocimiento de la vida es más real, más aplicable que cuando fuiste joven, ya tus opiniones no tienen validez…
Tú misma me has servido de modelo para interpretar lo que yo creo hoy que es una mujer. Como un pensamiento incuestionable y extensivo al género femenino, yo creo que la mujer interpreta el amor de una forma más amplia y más profunda, incluso más romántica que el hombre. Para el hombre el amor esta fundado en un 80 por ciento en el sexo. ¡Ah! y aprovecho para desear una feliz navidad para todos… Ahí va mi felicitación (realizada por mí mismo). 

martes, 4 de diciembre de 2012





Escribir…

Sí, ya sé que mis blogs han disminuido. Se debe a que comencé una nueva novela y eso hace que no desee diversificar en exceso mis actividades. Además, ésta si la voy a publicar. Tengo el firme propósito. Y lo haré cueste lo que cueste. 
No hay duda de que el hecho de escribir una novela llena mucho más la vida de uno que escribir un blog. El blog es un asunto pasajero, momentáneo, sin mayor trascendencia: uno se sienta frente a la computadora y empieza a escribir sobre lo primero que se le ocurre, y, además, a sabiendas de que lo que escribo hoy será anulado por lo que escribiré mañana. Mientras que una novela tiene mucha mayor relevancia: se va incrustando en la vida de uno hasta acapararla por completo, día y noche (yo hay veces que cuando estoy durmiendo, de repente me despierto y enseguida me envuelvo en los diversos temas de la novela. Y en ocasiones hasta me levanto para plasmar una idea, algo que se me ha ocurrido repentinamente y no deseo dejarlo para mañana). Escribir una novela es como estar creando un mundo, es como habilitar la vida a los deseos de uno, como concebir a un grupo de personas que harán lo que uno les diga, inmiscuirlos en mi idea y mi intención, e inculcarles un carácter y una personalidad; es como vivir entre ellos, discutir con ellos, amenazarlos con eliminarlos si no se atienen a razones. Es convenir desatinos, maldecir o alabar la vida, repudiarla o acogerla, estrecharla entre los brazos o alejarse de ella. A veces, en el espacio del blog escribiré detalles sobre ella y reproduciré algunas partes.  

viernes, 16 de noviembre de 2012



Las cosas por su nombre

Por favor, no confundan… La organización de la vida, el progreso, la multiplicación de los seres según las exigencias de la Naturaleza, depende, retoña, progresa gracias a la unión de un hombre con una mujer o de una mujer con un hombre. Solo de ellos depende uno de los fines más importantes (tal vez en más importante) de la Naturaleza: la producción de seres. Yo no padezco homofobia, que conste, pero hay que darle a las cosas su verdadero sentido. ¿Que un hombre prefiere a otro hombre para amarse? ¡Es asunto de ellos! ¿Que una mujer prefiere a otra mujer para vivir su vida? Es una decisión exclusiva, individual, que a nadie le importa. ¿Que exigen que los gobiernos consideren para todos los efectos –pensiones, respeto, trato, etc.– estas uniones «no convencionales» como un derecho del ciudadano, y sea implantada como una fórmula burocrática más? Lo entiendo y me parece no solo aceptable, sino conveniente. Pero que no lo llamen matrimonio, porque no lo es. Eso significa confundir los términos, no responde al verdadero sentido de la vida. Es querer implantar que tiene las mismas raíces, el mismo significado el matrimonio entre heterosexuales y homosexuales, y no es la misma cosa. Es tergiversar el sentido filosófico y biológico del asunto, es decir, equivocar los conceptos, simularlos. La mujer lesbiana obtiene su satisfacción mediante el frotamiento con la otra, o introduciéndose un pene de mentira. O mediante la función oral. Pero eso es puramente sexo, sólo sexo. No tiene otro objetivo y no responde al llamado de la Naturaleza. Y el hombre igual. Que un hombre tenga sexo con otro hombre no indica al verdadero sentido del amor, que es procrear. Que un hombre le introduzca a otro hombre el pene por el ano, no produce, quizás, sino placer (combinado con cierta dosis de disposición mental). El ano, el intestino grueso en su última fase, tiene unas papilas que solo funcionan de adentro hacia afuera y que persiguen expulsar el excremento del cual el organismo quiere deshacerse. Lo demás es charlatanería, ficción, filosofía barata; es disfrazar las cosas. Igual que si nos referimos al término de la paternidad. Un nene, una nena, necesitas un papá y una mamá. No dos papás o dos mamás… 
Jueguen, diviértanse, pero no disfracen las cosas, por favor. 

sábado, 27 de octubre de 2012



El embrollo

Por más que opinen los científicos, o los teólogos, o por más que diserten —o desbarren—  los más encumbrados filósofos, por muchas explicaciones que nos quieran dar, la vida, el universo, la creación, solo es uno y responde a una sola manera, pero, se vea por donde se vea, ha de tratarse de un fenomenal embrollo, una composición con una identidad incomprensible, que engendra confusión y produce esquizofrenia en los que tratan de profundizar en ello; además, carece de sentido y de unos principios sujetos a la lógica y al sentido común. Lo mismo da que pongan en marcha el acelerador de partículas o que lo detengan; que digan que la partícula de Higgs es el principio de todas las cosas, y que es la misma que usó Jesucristo para convertir el agua en vino o Polonio de Tiana para resucitar a los muertos. Porque, veamos: si nos ponemos a elucubrar, si consideramos que todo es normal siempre y cuando proceda del credo científico, si creemos que todo tiene sentido siempre que se atenga a ecuaciones vectoriales o a la tabla periódica de los elementos; si sólo se aviene a una explicación científica, espiritual o acomodaticia, nosotros podemos argumentar lo contrario: que la fantasía, la abstracción más pura, la dinámica de los sueños, las creencias impenetrables, las esotéricas, los delirios, la fantasmagoría de los espíritus, sus apariciones, son abordables y forman parte de los movimiento de la vida. Por otra parte, ¿por qué hemos de creer que la Virgen de Guadalupe es más milagrosa que los santones de la Cábala? ¿Por qué hemos de dar crédito a la venida de Jesucristo al mundo para «revelarnos la verdad» y no se la damos a Al-Muhasibi, desarrollador de los intríngulis del sufismo revelador? ¿O por qué consideramos que las danzas cristianas son más valiosas para comunicarse con Dios que las danzas de los qadirios o las danzas de los Chicaleros? No hay duda de que el mundo, el Universo, tiene sus leyes y sus verdades únicas, tal vez inmutables, pero, por la razón que sea, muchas de ellas nos han sido negadas a los que creemos que la vida, el mundo, la verdad, está a tanta distancia del Catecismo como de la Bhagavad Gita. Por esa misma razón, dedicarse a soñar es seguir un camino, es abrazar una idea tan valiosa como otra cualquiera. Es crear un mundo «a mi imagen y semejanza». 

martes, 23 de octubre de 2012




Nuevos pensamientos sobre ti

Es curioso este pensamiento que, a mi edad, es decir, ahora, cuando no te tengo conmigo, me acosa constantemente. Se puede decir que constituye mi intención actual más recurrente. O sea, toda la esencia de mi raciocinio, tanto lo que penetra como lo que se fuga de mi cabeza, está en relación a ti y se renueva, se intensifica, crece respecto a lo que pensaba en el pasado, cuando tú estabas a mi lado. Puede que estas actitudes de ahora vivieran antes en mi subconsciente, pero que, palpablemente, no las advirtiera. Incluso tú, tu figura, tus ojos, tu sonrisa, tu entrañable amor, tan recordados y anhelados ahora, tan ensalzados en mi memoria, pasaban levemente desapercibidos (disculpa mi torpeza y mi falta de sensibilidad), o no eran disposiciones determinantes, tan sentidas ni pensadas como las advierto hoy, y mi trato hacia ti, mi propensión hacia tu persona, mi deseo imperioso de tenerte, ahora son diferentes —más intensas— respecto a las de ayer. Ahora me encanta, por ejemplo, repasar las fotografías tuyas para elegir la que voy metiendo en estos escritos de Mémoires, escritos que te dedico cada día, donde se me generan unas actitudes nuevas, de mayor trascendencia y profundidad que las de antes. A veces, al repasar tus fotografías no puedo reprimir la tentación de darlas un beso —y tener la sensación placentera de que el beso te lo estoy dando a ti— o embelesarme con tus grandes atributos: tu sentido de la paciencia; tu bondad; tu cariño, tu compañía. Pero, es que hora pienso de distinta manera respecto a tu presencia en mí, respecto a nuestra unión y nuestra amistad, y valoro la importancia que tenías para mi vida, para mi disfrute, para mis relaciones con el mundo y con los demás. Por ejemplo, esa especie de ansiedad y anhelo que se me despierta hoy respecto a ti, ese amor reposado pero intenso que siento en todo momento, ese afán imposible y desesperante de tenerte en mis brazos y disfrutarte de alguna manera, lo percibo ahora con más madurez, con mayor fuerza, con mayor vehemencia; ahora te siento dentro de mí muy presente, configurando nuestra unión como la soldadura autógena de dos personas que se aman y se amarán eternamente (¡qué expresión tan cursi, pero en las expresiones de amor todo está permitido!), como dos personas que se quieren profundamente, sin que haya nada oculto entre ambos que nos cree un disimulo, o que nos estemos disfrazando respecto a nosotros mismos, porque son sentimientos nuestros, íntimos, bien compaginados, que proceden de la misma fuente o de mentes muy relacionadas y armoniosas…

sábado, 13 de octubre de 2012




De Zapatero a Rajoy: 
un roto para un descosido

Una de las carencias más notorias en la formación y el ajuste del pensamiento español —incluso en aquellas personas que presumen de cultas—, es la enrevesada y un tanto desconcertante ilación de los discursos, las dificultades para entender el mensaje que se quiere transmitir; la falta de una filosofía limpia, clara o, quizá, la forma un tanto desperdigada que se tiene aquí de razonar. Esto, unido a la desorganización mental que, por lo general, se padece en este país, tiende a fomentar el desconcierto y el desorden ciudadano. Y es que, los españoles, tradicionalmente, carecimos de una formación social, es decir, de una formación fidedigna, concreta, reflexiva, bien articulada, sea usted de derechas o de izquierdas, creyente o ateo… No es algo que nos convierta definitivamente en ciudadanos menos apasionados y más respetables, o que nos indique qué es lo que más conviene a nuestra configuración como país. El pueblo español, formado a base de jalones históricos, de coyunturas en nuestra historia poco o nada sólidas, se forma mediante hechos que al pueblo nada le dicen: bodas reales; conveniencias geográficas establecidas por terratenientes; reyes ambiciosos sin un sentido de la necesidad nacional, invasiones heterogéneas, herencias descabaladas o impropias… En términos generales, ya desde la escuela, se estimula la rivalidad, el desacuerdo, el odio al vecino, el «yo soy yo y el que venga detrás que arree», como se dice en la jerga popular. 
Cuando yo era pequeño y tenía 6 ó 7 años a lo sumo, al terminar la guerra, mi madre, mis hermanas y yo, nos trasladamos a casa de mis abuelos, en el Crucero de Montija, un pequeño villorrio situado al norte de la provincia de Burgos, entre los pueblos de Loma y Villalázara. Durante una época bastante prolongada, la diversión de los mozos de ambos pueblos —durante los domingos, que era entonces el único día festivo en la semana— consistía en echar lo que llamaban «una pedrea». La «filosofía» de la batalla consistía en abrir la cabeza del enemigo mediante un pedrada con la piedra más gorda, más rugosa, más puntiaguda del campo.  Y el Crucero, que quedaba en medio entre estos dos pueblos, se convertía en el campo de batalla. Allí, frente a la casa de mis abuelos, se desataban las batallas más furiosas. Algo que la mayoría de los lugareños lo aceptaban como una «diversión» normal. Pero, a mi abuelo, harto del asunto, no le quedó otro remedio que avisar a la guardia civil: esto no se podía consentir, les dijo. Aquí hay niños y para protegerlos no tenemos más remedio que tenerlos encerrados en casa. La guardia civil intervino y acabó con las contiendas. A los pocos días, sin que recuerde bien la razón, me tuve que acercar a las proximidades de Villalázara. Y, repentinamente, de debajo de un puente, salieron un grupo de cazurros de mala especie y como yo era el nieto de don Felipe, el que había denunciado las guerras, en venganza intentaron emprenderla conmigo: se me acercaron con el propósito de darme una paliza o tirarme al río. Gracias a que apareció por allí un labriego y les amenazó con darles un palazo con un pala que llevaba sobre el hombro. Y a los tipos salvajes no les quedó más remedio que salir corriendo en desbandada.
Creo que esto es un símbolo de la tradicional falta de la educación ciudadana que circula entre los españoles. 

jueves, 27 de septiembre de 2012



La belleza es gratis 

¿Pero qué diablo me habrá metido en este «berenjenal» de querer descubrir lo indescubrible? ¿Qué me importa que las partículas y los protones sean la base de esta realidad aparente que me envuelve? ¡Ah! Me dice usted, señor científico, que la realidad no es ésta que yo contemplo, o sea, la que yo me complazco en ver desde mi terraza por la mañana, cuando me levanto, y que me anima o me desanima para el resto del día, según el cariz del tiempo; que ese cielo de ese color azul tan tierno y hermoso no es verdad, que yo lo veo así gracias a que las ondas solares chocan contra las partículas atmosféricas y no es que las tiñan, sino que se reflejan en ellas. Con lo cual disimulan la negrura del firmamento… Mire: a mi no me importa que unas poleas basadas en un sistema cinético o mediante estratégicos contrapesos muevan el ascensor que me sube a mi piso, lo único que me importa es que me sube, o sea, que basta con que me acerque a su puerta de entrada, pulse un botón para llamarlo, éste se aparezca ante mí, abra sus puertas por arte de magia, entre yo en él, pulse el botón correspondiente con mi piso, y me suba, evitando que tenga que subir peldaño a peldaño haciendo un esfuerzo físico que ya no estoy en condiciones de hacer. Y al que lo construyó le tiene sin cuidado que yo sepa o ignore la teoría de los vectores y los contrapesos… De la misma forma, el cielo que contemplo hoy, de un hermosísimo color azul, ha sido hecho así para que yo me maraville y me recree, para que lo contemple y me quede extasiado, para que sienta que la vida, su color y su textura, es grandiosa, espléndida. Si lo analizamos bien podemos considerar que las leyes físicas y químicas en que se basa, podrían haberlo pintado de un horroroso color kaki o de un verde aceituna repelente, o de un  morado tipo semana santa, triste y desanimante, y entonces yo, usted o el vecino de al lado no nos maravillaríamos, nos quedaríamos impasibles, no pensaríamos que la vida es bella, magnífica, deliciosa. Ande, aproveche ahora cuando el robot ese que circula por Marte nos está enviando unas fotografías del «paisaje» marciano y vemos que allí solo hay tierra, ni mares, ni árboles, ni aves, ni estos automóviles que tanto nos atormentan pero que nos trasladan de un sitio a otro. La belleza no es un concepto condicionado. La belleza es una. Y aquí, en la Tierra, la tenemos a raudales. A veces la contemplamos solo con levantar la cabeza y mirar al cielo. Como me ocurre a mí ahora.
(La fotografía es de mi nieto David Herrada —o de su papá, Ángel, mi yerno)

jueves, 20 de septiembre de 2012



¿Útiles para nada?

Aún así, y aunque me sitúe en un involuntario desacuerdo con el pensamiento científico y con mi propio pensamiento, intuyo que la vida tiene una razón, un propósito determinado. Tiene que haber una clave, una partitura para que se componga esta música. Los humanos —aún admitiendo que vivimos inmersos en el mito, en la fábula, en la superstición, en el sueño y en el engaño—, tenemos que estar aquí por una razón determinada… La Naturaleza, Dios, el diseñador, la voluntad del universo, sea quien sea quien nos ha creado, no lo ha hecho como un entretenimiento trivial o pasajero, sino por una necesidad apremiante, como una tuerca más en la composición del universo. No tendría explicación que se produjeran unos instrumentos tan sofisticados como nosotros, tan complicados, con un cerebro capaz de concentrar millones de archivos, con unas neuronas programadas cuyo instinto actúa al margen de nosotros mismos, o un establecimiento que es portador de células las cuales hacen lo que hacen con un propósito concertado. Tenemos un organismo donde late un corazón y nos da vida; despunta un espíritu para que valoremos nuestras acciones y el entorno donde habitamos, se agita una conciencia que nos trae las dimensiones del horror, la felicidad y el arrepentimiento; se funde imaginación con creatividad, alberga sentimientos de admiración, y posee una orientación inagotable hacia el infinito…, ¿y todo eso para nada, sin una aplicación concreta? 
Y está la multiplicación de los seres, esos seres que partimos de un compuesto químico y fertilizante mezclado con un sentimiento de amor, donde, una vez que el óvulo es fecundado, se inicia la obra magna de la creación del feto donde las células comienzan a tomar partido, a decidirse por convertirse en mata de pelo, o en corazón, o en hígado, y así van construyendo las distintas partes del ser. Y sin saber de dónde parte la orden, unas se dedican a elaborar un cerebro, otras a dar vida a las neuronas; otras más forman los ojos con una infinidad de detalles mágicos; otras el corazón o el hígado… ¿Quien les ordena cumplir tan diferentes papeles hasta que el ser está listo para ser parido y para construir (o destruir, según se mire) las diferentes parcelas de la vida. 
A la par de nosotros —para que podamos sobrevivir—, se ha creado la recolección agrícola para surtir nuestros alimentos; el oxígeno para nuestra respiración; el agua, el sol para nuestro fortalecimiento muscular… ¿No es demasiada armonía para que consideremos que todo puede existir por un simple capricho del azar? 

sábado, 15 de septiembre de 2012


Consideraciones acerca 
de mí en un día malo

Y es que la vida en sí es como si fuera una ironía continua, una entelequia, una burla… Yo no sé cuál calificativo sea el más apropiado, el que se acerque más a su definición verdadera, a su representación más real. Pero, la confusión que padezco radica en preguntarme de qué me sirve ahora, a mis 80 años cumplidos, que me pase el día tratando de perfeccionar mi conocimiento y mi actitud, intentando poner las cosas en su sitio, haciendo consideraciones hacia cuáles debieron ser mis normas de antes y cuáles deben ser las de ahora, o cómo tuve que haber amado, o cómo debí de sentir, o qué cosas hice que no debí hacer, y qué cosas no hice que sí debía haber hecho. Es decir, sobre todo, cuál debiera ser mi interpretación correcta de la vida. Pero, me pregunto, ¿de qué me sirve atormentarme si, aunque advierta estos requisitos, ya no tienen aplicación?
Pero, ¿para qué engañarnos? Hablemos claro: por más buena voluntad que se tenga, lo único que queda al final de la vida es una enorme frustración, una decepción desmoralizadora, un sentimiento de haber sido utilizado. ¿A qué viene ese afán de construir, de crecer, de regularizar el comportamiento si al final todo se queda en nada? Sí, ya sé que la vida puede funcionar sobre esas bases, y desde que tienes uso de razón hasta que cumples sesenta años, más o menos, te lo crees y te desmelenas al oír las recomendaciones, y te empeñas por crecer, por crear una familia, por amar, por alcanzar un estatus cada vez más destacado y más sólido, por arrepentirte de los desmanes cometidos. ¿Pero, para qué, si después de tantos afanes, te dejan sin empleo y sueldo? O sea: te han tenido trabajando, imponiéndote normas para una buena observación de tu conducta, diciéndote lo que debes hacer y lo que no, y haciéndote creer que «si te portas bien, ello puede producirte réditos que te llevarán a la otra vida y te darán elementos suficientes para disfrutarla»… Hasta que te das cuenta de que no, que son solo acciones para aplicarlas en ésta y en favor de otros (o en contra de ellos).

martes, 11 de septiembre de 2012



¿Es el amor una treta?

¿Es el amor una treta más de la Naturaleza o forma parte de la vida como uno de tantos principios mágicos que nos envuelven? Yo no podría hallar una respuesta válida para explicarte el verdadero significado de esta noción, porque todo cabe, dependiendo de quien establezca el juicio. Para un experto en la ciencia biológica o un filósofo naturalista, de esos que no aciertan a salir de la disciplina científica, solo cabe apoyarse en aquello del «azar y la necesidad», es decir, el amor sería una simple reacción molecular basada en la exigencia universal de multiplicarse, sin que hubiera nadie que estableciera la norma, sino que se hizo por sí misma. Así, sin más misterios ni rodeos. Pero para un imaginativo creador, para un experimentado ser que sea poseedor de alma y espíritu (como me considero yo y como eras tú), el amor representa el más excelso principio de la vida; o sea, uno de tantos arranques sublimes de entendimiento entre dos personas, en el cual está basada la existencia, sin entrar en consideraciones ahora de acerca de quién y por qué lo haya creado.
En esta segunda acepción, podemos situarnos tú y yo como ejemplo vivo. Y no voy a recurrir al extraño caso de que poseyera una fotografía tuya desde un año antes de conocerte, que, en cierto modo, no tuvo otro significado que el de la casualidad por muy insólito que parezca (ya que ese hecho para nada influyó en nuestra unión). Debo recurrir a la enorme cantidad de inconvenientes que se nos presentaron, desde la oposición férrea de tus padres a nuestro noviazgo y mi concepto de que aquel no era el momento de buscarme una novia con fines matrimoniales, hasta la presencia en mi vida de aquella otra mujer —Astrid— que se cruzó en mi camino; hecho que, en lugar de acabar con nuestro matrimonio —como era lógico que ocurriera—, lo fortaleció. Pero lo más significativo de nuestro amor fue nuestra relación, la que hubo entre tú y yo y de qué forma perduró, y cómo fue progresando y se adaptó al paso del tiempo, a las progresivas edades, a los frecuentes cambios que ocurrieron en nuestra trayectoria, y en cómo evolucionó según lo dictaba la necesidad, además de cómo nos entendimos. Y, sobre todo, con qué intensidad nos amamos a lo largo de nuestra vida.    

domingo, 2 de septiembre de 2012




Visita al cementerio

Atraviesas el camposanto de lado a lado, tomando la vía más directa, es decir, la zona antigua, donde aún existen tumbas sobre el suelo, muchas de ellas en deplorable estado, abandonadas, sin lealtad a inscripciones como «Tus hijos no te olvidan», «Te recordaremos siempre», «Tu recuerdo estará siempre entre nosotros»… Pero, a pesar de ello, este lado te complace porque, dentro de su fúnebre condición, posee una belleza melancólica, clásica, natural, que infunde paz, con sus parques y los árboles en flor, su olor a jazmín, los erguidos cipreses que parecen indicar la dirección que deben seguir las almas, y hasta los perezosos gatos que, cual templo egipcio, viven mayormente en esta zona y te miran con curiosidad no exenta de temor, porque tu presencia trastoca la seguridad a la que están acostumbrados en su convivencia con los aquietados difuntos.
Sientes un fuerte escalofrío, una alteración profunda en tu ser interior cuando contemplas, a derecha e izquierda, la ingente cantidad, los miles y miles de nichos y tumbas alineados, uno junto a otro, que encierran en su interior los restos de tantos muertos, de tantas personas con historia, que un día dejaron de tenerla a pesar de haber sido poseedores de vida, seres que amaron y lloraron, sufrieron y se encantaron, tuvieron hijos y lucharon por ellos. Y hoy yacen aquí, en esta necrópolis inmensa, recordados unos pocos, olvidada la mayoría. Y aún cuando sabes que por este camino tu pensamiento ha de llevarte a funestos descreimientos, no puedes evitar preguntarte dónde están, qué ha sido de ellos, a qué lugar han ido a parar sus almas. Quién las mueve y las gobierna, quién las lleva y las trae, y con qué fin. Piensas en tus antepasados, en tantos tatarabuelos que se consensuaron un día para que tú llegaras al mundo. Piensas en la gente que conociste, en aquellos con quienes te comunicaste, con los que caminaste impelido por un corazón que late misteriosamente, de día y de noche, sin razón alguna, debido a un sistema complicado y vicioso de bombeo de sangre, de unos ventrículos que abren y cierran sus compuertas incansablemente. Hasta que un día dejan de hacerlo y sus portadores son depositados aquí hasta disolverse en la nada. ¿Quién los mató? ¿quién les dio la vida y con qué fin? 
Luchas, luchas contigo. Intentas apartar de tu mente tales pensamientos negativos porque, hoy, tú necesitas creer en algo, necesitas sentirla a ella, pensar que está aquí contigo, o en algún lugar alcanzable donde tendrás oportunidad de volverla a ver. No hay vida en el descreimiento, en el frío escepticismo, por más que la vida carezca de explicación…

martes, 28 de agosto de 2012


Ésa eras tú

¡Me encantas, mamita, en esta foto donde estás tan natural e interesante! Estamos en El Patio, un lugar de comidas de ambiente criollo situado en Puerto Rico, en el Viejo San Juan (que es como llaman a la parte antigua de la ciudad), a la entrada de la calle San Sebastián, frente a la plaza de San Jacinto. Dany está con nosotros. Es el año, creo, 1990. ¿Qué hacíamos por aquellos días? ¿Quienes y cómo éramos nosotros? Por aquella época —vivíamos en la calle Ensenada— tú me manifestaste que, desde que nos casamos, nunca habías sido tan feliz como en aquel momento… Y sí, así sería: habíamos pintado nuestro apartamento; habíamos comprado muebles nuevos; habíamos decorado; yo tenía un buen empleo en el Hospital Auxilio Mutuo; íbamos frecuentemente a la playa, y todas las tardes a caminar una hora al Parque Central y nos comunicábamos cosas de nosotros. Yo hasta te echaba piropos (iba detrás de ti y decía: «Huy qué piernas tan bonitas; qué culo más bonito, ¿quién será esa muchachita que camina delante de mí?». Y tú me decías, riéndote: «Ay papito, que no me dejas que me concentre…»). Y es que sí, aparentemente, todo nos iba bien. Y digo aparentemente, porque ese no era mi caso. Perdona, mamita, yo creo que lo que tú querías era estabilidad económica, y en aquellos días la teníamos. Con eso debía de haberme dado por satisfecho. Pero digo que no era mi caso en un ciento por ciento porque yo no estaba muy conforme con lo que hacía. Yo, profesionalmente, no había triunfado y estaba cada día más lejos de triunfar. Claro, esto no te lo comunicaba a ti… Aunque debo decirte que el problema era que no sabía bien lo que quería hacer (y eso tu lo sabes muy bien porque siempre has sido mi paño de lágrimas). Muchas ilusiones, muchas quimeras, muchas fantasías, pero en concreto nada (o soñar con imposibles). Un tiempo atrás me planteé el asunto de qué era lo que hacíamos en Puerto Rico: aquí no hay editoriales que es donde yo me desenvuelvo mejor (a pesar de que no fuera eso lo que más me atraía), y como escritor no acabo de verme. Y tú me decías, «Tienes que tener paciencia. Verás como pronto saldrás adelante».  Y en Puerto Rico nos quedamos. Y, la verdad, no lo lamento.

viernes, 24 de agosto de 2012



Culo de mal asiento

Esta foto me encanta. No por su calidad gráfica, que no la tiene, sino por su contenido. Por los bellos recuerdos que me produce. Estamos en Vitoria, Álava, en un tour que hacíamos por España con tu hermano Jose, ¿recuerdas? Hacía poco que habíamos regresado a nuestro país después de 14 años de ausencia (salimos recién casados para México, donde estuvimos 5 años, y después Venezuela, donde vivimos nueve, y regresábamos ahora más maduros, más formados, más serios —supuestamente—, con seis hijos y un montón de aventuras a nuestras espaldas. Yo, en la foto, ya comienzo a verme un poco «barrigón», pero tú te ves linda, deliciosa, con esa carita de niña y tus escobillas a ambos lados de la cabeza… Y siempre feliz, siempre amable, siempre amorosa, siempre preocupada por todo y por todos. Contigo está Dani –3 años–, un poco enfurruñadito porque se había hecho una herida en la rodilla. En ese momento él no está consciente de que había tenido un significado profundo en nuestras vidas, que había significado un antes y un después, un pasado y un presente, un ayer y un hoy de nuestra relación. Tú estabas encantada de haber regresado, aunque a los cinco años hicimos de nuevo las  maletas… ¡Era yo, al que tú misma llamabas «culo de mal asiento». Y es que no me podía quedar sentado en un sitio: siempre estaba interesado por lo que podría haber «detrás de la montaña». Yo, en la foto, me parezco al padrino de la mafia, Don Carleone. Con ese mismo atuendo, en uno de los pueblos por donde pasamos, se me acercó una vieja vestida de negro y con un paño negro anudado a la cabeza, me miró de arriba abajo y me dijo ¡Mírale, tan mariconazo él! Y se me quedó mirando con un ojo abierto y otro cerrado… Claro, esa era la España de entonces.

viernes, 17 de agosto de 2012





Recuerdo de aquellos días…


Es posible que tú ahora no tengas muy abiertos los sensores del recuerdo, pero si es así, aquí estoy yo para refrescar tu memoria:
Aquí apareces tú con tu nene recién nacido… (estás en una terraza cubierta a la que llamábamos «el despacho» porque al principio de vivir en ese apartamento, yo puse allí mi oficina). Dani había venido al mundo tres días antes de esta fotografía, en Maracay. Y aquí estamos ya en nuestra casa de Caracas. Habíamos estado pasando unos días en Choroní porque tu médico te autorizó pensando que todavía te quedaba un mes de embarazo. Pero esa no era la cuenta de Dani… 
El médico rural de Choroní, cuando se presentaron los primeros síntomas, me recomendó que te llevara a parir a Maracay, a 60 kms. de donde estábamos. Y en una ambulancia-jeep prestada por el Departamento de Salud salimos zumbando hacia la ciudad, a la que, normalmente, se hubiera tardado una hora, pero por las irregularidades del terreno y las lluvias recientes, se tardó como hora y media (había que subir la montaña y volverla a bajar por una vía de tierra no pavimentada. Y tú por el camino diciendo ¡No puedo más, no puedo más! mientras yo te sujetaba y te daba ánimos y le urgía al conductor para que se diera toda la prisa que pudiera). 
Al final llegamos y nos dejó en el dispensario público. Pero, ante la situación y el progreso lento de las pacientes que estaban allí esperando, te saqué de la camilla, y cargada en mis brazos, salmos a la calle, cogimos un taxi y nos fuimos a la Clínica Calicanto (privada, 500 bolívares el nacimiento de un niño con la cabeza normal), donde nada más llegar, nació Dani (yo creía que iba a nacer en el recibidor de la clínica)… 
La llegada de Dani al mundo, además de suponer una gran aventura, trajo un sentimiento de intenso amor entre nosotros dos. Dani fue el símbolo de nuestra «reconciliación» después del asunto de Astrid, y a partir de aquello, nuestra vida sexual fue intensa, llena de amor y poesía. ¡Parecía como si fuésemos unos recién casados siempre deseosos de vernos desnudos uno frente al otro. Hacíamos el amor en el autocine, en hoteles a las afueras de Caracas llamados «de tapadillo» (que tenían yacuzis, vídeos pornográficos y camas redondas, con espejos en las paredes y en el techo de las habitaciones), y en casa, por supuesto, pero allí no era tan apasionante. En realidad, esos tabernáculos de amor no eran sitios para casados, sino para amantes, para parejas de novios, para tipos que van con una prostituta, o para resolver planes de amor adúltero. Pero, hay que tener en cuenta que yo era el marido «casi» perdido y vuelto a encontrar, y tu la esposa recuperada por mí cuando estuve a punto de perderte, y nos encantaba comportarnos como si fuésemos dos amantes deseosos… Además, después de aquello, aprendí a conocerte mejor; aprecié más profundamente tus actitudes, tus deseos, tus cualidades, tu inteligencia, tus anhelos y tu posición ante la vida. Ya no eras la mujer que cuida a los niños, va a la compra y hace la comida… ¡Eras la compañera ideal! Eras la mujer que me amaba y que necesitaba mi amor imperiosamente, igual que yo estaba necesitado del tuyo. Eras el encanto que me comprendía, que me interpretaba, la que me bajaba de la nube y me situaba a ras de suelo, y la que tenía gran habilidad para elevar mi temperatura lujuriosa (que todo hay que decirlo). En resumen: eras lo mejor que podía esperar en mi vida. (Nota para los curiosos: Cuando ocurrió esta escena, llevábamos 12 años casados y teníamos cinco hijos más…)

martes, 14 de agosto de 2012



¿Por qué leyes nos regimos?

Se mire por donde se mire y aún sin dejar de tener presentes las creencias de cada quien (en especial las que giran sobre la procedencia y el fin del género humano), la vida, la existencia en sí, la divina función del amor —incluido su lado práctico—, la fabricación y el advenimiento de los hijos, su educación y su estímulo para que luchen, para que alcancen cada vez más prestigio y, en términos generales, para aquella e ineludible necesidad de evolucionar con la que nacemos y que nos exige la Naturaleza, si lo unimos a lo que contemplan nuestros ojos cada día, o sea, aquello que por verlo constantemente, lo consideramos normal a pesar de estar impregnado de incógnitas y misterios, o los anhelos siempre insatisfechos del espíritu, que suponen el impulso para el propio progreso, la motivación, todo ello constituye el gran recurso de la existencia, el adorno de la vida, su lado divertido y simpático —si se quiere—, o sea, el aspecto verbenero, el frívolo, el placentero, el dulce, el ameno, el soporte para sobrellevar, para atenuar la penosa carga, o sea, para disminuir el competitivo y engañoso, el absurdo, sentido de la vida, para adornarla con miles de florituras, y convertir su tránsito en un algo más soportable…
Luego, entre tanta «menudencia», entre risas y lloros, entre momentos halagüeños y desdichados, entre quimeras y violentos despertares, entre ¡viva yo y muérete tú!, nos llega la muerte… ¿Y después? ¿Hay algo o no hay nada…? Esa es la clave: si la vida concluye ahí, con la muerte, no tiene ningún sentido; y si hay continuidad mediante nuestra conversión de humanos a espíritus, tampoco la tendría, pero nos daría una considerable carga de ánimo y dulcificaría nuestro paso por este mundo. Pero nunca lo sabremos por la ciencia; únicamente por la fe, y eso es muy aventurado.
En días pasados, releyendo a Gombrowicz, vi que decía que «Descartes tuvo miedo de las consecuencias terroríficas de sus ideas razonadoras (como me pasa a mí), e intentó —para atenuárselas a sí mismo— mostrar la realidad objetiva de Dios y, por tanto, de un mundo producto y creación de Dios» (en realidad, si no existe un Dios, la existencia se convierte en algo terrorífico y a nosotros en seres indefensos y anodinos ante la nada). Yo mismo, el día de ayer, investigando a Carl Gustav Jung, del cual creí haber leído una sentencia relacionada con el azar («no existe el azar: todo son, simplemente, las tramas presentadas por la vida»), me encontré con una expresión que me llamó la atención: Imago Dei. ¿Qué se entiende por imago dei en sus vertientes filosóficas más asequibles, me pregunte?
Acudí a mi primera «biblioteca» de consulta, Google (aunque despierte la sonrisa despectiva de los eruditos), y se me ofreció una diversidad de descripciones, la mayoría de las cuales referentes a la expresión bíblica, es decir: que estamos construidos «a imagen de Dios». Sin salirme de esta especificación (en realidad, no tiene otras), encontré unas cuantas expresiones que «filosofaban» obstinadamente en referencia a dicha afirmación bíblica. Pero hubo una que conmovió mi ser, que me hizo vibrar (no el artículo en sí, sino uno de los comentarios): En este comentarista no había énfasis, solo había naturalidad. Aseguraba que no había otra posibilidad: el universo tenía que haber sido construido por Alguien, y a nosotros nos hizo a su imagen: con la facultad de pensar, de crear, de admirar, de sentir, de inventar. Eso no puede hacerse por casualidad… Y esgrimía unos argumentos sencillos, convincentes, «sin vuelta de hoja», como se suele decir. En un principio yo mismo me sentí tocado, tambaleante: «Lo que él dice es cierto», me dije casi con lágrimas en los ojos, «y no es posible rebatirlo». Y en un principio me sentí emocionalmente tocado. Creí que había llegado la hora de mi conversión… Pero al día siguiente lo volví a leer y ya no me produjo la misma impresión… Se ve que mi temperamento en el momento de leerlo, ya no era el mismo. Ya no me convenció… Y es que se ve que todos somos en un momento dado lo que nuestras neuronas, lo que nuestro subconsciente, nuestro espíritu, nuestra alma, quieren que seamos. 
Ya ves, si no lo hubiera vuelto a leer, hoy sería otro.

sábado, 28 de julio de 2012



Yo vivo, tú vives, él vive…
Dentro de esta vida quieta, deliberadamente aburrida, en retiro permanente, desprovista de encantos, de fragancias femeninas y complacencias mundanas por donde me suelo mover ahora, entretengo, calmo mis ansiedades, las sostengo, puede que las multiplique, entrando a menudo en mi ser interior y analizando los fundamentos y las tendencias, los demonios que me habitan.  
Ante tal exploración, trato de ser todo lo diligente y sincero conmigo mismo, tanto como mi constitución mental me lo permite, aunque no sé con certeza adónde intento llegar o qué es lo que me preocupa de mis a veces dispares comportamientos, como no sea que ande emperrado en la reconstrucción de mi maltrecho sentir o en el intento de aligerar mis fijaciones o modificarlas. Pero, no obstante la confusa intencionalidad, ignoro si en el escrutinio, en el ejercicio de la doma, mis querencias, las más pérfidas, se me ocultan como conejos asustados, quitándose del camino con la intención de no ser notadas. En mi cabeza hay tantas cosas dando vueltas que, a la hora de reflexionar, mi habilidad para concentrarme es prácticamente nula: generalmente mi pensamiento tiende a salirse del cauce, hasta el punto de que, a veces, comienzo la sesión meditando, por ejemplo, sobre la extraña composición orgánica del cuerpo humano y, cuando quiero darme cuenta, me encuentro tratando de recordar el resultado de un partido de fútbol entre el Patachueca y el Benito Cármela. 
Ante tal situación no puedo dejar de considerar que aquí, en este proceso, quizá se dé un caso instintivo de autoprotección, un intento de evitarme caer en la locura, porque en aquellos momentos que alcanzo la concentración y logro seguir el hilo de mi pensamiento sin que me vea interferido por digresiones impuras, en el fondo de mi ser aparece una decepción de mí, un remordimiento hiriente y destructivo. 
Pero tampoco es cuestión de sacar las cosas de quicio produciendo la impresión de que cada vez que hurgo en mi pasado, sólo obtengo sentimientos de frustración. El desajuste proviene de la creencia de que en mi vida no hice todo lo que debía hacer y, en cambio, hice lo que no debía. Es decir, pienso que no se cumplieron muchas de las expectativas cifradas en una persona como yo, a quien se atribuían grandes capacidades, porque, si bien en mi infancia fui continuamente censurado y tachado de empedernido embustero, de travieso impenitente e irrespetuoso, también es cierto que me harté de oír el tópico de «qué pena, con lo listo que es…». Y, lo mismo si era cierto como si no, de tanto escucharlo acabé por creérmelo, y ahí fue cuando me enfermé de un complejo de superioridad, o elaboré una idea falsa de mi propio valer, algo que me convirtió en un ser individualista y pretencioso, en alguien que llegó a dar por hecho que en el futuro sólo me esperaba el éxito. Que, fuese cual fuese el camino elegido, todo estaba al alcance de mi mano… Tal vez éste pudo ser el gran inconveniente de mi vida. 
Aún así, hay ocasiones que percibo contraseñas, indicios, flashes de que mi vida no ha sido tan desatinada ni tan desequilibrada como la considero a ratos. Por ejemplo, siento cierta íntima satisfacción al constatar que hay personas que me envidian, o que sienten admiración por esa vida inquieta y aventurera que ha sido mi constante. Tengo un pariente que me decía que lo mío sí se puede considerar como una vida plena. Y no la de él, siempre encerrado en aquel Banco donde trabajó, sin alicientes señalados, solo esperar a que llegara el fin de mes para cobrar, o con conversaciones deslavadas y casposas…
Y es que la vida es eso: una inconformidad constante.

lunes, 23 de julio de 2012


Esta España de pandereta…
En realidad, esta España de hoy, si la juzgamos por su desastroso funcionamiento, por la falta de capacidad de sus dirigentes, por la ausencia de patriotismo —profundo y verdadero—, por su bajo nivel de competencia, por sus pillos y sus mangantes, solo genera desconfianzas, dudas, recelos, sospechas, incertidumbres. No digamos ya en lo que se refiere a la política o a la calidad de los sucesivos «equipos que nos han gobernado y nos gobiernan», sino que el fallo se generaliza en la contemplación general, o sea, por ejemplo, en los periódicos —que dicen lo que les conviene y callan lo que les interesa—, en los sindicatos —que sólo van a por lo de ellos y no a por lo que beneficia a los ciudadanos—, en las medidas económicas desacertadas, en la vida y el proceder del ciudadano en general, en todo aquello que se refiere a nuestra verdadero estatus dentro de la Unión europea, en el futuro que nos aguarda… Se utilizan argumentos que tienden a confundir o se expanden ideas que sólo tienen un fin: hacer cada vez más erráticas las opiniones del ciudadano o confundirlo más de lo que está, tratando de engañar a las agencias financieras para que ignoren nuestro verdadero nivel. ¿Quién nos dirá la verdad sin mezclarla con intereses personales? Me pregunto: ¿cómo Rajoy ha podido cambiar tan radicalmente su discurso? Porque desde lo que ofrecía al pueblo español cuando estaba presentándose como candidato a lo que propone ahora hay una diferencia abismal, desquiciada, enfermiza. Entonces, es decir, en los días de la campaña, su discurso era uno y, una vez que ha sido elegido, lo ha cambiado radicalmente. Las únicas explicaciones que se me ocurren son, uno, porque no sabía a lo que se estaba comprometiendo; dos, no estaba al tanto y no entiende la verdadera situación económica; tres, trataba de engañar a los ciudadanos con tal de llegar al poder; cuatro, vive en un mundo de fantasía (como su antecesor Zapatero). Porque si el mal proviene de la etapa de Zapatero, ¿por qué no se denuncia con voz potente y decidida? ¿Por qué no se cortan cabezas? ¡Pues porque son los mismos perros con distintos collares! Se me dislocan los dedos al escribirlo, pero ¿necesitamos a un Franco para que ponga las cosas en orden? ¿Tan maldito es el pueblo español que no sabe gobernarse? 
Porque esta España de ahora está igual o peor que la del año 36, 37, y 38…   
Palenzuela, el pueblo extremeño donde se ha descubierto una corrupción superlativa, es un símbolo: en España hay miles de pueblos igual.
Y, conste: yo salí de España huyendo del franquismo… 
Pero, hay veces que, irremediablemente, padezco la angustia, la pesadumbre, la ansiedad, el tormento, de ser español…

martes, 17 de julio de 2012


«¿Qué pasaría si pasara?»
«¿Qué pasaría si pasara?» como dice una popular canción brasileña. Es decir, me refiero al problema de las «regiones» españolas (¡Perdón!, quise decir Autonomías, con mayúscula aunque, eso sí, un tanto forzada). Supóngase que el Gobierno propone que se efectúen referendos en aquellas comunidades que «sufren» el conflicto histórico (la mayoría de las veces inventado) permanente en relación a su independencia o, mejor dicho, que están todo el día rebozándonos por el hocico el tema de su independencia… Y nos referimos al País Vasco, Cataluña, Galicia, tal vez Asturias, y pudiera ser que Andalucía, mencionados por el orden que impone su obcecación. Supongamos que antes de efectuar las campañas de dichos referendos se hace saber a los ciudadanos con voto, los antecedentes, los pros y los contras que tal paso conllevaría: por ejemplo, salida automática de la Unión Europea y del Euro; creación de una moneda propia —con un valor muy bajo casi seguro—; sufragar la parte que les corresponda de la deuda exterior contraída por España; abandono de sus equipos de fútbol, baloncesto, etc. de las correspondientes ligas españolas; creación de sus propias estructuras de abastecimiento interno (luz, agua, petróleo, gasolina, etc); fundación de sus propias embajadas y consulados en el exterior; modificación de sus códigos penales, sus leyes en general, su policía, y crear su propio ejército; implementación de sus pasaportes  «nacionales» y sus carnets de identidad, entre otros e innumerables asuntos complicados. Supongamos que una vez puestos en antecedentes los ciudadanos, se efectúan los referendos consiguientes y donde ganen los separatistas, se les da la independencia de inmediato y sin más remilgos; donde ganen los que defienden la integración, pues continúan como están. Y, en adelante, ya no se vuelve a decir ni una palabra más sobre el tema, ni se vuelven a hacer ademanes demagógicos, ni lloriqueos, ni quejas como han hecho hasta ahora los separatistas.
¿Y qué pasaría después? ¡Pues no pasaría nada! Al contrario, lo que quedara de España sería más España, no se avergonzaría de cantar el Himno, ni de exhibir la bandera, ni le soltaría rechiflas al Rey, y todo el mundo se sentiría orgulloso de ser español. La vida a partir de entonces sería más tranquila, más llevadera, más aceptable. Nosotros, los castellanos, los leoneses, los cántabros, los aragoneses, los valencianos, los extremeños, una mayoría de los navarros, seguiríamos siendo tan felices o tan desgraciados como lo hemos sido hasta ahora. ¿Que ha pasado en la antigua Yugoslavia? ¿Qué ha pasado en la antigua Checoslovaquia? ¡Nada! Al contrario: tal vez ahora existe más tranquilidad y se acabaron para siempre los atrasados y provincianos nacionalismos, las perversiones nacionales, los engaños… Aunque eso sí, han perdido categoría como país y se enfrentan una mayor pobreza…
No hay duda de que los nacionalismos tercos y obcecados son propios de gente atrasada y regularmente civilizada. ¿Qué beneficios creen que van a recibir con la independencia además de ver aumentada su miseria? A mí, castellano de pura cepa, me tiene sin cuidado que Cataluña se quede o se vaya. Es más, si se van, España, los españoles, reaccionaría más positivamente. Es decir: los que estamos aquí es porque queremos ser españoles… ¡Ah! Y después no estaríamos oyendo después los llantos en el muro de las lamentaciones, o esos despropósitos que se oyen constantemente, como los relacionados con los dirigentes del Brasa (que Dios confunda)…

domingo, 15 de julio de 2012


El perturbador paso de la vida
Me mortifica considerablemente que, ahora, a mi «edad tardía», me enfrente a un sin fin de «prohibiciones» al tratar de acceder a muchas de las facetas esenciales de la vida, a las cuales antes tenía acceso con absoluta facilidad y las encaraba con despreocupación. De todo este conglomerado de asuntos que se me niegan, lo más grave es que todavía las anhelo aunque mi físico ya no responda. O sea, que esto viene a demostrar que hay una falta de afinidad y coordinación entre lo físico y lo mental, y entre la vida predeterminada y la vida real. 
Por ejemplo, está el caso de los alimentos: muchos de los que antes eran mis favoritos —el chocolate, el café, el jamón, el queso curado, los callos, la morcilla, el bacalao, el chorizo picante y el de Cantimpalo, etc.—, ahora me he visto obligado (como un acto heroico) a borrarlos de mi lista de preferencias: por ejemplo, aquellos que contienen sal (tengo la sal prohibida por el tema de la tensión); los que producen colesterol (por el asunto de la circulación); los que contienen cafeína; los que me exigirían un aparato digestivo bien organizado (del cual yo carezco…). Pero esto no es nada y lo podría soportar (y de hecho lo soporto, porque a todo se acostumbra uno…), lo peor de este asunto relacionado con la edad se refiere a los sentimientos del amor. Sin que aluda solamente al amor físico —aunque también a ese—, puesto que de él me da buena cuenta la propia Naturaleza procurándome la disminución del ímpetu y restándome energía, y haciendo que la necesidad vaya disminuyendo. El verdadero problema del amor en mi caso de hoy, está relacionado con el amor espiritual, el afectivo, el que quema tu alma cuando no lo tienes. Es decir, me refiero a la compañía y el afecto femeninos. Desde que murió Angelines, mi mujer, hice dos intentos de sustituirla, y los dos fracasaron. En parte porque, instintivamente, siempre buscaba a alguien que se pareciera a ella, y eso resultó imposible: buscaba su misma sensibilidad; su misma dulzura; su mismo sentido de la pertenencia de uno a otra y de otra a uno, y del amor en vasos comunicantes, ese amor que se expresa con una mirada, con una sonrisa, con un abrazo, con un simple gesto; anhelaba esa compañía femenina que complementa la composición de uno, en lo bueno y en lo malo…  La falta de dichos afectos, al no contar con ellos, suponen uno de los hechos más trágicos de la vida, puesto que te introducen en la soledad espiritual y determina que la vida carece de sentido. Y te hace ver claro que la Naturaleza, mientras te necesita, te lo da todo (o casi todo), pero cuando pasas a la situación pasiva y te presentas ante ella con un físico en disminución de facultades, todo te lo niega. No importa que hayas tenido una vida ejemplar (de la cual yo, por desgracia, no presumo). Desde la inesperada muerte de Angelines, mi compañera de toda la vida, han pasado doce años, y mi recuerdo, mi nostalgia de ella no solo no decae, sino que es cada día más fuerte. Para mí la presencia de mi mujer en mi vida me daba veracidad y consistencia, autentificaba mi existencia, me convertía en un ser importante porque me sentía necesario para otro ser; me hacía merecedor de un amor aunque puede que no lo mereciera…

sábado, 7 de julio de 2012


Cuando abrí los ojos al mundo…
Cuando abrí los ojos al mundo y tuve las primeras nociones del maravilloso esplendor de la vida, lo capté profundamente a pesar de que, en aquellos momentos, había en España una guerra, una guerra desastrosa de españoles contra españoles. Luego supe que se trataba de una de tantas en nuestra desbarajustada historia… Nosotros, la familia, nos habíamos trasladado recientemente a Madrid viniendo desde Burgos, lugar de mi nacimiento. Vivíamos en la calle Ríos Rosas y como enfrente de mi casa había un cuartel (antes convento de monjas), levantaron una barricada en los dos extremos de la manzana donde vivíamos: una en la desembocadura a la calle Bravo Murillo, y la otra en la de Santa Engracia. Fueron los mismos soldados quienes arrancaron los adoquines de la calle para construirlas. Y a mí me pareció algo glorioso. Era como vivir en pleno frente de guerra. Yo estaba entonces entre los 5 y los 7 años y mi recuerdo de aquellos días se compone de escenas descabaladas, hechos surrealistas, modos desaforados, malos olores, falta de comida, peleas en las colas, situaciones peligrosas, colas de indigentes a la puerta del cuartel para recibir las sobras de la comida de los milicianos. Ocurrían también diferentes frases y hechos que desfiguraban definitivamente el «arte» de vivir. Por ejemplo, se hablaba mucho de «tiempo normal» aunque yo no sabía lo que era. Aquello era como si vivir consistiera en una especie de representación… Aunque yo no me daba mucha cuenta de la realidad y de si estaba la vida desfigurada o no. Mis dos hermanas y yo nos pasábamos la vida enclaustrados en un cuartito interior de nuestro piso, donde pensaban los mayores que estaríamos más protegidos. A la calle apenas nos dejaban salir. Claro, había unas etapas de calma que eran menos peligrosas y entonces sí nos permitían juntarnos con nuestros amigos de la zona.
De todos modos el hecho de vivir me parecía un suceso maravilloso lo mismo si había guerra, como si no la había.
A los pocos días de acabada la contienda, se presentó en Madrid mí tío abuelo Adolfo a recogernos a los tres hermanos para trasladarnos al Crucero, un caserío situado en la Merindad de Montija, al norte de la provincia de Burgos. Allí vivían mis abuelos en una casona de dos pisos con un jardincillo delantero. Felipe, que era veterinario, y Mónica, ama de casa. 
Este suceso representó el gran acontecimiento de nuestra vida. Después de tres años enclaustrados, el Crucero parecía la mejor figuración que se haya visto del Paraíso Terrenal: huertas, árboles frutales, montañas, vacas, corral con gallinas, patos, conejos; caballos, aire libre, río, pesca, la siega y la trilla… A veces, mi abuelo, cuando tenía que visitar a un animal enfermo o asistir al parto de una vaca o una yegua, emparejaba el caballo a la tartana y nos llevaba a sus tres nietos con él. Y mientras arreaba al caballo y sonaba el collar de cascabeles al ritmo del trote, él y nosotros cantábamos canciones campestres. Ese recuerdo no se va de mi mente ni se me irá jamás. Después, si se trataba del parto de un animal, a los niños no nos dejaban presenciarlo porque en aquella época a los niños los traía la cigüeña, sin importar que se tratara de personas o de animales. Mientras esperábamos afuera, el dueño o la dueña de la casa nos preparaba un chocolate con rebanadas de pan y mantequilla. ¡Todavía tengo el sabor de aquellos manjares incrustados en mi paladar! El hecho de haber vivido la guerra en Madrid, nos convertía en una especie de seres llegados de otro mundo, y mientras esperábamos en la calle o en la entrada de la finca a que pariera la mula o la vaca o lo que fuera, la gente se nos iba acercando para mirarnos y hacía comentarios sobre nuestro aspecto (que les parecía muy «fino») y nos preguntaba si habíamos tenido miedo y esas cosas.
(La deteriorada casa de mis abuelos en la actualidad. Foto tomada de Google Earth)

miércoles, 4 de julio de 2012



    ¿Quién o qué me gobierna?

¿Existe alguien o algo que mande en mí, o que dirija mis pasos, o que interponga mi propia conciencia ante ciertas acciones desajustadas, y que me las impida o me las aliente, según su calibre y tono moral? ¿Soy en verdad el dueño de mí? ¿Por qué razón soy el que soy más allá de las ordenanzas genéticas y otras combinaciones orgánicas medio chapuceras? ¿Por qué mi vida es una sucesión de hechos estrafalarios, dignos, censurables, encomiables, situaciones que harán presa de mí desde que nací hasta que me muera y, después, cuando acontezca mi muerte, irán quedando paulatinamente en el olvido? ¿Cómo puedo saber quién era y cómo pensaba aquel antepasado directo mío que vivió cuatro o cinco generaciones atrás? Además de que no tenía conciencia de mí, y ni tenía idea de que yo un día vendría al mundo. Creo, en verdad, que la vida solo nos necesita mientras estamos vivos, mientras somos capaces de reproducirnos, mientras sentimos amor, odio, envidia, pasión, celos… Después ella misma nos va apartando. «Tú ya no sirves», nos dice, «¡Que pase el siguiente!». 
¡Qué vacío nubla tus ojos cuando vas camino de desaparecer! Y, al final, te preguntas: ¿Qué he dejado a mi paso? El amor que sentí por Angelines, ¿fue un  engaño de la Naturaleza para que la dejara preñada cuantas más veces mejor? Mientras uno vive piensa que es el único ser, que sus obras son más grandes de lo que son en realidad, que la vida, toda ella, está fabricada solo para mí, para mi disfrute venturoso, o para mi desconsuelo o mi consuelo. Los demás, los que giran en torno a cada uno de nosotros, nos parecen nuestros comparsas, los que amenizarán la función que hemos venido a presenciar…
Pero no me queda ninguna duda de que la vida es, esencialmente, reproductiva. «Creced y multiplicaos», dijo el Dios de la Biblia, pensando en llenar sus almacenes de brazos que trabajaran. El sexo, la práctica del amor, una intensa noche de sexo que nos parece sublime, no tiene otro objetivo sino ése: traer seres al mundo. Claro, hay ciertos sentimientos que fueron viniendo después de lo que entonces no pasaba de ser un simple «mete y saca»; es decir, a medida que el ser humano se fue «civilizando», y dio entrada en su espíritu a la sensibilidad, la afectividad, la ternura, la delicadeza, la pasión… Y el amor, el sexo, se fue envolviendo en actitudes espirituales, poéticas, tiernas y vehementes, amenizada con dulces suspiros.
Lo que me preocupa es si sería ese el plan de la Naturaleza o el Creador desde el inicio, o sea desde el momento que apareció en escena la partícula original, el boson de Higgs, esa «cosa» de la que se habla tanto ahora y que, según los científicos que mueven el acelerador de partículas, fue la que inició todo este desaguisado tan encantador…  

sábado, 30 de junio de 2012



¿Por dónde vienen los tiros?
Mi inconsistencia emocional induce mi bajo interés por escribir durante estos días de penuria social y económica. Eso es evidente. Porque, la verdad, no están las cosas como para concentrarse en asuntos de espiritualidad o en temas de características ilusorias dado que cuando enfocas tu mirada al mundo lo ves que anda a la deriva, como si fuera un zombi. Y si esa mirada la diriges hacia nuestra España, peor todavía… Solo hay que echar un vistazo a la prensa: unos días dicen una cosa y al siguiente lo contrario. O un mal día desatan los demonios y al siguiente nos vienen con «paños calientes» para que no nos muramos de frío. Porque, por lo que a mí respecta, pienso que ocultan las situaciones para evitar que la alarma nos aprese (o no saben por dónde vienen los tiros): ¿Será que nuestros «dirigentes» saben la verdad y no la dicen, o es que en realidad ellos mismos no saben explicar la situación? Tenemos el caso del Euro, por ejemplo: Hay unos días que, según los augurios, va a desaparecer; otros, que es necesario que continúe porque de los contrario el mal sería mayor. Y con estas discusiones, hay unos días que sube respecto al dólar y otros días que baja. Y todo por culpa de una declaraciones de la Merkel o por unos comentarios del banco europeo, o por lo que declara el famoso Krugman en New York Times (y en El país). ¿Será simplemente un juego especulativo con el fin de que algunos amplíen su cuenta bancaria? Y sigo en mis trece: ¿Es que el mundo depende de la ambición ilimitada de unos pocos?  A mí esos movimientos de dinero me hacen cierta gracia. Porque tiene dos vertientes opuestas: por un lado, al trasladar su dinero lo protegen, pero al mismo tiempo agravan la situación, y puede llegar un momento que el dinero no valga ni para limpiarse el fondillo… No me cabe duda que con el aumento de los caudales personales aumenta también la locura, la estupidez y decae el sentido de la realidad. Mientras, se va perdiendo la noción de las necesidades sociales y las necesidades del mundo. Ahí está el caso de conocidos financieros que acabaron en la cárcel porque su ambición no tuvo límites y perdieron el norte. 
Pero, regresando al tema de España, me pregunto: ¿Puede este país, entre tanto descalabro en su economía (la mayoría creados durante el gobierno de Zapatero), hacer frente a la huida de capitales? ¿Esos euros que están depositados en los bancos españoles al borde de ser rescatados(?), no agravan la situación e inutilizan hasta cierto punto el rescate? ¿O el mencionado rescate acabará guardado también en alguna de esas islas casi ignoradas a las que suele hacer viajes misteriosos el expresidente del Tribunal Supremo…?
Bueno, tendré que repensar detalladamente este asunto de mis escrituras. 
Claro, por otra parte, escribir es mi alimento y, si no lo hago, es como si tuviera en mis entrañas un roedor que mordisqueara mi alma cuando eludo lo que ya se ha convertido en un hábito: a mi alrededor solo hay cuadernillos con notas y muchas muchas de ellas son llamadas de atención: ¡Escribe, escribe, escribe, maldito!, me grito sin cesar. El problema consiste en que paso por una especie de decepción, un fuerte desengaño. ¿Para qué escribir, me repito, si con lo que tú digas no se va a arreglar nada…?