martes, 11 de septiembre de 2012



¿Es el amor una treta?

¿Es el amor una treta más de la Naturaleza o forma parte de la vida como uno de tantos principios mágicos que nos envuelven? Yo no podría hallar una respuesta válida para explicarte el verdadero significado de esta noción, porque todo cabe, dependiendo de quien establezca el juicio. Para un experto en la ciencia biológica o un filósofo naturalista, de esos que no aciertan a salir de la disciplina científica, solo cabe apoyarse en aquello del «azar y la necesidad», es decir, el amor sería una simple reacción molecular basada en la exigencia universal de multiplicarse, sin que hubiera nadie que estableciera la norma, sino que se hizo por sí misma. Así, sin más misterios ni rodeos. Pero para un imaginativo creador, para un experimentado ser que sea poseedor de alma y espíritu (como me considero yo y como eras tú), el amor representa el más excelso principio de la vida; o sea, uno de tantos arranques sublimes de entendimiento entre dos personas, en el cual está basada la existencia, sin entrar en consideraciones ahora de acerca de quién y por qué lo haya creado.
En esta segunda acepción, podemos situarnos tú y yo como ejemplo vivo. Y no voy a recurrir al extraño caso de que poseyera una fotografía tuya desde un año antes de conocerte, que, en cierto modo, no tuvo otro significado que el de la casualidad por muy insólito que parezca (ya que ese hecho para nada influyó en nuestra unión). Debo recurrir a la enorme cantidad de inconvenientes que se nos presentaron, desde la oposición férrea de tus padres a nuestro noviazgo y mi concepto de que aquel no era el momento de buscarme una novia con fines matrimoniales, hasta la presencia en mi vida de aquella otra mujer —Astrid— que se cruzó en mi camino; hecho que, en lugar de acabar con nuestro matrimonio —como era lógico que ocurriera—, lo fortaleció. Pero lo más significativo de nuestro amor fue nuestra relación, la que hubo entre tú y yo y de qué forma perduró, y cómo fue progresando y se adaptó al paso del tiempo, a las progresivas edades, a los frecuentes cambios que ocurrieron en nuestra trayectoria, y en cómo evolucionó según lo dictaba la necesidad, además de cómo nos entendimos. Y, sobre todo, con qué intensidad nos amamos a lo largo de nuestra vida.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario