miércoles, 4 de julio de 2012



    ¿Quién o qué me gobierna?

¿Existe alguien o algo que mande en mí, o que dirija mis pasos, o que interponga mi propia conciencia ante ciertas acciones desajustadas, y que me las impida o me las aliente, según su calibre y tono moral? ¿Soy en verdad el dueño de mí? ¿Por qué razón soy el que soy más allá de las ordenanzas genéticas y otras combinaciones orgánicas medio chapuceras? ¿Por qué mi vida es una sucesión de hechos estrafalarios, dignos, censurables, encomiables, situaciones que harán presa de mí desde que nací hasta que me muera y, después, cuando acontezca mi muerte, irán quedando paulatinamente en el olvido? ¿Cómo puedo saber quién era y cómo pensaba aquel antepasado directo mío que vivió cuatro o cinco generaciones atrás? Además de que no tenía conciencia de mí, y ni tenía idea de que yo un día vendría al mundo. Creo, en verdad, que la vida solo nos necesita mientras estamos vivos, mientras somos capaces de reproducirnos, mientras sentimos amor, odio, envidia, pasión, celos… Después ella misma nos va apartando. «Tú ya no sirves», nos dice, «¡Que pase el siguiente!». 
¡Qué vacío nubla tus ojos cuando vas camino de desaparecer! Y, al final, te preguntas: ¿Qué he dejado a mi paso? El amor que sentí por Angelines, ¿fue un  engaño de la Naturaleza para que la dejara preñada cuantas más veces mejor? Mientras uno vive piensa que es el único ser, que sus obras son más grandes de lo que son en realidad, que la vida, toda ella, está fabricada solo para mí, para mi disfrute venturoso, o para mi desconsuelo o mi consuelo. Los demás, los que giran en torno a cada uno de nosotros, nos parecen nuestros comparsas, los que amenizarán la función que hemos venido a presenciar…
Pero no me queda ninguna duda de que la vida es, esencialmente, reproductiva. «Creced y multiplicaos», dijo el Dios de la Biblia, pensando en llenar sus almacenes de brazos que trabajaran. El sexo, la práctica del amor, una intensa noche de sexo que nos parece sublime, no tiene otro objetivo sino ése: traer seres al mundo. Claro, hay ciertos sentimientos que fueron viniendo después de lo que entonces no pasaba de ser un simple «mete y saca»; es decir, a medida que el ser humano se fue «civilizando», y dio entrada en su espíritu a la sensibilidad, la afectividad, la ternura, la delicadeza, la pasión… Y el amor, el sexo, se fue envolviendo en actitudes espirituales, poéticas, tiernas y vehementes, amenizada con dulces suspiros.
Lo que me preocupa es si sería ese el plan de la Naturaleza o el Creador desde el inicio, o sea desde el momento que apareció en escena la partícula original, el boson de Higgs, esa «cosa» de la que se habla tanto ahora y que, según los científicos que mueven el acelerador de partículas, fue la que inició todo este desaguisado tan encantador…  

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