sábado, 27 de octubre de 2012



El embrollo

Por más que opinen los científicos, o los teólogos, o por más que diserten —o desbarren—  los más encumbrados filósofos, por muchas explicaciones que nos quieran dar, la vida, el universo, la creación, solo es uno y responde a una sola manera, pero, se vea por donde se vea, ha de tratarse de un fenomenal embrollo, una composición con una identidad incomprensible, que engendra confusión y produce esquizofrenia en los que tratan de profundizar en ello; además, carece de sentido y de unos principios sujetos a la lógica y al sentido común. Lo mismo da que pongan en marcha el acelerador de partículas o que lo detengan; que digan que la partícula de Higgs es el principio de todas las cosas, y que es la misma que usó Jesucristo para convertir el agua en vino o Polonio de Tiana para resucitar a los muertos. Porque, veamos: si nos ponemos a elucubrar, si consideramos que todo es normal siempre y cuando proceda del credo científico, si creemos que todo tiene sentido siempre que se atenga a ecuaciones vectoriales o a la tabla periódica de los elementos; si sólo se aviene a una explicación científica, espiritual o acomodaticia, nosotros podemos argumentar lo contrario: que la fantasía, la abstracción más pura, la dinámica de los sueños, las creencias impenetrables, las esotéricas, los delirios, la fantasmagoría de los espíritus, sus apariciones, son abordables y forman parte de los movimiento de la vida. Por otra parte, ¿por qué hemos de creer que la Virgen de Guadalupe es más milagrosa que los santones de la Cábala? ¿Por qué hemos de dar crédito a la venida de Jesucristo al mundo para «revelarnos la verdad» y no se la damos a Al-Muhasibi, desarrollador de los intríngulis del sufismo revelador? ¿O por qué consideramos que las danzas cristianas son más valiosas para comunicarse con Dios que las danzas de los qadirios o las danzas de los Chicaleros? No hay duda de que el mundo, el Universo, tiene sus leyes y sus verdades únicas, tal vez inmutables, pero, por la razón que sea, muchas de ellas nos han sido negadas a los que creemos que la vida, el mundo, la verdad, está a tanta distancia del Catecismo como de la Bhagavad Gita. Por esa misma razón, dedicarse a soñar es seguir un camino, es abrazar una idea tan valiosa como otra cualquiera. Es crear un mundo «a mi imagen y semejanza». 

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