domingo, 2 de septiembre de 2012




Visita al cementerio

Atraviesas el camposanto de lado a lado, tomando la vía más directa, es decir, la zona antigua, donde aún existen tumbas sobre el suelo, muchas de ellas en deplorable estado, abandonadas, sin lealtad a inscripciones como «Tus hijos no te olvidan», «Te recordaremos siempre», «Tu recuerdo estará siempre entre nosotros»… Pero, a pesar de ello, este lado te complace porque, dentro de su fúnebre condición, posee una belleza melancólica, clásica, natural, que infunde paz, con sus parques y los árboles en flor, su olor a jazmín, los erguidos cipreses que parecen indicar la dirección que deben seguir las almas, y hasta los perezosos gatos que, cual templo egipcio, viven mayormente en esta zona y te miran con curiosidad no exenta de temor, porque tu presencia trastoca la seguridad a la que están acostumbrados en su convivencia con los aquietados difuntos.
Sientes un fuerte escalofrío, una alteración profunda en tu ser interior cuando contemplas, a derecha e izquierda, la ingente cantidad, los miles y miles de nichos y tumbas alineados, uno junto a otro, que encierran en su interior los restos de tantos muertos, de tantas personas con historia, que un día dejaron de tenerla a pesar de haber sido poseedores de vida, seres que amaron y lloraron, sufrieron y se encantaron, tuvieron hijos y lucharon por ellos. Y hoy yacen aquí, en esta necrópolis inmensa, recordados unos pocos, olvidada la mayoría. Y aún cuando sabes que por este camino tu pensamiento ha de llevarte a funestos descreimientos, no puedes evitar preguntarte dónde están, qué ha sido de ellos, a qué lugar han ido a parar sus almas. Quién las mueve y las gobierna, quién las lleva y las trae, y con qué fin. Piensas en tus antepasados, en tantos tatarabuelos que se consensuaron un día para que tú llegaras al mundo. Piensas en la gente que conociste, en aquellos con quienes te comunicaste, con los que caminaste impelido por un corazón que late misteriosamente, de día y de noche, sin razón alguna, debido a un sistema complicado y vicioso de bombeo de sangre, de unos ventrículos que abren y cierran sus compuertas incansablemente. Hasta que un día dejan de hacerlo y sus portadores son depositados aquí hasta disolverse en la nada. ¿Quién los mató? ¿quién les dio la vida y con qué fin? 
Luchas, luchas contigo. Intentas apartar de tu mente tales pensamientos negativos porque, hoy, tú necesitas creer en algo, necesitas sentirla a ella, pensar que está aquí contigo, o en algún lugar alcanzable donde tendrás oportunidad de volverla a ver. No hay vida en el descreimiento, en el frío escepticismo, por más que la vida carezca de explicación…

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