domingo, 31 de enero de 2010


A propósito de la felicidad


A ver, dime: ¿qué significa la felicidad para ti? Pregúntatelo tú misma/o, pero pon atención en lo que te voy a decir: busca tu respuesta poniendo el mayor interés en que sea exacta y, sobre todo, sincera, sin prejuicios ni recurrencias a enmascararla mediante la gran variedad de descripciones superficiales y facilonas —plagadas de tópicos— que circulan por la calle. De la misma forma, olvídate de las descripciones académicas —que, generalmente, tienden a magnificar o desfigurar la realidad de los estados de felicidad—. ¡Ah! y huye en lo posible de esas señales manoseadas —y a veces confusas— lanzadas por psicólogos, psiquíatras y «autoridades» en la materia. Porque, en todo caso, creo, la felicidad es un asunto doméstico, personal, que debe procurarse cada día, cada momento, a base de buscarla y reconocerla por los propios medios. Recuerda que para definir nuestros sentimientos, para confirmar nuestros estados emocionales o de ánimo, no hay nadie más capacitado que nosotros mismos. Estamos en el siglo xxi, es decir, en un momento propicio de la evolución humana como para saber utilizar nuestra capacidad de criterio, para entender que nuestra facultad de analizarnos a nosotros mismos y comprender nuestros estados del alma es más auténtica que la que se daba en el pasado o la que hoy proviene de microscopios ajenos.

Aún así he de confesar que mi propio criterio sobre la felicidad es un tanto errático, y que si hago esta propuesta es con el fin de, al pensar en ellas y escribirlas, estar en condiciones de aclarar un tanto mis ideas… Por lo pronto debo expresar con el corazón en la mano que no le guardo ningún respeto a esa felicidad espontánea y superficial cuya duración es leve, es decir, a la felicidad inventada por autores/as de novelas rosa, la misma que penetra en el terreno de lo insustancial, o aquella otra que se funda en una alegría o en una satisfacción momentánea. Para mí la felicidad es o debería ser un estado permanente, un sentimiento profundo y sostenible, algo mucho más trascendente y de mayor calado que la que se suele exponer, incluso, en los manuales dedicados a analizar los estados del alma… Considerando, además, que, en todo caso, se trata de una disposición personal, de algo basado en el reconocimiento de cada quien. Y, también, muy de acuerdo con la dopamina que generan nuestras neuronas.

Yo creo que el primer requisito para ser feliz es saber serlo —y saber desearlo—, así como poseer una alta y selectiva sensibilidad para percibirla y sentirla, para lo cual se requiere, creo, un estado de paz consigo. Por otra parte, está la personalidad de cada quien, las exigencias en cuanto a lo que es felicidad y lo que no lo es… y que dependen hasta de la educación recibida y de los prejuicios y mitos que hayan inculcado en nuestra mente infantil y en nuestros genes.

Ahora, de cualquier manera, dependen y consisten, principalmente, en saber aceptarse y mantenerse aplicando el mejor y más sano estado emocional que seamos capaces de desarrollar, y hacerlo como actitud principal en nuestro desenvolvimiento diario, sin dejarse dominar por esos momentos adversos eventuales, que, en el fondo, casi todos, entrañan una solución.

En mi caso, hora, cuando no me falta mucho para cumplir los 78 años, al contemplar mi vida y su trayectoria, pienso en cuántos tiempos de ella han sido verdaderos y cuántos, si no falsos, sí insignificantes o anodinos, por no ser capaz o no poner intención de captarlos y vivirlos en el momento. Y ahí es cuando siento cierta congoja, cierto vértigo y un inevitable vacío en el alma. Porque, bien calibrada y poniendo la mejor intención del mundo, creo que los momentos verdaderos, los «sentidos» o los advertidos, solo alcanzan, si acaso, al 10 por ciento. Luego, si lo cuantifico, los momentos verdaderamente sentidos, los vividos con profundidad, no pasan de ocho años. Incluso ahora, no podría asegurar si fueron ocho años de felicidad percibida en el momento que se dio, o solo proceden del recuerdo… Pero, tal vez, la vida deba desarrollarse así, porque uno no puede estar todo el día repitiéndose ¡Qué feliz soy, qué feliz soy!, o captando cada momento, cada acción. También lo anodino, lo no sentido, forma parte del vivir diario y en algún lugar deben anidar…

En resumen, para mí la felicidad es un enaltecimiento del alma, una armonía producida por un estado de paz interior, una actitud de conquistarla, una consecuencia de la personalidad… Ahí no hay cabida para el decaimiento moral, considerando que casi todo en la vida es ocasional. Hasta las ingratitudes.

En realidad, yo creo —y así lo digo con el mayor énfasis— que el amor, aún siendo a veces causa de nuestra desdicha, es, sobre todo, el mayor motivo de felicidad.

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