jueves, 12 de agosto de 2010


Ateos por interés


Sí, yo ahora que estoy más introducido o más dedicado al lado espiritual de la vida, percibo que en ella se nos ofrece un número mayor de incentivos, de instrumentos enaltecedores, y de manifestaciones de gran enjundia existencial. Y no deja de ser curioso —además de paradójico e inexplicable— que gente de indiscutible valía intelectual y de sólidas exigencias morales, se esfuerce y se atrinchere en actitudes cerriles donde solo —o casi solo— se considera lo material, e insisten en el desprecio hacia todo aquello que nos llega desde el alma. Claro, también podría ser que su capacidad intelectual no dé para más o que adolezcan de una atrofia de ciertas partes del cerebro, o que sean cortos de vista y absolutamente negados a la manifestación metafísica, o que traten de defender a como dé lugar los intereses que les aporta su negatividad, o su supuesta falta de imaginación, porque es curioso que se da el caso de que, por lo general, detrás de la propagación y la machaconería de sus ideas, negativas a ultranza, siempre hay un libro escrito, o varios, que «respalda» su economía (¡perdón! quise decir su teoría). Si yo escribiera un libro y dijera que había que respetar los diez mandamientos que se supone que están escritos por el mismo Dios sobre una losa de piedra, me mandarían a tomar… viento, y solo le vendería un ejemplar a mi vecino, para lo cual tendría que invitarle a merendar, o hacerle un descuento del 90%. Por esa razón, lo más «práctico» es sostener lo contrario, puesto que vende más…

No hay otra explicación. Porque, sea como sea, si uno se detiene a observar el mundo, si verdaderamente repara en él poniendo en ello todos los sentidos, si tiene capacidad de asombro y sensibilidad, no le quedaría otro remedio que preguntarse qué es todo esto, de dónde viene y para qué estamos aquí; es decir: quién o qué nos hizo y cuál puede ser el fin.

¡Cuántas cosas nos rodean que son milagrosas o extraordinarias que no creeríamos en ellas si no fuera porque las estamos viendo. ¿Aceptaríamos la existencia de la luz si no la viéramos y usáramos? Supón que no estuviésemos a una distancia apropiada del sol y todo estuviera siempre en penumbra? ¿Cómo sería la vida? ¿Qué representa la luz para aquellos peces que viven en el abismo? Imagínate un pez que después de estar en la superficie, llega al abismo y le dice a los otros peces: «He visto la luz». Los otros le tomarían por loco… ¿Y como sería una vida sin colores si no fuese por el empeño de la física en que los veamos, que los usemos y que modifiquemos nuestra psiquis según el que se nos muestra? ¿Y qué significado tiene la conciencia, de dónde nos viene y por qué hay veces que nos carcome las entrañas y otras hace que nos sintamos contentos o enaltecidos? Existen un sin fin de propiedades, de armonías, de sistemas que suscitan preguntas, como aquellas facultades que poseen una aplicación humana y que son inherentes a nuestra condición de personas, haciendo de nosotros unos pequeños dioses, como la apreciación y la realización del arte; el sentido de la belleza, la curiosidad y el deseo del saber, la facultad de anonadarnos con la música, la memoria y su estrecha alianza con los recuerdos; la misma facultad de hablar que tanto amplía nuestros horizontes y nos permite exponer nuestras ideas, o da pie a inventar el cine y el teatro, o a maldecir al que nos acosa, o a cagarnos en la mamá del que nos robó la cartera.

El que implantó que en el ser se produjera placer a la hora de fabricar un hijo, es porque tenía necesidad de ellos, porque si no el mundo se hubiera acabado apenas nació, o no hubiera llegado a nacer, porque ¿a quién le importaría nuestra presencia si no fuésemos útiles para «algo»?