viernes, 20 de agosto de 2010


Escribir o a echar migas a las palomas


Probablemente yo sea escritor. No lo sé, porque me es muy difícil determinar mi oficio, el que habría desempeñado si hubiera seguido mis habilidades innatas. Sí se puede considerar un buen indicativo que habita en mi equipo genético: allí se concentra alguna gente dada a expresarse por medio de la escritura o el periodismo. Por ejemplo, por tratarse de los más cercanos a mí, registro a mi abuelo paterno y a mi padre, escritores, editores y periodistas ambos, pero hay alguien anterior: figura en mi poder un legajo de unas 60 páginas elaborado allá por el siglo xviii, donde se describe a un antepasado, Francisco de Ontañón, que era amante de escribir poesía y de la crónica social y, además, tocaba la guitarra, cantaba «regularmente» (no sé si era el encargado de atraer la lluvia a Medina de Pomar, que era por donde él vivía) y montaba bien a caballo. Claro, en aquella época el que no montaba a caballo, tenía que montar en burro, pero era necesario saber montar en algún animal de cuatro patas porque era el único medio de transporte—. El escrito fue elaborado por un «escribiente oficial» con motivo de un pleito interpuesto a un obispo en demanda de la propiedad de una casa solariega situada nada menos que en Villamezán, en la Merindad o el Valle de Valdivieso, en la provincia de Burgos, la cual parece que mi antepasado había heredado y que el mencionado obispo intentaba usurpar amparado por la «autoridad» que le otorgaba la Iglesia… (¡Ay, Iglesia, Iglesia, cuántas cosas apañaste que no eran tuyas…). El asunto es que mi padre localizó aquella finca e intentó comprársela a los labriegos que la habitaban, pero, a la hora de la hora, los papeles de propiedad no aparecieron, y eso significaba nuevos pleitos. Y mi padre no estaba dispuesto porque era la época de Franco, él había estado exiliado muchos años, y todos le decían que tenía todas las de perder.

Bien, pero, continuando con el análisis sobre si soy escritor o no, todavía no sé a qué atenerme. Es cierto que mi vida laboral comenzó como periodista y en ella permanecí casi cuatro años, pero, una vez en México, mi papel como crítico y reformador de la vida no fue visto con buenos ojos, y me sentí obligado a pasarme al sector editorial… En aquella época hice tantas portadas para libros (la necesidad me inspiraba) que era difícil entrar en una librería y no ver un libro con la carátula creada por mí. Y empecé a tener tanto éxito que yo mismo acabé por «comerme el coco» y darme la «chaladura» por pensar que era algo así como el Picasso de las portadas de libros. Esto, mezclado con un actividad de pequeño editor y otra de articulista ocasional sobre temas sin relieve —que, la verdad, no me agradaba—, fue lo que me situó en este enigma acerca de cuál profesión sería la mía. Luego, cuando comenzaron a llegar los hijos y, en consonancia con su presencia, se me creó la necesidad de comprarles papillas y baberos, me quedé dentro de la profesión, la cual nunca acabé por sentir como algo mío. Y para rematarla, al cabo de unos años fui contratado por el Gobierno de Venezuela —el de Raúl Leoni— para organizar una editorial del Estado (algo que al final nunca llegó a realizarse). Pero ahí fue donde me vi enrolado en la especialidad para el resto de mi vida. ¡Qué cosas! Aunque no dejaba de repetirme ¡yo soy periodista, yo soy periodista…!, y en un tono más bajito, me decía: ¡yo soy escritor!

En aquella época el trabajo de periodista tenía mucho glamour, mucha distinción y cierta resonancia. Y no tenía competencia, o apenas alguna en la TV, o en la radio. Encima, en lugar de competir, se apoyaban. Era una época cuando la gente devoraba los periódicos y las revistas para enterarse de lo que ocurría en el mundo. Y no existía Internet (que será a la larga la que acabará con todos nosotros, o sea, con lo que queda…). Por si fuera poco, ahora lo de editor ya no mola, ante la impetuosa llegada de los libros digitales; y en lo de ilustrador y periodista, ya no encajo… Así que solo me queda lo de escritor. Esa profesión donde se trata de contar historias conmovedoras a los demás… Que, por cierto, me sé muchas.

Así que: «Érase una vez…».