miércoles, 29 de diciembre de 2010


Especulaciones sobre la vida


Si lo analizamos bien, con la suficiente serenidad y sin convencionalismos o sin ese complejo vanidoso y cerril de creernos «progres», acabaremos asumiendo que el mundo, la vida, nosotros los seres llamados humanos, nos desarrollamos, esencialmente, sometidos a una doble influencia: una, la que procede del hecho maquinal, de las reacciones instintivas o biológicamente programadas; otra, la que procede de todo aquello que proyectamos en nuestra mente. O sea, por un lado nuestro desarrollo es inconsciente, proveniente del impulso reflejo, o nos viene, tal vez, programado por la propia Naturaleza como una acción afín a su razón de ser: «esto es así y así tiene que ser», nos dice refiriéndose a tantas situaciones fijas e imprescindibles, por ejemplo a nuestro condicionamiento de seres reproductivos, o a los sentimientos de ambición, engreimiento y orgullo…, y hasta cuando tenemos esas necesidades fisiológicas tan perentorias como comer y cagar… («Una rosa es una rosa, es una rosa, es una rosa…», decía Gertrude Stein, y, claro, es que realmente una rosa es una rosa y no puede dejar de serlo, y ella lo repetía hasta el infinito como una especie de advertencia filosófica irrefutable, dando a entender que no hay que buscarle «tres pies al gato»). Para sostener esta tesis, habría que decir que la vida se desarrolla dentro de un propósito determinado que no ha podido ser entendido ni manipulado por los mortales por más esfuerzos que se han hecho.

Pero, después o antes, está la otra condición relacionada con las confabulaciones y creacionismo de nuestra mente, apoyadas tanto en acciones razonadas como en los desvaríos, y en la determinación de subirnos a este tren o subirnos al otro. Y éste —y, dada mi personalidad, de ninguna manera podía ser otra— es el lado del comportamiento humano que más me atrae porque lo considero el verdadero rector o instigador de nuestras acciones, el que establece las adecuadas o ingratas circunstancias, el que nos convierte en buenas o malas personas, el que nos hace llorar y el que nos hace reír. En pocas palabras: es el que nos convierte en humanos y el que establece la calidad de mi pensamiento. Y, sobre todo, el que me ayuda a escribir y decir auténticas verdades o puras «chorradas»… Es el que introduce mi curiosidad en el misterio, en la duda, y el que pone mi imaginación a mi servicio. Surge, probablemente, del hemisferio derecho (ojo, sin que esto signifique que tenga que ser forzosamente un pensamientos de «derechas»…). En este lado maravilloso de libertades y represiones a un tiempo, exclusivo de los seres humanos y planteadas por ellos, todo tiene cabida: lo misterioso y lo evidente; lo imaginativo y lo cerril; la ficción y el realismo; la verdad y la mentira; el deseo y la renuncia; el odio y el amor… Aquí, en este sector es donde vive la certeza junto a la duda, lo lícito junto a lo ilícito; es donde nos está permitido ejercer nuestra actividad selectiva, y la de dioses creadores, adaptando nuestro mundo a nuestros deseos y a nuestros impulsos. Y fabricando nuestros sueños…

viernes, 24 de diciembre de 2010





Un ferviente deseo de mí para ti de que alcances la máxima paz en tu alma, la conveniente prosperidad en tu bolsillo y la más profunda felicidad en tu corazón. jedeon

domingo, 12 de diciembre de 2010


Más allá de la vida


Una de las sensaciones más concluyentes y que más me afectan en esta etapa de la «edad tardía», es llegar al convencimiento de que los seres humanos, además de desenvolvernos en la incertidumbre e, incluso —aunque no en todos los casos ni en la misma proporción—, en el descontrol, hacemos de nuestra vida una permanente paradoja. Sí, ya sé: antes de continuar escribiendo tendría que aclarar qué entiendo por «paradoja», o sea, más bien qué entiende la Real Academia de la Lengua acerca de este término:

1. Aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera (sobre todo ésta).

2. Figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradicción.

Pero, otra definición que me llama mucho la atención y que, hasta cierto punto, coincide con mi propia opinión, es la siguiente:

«Se utiliza, generalmente este término para referirse a las contradicciones lógicas que van contra el sentido común y causan confusión».

Y, conste, no me refiero a ese impulso producido por exigencia de intereses que nos incita a traicionar o modificar nuestro pensamiento —lo que, a veces, puede ocurrirnos sin que casi lo advirtamos—, sino debido a que la vida está plagada de circunstancias o imposiciones sociales, a reacciones del subconsciente, y hasta de determinadas claudicaciones morales obligadas por la evolución de la razón, lo cual nos invita a ver las cosas desde un ángulo diferente, o a actuar, a veces, en desacuerdo con nosotros mismos. Estos cambios de opinión, esta falsedad de los juicios, pueden darse tanto en temas religiosos como filosóficos o científicos. Y yo me pregunto: ¿Pero será que la vida tiene unas reglas definidas de comportamiento de las cuales —o de algunas de ellas— nos hemos ido desviando? ¿O que todo el proceso de evolución y desarrollo funciona así, inconscientemente, según vamos viviendo los momentos y mezclando el sí con el no y con el ya veremos?

Y eso que no hay la menor duda de que existen determinadas leyes e imposiciones de la Naturaleza, que son fijas y no es posible desvirtuarlas ni ignorarlas. Por ejemplo, la inclinación «obligada» que tenemos los seres vivos de producir descendencia, lo mismo si son plantas, animales o personas. De lo contrario, ¿para qué hemos sido dotados del deseo sexual? ¿Puede tener otro explicación que el de permanecer y crecer las especies y expandirnos hasta el infinito? Esta tendencia es la principal, desde luego, pero también están —referidas, en este caso, exclusivamente a los seres humanos— la creatividad y el sentido de lo bello; la curiosidad y el deseo de saber; el poder de imaginar y pensar; la facultad de comunicarnos con los demás y traspasarles nuestras ideas y nuestros sentimientos; la capacidad y el deseo de aprender y construir; la memoria y la función de recordar; la facultad de hablar y comunicarnos, sin dejar a un lado las llamadas de la conciencia —que trae tan de cabeza a los científicos y filósofos materialistas porque no la encuentran una explicación—, la creatividad y el llanto… Eso es lo que nos define y nos da «sentido», pero por más allá que vaya nuestro conocimiento, por más que lo intente nuestro afán de saber y descubrir, no podemos traspasar el límite representado por aquello que denominan los budistas el «velo de maya». Ese es el límite del conocimiento. A partir de ahí solo existen elucubraciones disparatadas. La Naturaleza nos ha negado la facultad de penetrar en el conocimiento del mundo trascendente. ¿Ese puede ser una decisión firme con algún propósito?

Aquí no importa que las leyes físicas hablen por sí mismas y nos digan por qué las cosas actúan como lo hacen; no importa que la biología nos exponga sus leyes, o que la genética demuestre sus razones. Eso simplemente nos explica su funcionamiento o las bases de sus estructuras y de ninguna manera eliminan a Dios. Incluso, ese funcionamiento —que es otro de los grandes misterios— está más cerca de la presencia de un Dios que de la nada… y, en el mejor de los casos, no discuten para nada la presencia de un ser creador. ¿Qué sabemos nosotros, en realidad, cuáles son nuestros límites y si en la escala universal somos grandes y poderosos o ínfimos e insignificantes? ¿No hubiera sido estúpido que la Biblia explicara la creación recurriendo a métodos científicos? O sea, que Dios hubiera manifestado a través de la Biblia: «Creé el mundo formando dos moléculas, el DNA, que contiene el código, y el RNA que lo transcribe y reproduce. Antes de esto habilité la Tierra para que fuera capaz de generar las primeras macromoléculas, los ácidos nucleicos y las proteínas; luego creé organismos vivos más y más complejos hasta que, mediante la evolución, logré la aparición del ser humano… Los seres humanos no lo hubieran entendido bien, o con más dificultades que manifestándoles que dije: Hágase la luz… ».

¿Podría ser ésta la representación de una paradoja o se puede considerar como una verdad irrefutable…?

domingo, 5 de diciembre de 2010



Las creencias…


Según llego a mi apartamento ayer por la noche, me encuentro que mi vecina está colocando en su puerta un adorno navideño, consistente en una especie de corona hecha con papel aluminio de color verde. Y yo, a modo de saludo, le digo de una forma maquinal, «¡Qué bonito! ¿Ya se está preparando para la navidad?», «Sí —me dice—. Y usted ¿no piensa poner ningún adorno?». «Pues, ¿qué quiere que le diga? A mí no me gustan mucho estas cosas. Y menos ahora que vivo solo… Además, ¿usted cree que ese dios antropomorfo al que rinde culto, se sentirá complacido porque coloque una corona artificial en su puerta?». «Sí, yo lo siento así. Esto es una señal de júbilo por habernos enviado a su hijo para redimirnos del pecado…» «¿De qué hijo y qué pecado me habla», le digo yo poniendo una expresión de sorpresa exagerada. «Pues de Cristo y del pecado original cometido por Adán y Eva…». «¿Y qué tiene que ver con nosotros que aquellos dos seres, casi-monos o monos más que humanos —sin capacidad de discernimiento entre el bien y el mal—, se comieran una manzana sin el consentimiento de dios, que, entre nosotros, yo lo veo como una desobediencia leve, casi pueril, una travesura de carácter venial que no justifica que fuesen castigados (no solo ellos, sino la humanidad entera) con tanta severidad…? ¿Para qué los creó dios, entonces? ¿Para después ponerles una trampa?» «¡Huy! No lo vea así, con ese pensamiento tan crítico. A Dios no hay que pedirle cuentas de nada. Él sabe lo que hace y por qué lo hace… Y tampoco debe llamar monos a Adán y Eva, porque son nuestros primeros padres…» «Bueno, ya veo que usted no está muy al tanto de los últimos descubrimientos científicos. Acaban de presentar a una especie de mona peluda que dicen que es Lucy, la verdadera Eva, nuestra amorosa primera mamá…». «Yo no creo en esas cosas. A mí me han enseñado que nuestra primera madre fue Eva, una mujer como yo, y eso es lo que creo. Lo dice la Biblia, además, y la Biblia fue escrita por Dios –iluminó a los que la escribieron– para fijarnos el comportamiento…».

(Para fijarnos el comportamiento… O sea, esta señora cree que nuestro comportamiento es como es porque nos lo exige dios; ella no cree que exista una moral natural, o una ética, ni unas obligaciones hacia nuestro prójimo; todo ello solo obedece a una exigencia de dios. ¿Y por qué dios no nos hizo con el comportamiento incluido, me pregunto? Así se hubieran ahorrado muchos problemas). ¿Como está formada la mente de estas personas que son incapaces —en apariencia— de dudar ni un ápice, pero que evidencian la no utilización de su razonamiento ni su capacidad de discernir? ¿Será que no tienen desarrollada la facultad de pensar o que la mantienen sofocada? ¡Qué fácil es para ellos determinar la composición de la vida…!

¿O seré yo el equivocado? Tal vez todo lo que nos envuelve, en general, sea un error; tal vez la civilización, su composición filosófica, el progreso, el comportamiento, debiera haberse detenido en el límite de las creencias (en este lado del Velo de Maya). Posiblemente, la libertad plena solo sea una entelequia, una ilusión, un afán teórico, una deformación mental, algo que no puede existir en la práctica. ¿O será que no somos capaces de absorberla, desarrollarla, imponérnosla y mantenerla…?

Por otra parte, si alguien tiene una creencia religiosa firme, lo mismo que otra certeza filosófica —o un ideal social o político—, al abrazar con convencimiento cualquiera de estas doctrinas —y si las siente de verdad—, le exigen una actitud, una ética, un sometimiento moral y una forma determinada de proceder. En ese caso, me pregunto, ¿cumplirán estas personas en todo momento conforme a su fe o es sólo un simple paripé, un fingimiento? ¿Y cómo será la vida íntima para ellos? ¿También ahí, cuando nadie los ve, actúan conforme a sus creencias y según los preceptos que ésta les impone?


Fotografía reproducida del Museo de la Evolución Humana, de Burgos, España

viernes, 26 de noviembre de 2010


¡Cómete la sopa y cállate!


Mis hijos y aquellos que me conocen se extrañarán, tal vez, por esa especie de mutismo que observo de un tiempo a esta parte… Pudiera parecer que fuera un «mutismo de viejo», de ese viejo que ya no tiene nada que decir, o que tiene que decir tantas cosas que prefiere callársela porque ya nadie le presta atención… En mi caso, no es que se me esté olvidando hablar, sino que disfruto dedicado a una especie de vida interior muy seleccionada y contemplativa, muy propia, dialogando conmigo mismo sobre temas que antes nunca me planteé, mientras hago el intento de descubrir esos aspectos que la vida nos esconde. Existen, sin duda, muchos asuntos que antes, cuando joven, no me llamaban la atención, o no me la llamaban demasiado, o que, simplemente, no me interesaba entrar en ellos. A los 30 o 40 años ya creía que las experiencias almacenadas en mi conciencia o en mi corazón (o donde quiera que se almacenen las experiencias) eran suficientes para interpretar la vida, para creerme que mi presencia en este mundo era valiosísima y era desempeñada con una correcta interpretación por mi parte. Ya me había casado —aunque puede que un poco antes de lo que pensaba, y de lo cual ahora no me arrepiento— y, antes, había experimentado mis cualidades de «macho seductor» (ojo, no hablo de «machismo», sino de esas exigencias sexuales impuestas por la Naturaleza a los hombres y a las mujeres), habiendo tenido tres o cuatro relaciones ocasionales que me espabilaron en la práctica del sexo y me llevaron a considerarlo como algo fantástico… Y así hasta conseguir el verdadero amor, que fue el que me hizo poner los pies sobre la tierra y aceptar algunos convencionalismos que hasta entonces había rechazado. En el campo profesional, dentro de los contratiempos que nos suelen salir al paso, me había movido con astucia y experiencia, con cierto éxito en los lugares de trabajo por donde pasé, logrando en ellos ser bien valorado y consiguiendo mejoras económicas y profesionales permanentemente. Muchas veces, a pesar de mí o atentando contra mis verdaderas ilusiones. Además, en general, tenía muy arraigada la presunción de haberme hecho a mí mismo, o sea, me había construido yo solo, sin ayuda de padres ni de pariente alguno (al contrario; éstos representaron un estímulo porque siempre me catalogaron como un tipo listo pero un tanto alocado y sin muchos principios morales que se diga ni impedimentos de tipo religioso).

Bien, ahora solo me faltaba asentarme y considerar que las «aventuras» ya no debían tener cabida en mis preferencias ni en mis procedimientos…

El problema es que mi mente soñadora e imaginativa no me dejaba en paz, y eso me creaba cierta inconsistencia, me proponía continuos cambios, me impulsaba a buscar nuevos horizontes, a pasar por nuevas experiencias… con lo que no paraba de conocer otras caras y otros lugares. Pero ahora no me quejo: puedo decir que he tenido una vida rica en experiencias y, hasta cierto punto, he visto realizados el 60 por ciento de mis enfoques espirituales —que no es poco si consideramos que mi actitud se basaba en las altas exigencias de mi alma y continuamente ponía mis ambiciones espirituales a prueba y por delante de todo lo demás. Además, para acabarla de fastidiar, debo describirme como un inconformista, lo cual era otro impedimento u otra exigencia agregada. Así que ante estas características personales, me considero un ser privilegiado, tanto en cuestiones de amor, o sea, en lo referente a mi matrimonio —donde actué con una estabilidad muy poco propia de mí—, y en mis relaciones con mis hijos, así como en la forma que me ha tratado el mundo y yo a él. Y eso ya es algo, o, debería decir que es mucho.

Pero, ahora, o sea, de un tiempo a esta parte, más o menos desde que entré en la fase de los 70’s (ahora tengo 78 años) me dediqué a «rumiar» mi vida, a recordarla, a pensar en esos asuntos de composición espiritual que la Naturaleza suele negarnos a los seres humanos. Intenté captar el significado de vivir, que no es poco… Por eso me mantengo callado, observando a la gente así como sus motivaciones y sus alocados movimientos.

¡Ah! Y luego me dedico a escribirlos…

lunes, 22 de noviembre de 2010


Al acabar este domingo…


Todo pasa, todo transcurre como si fuera un soplo, una ráfaga. Y es que la vida apenas alcanza a ser un lapso ínfimo. Ayer estaba iniciando mi camino y hoy, unos días después apenas, ya vislumbro que estoy llegando al final. Sí, todo ocurre antes de lo que pensaba porque el tiempo también es relativo, como tantas cosas… Y no es que me aterrorice ni me atormente la muerte; es solo que me desagrada la idea de haber vivido y no haber entendido la mayor parte de las razones del vivir…

Sí, estoy algo melancólico… Es verdad y lo siento. Los domingos por la noche siempre son un tanto nostálgicos y una pizca deprimentes.

Me asomo a mi balcón y en el cielo, de un azul-oscuro purísimo, brilla una luna llena dorada, grande, tropical, que asemeja ser un candil colgado del cielo alumbrando la ciudad con una luz blanco-amarillenta, y da a los objetos unos matices propios de una noche de aquelarre. Las luces de los edificios colindantes se van prendiendo. Es la señal de que la gente va regresando al hogar después de un día agitado, supongo, o muy movido ante la cercanía de la festividad de Acción de Gracias, una celebración que no acabo de entender —como tantas otras. Yo, además, para dar un sentido más desolado al momento, estoy escuchando a Gail Marten, una cantante de jazz que tiene una voz como con sordina, suave, triste, con matices leves y sin estridencias —si la expresión no fuera tan cursi, diría que es «aterciopelada»—, pero muy rítmica y con un sentido musical altamente sensitivo que hace que la música —interpretada por una orquestilla a base de piano, contrabajo, guitarra y batería destemplada—, siga a la cantante con una especie de contrapunto muy armonioso… Y, además, la cantante es suave, amable, tierna, y con un gran sentido del ritmo. Y es lo que tiene el jazz lento: que acaba por acentuar la tristeza… La supongo acompañando el compás de las canciones con leves movimientos de su cuerpo, como deseando que el tiempo se sume a su ritmo. Me gusta esta música, porque me trae muchos recuerdos gratos; me acerca a aquellos momentos vividos con pasión y profundidad, donde la vida no terminaba nunca y no se reparaba para nada en su final. Y me gustan estos momentos quietos, sensibles, de un pensamiento así, como adormecido, y con movimientos lentos, sin prisas, sin urgencias, y con olor a café con leche. Un solo instante, como éste, puede representar toda una vida, un periplo completo, una revelación. Las mañanas de los domingos, aquí, en San Juan, son espléndidas, sobre todo si te levantas a las seis, como hice yo, y dentro de la quietud matutina, ves amanecer, y sientes cómo el día se va despertando, cómo las aves abandonan la rama donde pasaron la noche y comienzan un leve concierto de trinos. Luego, a medida que va avanzando la jornada, va cogiendo más fuerza, más vida, más ritmo (no olvides que esto es el trópico).

Y a eso de las cinco de la tarde, comienza a decaer, como ahora…

viernes, 19 de noviembre de 2010


El mundo que viene


¿Cuál será, en verdad, el destino y la función que le aguarda al mundo? ¿Cuál será su tendencia, su línea de seguimiento, sus metas? Si se tiene en cuenta que la sociedad va abandonando las creencias religiosas, la fe en una prolongación de la vida tras la muerte, o la derogación lenta pero firme de las ideologías filosóficas y políticas, ¿existirá una solución para los males que nos aquejan? ¿Derivará hacia la armonía o hacia el desorden sistemático? ¿O estará ocurriendo como en las antiguas Grecia y Roma, que, casi sin advertirlo, estemos entrando en una decadencia desenfrenada, sin remisión posible?

Yo, a pesar de las crisis, las poluciones, las caídas de valores y tantas ideologías fracasadas, creo que existe una meta, un destino, una función. En realidad, hoy, sin dudarlo, se puede afirmar que vivimos mejor de lo que se ha vivido nunca antes; que ya no somos aquella sociedad sumisa de antaño, de la antigüedad, que era dominada a latigazos, y que, al menos en determinados sectores cultos —además de conscientes de la situación—, ya no aceptamos que nos den «gato por liebre», que nos digan lo que tenemos que hacer ni por quién hemos de votar, ni atendemos a campañas vergonzosas como las que están exhibiendo ahora las elecciones catalanas… Posiblemente, pienso, estamos en una etapa de transición, o de reacomodo, tal vez la crisis nos obligue a prescindir de lo ficticio, a que miremos más los pasos que damos, y que nos entendamos mejor y sepamos administrarnos. Posiblemente acabemos por disminuir el derroche en el que ya estábamos cayendo. Tal vez se estén buscando nuevos caminos dado que el comunismo ha fracasado y el capitalismo parece que va camino de perecer. Claro, hay una resistencia pasiva: en muchos sectores se niegan a perder privilegios. Obama, el presidente de USA, ha tenido la oportunidad de comprobarlo. De aquel candidato pleno de confianza en sí mismo y envuelto en una angelical ingenuidad que apareció en la campaña electoral, al de hoy hay una diferencia abismal. Sin asegurar que carezca de posibilidades (aunque más bien parece un cordero metido en una jaula de lobos), sería un buen mandatario en un mundo mucho más maduro, más comprensivo, menos egoísta, más consciente y mucho más cooperador, más seguro de hacia dónde vamos y hacia dónde debemos ir; pero lo malo es que en el mundo de hoy quedan todavía muchas reminiscencias de los años veinte del siglo pasado, incluida la anterior crisis económica.

En mi caso, tal vez ingenuamente, creo que la humanidad tiene un destino, que está programada para y por algo, diga lo que diga Stephen Hawking, de quien no creo nada (en su último libro —cuya finalidad muy clara es vender la mayor cantidad de ejemplares posibles— se contradice, porque si dice que venimos de la nada, entonces coincide con la Biblia, que también dice que Dios nos hizo de la nada… De todos modos, a Hawking no se le debe tener muy en cuenta. Es inteligente, de eso no hay duda, sabe mucha matemática, pero su severa invalidez congénita le produce un criterio determinado, y le dicta unos sentimientos que probablemente son de desprecio y resentimiento hacia la humanidad y no puede admitir la presencia de un Dios que le ha creado a él con tanta deformación física. Aunque, si sigue así, poco le faltará para asegurar que el perfecto es él, y los imperfectos somos nosotros…). No tiene lógica que la perfección, la maravilla del orbe, el hecho de disponer de un cerebro para pensar, la armonía de tantos seres vivos conviviendo, no sirva para nada; no se puede aceptar que dentro de una naturaleza ciento por ciento entrelazada y dependiente, los seres humanos solo sirvamos para comer y limpiarnos el culo. Es posible que nuestro pensamiento, nuestras tendencias, nuestro comportamiento espiritual y colectivo sea, como creen los budistas, lo que va construyendo el mundo y lo que lo dignifica al ser, con todo y a pesar de las aberraciones. ¿Cuánto se habrá cambiado desde el principio de la existencia hasta hoy? ¿Puede ser eso casual? Pues, según mi entendimiento, me demuestra que los cambios y el progreso son una función social exigible, circulante y permanente.

domingo, 7 de noviembre de 2010


¡Vayámonos para Marte…!


Pero, vamos a ver: ¿somos los ciudadanos los culpables de la crisis económica? ¿Fuimos nosotros quienes la desatamos? ¡Pero, por Dios, con esa cara de inocentones que tenemos todos! ¡Yo, por lo menos, no fui, lo juro! Ni usted, ni el otro, ni el de más allá…¡Yo no tengo dinero oculto en Suiza, que conste! ¿Entonces, por qué hemos de cargar con las consecuencias? ¡Mire, ante esta situación, me da un ataque de risa! Porque, oiga, usted es un ciudadano o una ciudadana, como lo soy yo. Somos gente normal, que podemos tener un cochecito, un televisor con tercera dimensión, una computadora inalámbrica, pero de eso a haber causado esta crisis hay mucha diferencia… Nosotros, a pesar de tener automóvil, vamos a nuestro trabajo en metro o en autobús. Somos trabajadores, profesionales, gente preocupada por ser buenos ciudadanos y por que nuestros hijos salgan adelante y lleguen más lejos que nosotros… Sí, vamos al cine de vez en cuando, vemos el fútbol por televisión; leemos los periódicos de una u otra tendencia; estamos pendientes de pasar por el mercado para comprar los alimentos que necesitamos; tomamos unas cervezas con los amigos; esperamos a que lleguen las rebajas de invierno para comprarnos unos zapatos, o unos calzoncillos, o unas bragas, o una camisa; celebramos las fiestas de aniversario, los cumpleaños de nuestros nietos, todo con la mayor sencillez, sin alharaca, y dentro de la mejor armonía… Y de repente vienen y nos dicen que eso ya se acabó o que lleva camino de acabarse. Que estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Que nuestros gastos se han desbocado. Que ya no hay dinero. Que conseguir un crédito para comprar un automóvil nuevo significa toda una proeza y que el banco te pida hasta que te hagas un chequeo médico para ver si estás sano y resistirás los años necesarios para devolver lo que todavía no te han prestado… Luego, el dueño del banco sonríe con crispación, y pone esa cara rosadita y mofletuda como si fuera el beato Buitreño: para ellos todo va bien… ¿quién ha osado hablar de crisis? ¡Si estamos mejor que antes! ¡Ahora la restitución del crédito es más segura! Claro, como nos piden un aval que avale al que nos avaló primero… de forma que si no paga usted, pagará el otro, y si no el otro o el de más allá. Pero, por favor, ¿todavía no se ha enterado usted de que los bancos nunca pierden? ¡Qué atrasado! ¡Venga acá! (como dicen los cubanos): sea bueno o buena y no sienta cólera contra los banqueros, que, entérese de una vez, los creó Dios el décimoctavo día de la creación, antes de que Eva insistiera con Adán en que se comiera la manzana, y nos echaran del Paraíso! Bueno, nos echaron a los simples mortales, pero ¿a los banqueros? ¡Qué va! ¿Y si el cielo entra en quiebra, quien los va a salvar? Dios, que castigó a los seres humanos a trabajar, no previó que algunos no podrían cumplir el «castigo» porque no encontrarían trabajo. ¡A ver! ¡Qué sabe usted hacer! Pues yo… ensartaba hilos en las agujas… ¡Eso ya no se hace! ¡Vuelva para el Paraíso! ¿Y el castigo de los partos con dolor? ¡Mucho no debe doler, porque mira que llegan críos al mundo! No, el verdadero castigo bíblico fue que los hijos de Eva padeciéramos repetidas crisis económicas… ¡Así aprenderemos a no comernos más manzanas prohibidas!

Así que, ya sabe, esta crisis depende de nosotros, de nuestras aportaciones, de la reducción de nuestro salario, de la fuerza que tengamos para apretarnos el cinturón. Aunque lo que me temo es que no nos han dicho la verdad: que la situación es más caótica, más mala de como nos dijeron al principio.

Pero, claro, no hay que crear alarmas que acabarían acentuando el círculo vicioso…

Métaselo en la cabeza: lo peor de todo es que nadie tiene ni puñetera idea de cómo arreglar las cosas.

Menos mal que Stephen Hawking ha dicho que lo mejor que podemos hacer es largarnos para Marte. Ya verá usted como dentro de poco empezaremos a ver autobuses dispuestos en diferentes puntos estratégicos de las ciudades, gritando: ¡Para Marte! ¡Vamos para Marte! ¡Suba que nos vamos! ¡Para Marte! Y ¿cuándo llegaremos? pregunta una señora con cara de preocupación. ¡Dentro de cinco años luz de candil…! Mire, tráigase uno o dos bocatas para el camino. Uno de tortilla de patatas con chorizo y otro de calamares. ¡Ah, y la bota de vino! Y después Dios dirá…

martes, 2 de noviembre de 2010


Labrando mi corazón


Últimamente, en mis blogs, me está dando la manía de encarar el tema político y sus insoportables disquisiciones. Como si eso, aparte del berrinche que me produce, sirviera para solucionar algo… Claro, representa un desahogo, una forma de echar fuera la bilis que me causa la situación de España, que hoy se puede considerar que es casi semejante a la que hubo durante los días anteriores a la guerra (in)civil y que tantas desventuras produjo a los españoles.

Y como estoy arrepentido de tal manía que daña mi espíritu y la opinión que tengan mis lectores hacia mí, quiero expresar el ruego de solicitar sus disculpas y rogarles que comprendan y perdonen… No inicié este blog con semejante propósito, que conste, y menos aún para crear odios ni abocarme yo mismo a sentirlos. Hace pocos días atribuía las situaciones anómalas de la primera etapa de mi existencia, o sea, de aquellos primeros años de mi vida —que fueron los más nefastos—, a los días de la guerra y sus consecuencias calamitosas. Y decía que sólo encontré sentido de la vida desde el momento que comencé mi relación con Angelines, a los 21 años de edad. Y aquella etapa anterior me juré hacer el intento de olvidarla por ingrata, mísera y poco esperanzadora. Pero, según los psicoanalistas, uno no debe negarse a sí mismo ningún hecho por negativo que sea: es la única forma de acatar su propia historia, y aceptarlo todo, bueno o malo, puesto que constituye la propia biografía, aceptando que las situaciones amargas, igual que las felices, forman parte de la vida; solo así uno encuentra su propia verdad, y la acepta desde una posición coherente, porque, a fin de cuentas, los momentos malos también sirvieron para darle forma a mi vida, para labrar mi corazón y mi carácter y dar profundidad a mis sentimientos… O sea, que este que soy yo ahora, proviene del que fui antes, de las vicisitudes y las bondades que se cruzaron conmigo. Ellas me hicieron así y esta es la manera como se fue formando mi corazón. Incluso, me trajeron esa función sensible que me envuelve ahora, y que me convierte en un ser feliz y amargado a un tiempo, pero agradecido de la vida.

Y, digo yo: ¿no debo estar agradecido a la vida por haberme dedicado tanta generosidad?

sábado, 30 de octubre de 2010


Me rechinan los dientes…


Es que me rechinan los dientes, me salen espumarajos por la boca, el corazón se me acelera como el motor de un bólido de fórmula uno, mi intestino ruge sin parar… Solo tengo que repasar la prensa diaria española y ver los despropósitos, las contradicciones, las majaderías, las falsas noticias, las declaraciones sin sentido, las posiciones políticas obcecadas y sin significado social alguno, la publicación de opiniones no ya contrarias al sentido común, sino incoherentes y desbaratadas, y, lo peor de todo: unos dicen que sí a una cosa, y otros que no a la misma, sin pararse a considerar si es conveniente o no para el pueblo. De derechas o de izquierdas, las cosas, el deterioro, tiene el mismo significado. Filosóficamente, solo puede ser bueno o malo. Pero, llega un momento que el lector común se pregunta cuál es la verdad de una noticia, qué patrañas o qué intereses se esconden detrás de tal opinión, qué efectos personales defiende. Este país, surrealista como pocos, no escarmienta, no acaba de adoptar un papel fidedigno, huye del sentido común. Y digo yo, ¿es que aquí se trata de defender solo los intereses propios, sin tener el mínimo sentido de los problemas ajenos? ¿Seremos tan burros como nos definen los noruegos? ¿Tan ficticios como opinan los franceses? ¿Tan cortos de inteligencia como aseguran los ingleses o los alemanes?

Es evidente que este señor y sus secuaces nos tratan a los españoles como si fuéramos tontos… ¿Te has fijado en este nuevo Rasputín o Maquiavelo que se ha buscado ahora para que dé la cara por él? A Rubalcaba sólo hay que verle su cara, su expresión, esa mueca-sonrisa que esgrime, su falta de seriedad, su amor a la mentira, la ironía malsana con que juzga a sus contrincantes… Si en psicología se asegura que «la cara es el espejo del alma», a este señor solo hay que contemplarle un momento, oírle hablar, ver sus gestos y el movimiento de sus manos para formarse un juicio. A veces parece un marciano con su cerebro abultado, un extraterrestre con una moralidad distinta. ¿Habrá en él ni tan siquiera un ápice de amor a España?

Pero esta España de hoy es así: desconcertante, provinciana, grosera, mentalmente descentrada, donde los «chorizos» crecen por doquier. Claro, ¿qué podemos esperar de alguien que usa su ceja circunfleja como reclamo, o su sonrisa estereotipada y fingida para convencer de que todo está bien, o que usa las supuestas ofensas a los «morritos de la Pajín», para juzgar la valía política de la oposición (lo cual no pasa de significar una descomunal tontería que a los españoles no nos afecta para nada…). ¿Habrá alguien que crea que España saldará sus problemas con esa niña cursi metida a jugar a las casitas… Solo hay que verla cuando tuerce su «morrito» porque su papito no la dejó que trajera su osito al parlamento. Y conste, no es machismo ni nada por el estilo. Esto no es un teatro. Es solo cuestión de valores, de someterse a la verdad. ¿Si analizaríamos si esta chica tiene condiciones para ayudar a salvar a España del naufragio, que puntuación sacaría? Eso sería lo único que importa.

¿Es que este señor ni siquiera tiene inteligencia para detectar lo que esperan de él los españoles? ¿Es que cree que solo sirven las mentiras, las continuas promesas incumplidas, las frases estúpidas, los desvíos de atención ante los asuntos fundamentales…? Tenemos, por un lado, el más grave de todos los tiempos: ¡el desempleo! ¡¡Cualquier español, por humilde que sea tiene tanto derecho a trabajar como tienes tú, Zapatero!! O es que piensas que eres un español (ignoro si es conveniente aplicarte esta denominación) privilegiado (como Felipe González, del que se decía que tenía un clavel clavado en el culo…). ¡Analiza el desplome económico de tantas familias, carajo!, y atiende a los que pasan hambre (solo tienes que ver el índice de aumento de la gente atendida por Caritas este año), que ellos te eligieron confiando en ti; elimina los gastos excesivos, inútiles y no justificados, las subvenciones a los amiguetes, a las ONGs que no rinden fruto, los sindicatos inútiles, a los que hacen el signo de la ceja con el dedo, que solo son unos pelotas de mierda (¡que trabajen, coño, o que se vean en el paro para saber lo que es!). A ti lo único que te importa es mantenerte en el poder. ¿Y España, qué?

Y es que en este País (España), todavía existe el caudillismo y el estilo de república bananera, el pelotazo (creado por Felipe González, no hay duda), el enchufe y la martingala. Mira el índice de descenso en todos los capítulos importantes de la economía y la sociedad para que te des cuenta de lo mal que lo estás haciendo…! Yo ignoro si el que venga después lo hará mejor (peor no, desde luego, porque es imposible). Pero la democracia, entiéndelo, me da la posibilidad de que si viene uno que tampoco funcione, probar con otro, y si éste tampoco da la talla, cambiar a otro, y si éste no, a otro, y a otro… Y así hasta el infinito…

sábado, 23 de octubre de 2010


Aprendiz de brujo


¿Qué he descubierto acerca del misterio de la vida después de haber vivido 78 años? Poca cosa, casi nada, más bien poco, detalles ínfimos la mayoría procedentes de la imaginación… Y eso que he metido en mi mollera cuanto libro de literatura, filosofía, metafísica, espiritualidad y ciencia ha caído en mis manos. Es más: los fenómenos que di como aceptados en mis años jóvenes, o sea, muchos de aquellos mitos que me fueron inculcados en la escuela (o por los mayores bajo amenazas), relacionados con el origen y la composición de este mundo —así como sus propósitos—, según aumentaba mi edad, fui distanciándome de ellos mientras hacía lo posible por penetrar y descubrir las verdades de auténtica trascendencia… pero, al final, todo se fue amorteciendo hasta acabar por eclipsarse definitivamente, y solo me dejó un vacío o, si acaso, una complicada mezcla de dudas y decepciones. Yo ya sabía que esta inclinación al razonamiento acabaría por cumplir el papel de exterminador.

Claro, ahora, con Internet, han aumentado las posibilidades de acceder a un mundo de conocimientos, y se tiene mayor acceso a la Filosofía o a las Ciencias, además de tener la oportunidad de constatar criterios con otras personas y, considerando que hay gente —no mucha, desde luego— que posee un pensamiento amplio y sensible, algo se aprende, pero tuve la oportunidad de ver que todos, evidentemente, sufrimos los mismos problemas para hallar una conformación existencial… Y es que en la misma medida que se accede a lo inconmensurable, las dudas crecen y, cuando más se profundiza, menos posibilidades hay de aclarar el sentido de la vida.

No obstante, existen muchos científiquillos muy seguros de que lo saben todo, que te dicen que el mundo no lo hizo Dios, que fue producto del bing-bang, es decir que provenimos del enorme reventón que dio un cuerpo celeste cuando ya no pudo soportar su propia contracción ni la densidad tan enorme a la que estaba sometido por su propia fuerza de gravedad. Y fue cuando explotó y ahí se creó la materia estelar, o sea, las galaxias con la Osa Mayor y la Menor, el Centauro, la Vía Láctea, la Casiopea y la Cruz del Sur, o las conocidas Virgo y Leo, y entonces, siguen afirmando ellos, se desprendieron unas partículas que más tarde se convirtieron en estrellas, con luz propia, y otras con luz interior, que se transformaron en planetas. Y en alguno de éstos —en varios o en casi ninguno—, o al menos en la Tierra —gracias a su posición privilegiada respecto al Sol—, surgió la vida, pero aceptemos que lo hizo en unas condiciones poco propicias, quiero decir, surgió la vida dentro de unas repugnantes aguas sulfurosas y agitadas, combinadas con gases verdosos, irrespirables y nocivos, y unos volcanes que no se cansaban de escupir lava. O sea, todo surgió dentro de un caos atmosférico general, acompañado de unas terribles tormentas eléctricas que continuamente mandaban rayos y centellas a nuestra superficie…

Y me da por preguntar yo ahora a los científicos: ¿no es aún más imposible que surja la vida ahí, en medio de ese terrible ambiente? Porque, entre esto y el gracioso chasquido con los dedos de Dios («¡Hágase la luz!», etc.?) para que aparezcamos nosotros, la vida, los animales, las plantas, y los ríos, casi me inclino por éste: es más limpio, más espectacular, más consolador y, además, el paisaje se torna más candoroso, más poético, más dulce… ¡Ah!, y nos da los elementos suficientes para justificar el sentido de la vida… En general, el chasquido de dedos hace que uno se siente más feliz, y no esté tan atemorizado ni sobrecogido como en este otro caso, que nos hace creer que nuestra vida depende de un hilo y que en cualquier momento una pieza de esas puede desequilibrarse y nos vamos todos a tomar por donde nos salen los alimentos no metabolizados… o, pasado el tiempo, todo volverá a contraerse hasta convertirnos en una especie de esqueletos prensados.

¡Ah, ya sé lo que pasa! Que en estos tiempos de crisis, lo que quieren es quitarle las llaves del Cielo al pobrecito de san Pedro y dejarle sin trabajo. ¿O es que piensan por casualidad que ahí arriba sería conveniente —para guardar la apariencias— renovar el gabinete, como acaba de hacer en esta España el señor Zapatero…? ¿Y son ustedes tan ingenuos que piensan que, así, podrían irnos las cosas mejor? Pues esperen a ver qué pasa…

¡Si es que me está pareciendo a mí que el que manda ahora en el Universo es el propio Lucifer! Lo digo porque la forma como se están desarrollando las cosas en el mundo, no dan pie para tener otros pensamientos más optimistas…

lunes, 18 de octubre de 2010


El placer de la vida incierta


La vida, como principio, es un tanto incierta, y lo es en todas sus manifestaciones, hasta en las que suelen mostrar convicciones más seguras… Hay gente (entre ellos yo) que en un momento dado creen controlar su destino, trazar sus caminos y sus estados de exquisitez o las chifladuras de su ingenio. Pero es una ilusión ficticia. Sí, estoy de acuerdo en que cuanto más complicado es el pensamiento, cuanto más exigente, o cuanto mayor altura intelectual, mayor es la dificultad para sacarlo adelante y resulta más difícil mantener la concentración o ver todo el asunto en todas sus fases. Y, sobre todo, es difícil no caer en desaciertos. Aunque, si se piensa bien, ahí está el dicho de que errar es de humanos. ¿Qué sería de nosotros si fuésemos perfectos? Pareceríamos robots y aquí no habría nada que discutir.

Un día que hubo un incendio aquí, en el edificio donde yo vivo, un vecino me decía que, siendo español, qué pensaría yo de Puerto Rico viendo la cantidad de errores que se cometen. Y yo —sonriendo con superioridad, como era inevitable— le contesté que una de las cosas que más me agradan de este país son las imperfecciones, que, por cierto, nunca van más allá de lo anecdótico, porque sobra el ingenio para solucionarlas. Y, la verdad, es que en todo el mundo se cometen errores de distinta naturaleza. Tal vez se cometan menos en Alemania o en Suiza que en Honduras, pero los primeros son países que tienen fama de ser aburridos y poco ocurrentes.

Hay muchos aspectos de Puerto Rico que me agradan sobremanera: por ejemplo, el carácter de la gente: aquí no se toman las cosas demasiado en serio; o sea, aparentemente, sí, se comprometen con la máxima seriedad, pero luego es como si todo fuera humo, de ese que se evapora. Tengo un vecino que, en apariencia, es el mejor amigo del mundo: me ha ofrecido su casa; se deshace a la hora de decirme que cuando necesite algo, lo que sea, que no dude en pedírselo… Y siempre que nos encontramos me reitera su ofrecimiento. Pero dos veces que lo he llamado a su teléfono celular, nunca he obtenido respuesta… Y, conste: no lo llamo para pedirle dinero ni media taza de azúcar… Pero él es así. Una vez estuvo aquí en mi apartamento a recoger una dirección que le obtuve de Internet, y se quedo admirado. No hacía más que decirme «que yo era un artista». Ignoro por qué me lo diría… Tal vez por lo extraño de mi decoración (yo, a mi edad, todo, hasta mi vestimenta, lo uso y lo presento de la forma como a mí me gusta, como me es más cómodo. La ventaja: que ya no tengo que dar cuentas a nadie…

Así que cuando bajo por las noches a darme mi caminata y me lo encuentro, hablamos un rato como si fuésemos dos panas de toda la vida, y él se comporta con actitudes de ser un tipo serio, pero luego no nos volvemos a ver en mucho tiempo. Si acaso, cuando coincidimos en el ascensor o cuando está dando un paseo abajo. Y eso es lo bueno de aquí: que uno siempre está libre de compromisos… Y si te comprometes y no cumples, nadie te lo toma a mal. Cuando uno se acostumbra a eso —a que las cosas no funcionan dentro de lo convencional, ni basadas en una planificación estricta–, te sientes totalmente libre, porque gran parte de las relaciones en la vida te crean compromisos, y aquí no tienes ninguno. Yo, cuando salgo a la calle, como un principio caritativo, suelo hablar con todo el mundo, sin distinción de culturas ni situaciones económicas. Aunque hay veces que mientras bajo en el ascensor voy pensando «a ver lo que me tiene deparado el destino para el día de hoy». Y, cuando veo que no hay nada digno de mención, saludo y sigo mi marcha. Hago como si fuese a algún sitio en concreto. Y es que, a veces, solo están esos viejos cuyo cerebro ya no funciona o se les ha convertido en un revoltijo de estropajo mezclado con corcho… Me refiero a esos que están todo el día pensativos y cabizbajos, hablando solos; y si hablas con ellos aprovechan para narrarte —por enésima o trigésima vez— sus «hazañas» del pasado, sus conquistas, sus «grandes» aventuras amorosas. Y resulta muy tedioso oír la misma cantinela mil veces…

Ahí precisamente es donde me baso para afirmar que la vida (¿qué coño será la vida?), en la etapa final, solo tiene humillaciones surrealistas y trágicas para los viejos, con lo cual demuestra que no les tiene ningún respeto… Y es curioso que un ser tan valioso, tan complicado desde el punto de vista biológico, intelectual y humano, termine la vida de esa manera, se convierta en «nadie», en un cero a la izquierda desentonado. Incluso, aunque le esperara otra vida como premio, debía alejarse de esta vida con una mayor dignidad… Pero no. Parece que lo más propio de la edad avanzada es el desaliento, la frustración, la invalidez y el miedo a la muerte que la ve tan cerca. Aunque también le da cierta validez a nuestra vida el hecho de ignorar lo que será de nosotros…

miércoles, 13 de octubre de 2010


Perplejidades de la vida


Pero es que, claro, la vida se desarrolla a veces a trompicones mezclados con una sucesión de sincronías o hechos fortuitos y confabulada con toda una gama de desenlaces deseados y no deseados, que, queramos o no, son los que nos van construyendo. Bueno, dejémoslo en una suposición, porque hay quienes creen que todo está escrito, que los renglones de nuestro acontecer están redactados antes, incluso, de que vengamos al mundo. Y aunque yo no puedo creer eso, hay que respetarlo… Pero, personalmente, dudo mucho de que haya seres extraños por encima de nuestras cabezas que dirijan nuestros pasos. A pesar, es cierto, que, a veces, ocurren cosas tan mágicas que le inclinan a uno a considerar que no les falta razón y si, en verdad, existirá algún manipulador camuflado por ahí que nos ponga la zancadilla o nos dé palmaditas en las espalda.

Por ejemplo, es curioso que yo, entre tantos reniegos dirigidos a mi padre y la falta de entendimiento que existió entre nosotros, encuentro que allá, perdido en lo más profundo de mi ser (e inadvertido totalmente por mi progenitor), esté escrito que su persona ejerció una influencia determinante en mi vida y no me refiero a complicaciones ocurridas por ser objeto de su abandono, sino porque si él no me hubiese invitado a pasar unos días en Medina de Pomar, Burgos, yo no hubiera conocido a Félix, y, entonces, este amigo nunca me hubiera podido presentar a Angelines, con quien me casé.

Precisamente, a partir de este hecho y otros parecidos, surge en mi mente una infinidad de preguntas relacionadas con la vida y las reglas que la instruyen.

Y el caso es que, para mí, ahora, cuando calculo que ya se ha gastado aproximadamente el 90 ciento de mi vida, al repasar mi historia, al hace un recuento de los sucesos más significativos acaecidos en mí, me reafirmo en que lo más importante que me ocurrió en este mundo fue precisamente ese hecho: mi unión a Angelines y los seis hijos que parimos juntos.

Fue éste un acontecimiento que marcó tan sensiblemente el resto de mi vida, y la configuró de tal manera, que decidió de una forma determinante cómo debía ser mi futuro, hasta llevarme a este grado de espiritualidad, sensibilidad, y elevación de sentimientos donde me encuentro ahora y que a veces me lleva a dudar de si, en realidad, «alguien» dispuso que todo esto ocurriera así, como ocurrió. Probablemente, sin la participación de mi mujer, mi vida habría sido un desastre… Y precisamente el tema me sirvió como inspiración en mis dos novela: la que ya escribí, De la misma tela que los sueños, donde dejé constancia de cómo había sido mi vida a su lado, y la que escribo ahora, donde trato de manifestar cómo pudiera haber sido ésta sin la presencia de ella.

En la vida de cada quien hay que considerar las características de su personalidad y las actitudes que le impone a su carácter. Y en la mía no puede dejarse de tener en cuenta que soy un ser altamente complicadillo. En mí se da una persona que soporta un carácter lleno de ansiedades, plagado de inconformismo, de deseos insatisfechos, de pasiones inalcanzables y sentimientos que horadan y conmueven mi corazón de continuo. Hay ocasiones que maldigo mis orígenes, que reniego de unos principios que ni sé si los tengo, que me hubiera gustado ser otro, no este que soy. O sea, quiero ser escritor y no lo soy (al menos no soy un escritor publicado, que es donde se constata la verdadera valía). He trabajado durante casi 40 años en el campo editorial de libros, sin que me haya interesado para nada esa profesión en la que, muy a pesar mío, me he desenvuelto mejor que bien y he obtenido más éxito del que yo mismo he buscado… Intenté ser periodista y me frustré porque nunca me dejaron decir lo que yo quería, y acabé por abandonar. Bien, pues la única que supo calmar esta tormenta interior, que supo conducirme dulcemente (ella solo hacía las cosas con dulzura), bajarme de las nubes, sacar a flote mis verdaderos sentimientos, refundirme, fue Angelines. No sé qué hubiera sido mi vida si ella no hubiera estado a mi lado. Precisamente, esa vida, cómo hubiera podido ser sin su asistencia, es la que trato de averiguar ahora en la narración que escribo.

Aunque han transcurrido diez años y medio desde que ella falleció, óigalo: no solo no la he olvidado, sino que cada día se acrecienta más mi amor por ella y me invita a sostener un sentimiento elevado de amor de forma permanente y ascendente. Es más: la tengo aquí, a mi lado, espiritualmente, tan presente que es casi como si su espíritu hubiese vuelto a la vida. Y, además, hablo con ella, me río con ella, recuerdo nuestras cosas y todos aquellos momentos felices que pasamos juntos… Eso hace que sienta su presencia tan eficazmente, que me produce una gran y hermosa tranquilidad, porque mi espíritu, mi conducta, mi salud, las modalidades generadas ahora en mi vida, están en sus manos…

¿Locura? ¿Obsesión? ¿Superstición? ¿Anulación intencionada de mi propia personalidad? ¡Llámelo como quiera! Pero el asunto es que este fenómeno espiritual me permite soportarme a mí mismo y resistir con cierta calma el vacío que ella dejó. Y también me da pie para agradecer a la vida que esté en permanente «estado de gracia» debido a ella y teniendo la sensación de que no soy viudo del todo…


En esta fotografía está Angelines con

nuestro sexto hijo, Dany, tres días después

de haber nacido. Es el año de 1972.

lunes, 11 de octubre de 2010


Aquellos difíciles días de mi niñez


Parte de mi historia queda expuesta en la pared de mi estudio mediante una colección de fotografías las cuales describen algunos instantes, junto a mi mujer y mis hijos, que merece la pena reseñar por una o por otra razón, y que, en general, describen unos momentos disfrutados. Pero allí sólo hay fotos tomadas a partir de mi noviazgo, es decir, desde que cumplí 22 años en adelante, que fue cuando me «eché» novia (pongo entre comillas esta palabra porque me resulta sumamente cómica). Para mayor explicación habría que especificar que, de los 78 años que acabo de cumplir, tendría que deducir los 21 primeros, opacos y tristes, que fueron nefastos, feos y desagradables. Cuando pienso en ellos, yo no me encuentro ahí, no parezco Jacinto o no siento como si se tratara de mí. Solo veo a un chico desquiciado, rabioso con el mundo, desplazado y confundido consigo mismo, abotargado e indeciso. Es tan malo el sabor de boca que tengo de aquellos días que hasta rehuso recordarlos o hablar de ellos.

Hoy lo hago como una excepción.

Cuando comencé a tener noción de que formaba parte del mundo, toda la familia nos acabábamos de trasladar a Madrid. Yo tenía por aquel entonces tres años. De la anterior época, vivida en Burgos, no recuerdo apenas nada. Sí tengo la noción de que fueron unos años espléndidos: teníamos dos «chachas» (empleadas del hogar habría que decir hoy), y mi madre —viendo sus fotos— parece una persona así, como muy aristocrática y glamorosa… Y es que nuestra vida en aquella ciudad era de alto nivel tanto económico como social. Pero, luego, mi padre y la guerra se las arreglaron para que, un año después de llegar a Madrid, todo se convirtiera en un desastre para nosotros.

Sí, porque por un lado estuvo la angustiosa etapa de la guerra, donde privaba la escasez de alimentos, y el mantenernos casi siempre secuestrados en casa, y, posteriormente, la huida de mi padre y su separación de mi madre (¿cómo se puede asumir eso: un padre que en medio de una guerra abandona a su mujer y a sus tres hijos menores y se larga para Francia, y luego México, cuando él significaba el único respaldo económico y la seguridad afectiva de nuestras vidas?). Después, al concluir la guerra, en El Crucero, acogidos en casa de los abuelos maternos, tres años. El primero de éstos se puede decir que bien, más o menos, claro, porque influyó poderosamente el significado de pasar de la escasez de la guerra a la abundancia, y de la reclusión a la libertad, todo en cuestión de días, lo cual resultó maravilloso, especialmente cuando ya no había necesidad de estar auscultando el cielo por si venían aviones a bombardearnos y teníamos que huir hacia el sótano del edificio. Pero, claro, a pesar de esa felicidad material momentánea, no faltaban los aspectos morales negativos: el hecho de ser una familia rota y acogida por caridad en casa de unos familiares, por muy abuelos que fueran, y, encima, abandonados por el padre y con la madre en estado de sufrimiento continuo. Además, la familia era asediada por críticas malsanas y desconsideradas. Se daba el caso de que mi madre fue la única de las seis hermanas que se casó con un intelectual-poeta, escritor, periodista, niño mimado por su madre, viuda, en buena situación económica —no generada por él, desde luego, sino por sus antepasados—, y, además, bohemio, mujeriego y poco responsable… Toda la familia de mi madre —mis abuelos, mis tías, o sea, sus hermanas—, se opusieron férreamente a este noviazgo, más teniendo en cuenta que Eduardo, mi padre, era cuatro años más joven que Soledad, porque cuando él pretendió a mi madre, tenía apenas 16 años, y ella 20. Y, además, tenía fama de frívolo y casquivano. ¿Habría alguna chica en Burgos menor de 20 años que no hubiese recibido alguna de las encendidas poesías donde él desahogaba sus ansias amatorias? Pero, los intereses son los intereses: cuando mis abuelos comprobaron que Eduardo era el heredero de la librería más importante de Burgos, de la editorial y de algunas posesiones en la provincia, «accedieron de buen grado». Así que se casaron un 23 de febrero, el mismo día que Eduardo cumplía 20 años de edad (mi madre tenía 24), con el beneplácito de todos. Pero unos pocos años después, cuando murió mi abuela Manuela Levantini (que era la que sostenía todos los negocios creados por mi abuelo Jacinto) a mi padre le dio la ventolera cerebral: lo vendió todo y «¡vamos para Madrid, que allí nos espera la fama y la fortuna…!» Y, a partir de aquel momento, el desastre se nos vino encima. Aparte de que, una vez en Madrid y ante la atroz posibilidad —que ya se veía venir— de que pronto estallaría una guerra, mi padre, muy ufano, muy idealista él, portándose como un «encendido patriota», ingresó en el partido comunista con la misma naturalidad que quien se toma un vaso de vino… Total, a la larga acabaría por abandonarnos a todos: a sus tres hijos, a su mujer y al partido comunista, se uniría a Mada Carreño, y huiría primero a Francia, y luego a México —en el Sinaia—. Una vez allí, «si os he visto no me acuerdo» para usar una frase que parece lapidaria.

Por esa razón, entre las fotos de mi pared no figura ninguna suya. No es que yo viva en un perpetuo estado de rencor. Simplemente no lo considero el padre que yo hubiera deseado ni necesitado (cuando regresó de México yo tenía 15 años y casi ni me acordaba de él. Murió al año siguiente…). Y pienso: si él no me quiso a mí, tampoco tengo yo por qué quererle a él. Por otra parte, si no tengo un buen recuerdo de su actuación como padre, sería una hipocresía colocarlo frente a mi vista como si aquí no hubiera pasado nada…

Y respecto a mi niñez, por lo que tengo entendido, a los ocho-diez-doce años era un niño bastante agraciado y, sobre todo, muy simpático: la gente se reía mucho conmigo. Entonces ¿por qué la familia de mi madre me creó esa fama de niño rebelde, malo, mentiroso, travieso, abominable y descarado? Durante un par de años tuve que vivir separado de mi madre porque ella decidió irse a vivir en una residencia de monjas y allí no se admitían niños. Y me vi obligado a repartir mi vida en las casas de mis tías: en una comía y en la otra iba a dormir. En aquella época no hubo nadie en mi vida que sintiera interés por mí, o sea, si yo iba a la escuela o si hacía las tareas o hacía novillos. Vivía desprotejido y, en cierta medida, desamparado. En realidad, en mi familia materna todos se regían por los artículos que provenían del catecismo Ripalda. Muchas pamplinas religiosas, a base de novenas, rosarios y misas, pero un egoísmo exacerbado y unos corazones duros como el pedernal. Yo detectaba en ellos hacia mí una especie de rencor, una desconfianza sempiterna, y me convirtieron en un perpetuo repudiado, en un ser molesto, en un individuo inoportuno, en un parásito. De ellos nunca recibí una caricia, ni oí una sola frase de amor ni de ánimo. Ni siquiera de consuelo… Hay un detalle muy significativo, algo muy simbólico que habla mucho de mi relación con ellos: un año, cuando apenas faltaban dos días para la fiesta de Reyes, me vinieron a decir que los reyes eran los padres, así que no debía de esperara nada… Yo ya lo sabía y me hacía el tonto, pero es el detalle: ¿se puede tener un corazón más perverso? Hace falta ser mal nacido para ir a decirle a un niño dos días antes de que lleguen los regalos, que los reyes no existen. Y todo para ahorrarse un juguetillo de mierda…


En la entrada, mis padres poco antes de casarse

jueves, 30 de septiembre de 2010


¿Cómo que qué vamos a hacer?


¿Cómo que qué vamos a hacer, Ángeles Mastretta? ¡No podemos hacer nada, ¿no lo estás viendo? ¡Sólo empeorar! ¿Es que cabe otra cosa? Para poder hacer algo habría, primero, que querer hacerlo —y, en realidad, nadie quiere, a pesar de las palabras huecas que se sueltan por ahí—, y, por otro, no se puede, es imposible… Yo no soy partidario de las guerras, pero tengo que reconocer que tras las dos guerras mundiales anteriores, llegó como una especie de renacimiento, de reconstrucción del mundo, de la vida y de los conceptos. Pero ¿ahora? Ahora no hay guerras (o sea, me refiero a que no hay guerras convencionales, porque de las «otras» sí las hay, y en abundancia), y el ser humano parece que no sabe vivir sin ellas.

Observa el panorama con serenidad, sin prejuicios. Vamos, como lo observaría un robot, sin sentimientos ni complejos de culpa. El mundo ha traspasado los límites, ha ido más allá de donde debía. Ese es el problema. Porque todos, absolutamente todos tendrían derecho a participar de la cacareada bonanza. ¡Y son los menos! Cuando yo era pequeño —hace muchos años, y algo después—, un médico tenía unos ingresos moderados que le permitían vivir con cierta comodidad, pero hasta ahí. ¿De cuando acá a un médico le está permitido amasar millones mientras intenta sanar gente enferma? Quiero decir, el mal es desde un punto de vista moral. (Perdón por mencionar esto de «moral». ¡Qué tonto soy! ¡Si no me acordaba que eso ya no existe…) Un periodista disfrutaba de una relativa buena paga, pero no excesiva —incluso, algunos, vivían cerca de la pobreza—, pero para ellos lo fundamental era lo que hacían, no lo que ganaban. Un escritor, incluso con cierto renombre, debía de ayudarse con trabajos complementarios: traducciones, corrección o teniendo otra profesión (yo conocí a varios). Una enorme cantidad de ingenieros ganaba solo lo necesario para vivir e ir de vacaciones todos los años; o veterinarios, o carpinteros, o maestros de escuela… Hoy todo es diferente: el cacareado «estado de bienestar», creado demagógicamente por políticos y conductores sociales, nos ha llevado a perder la medida: ¿cuáles son los límites del «estado de bienestar»? ¿Los tiene? «Algunos», solo algunos, pensaron que no, que esta es una expresión que no tiene límites. «Tratemos de ahogar al ciudadano en un bienestar basado en cosas, en espectáculos, y así nos dejará hacer lo que nos venga en gana» (eso se decía en la época de Franco…).

Mira, soy aficionado al fútbol desde que tenía 12 años, y hoy me parece excesivo las enormes cantidades de dinero que se mueven en ese ambiente. ¿Y la publicidad y el cine (¡hacia el teatro no mires, por favor! Porque el teatro es el único arte que vive como puede y a duras penas…)?. La enorme cantidad de dinero que se despilfarra por ahí, un dinero que no produce nada, que no corrige nuestros males… ¡Y, encima, hemos rebasado con creces nuestra «línea de competencia», como vaticinó Peter… ¿Tú crees que el mundo puede sobrevivir con esos millones de gentes habitando en chabolas, alrededor de las grandes ciudades o los que viven en barquichuelas en la bahía de Hong Kong? ¿Y los niños del subsuelo de Bombay? ¿Crees que es posible que se arregle esta situación con esos millones y millones de hambrientos que circulan por ahí, en África, principalmente, que llegan en pateras a Europa? ¿Tú crees que a esos millones de desdichados habrá alguien que los acoja? ¿Qué pensaran ellos de la vida y del «estado de bienestar»? ¿Se pueden borrar de la historia los asesinatos y la cantidad de gente que murió porque uno solo deseaba hacerse inmensamente rico con el caucho, como fue el infame Leopoldo II de Bélgica? ¿Crees que los pueblos que formaban el llamado entonces Congo Belga podrán olvidar aquel genocidio? Ese es el origen de las matanzas perpetuas de su zona, y su disculpa. ¿Crees que es posible que se arregle «esto» cuando se ha perdido —y se está perdiendo cada vez más— el significado del acto de matar, lo mismo da que sea inocente que culpable? No, hoy el honor no existe, la ambición lo copa todo y va en aumento; los fraudes, los desastres están a la orden del día y ya no se pueden ocultar debajo de la alfombra, porque nosotros mismos hemos creado un sistema, Internet, que nos tiene controlados y que se entera de cuanto ocurre… ¡Por Dios! y encima está la pederastia, la trata de mujeres por seres tan despiadados como ambiciosos, la explotación de niños, los abusos comerciales, los fraudes financieros, etc. Son cosas que los ciudadanos no queremos ver, o las vemos solo de refilón: ¡Eso no va conmigo!, decimos. O, qué pena que ocurran estas cosas. Pero yo no puedo hacer nada… Se necesitaría una ONU cada vez más fuerte, que reprima el mal, allí donde suceda… Pero, ¡qué va! Esta sociedad de las naciones es cada día más débil, y se da mejor vida personal: comilonas, reuniones en las que nunca se llega a un acuerdo, y cada día tiene menos ganas de hacer algo provechoso.

Yo diría, Ángeles, que no tenemos salvación. Y que será todavía peor para nuestros nietos. ¡Y encima, la «ciencia» metiéndonos miedo: para el año 2012, anuncian, viene un fuerte ramalazo de calor, un desastre de enormes consecuencia producido por una tormenta solar. Pero, no se preocupe: ya tenemos resuelta la técnica para lograr que nos avisen con seis horas de antelación (eso parece un chiste: imagínate que te dicen ahora mismo que dentro de seis horas te vas a quedar sin luz, sin comunicaciones, sin refrigeración… y que lo que va a ocurrir va a ser indefinido. ¡No me gustaría vivir esas terribles seis horas!). Otros, que viene hacia la Tierra una lluvia de meteoritos, y nos bombardearán sin piedad… ¡Huyan de aquí!, grita Stephen Hawkin, el científico loco. ¡Es la única forma de salvarse! Sí, pero, ¿quienes podrán huir? Los poderosos… porque las pateras no llegan hasta la Luna y sería en el único medio que permitiría huir a la humanidad. En realidad la Ciencia ha contribuido en muchos aspectos a fomentar lo malo, lo inútil, lo perjudicial —siempre por ambición—, y ahora nos avisa de que nos libremos de todo eso que ha sido producido por ella misma. ¡Ah! Y a Dios no recurras, porque los científicos se cansan de gritar que Dios no existe, que no pierdas más el tiempo. Ojalá que este comunicado no llegue a oídos de esa ancianita que cuida ovejas en mi pueblo para sostener a sus cuatro nietos. Ella cree que, con tanto sacrificio y tantas necesidades, se ha ganado un puesto en el Cielo. Y eso la sostiene y la ayuda a vivir…

lunes, 27 de septiembre de 2010


Nuevas loas a Puerto Rico


Cuando mis amigos puertorriqueños critican a su país, yo les digo que ellos tienden a ver los inconvenientes y, sin embargo, parece que se negaran a considerar las virtudes, que tanto abundan aquí; también pudiera ser que se han acostumbrado a ellas de tal manera, que ya no las ven, o sea, que no las advierten. O es posible que carezcan de una base de comparación.

Pero yo, extranjero (bueno, extranjero en cierta medida, porque me siento puertorriqueño por adopción y amo mucho a este país), me pregunto: ¿habrá un lugar más encantador, más grato, más atractivo que éste para vivir dadas mis condiciones?

También es probable que esta sensación provenga de mi edad y del deseo que tengo de vivir mi situación de viudo en unión y en paz conmigo mismo, y en medio de un ambiente tan significativo y hasta cierto punto indolente. Claro, también puede depender de lo que uno espere de la vida en un momento dado. Hay gente que prefiere la agitación y las lides competitivas de la gran ciudad, o, si es joven o de mediana edad, desea hallar caminos por donde entrar y conquistar sus sueños materiales, como puede ocurrir en Nueva York, Madrid, París o Londres. Aunque, hay que reconocerlo, éste no sea el momento ideal para ello, si se tiene en cuenta la crisis económica que padece el mundo. Pero, aún así, los jóvenes tienden a internarse en esos mundos complicados y ruidosos porque buscan el progreso personal. Muy lógico. Y, posiblemente, a pesar de todo, allí lo acabe por encontrar. Yo también era así cuando joven: inquieto, ambicioso, siempre pensando en conquistar posiciones mejores y en buscar nuevos horizontes… Pero hoy me entrego con ahínco a encontrarme a mí mismo, a conocerme, a saber cómo y quién soy, y entender y aceptar lo que podría haber esperado de mí la vida y los que me rodean, y muchas de las cosas que yo no les supe dar, quizá por egoísmo… Y busco una aproximación más «sentida», más frecuente e íntima con mi difunta mujer, Angelines, en este lugar ideal, porque ella amaba tan profundamente a esta Isla que aquí me resulta muchísimo más fácil «encontrarme» con ella…

Aún así y al margen de cualquier sentimiento personal, Puerto Rico es, en general, un país gratísimo, dulce, acogedor y hermoso. Hay días que su semblante —el de San Juan, que es donde yo vivo— es de una serenidad que no parece propia de este mundo. Hoy (en realidad, ayer), por ejemplo, a esta hora —son las cuatro de la tarde, las diez de la noche en España— hay una quietud solemne, solo interrumpida, de cuando en cuando, por esa especie de bramido que surge de las sirenas de los barcos cuando se aproximan al puerto o cuando salen de él, lo cual aumenta el misterioso y dulce encanto del atardecer. El sol, que ya comienza a amarillear, destaca sobre el luminoso azul del cielo, y va dorando el paisaje, las casas, los edificios… Y los árboles, la enorme cantidad de árboles que se divisan desde mi balcón, mecidos por una leve brisa, lucen su prodigioso vestido verde salpicado de motas rojas y amarillas, mientras las aves saltan de una a otra rama buscando donde pasar la noche, supongo. Hay un curioso pájaro, gris, de pico rojo y mediano volumen —ignoro en este momento cómo se llama—, que se aposenta en un lugar propicio de un árbol e inicia desde allí un dulce concierto que, posiblemente, durará toda la noche. Por la forma sentida como emite su sonido, pienso que trata de comunicar alguna nueva buena a sus congéneres, algún acontecimiento ocurrido en su familia, un nacimiento, o relativo a su pueblo, el nombramiento del pájaro-alcalde, por ejemplo, o de su casa, anunciando que sus hijitos pájaros ya comienzan a ir a la escuela… No sé, pero resulta muy poético y pacífico escuchar su trino. Y es que se trata de una tarde tan bella que invita a suplicarle al regidor de la naturaleza —no sé si éste existirá, pero es que resulta muy difícil atribuir una tarde así a la nada, y uno se siente animado a creer en todo, por fantasioso que sea— que la mantenga eternamente, que no la cambie, que no deje que se termine.

A mí me encanta asomarme por las mañanas a mi balcón y contemplar el paisaje, ver a la gente camino de sus trabajos o al supermercado, con sus afanes, sus movimientos, sus preocupaciones y sus obsesiones. Y siento como si una especie de felicidad me envolviera y me dijera ¡alégrate de haber nacido y estar aquí! Y todo ocurre al saberme viviendo en una isla del Caribe, en un punto minúsculo —en términos geográficos—, rodeado de mar y sintiendo, percibiendo plenamente los dones de la naturaleza. Qué curioso que cuando pequeño yo soñaba con irme algún día a vivir en el Trópico, donde los colores eran más intensos que en el norte —suponía—, y la vida más rítmica; donde la gente cantaba al hablar, y donde siempre era fiesta y había amor a raudales, del cual yo andaba tan necesitado. Fue la película Los tres Caballeros, de Walt Disney, la que me abrió ese anhelo… Y es que aquí la naturaleza te regala, a veces, no siempre, claro, unos espectáculos tan deliciosos y te ofrece unos incentivos tan auténticos y, sobre todo, tan sinceros y reposados, que te ayudan a sentir la vida de verdad, sin amaneramiento alguno. Y a amarla intensamente…