miércoles, 13 de octubre de 2010


Perplejidades de la vida


Pero es que, claro, la vida se desarrolla a veces a trompicones mezclados con una sucesión de sincronías o hechos fortuitos y confabulada con toda una gama de desenlaces deseados y no deseados, que, queramos o no, son los que nos van construyendo. Bueno, dejémoslo en una suposición, porque hay quienes creen que todo está escrito, que los renglones de nuestro acontecer están redactados antes, incluso, de que vengamos al mundo. Y aunque yo no puedo creer eso, hay que respetarlo… Pero, personalmente, dudo mucho de que haya seres extraños por encima de nuestras cabezas que dirijan nuestros pasos. A pesar, es cierto, que, a veces, ocurren cosas tan mágicas que le inclinan a uno a considerar que no les falta razón y si, en verdad, existirá algún manipulador camuflado por ahí que nos ponga la zancadilla o nos dé palmaditas en las espalda.

Por ejemplo, es curioso que yo, entre tantos reniegos dirigidos a mi padre y la falta de entendimiento que existió entre nosotros, encuentro que allá, perdido en lo más profundo de mi ser (e inadvertido totalmente por mi progenitor), esté escrito que su persona ejerció una influencia determinante en mi vida y no me refiero a complicaciones ocurridas por ser objeto de su abandono, sino porque si él no me hubiese invitado a pasar unos días en Medina de Pomar, Burgos, yo no hubiera conocido a Félix, y, entonces, este amigo nunca me hubiera podido presentar a Angelines, con quien me casé.

Precisamente, a partir de este hecho y otros parecidos, surge en mi mente una infinidad de preguntas relacionadas con la vida y las reglas que la instruyen.

Y el caso es que, para mí, ahora, cuando calculo que ya se ha gastado aproximadamente el 90 ciento de mi vida, al repasar mi historia, al hace un recuento de los sucesos más significativos acaecidos en mí, me reafirmo en que lo más importante que me ocurrió en este mundo fue precisamente ese hecho: mi unión a Angelines y los seis hijos que parimos juntos.

Fue éste un acontecimiento que marcó tan sensiblemente el resto de mi vida, y la configuró de tal manera, que decidió de una forma determinante cómo debía ser mi futuro, hasta llevarme a este grado de espiritualidad, sensibilidad, y elevación de sentimientos donde me encuentro ahora y que a veces me lleva a dudar de si, en realidad, «alguien» dispuso que todo esto ocurriera así, como ocurrió. Probablemente, sin la participación de mi mujer, mi vida habría sido un desastre… Y precisamente el tema me sirvió como inspiración en mis dos novela: la que ya escribí, De la misma tela que los sueños, donde dejé constancia de cómo había sido mi vida a su lado, y la que escribo ahora, donde trato de manifestar cómo pudiera haber sido ésta sin la presencia de ella.

En la vida de cada quien hay que considerar las características de su personalidad y las actitudes que le impone a su carácter. Y en la mía no puede dejarse de tener en cuenta que soy un ser altamente complicadillo. En mí se da una persona que soporta un carácter lleno de ansiedades, plagado de inconformismo, de deseos insatisfechos, de pasiones inalcanzables y sentimientos que horadan y conmueven mi corazón de continuo. Hay ocasiones que maldigo mis orígenes, que reniego de unos principios que ni sé si los tengo, que me hubiera gustado ser otro, no este que soy. O sea, quiero ser escritor y no lo soy (al menos no soy un escritor publicado, que es donde se constata la verdadera valía). He trabajado durante casi 40 años en el campo editorial de libros, sin que me haya interesado para nada esa profesión en la que, muy a pesar mío, me he desenvuelto mejor que bien y he obtenido más éxito del que yo mismo he buscado… Intenté ser periodista y me frustré porque nunca me dejaron decir lo que yo quería, y acabé por abandonar. Bien, pues la única que supo calmar esta tormenta interior, que supo conducirme dulcemente (ella solo hacía las cosas con dulzura), bajarme de las nubes, sacar a flote mis verdaderos sentimientos, refundirme, fue Angelines. No sé qué hubiera sido mi vida si ella no hubiera estado a mi lado. Precisamente, esa vida, cómo hubiera podido ser sin su asistencia, es la que trato de averiguar ahora en la narración que escribo.

Aunque han transcurrido diez años y medio desde que ella falleció, óigalo: no solo no la he olvidado, sino que cada día se acrecienta más mi amor por ella y me invita a sostener un sentimiento elevado de amor de forma permanente y ascendente. Es más: la tengo aquí, a mi lado, espiritualmente, tan presente que es casi como si su espíritu hubiese vuelto a la vida. Y, además, hablo con ella, me río con ella, recuerdo nuestras cosas y todos aquellos momentos felices que pasamos juntos… Eso hace que sienta su presencia tan eficazmente, que me produce una gran y hermosa tranquilidad, porque mi espíritu, mi conducta, mi salud, las modalidades generadas ahora en mi vida, están en sus manos…

¿Locura? ¿Obsesión? ¿Superstición? ¿Anulación intencionada de mi propia personalidad? ¡Llámelo como quiera! Pero el asunto es que este fenómeno espiritual me permite soportarme a mí mismo y resistir con cierta calma el vacío que ella dejó. Y también me da pie para agradecer a la vida que esté en permanente «estado de gracia» debido a ella y teniendo la sensación de que no soy viudo del todo…


En esta fotografía está Angelines con

nuestro sexto hijo, Dany, tres días después

de haber nacido. Es el año de 1972.