¿Cómo que qué vamos a hacer?
¿Cómo que qué vamos a hacer, Ángeles Mastretta? ¡No podemos hacer nada, ¿no lo estás viendo? ¡Sólo empeorar! ¿Es que cabe otra cosa? Para poder hacer algo habría, primero, que querer hacerlo —y, en realidad, nadie quiere, a pesar de las palabras huecas que se sueltan por ahí—, y, por otro, no se puede, es imposible… Yo no soy partidario de las guerras, pero tengo que reconocer que tras las dos guerras mundiales anteriores, llegó como una especie de renacimiento, de reconstrucción del mundo, de la vida y de los conceptos. Pero ¿ahora? Ahora no hay guerras (o sea, me refiero a que no hay guerras convencionales, porque de las «otras» sí las hay, y en abundancia), y el ser humano parece que no sabe vivir sin ellas.
Observa el panorama con serenidad, sin prejuicios. Vamos, como lo observaría un robot, sin sentimientos ni complejos de culpa. El mundo ha traspasado los límites, ha ido más allá de donde debía. Ese es el problema. Porque todos, absolutamente todos tendrían derecho a participar de la cacareada bonanza. ¡Y son los menos! Cuando yo era pequeño —hace muchos años, y algo después—, un médico tenía unos ingresos moderados que le permitían vivir con cierta comodidad, pero hasta ahí. ¿De cuando acá a un médico le está permitido amasar millones mientras intenta sanar gente enferma? Quiero decir, el mal es desde un punto de vista moral. (Perdón por mencionar esto de «moral». ¡Qué tonto soy! ¡Si no me acordaba que eso ya no existe…) Un periodista disfrutaba de una relativa buena paga, pero no excesiva —incluso, algunos, vivían cerca de la pobreza—, pero para ellos lo fundamental era lo que hacían, no lo que ganaban. Un escritor, incluso con cierto renombre, debía de ayudarse con trabajos complementarios: traducciones, corrección o teniendo otra profesión (yo conocí a varios). Una enorme cantidad de ingenieros ganaba solo lo necesario para vivir e ir de vacaciones todos los años; o veterinarios, o carpinteros, o maestros de escuela… Hoy todo es diferente: el cacareado «estado de bienestar», creado demagógicamente por políticos y conductores sociales, nos ha llevado a perder la medida: ¿cuáles son los límites del «estado de bienestar»? ¿Los tiene? «Algunos», solo algunos, pensaron que no, que esta es una expresión que no tiene límites. «Tratemos de ahogar al ciudadano en un bienestar basado en cosas, en espectáculos, y así nos dejará hacer lo que nos venga en gana» (eso se decía en la época de Franco…).
Mira, soy aficionado al fútbol desde que tenía 12 años, y hoy me parece excesivo las enormes cantidades de dinero que se mueven en ese ambiente. ¿Y la publicidad y el cine (¡hacia el teatro no mires, por favor! Porque el teatro es el único arte que vive como puede y a duras penas…)?. La enorme cantidad de dinero que se despilfarra por ahí, un dinero que no produce nada, que no corrige nuestros males… ¡Y, encima, hemos rebasado con creces nuestra «línea de competencia», como vaticinó Peter… ¿Tú crees que el mundo puede sobrevivir con esos millones de gentes habitando en chabolas, alrededor de las grandes ciudades o los que viven en barquichuelas en la bahía de Hong Kong? ¿Y los niños del subsuelo de Bombay? ¿Crees que es posible que se arregle esta situación con esos millones y millones de hambrientos que circulan por ahí, en África, principalmente, que llegan en pateras a Europa? ¿Tú crees que a esos millones de desdichados habrá alguien que los acoja? ¿Qué pensaran ellos de la vida y del «estado de bienestar»? ¿Se pueden borrar de la historia los asesinatos y la cantidad de gente que murió porque uno solo deseaba hacerse inmensamente rico con el caucho, como fue el infame Leopoldo II de Bélgica? ¿Crees que los pueblos que formaban el llamado entonces Congo Belga podrán olvidar aquel genocidio? Ese es el origen de las matanzas perpetuas de su zona, y su disculpa. ¿Crees que es posible que se arregle «esto» cuando se ha perdido —y se está perdiendo cada vez más— el significado del acto de matar, lo mismo da que sea inocente que culpable? No, hoy el honor no existe, la ambición lo copa todo y va en aumento; los fraudes, los desastres están a la orden del día y ya no se pueden ocultar debajo de la alfombra, porque nosotros mismos hemos creado un sistema, Internet, que nos tiene controlados y que se entera de cuanto ocurre… ¡Por Dios! y encima está la pederastia, la trata de mujeres por seres tan despiadados como ambiciosos, la explotación de niños, los abusos comerciales, los fraudes financieros, etc. Son cosas que los ciudadanos no queremos ver, o las vemos solo de refilón: ¡Eso no va conmigo!, decimos. O, qué pena que ocurran estas cosas. Pero yo no puedo hacer nada… Se necesitaría una ONU cada vez más fuerte, que reprima el mal, allí donde suceda… Pero, ¡qué va! Esta sociedad de las naciones es cada día más débil, y se da mejor vida personal: comilonas, reuniones en las que nunca se llega a un acuerdo, y cada día tiene menos ganas de hacer algo provechoso.
Yo diría, Ángeles, que no tenemos salvación. Y que será todavía peor para nuestros nietos. ¡Y encima, la «ciencia» metiéndonos miedo: para el año 2012, anuncian, viene un fuerte ramalazo de calor, un desastre de enormes consecuencia producido por una tormenta solar. Pero, no se preocupe: ya tenemos resuelta la técnica para lograr que nos avisen con seis horas de antelación (eso parece un chiste: imagínate que te dicen ahora mismo que dentro de seis horas te vas a quedar sin luz, sin comunicaciones, sin refrigeración… y que lo que va a ocurrir va a ser indefinido. ¡No me gustaría vivir esas terribles seis horas!). Otros, que viene hacia la Tierra una lluvia de meteoritos, y nos bombardearán sin piedad… ¡Huyan de aquí!, grita Stephen Hawkin, el científico loco. ¡Es la única forma de salvarse! Sí, pero, ¿quienes podrán huir? Los poderosos… porque las pateras no llegan hasta la Luna y sería en el único medio que permitiría huir a la humanidad. En realidad la Ciencia ha contribuido en muchos aspectos a fomentar lo malo, lo inútil, lo perjudicial —siempre por ambición—, y ahora nos avisa de que nos libremos de todo eso que ha sido producido por ella misma. ¡Ah! Y a Dios no recurras, porque los científicos se cansan de gritar que Dios no existe, que no pierdas más el tiempo. Ojalá que este comunicado no llegue a oídos de esa ancianita que cuida ovejas en mi pueblo para sostener a sus cuatro nietos. Ella cree que, con tanto sacrificio y tantas necesidades, se ha ganado un puesto en el Cielo. Y eso la sostiene y la ayuda a vivir…