Las creencias…
Según llego a mi apartamento ayer por la noche, me encuentro que mi vecina está colocando en su puerta un adorno navideño, consistente en una especie de corona hecha con papel aluminio de color verde. Y yo, a modo de saludo, le digo de una forma maquinal, «¡Qué bonito! ¿Ya se está preparando para la navidad?», «Sí —me dice—. Y usted ¿no piensa poner ningún adorno?». «Pues, ¿qué quiere que le diga? A mí no me gustan mucho estas cosas. Y menos ahora que vivo solo… Además, ¿usted cree que ese dios antropomorfo al que rinde culto, se sentirá complacido porque coloque una corona artificial en su puerta?». «Sí, yo lo siento así. Esto es una señal de júbilo por habernos enviado a su hijo para redimirnos del pecado…» «¿De qué hijo y qué pecado me habla», le digo yo poniendo una expresión de sorpresa exagerada. «Pues de Cristo y del pecado original cometido por Adán y Eva…». «¿Y qué tiene que ver con nosotros que aquellos dos seres, casi-monos o monos más que humanos —sin capacidad de discernimiento entre el bien y el mal—, se comieran una manzana sin el consentimiento de dios, que, entre nosotros, yo lo veo como una desobediencia leve, casi pueril, una travesura de carácter venial que no justifica que fuesen castigados (no solo ellos, sino la humanidad entera) con tanta severidad…? ¿Para qué los creó dios, entonces? ¿Para después ponerles una trampa?» «¡Huy! No lo vea así, con ese pensamiento tan crítico. A Dios no hay que pedirle cuentas de nada. Él sabe lo que hace y por qué lo hace… Y tampoco debe llamar monos a Adán y Eva, porque son nuestros primeros padres…» «Bueno, ya veo que usted no está muy al tanto de los últimos descubrimientos científicos. Acaban de presentar a una especie de mona peluda que dicen que es Lucy, la verdadera Eva, nuestra amorosa primera mamá…». «Yo no creo en esas cosas. A mí me han enseñado que nuestra primera madre fue Eva, una mujer como yo, y eso es lo que creo. Lo dice la Biblia, además, y la Biblia fue escrita por Dios –iluminó a los que la escribieron– para fijarnos el comportamiento…».
(Para fijarnos el comportamiento… O sea, esta señora cree que nuestro comportamiento es como es porque nos lo exige dios; ella no cree que exista una moral natural, o una ética, ni unas obligaciones hacia nuestro prójimo; todo ello solo obedece a una exigencia de dios. ¿Y por qué dios no nos hizo con el comportamiento incluido, me pregunto? Así se hubieran ahorrado muchos problemas). ¿Como está formada la mente de estas personas que son incapaces —en apariencia— de dudar ni un ápice, pero que evidencian la no utilización de su razonamiento ni su capacidad de discernir? ¿Será que no tienen desarrollada la facultad de pensar o que la mantienen sofocada? ¡Qué fácil es para ellos determinar la composición de la vida…!
¿O seré yo el equivocado? Tal vez todo lo que nos envuelve, en general, sea un error; tal vez la civilización, su composición filosófica, el progreso, el comportamiento, debiera haberse detenido en el límite de las creencias (en este lado del Velo de Maya). Posiblemente, la libertad plena solo sea una entelequia, una ilusión, un afán teórico, una deformación mental, algo que no puede existir en la práctica. ¿O será que no somos capaces de absorberla, desarrollarla, imponérnosla y mantenerla…?
Por otra parte, si alguien tiene una creencia religiosa firme, lo mismo que otra certeza filosófica —o un ideal social o político—, al abrazar con convencimiento cualquiera de estas doctrinas —y si las siente de verdad—, le exigen una actitud, una ética, un sometimiento moral y una forma determinada de proceder. En ese caso, me pregunto, ¿cumplirán estas personas en todo momento conforme a su fe o es sólo un simple paripé, un fingimiento? ¿Y cómo será la vida íntima para ellos? ¿También ahí, cuando nadie los ve, actúan conforme a sus creencias y según los preceptos que ésta les impone?
Fotografía reproducida del Museo de la Evolución Humana, de Burgos, España
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