viernes, 19 de noviembre de 2010


El mundo que viene


¿Cuál será, en verdad, el destino y la función que le aguarda al mundo? ¿Cuál será su tendencia, su línea de seguimiento, sus metas? Si se tiene en cuenta que la sociedad va abandonando las creencias religiosas, la fe en una prolongación de la vida tras la muerte, o la derogación lenta pero firme de las ideologías filosóficas y políticas, ¿existirá una solución para los males que nos aquejan? ¿Derivará hacia la armonía o hacia el desorden sistemático? ¿O estará ocurriendo como en las antiguas Grecia y Roma, que, casi sin advertirlo, estemos entrando en una decadencia desenfrenada, sin remisión posible?

Yo, a pesar de las crisis, las poluciones, las caídas de valores y tantas ideologías fracasadas, creo que existe una meta, un destino, una función. En realidad, hoy, sin dudarlo, se puede afirmar que vivimos mejor de lo que se ha vivido nunca antes; que ya no somos aquella sociedad sumisa de antaño, de la antigüedad, que era dominada a latigazos, y que, al menos en determinados sectores cultos —además de conscientes de la situación—, ya no aceptamos que nos den «gato por liebre», que nos digan lo que tenemos que hacer ni por quién hemos de votar, ni atendemos a campañas vergonzosas como las que están exhibiendo ahora las elecciones catalanas… Posiblemente, pienso, estamos en una etapa de transición, o de reacomodo, tal vez la crisis nos obligue a prescindir de lo ficticio, a que miremos más los pasos que damos, y que nos entendamos mejor y sepamos administrarnos. Posiblemente acabemos por disminuir el derroche en el que ya estábamos cayendo. Tal vez se estén buscando nuevos caminos dado que el comunismo ha fracasado y el capitalismo parece que va camino de perecer. Claro, hay una resistencia pasiva: en muchos sectores se niegan a perder privilegios. Obama, el presidente de USA, ha tenido la oportunidad de comprobarlo. De aquel candidato pleno de confianza en sí mismo y envuelto en una angelical ingenuidad que apareció en la campaña electoral, al de hoy hay una diferencia abismal. Sin asegurar que carezca de posibilidades (aunque más bien parece un cordero metido en una jaula de lobos), sería un buen mandatario en un mundo mucho más maduro, más comprensivo, menos egoísta, más consciente y mucho más cooperador, más seguro de hacia dónde vamos y hacia dónde debemos ir; pero lo malo es que en el mundo de hoy quedan todavía muchas reminiscencias de los años veinte del siglo pasado, incluida la anterior crisis económica.

En mi caso, tal vez ingenuamente, creo que la humanidad tiene un destino, que está programada para y por algo, diga lo que diga Stephen Hawking, de quien no creo nada (en su último libro —cuya finalidad muy clara es vender la mayor cantidad de ejemplares posibles— se contradice, porque si dice que venimos de la nada, entonces coincide con la Biblia, que también dice que Dios nos hizo de la nada… De todos modos, a Hawking no se le debe tener muy en cuenta. Es inteligente, de eso no hay duda, sabe mucha matemática, pero su severa invalidez congénita le produce un criterio determinado, y le dicta unos sentimientos que probablemente son de desprecio y resentimiento hacia la humanidad y no puede admitir la presencia de un Dios que le ha creado a él con tanta deformación física. Aunque, si sigue así, poco le faltará para asegurar que el perfecto es él, y los imperfectos somos nosotros…). No tiene lógica que la perfección, la maravilla del orbe, el hecho de disponer de un cerebro para pensar, la armonía de tantos seres vivos conviviendo, no sirva para nada; no se puede aceptar que dentro de una naturaleza ciento por ciento entrelazada y dependiente, los seres humanos solo sirvamos para comer y limpiarnos el culo. Es posible que nuestro pensamiento, nuestras tendencias, nuestro comportamiento espiritual y colectivo sea, como creen los budistas, lo que va construyendo el mundo y lo que lo dignifica al ser, con todo y a pesar de las aberraciones. ¿Cuánto se habrá cambiado desde el principio de la existencia hasta hoy? ¿Puede ser eso casual? Pues, según mi entendimiento, me demuestra que los cambios y el progreso son una función social exigible, circulante y permanente.

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