martes, 22 de diciembre de 2009


Ser feliz por decreto


Expongo aquí mi felicitación navideña aunque debo confesar que lo hago con ciertos reparos. Por lo pronto, tengo que aclarar que no la fabriqué yo, sino mi subconsciente, que es el más pesimista de los dos… Porque, además, yo no soy un artista en toda la extensión de la palabra (¡No, eso ya se ve!, escucho que dice alguien del público). Sí puedo considerar que tengo cierta disposición para estos asuntos relacionados con el arte gráfico, pero no soy de los que pueden planificar, o sea, no puedo decir: voy a dibujar un Santa Claus montado en su trineo, con su traje rojo y sus ciervos voladores, o un Belén con el burrito, la vaca, las ovejitas y el niño Jesús. Primero porque mi subconsciente no me lo permitiría y, segundo, porque mi habilidad artística no da para tanto. Yo me tengo que limitar a lo que «puedo hacer» y a lo que decida «mi otro yo». Verás, comienzo a jugar con los recursos que me proporciona la técnica y voy haciendo esto (¡huy, qué mono me ha quedado!); voy poniendo aquello (¡oye, qué artista soy!), o voy metiendo lo otro (¡un poco triste, pero no puedo hacer otra cosa…!). Después tengo que adaptarme al gráfico, o sea: alinear mi pensamiento con el impredecible resultado.

Por ejemplo, aquí comencé haciéndome una fotografía con la propia computadora, cuyo objetivo lo tengo delante, y que, además, resulta muy cómodo; después eliminé todos los elementos que rodeaban mi cara, incluido mi cuerpo. A continuación, la traté con un filtro y le di un tono rojizo, así, muy navideño pero también con cierto cariz infernal. Después le metí un fondo negro y adapté un gorro de Santa Claus. Es como si estuviese haciendo un guiso y le fuera añadiendo distintos ingredientes sin saber cual sería el resultado final. O sea, está claro que fue mi subconsciente quien movió mis manos y anuló mi pensamiento racional. Luego, ante el resultado final, tuve que meter un mensaje acorde con las exigencias gráficas.

¡Ah! y me vi obligado a adaptar mi pensamiento preguntándome ingenuamente, ¿por qué tenemos que ser felices en Navidad, así, a la «cañona» (palabra puertorriqueña que significa «a como dé lugar»)? Porque, si acaso, tendríamos que tratar de serlo siempre, en todo momento, a toda hora y entonces la felicidad no sería felicidad porque se convertiría en algo normal y rutinario… La felicidad es felicidad cuando ocurre en momentos ocasionales… Además, continué pensando para hacer válido mi dibujo, esa felicidad navideña más bien forzada resulta un tanto artificial. Es como una felicidad por decreto o porque te lo ordenan los grandes almacenes, o los fabricantes de perfumes, o los de juguetes, o Perico de los Palotes…

Y ante un pensamiento de «tal grandeza», me sentí aliviado.

Vaya, me dije, mira por donde puedo aprovechar este garabato…

Y aquí lo tienen.

Claro, aprovechando lo negativo de la tarjeta, es conveniente reflexionar dejando a un lado al subconsciente. Cuando se tiene sensibilidad, corazón y sentido de como rueda hoy la vida, no se puede ser plenamente feliz, ni por tradición ni por motivos religiosos. Si acaso, es posible serlo sin exceso, con cierta naturalidad y con la normal reserva.

Porque hoy día la felicidad está en venta… y existe mucha, muchísima gente en todo el mundo que no la puede comprar…

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