viernes, 4 de diciembre de 2009


Bueno, todavía nos queda la ja de Jauja…


De todos modos, no hay duda de que vivimos en un mundo cargado de malos presagios. Parece que todo este tinglado fuera sostenido artificialmente, que se viviera disimulando, como si en lugar de desdichas y amenazas dejadas a nuestra puerta, todo fueran satisfacciones y felicidades. ¡Que importa la crisis económica! Hay que presentar buena cara, disimular la tragedia, demostrar que con crisis o sin ellas, es posible vivir sin estar todo el día llevándose las manos a la cabeza. ¡Escondamos la basura debajo de la alfombra y disfrutemos, que la vida no tiene otro sentido, que todo es esto que estamos viendo: los pájaros cagando encima de los coches; las ratas saliendo de las cloacas porque prefieren nuestra comida a la de ellas; las bolsas de ese plástico indestructible y no reciclable revoloteando por ahí, mecidas por el viento, la desertización de la Tierra…! Sí, hay múltiples amenazas en el ambiente, pero cada día es cada día… ¡Qué nos importa que haya un Bin Laden ahí escondido amenazando con destruir el mundo en nombre de su dios, o una capa de ozono que se va debilitando y permite que se pierdan nuestros recursos respirables y nuestras defensas y que penetre la radiactividad hasta convertirnos en estatuas de piedra, o la crisis económica que aumenta la pobreza de unos y la riqueza de otros, o las epidemias desatadas por los laboratorios para después vendernos los antídotos que ellos mismo fabrican…! Todavía nos queda la ja de Jauja, o sea, dos letras más. Sí, ya se ha destruido jau, pero todavía podemos disfrutar mientras nos quede ja. Además, nosotros no somos los culpables. ¡Fue Adán, el que se comió la manzana! ¡Qué cabrón el tipo! Pero, está bien claro que esto ha venido armándose desde generaciones atrás. ¿Por qué nosotros hemos de arreglar los desarreglos iniciados por nuestros antepasados? ¿Somos culpables de que se hayan cargado los bosques quemándolos o talando los árboles de forma indiscriminada para fabricar muebles, casas y palillos de dientes? ¿Tenemos la culpa de que el que nos creó haya comenzado a cansarse de nosotros? Pero, digo yo, ¿no nos podía haber hecho sin nariz y sin pulmón y en lugar de piel con poros habernos dado un vestido impermeable antirradiactivo? ¿Para qué sirve tener tanto poder, entonces? Pero, se ve que todo estaba previsto y, si no ¿con qué idea quedaron encerradas en el subsuelo esas enormes bolsas de materia orgánica que luego se convertirían en el petróleo contaminante de hoy? ¿No habrá la posibilidad de que el ser humano y los animales, dentro de su método evolucionista, lleguen a soportar lo nocivo del ambiente? ¿No nos hemos adaptado a comer carroña en formato de hamburguesa o a viajar en el metro? Además, estas amenazas que se ciernen sobre nuestras cabezas, ¿no serán exageraciones para asustar al pobre peatón y motivarle a comprar sombrillas protectoras, o antídotos, o vacunas, o cascos irreductibles, o gafas protectoras, o salchichas imperecederas, o ropa no radiactiva, o condones con detergente limpiador de triple efecto?

Sí, tal vez llegue un día que se acabe el don de la fertilidad y que dejen de nacer niños. En ese momento la humanidad solo envejecerá. ¡Qué risa! Llegaría un momento que solo habría viejos discutiendo en la plaza del mercado. Porque ese es el mayor signo de la vejez: discutir. Y conste que los viejos lo saben —lo sabemos— todo… El único problema es que lo que sabe el uno nunca coincide con lo que sabe el otro…

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