domingo, 13 de diciembre de 2009



El Arte y el ser

El ingenio, la creatividad, el don del arte, la espiritualidad es lo que mejor explica la unicidad del ser humano. Cuando oigo una buena interpretación del Ave María de Schubert, o de Gounod, en un solo de piano o violín, no puedo dejar de considerar la trascendencia de lo humano, y pienso en la dimensión de amor y misticismo que son capaces de sentir los seres. Hay que experimentar mucha fe y amor a la Virgen —me digo— para componer unas melodías tan celestiales… Y me pregunto si será posible que tanta sensibilidad, tanto amor, tanta creatividad sea gestado para perderse en la nada. Es algo que me parece insostenible y falto de espiritualidad, incluso de respeto, de amor y sentimiento hacia la vida. A mí la música, la pintura, ¡el arte en general!, me sitúan casi en el camino de creer en Dios o creer en «algo», o, por lo menos, agranda en mi mente la dimensión acerca del misterio de la existencia en la cual no puede haber un vacío porque en ella permanecen las pinturas, los pensamientos y las notas musicales de los mortales. ¿Cómo pueden haber en el mundo unos seres salidos de la nada y poseedores de tal grado de sensibilidad? Es lo que realmente me parece un enorme desacuerdo de la vida, un descomunal desajuste.

Incluso, ciertas manifestaciones artísticas activan nuestros sentimientos y nos convierten en seres más amorosos, más dados a sentir amor. Por ejemplo, ¿por qué razón cuando escucho una sonata de Chopin, o el Concierto núm. 2 para piano, de Rachmaninov, o la Serenata al claro de luna, de Beethoven, siento la necesidad de atraer a mi lado a mi mujer y amarnos con más intensidad que cuando no se oye ninguna música? ¿O por qué cuando íbamos a bailar y sonaba una de las melodías de nuestra preferencia nos abrazábamos con más ternura y amor y bailábamos más unidos, sin hablarnos apenas, solo sintiendo el ritmo de la música y el latido de nuestros corazones?

¿Todo eso es pura filfa? Es decir, ¿cuando mi condición emocional al contemplar una obra de arte, escuchar determinados acordes musicales, o leer una divina poesía mueve mi corazón alocadamente, es porque mi imaginación trabaja dentro de mí y se propone engañarme? ¿Y con qué fin lo hace? ¿Para decirme que la vida puede ser así o de otra manera fría y despojada de amor? ¿Y a quien le interesa que yo crea esto o lo otro?


Ilustración: Vermeer, Doncella vertiendo leche (1660)

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