martes, 8 de diciembre de 2009




Mi vida hoy


Refiriéndome a la condición que me toca vivir ahora, carezco de razones de peso para quejarme: mi vida actual solo se ve contrariada por ínfimos detalles de tipo doméstico, porque en lo profundo, en lo verdaderamente trascendente, está tocando la perfección. Claro, es inevitable que, aunque quiera quitármelos de encima, todavía me azucen vestigios del pasado ya que a lo largo de la vida hay detalles que se van incrustando en el corazón con tal fuerza que es imposible desecharlos del todo: me refiero a esas obligaciones comunes de cada día, como los acuerdos que había que cumplir, el ruido de los hijos, las llamadas telefónicas pendientes, tomarse unas cervezas o unos cafés con los amigos, la celebración de reuniones en la sala de juntas; la gran ilusión despertada por el coche nuevo, la compra del mueble para la sala, o del cuadro para el pasillo. Y también estaba el estreno de la película favorita, o el libro de un autor de mi culto, que me producía el deseo imperioso de tenerlo cuanto antes entre mis manos como si fuera el talismán sagrado que abriría mi entendimiento un poco más, y estimulará mi afán de soñar con otros mundos, con otras filosofías y con diferentes actitudes ante la vida… Bueno, lo de los libros, en otra medida, claro, continúa igual, porque es una tendencia, una obsesión que nunca muere; ahora no es tan intensa como antes, cierto, pero todavía cuando paso por una librería, entro y, una vez allí, se me pasan las horas sin darme cuenta. A propósito de ello quiero meter un inciso: se habla mucho ahora del libro digital, pero no creo que se pueda comparar esa innovación tecnológica con el acto casi litúrgico de entrar en un templo del libro, sentir ese olor especial que ningún otro lo iguala, ver una obra que llama mi atención, tomarla entre mis manos y ojearla mientras paso sus páginas al albur, y olisqueo su tinta nueva. Esa actitud es como un rito, efectuado con el espíritu inquisitivo de ver si se encuentra ese libro mágico escrito por un alma gemela, o por alguien cuyo pensamiento se aproxime al mío, alguien que comparta mis ilusiones y mi mundo encantado. (¡Me apasiona «descubrir» libros mágicos, esos que nunca dejan de leerse! Es como un vicio. Cuando los encuentro, los compro sin pestañear, y, luego, al llegar a casa, tras ponerme cómodo, los voy sacando de la bolsa como quien saca un tesoro, y les doy una revisión profunda hasta convencerme de que la compra ha valido la pena… Luego hay que tomar la decisión de con cual comienzo primero, y eso suponiendo que no tenga que meterlos a todos en lista de espera hasta que termine el que estoy leyendo). Mi último descubrimiento fue Philip Roth. Antes de incluir este autor entre mis preferidos, sus libros habían pasado por mis manos en varias ocasiones, pero nunca me sentí atraído por él. Ese personaje suyo llamado Zuckerman no acababa de gustarme. Tal vez porque yo conocí a un Zuckerman que era un tipo insoportable o de una mentalidad confusa y contradictoria. El caso es que miraba sus libros —sobre todo Zuckerman encadenado—, leía algunos párrafos, incluso me sonreía con ciertas expresiones que parecían sacadas de mi propia cosecha, pero no acababa de decidirme. Y era raro entrar en una librería (a veces, en Valencia, era una rito de cada día) y no acabar teniendo entre mis manos un libro de Philip Roth… Finalmente un día me decidí y compré uno que acababa de aparecer: se titulaba Patrimonio, y en él trataba de los últimos días de la vida de un padre narrados por el hijo. Lo comencé a leer con cierto escepticismo y acabé prendado. Ahí mismo comenzó mi «idilio» con este autor porque, de alguna manera, me vi retratado en sus historias. No como protagonista, sino que me sentía como si fuese yo quien escribió sus libros… Pero esa es la magia de los libros: que uno, de alguna forma, se ve retratado en ellos. Si no como es, sí como quisiera ser.

Perdón por el inciso, porque lo que intentaba decir respecto a mi vida de ahora, es que se cumple sin obligaciones ni compromisos, excepto los contraídos conmigo mismo. Esta vida donde me construyo yo y construyo mis imágenes, mis sombras, las que conviven conmigo. Esta vida donde duermo cuando tengo sueño; como cuando tengo hambre, escribo cuando me viene la inspiración (a veces hay que provocarla para que llegue) y leo, paseo, hablo con la gente sin que importe si los conozco o no. También hablo con mis amigas/os por cualquiera de los medios que me brinda Internet. O de repente un día me da por prepararme una comida regia o hacerme una tortilla de patatas marca de la casa… Y sobre todo, escribo, invento otros mundos y otras vidas, y los muevo con pasión. A veces, al hablar con las gente, me doy cuenta de que me he convertido en uno de mis personajes y estoy hablando de unos pasados que no siempre corresponden con el mío. Tal vez se trata de unos pasados que en un tiempo fueron soñados pero que nunca se cumplieron…

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