lunes, 21 de diciembre de 2009


Conversaciones «intrascendentes»


Sí, la verdad es que la vida está formada por esos ritos de cada día: esas conversaciones triviales con la gente que se encuentra uno en el ascensor, y que te dicen que Ya llegó el frío…, Por Dios, señora, frío en Puerto Rico… El día que haga frío aquí… ¡Hemos llegado!, dice, y se santigua. ¡Que tengan un buen día! ¡Lo mismo para usted! Una vez afuera, veo venir a ese vecino que todos los días me da la monserga; trato de salir por la otra puerta, pero ya me ha visto y me sale al paso. Me pregunta que si me pasa algo, que hace unos cuantos días que no me ve; y cuando yo le digo que no me pasa nada, él sigue insistiendo y me vuelve a preguntar que si he estado fuera. Y yo le digo que no, que he estado en mi casa, que lo que pasa es que no hemos coincidido, y él me mira como si sospechara que estoy tratando de evitarlo. Es que yo no hago las mismas cosas a la misma hora todos los días —le digo—. Me gusta cambiar; me desagrada la rutina… Y él me mira como si yo acabara de llegar de otro planeta. ¡Huy, qué bueno está el día de hoy para caminar! digo para cambiar de conversación y darle a entender que lo que trato de hacer no se puede dejar para otro día. Luego, continuo caminando. ¿Qué le parece lo de Honduras? oigo que me dice desde atrás. Vuelvo la cabeza y lo veo ahí, como si estuviera decidido a no dejar de importunarme. Detengo mi marcha pero adoptando una postura provisional, tratando de que se dé cuenta de que estoy decidido a continuar mi camino sin él. Pues qué quiere que le diga… Hemos de dejar a los hondureños que resuelvan ellos solos sus conflictos «democráticamente» —le digo haciendo el gesto de comillas con los dedos…—. Si uno se va a preocupar por todo lo que ocurre en el mundo, arreglados estaríamos. Y vuelvo a la posición inicial con intención de continuar mi caminata. ¡Pero adónde vaaaaaaa…! me dice con un tono de mosqueo y mostrando su inconformidad de que no le preste la atención que solicita. En este momento —le digo— intento iniciar mi caminata de todos los días. ¡Vamos, siempre y cuando usted me lo permita…! , le manifiesto hablando claro y con cierto tono de desesperación. Pero él, ni por esas: erre que erre, se ve que no está dispuesto a claudicar. Llega hasta mi altura y se me queda mirando como si esperase una respuesta de mí (¿una respuesta a qué?). Mire, le digo con intención de dar por resuelto nuestro encuentro, el mundo está muy revuelto, pero yo, por las mañanas, trato de no agobiarme ni con Honduras, ni con Finlandia, ni con esos perros que ladran por la noche. Trato de no meter en mi cerebro ninguna idea negativa… Luego me dieron ganas de agregar con firmeza: «¡¡¡Meeee haaaaa enteeennndido!!!», pero me dio nosequé. Es que usted es una de las pocas personas con quien se puede hablar en este edificio… (ahora sí que me amoló. ¡Se me fastidió la caminata…!). ¿Ya tomó café? ¡Le invito! —me dice cuando ve que estoy cediendo. Veeeenga, vaaaamos a tomaaaaar cafééééé… —le digo ya sin oponer resistencia. ¿Y qué piensa de lo de esa mujer que está en huelga de hambre? (este hombre pretende que yo opine de todos los desaguisados del mundo). Pues, qué quiere que le diga, sus razones tendrá… Oiga, ¿no está usted hoy demasiado resignado? —me dice. Yo creo que hoy en día no podemos tomar posiciones imparciales —continúa. El mundo no está como para aceptarlo todo, así, como viene, con esa pasividad que usted demuestra… Hoy, porque otras veces no tanto… Pero si es que esto no tiene arreglo —le digo en tono quejumbroso. No dispongo de muchos años de vida y no puedo vivírmelos mortificado. ¿Y de qué otra forma se pueden vivir, si se mire para donde se mire solo se ven calamidades? Yo creo que la humanidad ha llegado a lo que se llama el principio de Peter, ja, ja, ja… ¡hemos rebasado nuestro nivel de competencia! ¡Ya no sabemos cómo hacer las cosas! Se dan grandes cantidades de dinero al que menos lo necesita o a quien no lo merece; los trabajadores están a merced de lo que decidan los ricos. Fíjese (bueno, parece que mi vecino solo buscaba un oyente), sólo repase los presidentes de gobierno que andan hoy por el mundo decidiendo nuestro futuro, vea al «canijo» de Berlusconi con la cara desecha por un ciudadano que está harto de su falta de respeto al pueblo, mientras él presume de ser el mejor presidente de Europa o del mundo; vea a Sarkozy subido en una banqueta para parecer más alto o retocando sus fotografías para bajarle la panza y llenando su mundo de frivolidades y presunciones; vea a Zapatero diciendo hoy una cosa y mañana otra, y apoyándose en sus cejas no en sus obras; vea a Obama prometiendo lo que no puede dar y recibiendo el Nobel de la Paz mientras envía más soldados a Afganistán; vea a Castro apoyándose en el bloqueo que, en el fondo, lo estimula él mismo porque, cada vez que se va a llegar a un acuerdo, comete un desmán para que el bloqueo continúe y tener algo con lo que justificar su enorme fracaso; vea a esa gente de la ETA, en su país, matando por matar, y sin nadie que les meta mano, cuando saben que ese no es el camino, pero lo único que les interesa es tener unos ingresos jugosos; vea a los piratas de Somalia, que actúan impunemente y ya solo les falta meter sus valores en Wall Street; vea a Chavez, el de Venezuela: un pueblo que vivía en una de las mejores condiciones de América Latina lo está convirtiendo en un desastre, lleno de deudas y gastando su dinero en unas armas que no le servirán de nada y que solo le dan importancia a él; vea al matrimonio ese que gobierna en Argentina, llenándose los bolsillos descaradamente; vea a la Unión Europea, que no acaba de surgir porque casi nadie opina lo mismo y no saben cuál ha de ser su destino; vea a Inglaterra, sin saber a qué árbol arrimarse, vea la polución y la lucha hipócrita con que se actúa para resolverla; vea a la…

¡Huy!, —digo yo—, este café tiene mal sabor y se me está quedando frío…

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