miércoles, 16 de diciembre de 2009


¡Ay, subconsciente, subconsciente…!


Existen muchas especulaciones sobre la vida: unas se apoyan en el hecho científico; otras en la imaginación, o en el concepto espiritual, tal vez en la fe. Hay algunas, incluso, cuya explicación es un tanto absurda. Pero entre tantas suposiciones, ninguna existe que sea constatada, ninguna que podamos aceptar con absoluta certeza. Yo, que, como habrán visto, siempre estoy tratando de meter mi nariz en el lado misterioso de la vida (y, a veces, la punta de mi napia sale medio chamuscada), y que en mi mente, muy dentro de ella, vive permanentemente activada mi propia tormenta existencial, no encuentro una hipótesis que me seduzca, pero sí muchas que me maravillan. Y es que, ya lo dije, existe una clara contradicción entre mis hemisferios derecho e izquierdo cuyo propósito, el de ambos, parece consistir en no ponerse nunca de acuerdo. Posiblemente a esa falta de afinidad frontal se deben las contradicciones que tanto padecemos (bueno, ¿padecemos o disfrutamos?) los humanos. Porque la cosa no queda ahí: por otro lado tenemos nuestro subconsciente, ese otro yo —o ese otro él podríamos decir— que actúa como si se tratara de una persona ajena —y a veces enemiga—, que vive dentro de nosotros sin pagarnos hospedaje, y que en tantas ocasiones nos gobierna y nos impulsa a realizar acciones de las que luego nos arrepentimos, aún cuando no seamos los verdaderos culpables. Este subconsciente nos azuza, nos zarandea, nos dice que veamos las cosas como hay que verlas y no con los ojos de la imaginación.

De todos modos, hay que ser muy zoquete(a), muy falto de sensibilidad para no darse cuenta de que todo a nuestro alrededor es misterioso e inexplicable (y hay quienes lo califican de absurdo), y me refiero, por ejemplo, a un simple hecho, tan cotidiano como es el acto de defecar («cagar», le dicen los castizos de mi pueblo). Verán, no suelo fijarme en ello porque es una visión repugnante, pero el otro día, tras expulsar en el inodoro los alimentos ingeridos no metabolizados, es decir, los no aprovechados por mi organismo para convertirlos en proteínas, vitaminas, azúcares, sales, energía, etc., observé por un momento esas porciones repudiadas por mi cuerpo, de un color caqui-verdoso, que reposaban en el fondo de la taza (y como verán, hago todo lo posible por utilizar expresiones eufemísticas para evitar caer en lo grosero). Y mi pensamiento, atendiendo a su manía acostumbrada, inmediatamente comenzó a elaborar una tesis sobre ese servicio integral de limpieza que vive dentro de nosotros. ¿Quién decide dentro de mi organismo la distribución de la tortilla de patatas con chorizo que acabo de comer? ¿Quién le grita a mis glándulas salivales que produzcan saliva en abundancia para que lo que estoy comiendo llegue hasta mi estómago y, una vez allí, se mezcle con los jugos gástricos y facilite el recorrido hasta mi intestino grueso? ¿Quién hace que mi vesícula biliar riegue con bilis el intestino delgado para favorecer la digestión de las grasas? Sí, ya sé que es el hígado, pero ¿quién?, ¿quién?, ¿quién da las órdenes; quien los pone en movimiento? ¿Quién hace que mi hígado sienta la obligación de facilitar la digestión y hacer que lo que no se metaboliza se convierta en mierda (perdón, quise decir en caca, o en excremento, o mejor en heces…)? ¿Por qué mi páncreas, cuando detecta que llega la tortilla de chorizo —ya medio descompuesta— a su jurisdicción, suelta el jugo pancreático para que siga la descomposición de las grasas y las proteínas en el intestino y absorba las sustancias nutritivas? ¿Es que alguien ahí, dentro de mí, tiene vida y ordena lo que hay que hacer en cada caso para que mi cuerpo funcione? ¿Quién ha metido dentro de mí a toda esa cuadrilla de obreros especializados que hacen lo posible para que yo siga con vida y suelte el alimento inerte en el retrete, después me limpie el cu… el trasero; a continuación me lave las manos; me mire en el espejo y ponga caras raras que me obliguen a reírme de mí mismo, o compruebe mi gesto de satisfacción tras haber soltado aquello que me oprimía el vientre y que unas horas antes había sido una tortilla de patatas con chorizo?

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