miércoles, 23 de diciembre de 2015



Por fin, la novela 
Después de vivir toda mi vida entre libros, por razones que tienen mucho que ver con esa circunstancia (cuando nací mi padre era dueño de una librería en Burgos, mi abuelo paterno era escritor y dirigía El Papa Moscas, y mi progenitor también escribió diez o doce libros, y al crecer, tal vez debido  a esa cercanía libresca y a mi familiaridad con esta actividad, trabajé en el campo editorial —como corrector de pruebas, como jefe de producción, como gerente y hasta como director— durante más de 40 años), ahora, en las postrimerías de mi vida, cuando soy viudo y jubilado, me decidí a escribir una novela… Y en ello estoy dedicándole toda mi pasión y mi tiempo. No me lo tomo ni mucho menos con frivolidad dado que estoy muy impuesto en las corrientes literarias y no ignoro que una novela tiene que tener un significado, un mensaje, una proposición o varias, una calidad de entretenimiento hacia el lector, una o muchas afinidades, un repertorio de sentimientos, tiene que atender el significado de la pasión y una o varias interpretaciones de la vida. Yo, en esta novela, expongo algunos detalles del extraño mundo de mi infancia, de  las muchas cuestiones que me he planteado ahora, de mayor, de la infidelidad, de la pasión, de los sentimientos, de la relación hombre mujer, de la etapa de Franco en España y de tanto lo grotesco como lo furtivo que resultaba el amor en aquella época, de la lucha por abrirse paso en la vida cuando no se ha partido de una propuesta valiosa. Ahora me veo a mí mismo y lo deploro. Hasta que me hice novio de Angelina, fui un trapajo, un papel arrugado votado al suelo, un niño desplazado, un «nosequién», un tipo sin importancia, sin voz, ni pensamiento, sin lograr atraer hacia mí la consideración de los mayores. En realidad, fue ella la que me sacó del anonimato, del «autismo» doméstico… Hablo también de las creencias que tuve que sufrir llevadas hacia ciertos extremos exagerados por las que yo denominaba «las beatas» (mis tías), y hablo de la emancipación, de la vida propia. Además, debo confesar que, en el elemento inspirativo, me veo muy atendido por mi difunta mujer a la que trato de dar explicaciones de mis actos, de mis traiciones, de nuestro amor singular y único. Claro, hay veces que me entran unos reparos, una falta de motivación, un sentimiento de que lo que estoy haciendo no es lo más valioso de mi vida, que no tiene razón de ser. Pero, cada vez que padezco estas crisis, de forma inmediata siento la intervención de ella. El impulso que Angie me da. El mensaje que ella me envía diciéndome «No puedes renunciar ahora a lo que ha sido la mayor ilusión de tu vida…». Así que escribo, escribo y escribo, releo, corrijo, pienso en mi novela cuando estoy paseando por ahí o, mientras duermo (a veces me despierto y si se me ocurren cosas, me levanto de la cama y la anoto). Hay veces que me sonrío ante el asombro de que yo sea capaz de escribir semejante cosa, o me echo a llorar ante la duda del sentido de lo que estoy haciendo. Puede que cuando salga la novela me lleven a la hoguera donde queman a los malos escritores…

lunes, 14 de diciembre de 2015


El mundo mío
Sí, el mundo existe para mí porque mis sensores visuales así lo captan, aunque abarque solo una ínfima parte de él. Pero, para algo dispongo de las figuraciones extrañas que detecta mi cerebro, y también están mis conocimientos, mi imaginación, que me traen una representación inmensa, descomunal, fantástica, irreal, loca de la estructura de la vida. No puedo evitar pensar que todo esto que se me manifiesta ante mi persona lo hace como parte de mí, para que yo lo contemple, para que lo use, para que lo experimente, lo disfrute y construya mi propio mundo. Durante la trayectoria de mi vida, todas las piezas, los elementos mostrados (personas, plantas, animales, cielo, montañas, mar, imposiciones domésticas, gente, palabras) giran en torno a mí, y me producen una amalgama de sentimientos, de felicidades, de sensaciones y, a veces, de desdichas, y, sobre todo, de ilusiones y deseos de progresar; ellos, mis sensores cerebrales, contribuyeron a elaborar mis principios, mis conceptos y me inculcaron los albures, lo que creo que significa realidad, las fantasías, las pasiones, los desengaños y las líneas de conducta. Por mi parte, espero haber hecho lo posible por contribuir a la felicidad de los que me rodean, de mi difunta mujer, de mis hijos, de todos aquellos que tienen relación conmigo… Pero pienso que si yo no viera todo esta amalgama de cosas, si yo no lo disfrutara, si no tuviera la capacidad y la sensibilidad para sentirlo y amarlo, es decir, si yo no estuviera aquí presente, si mis ojos carecieran de funcionalidad visual; si de mi boca no salieran palabras que provocaran acciones y pensamientos; si en mi corazón no se formaran los deseos delirantes, extraños o reales, si yo no me hubiese encontrado con la persona que me embelesó, la misma que hizo palpitar mi corazón y me hizo feliz, no hubiera sentido el amor como lo he sentido y ambos en colaboración no hubiéramos fabricado a nuestros hijos —lo cual nos produjo sensación de vida—, ni tendría idea de lo que significa la función creadora, ni tan siquiera tendría el deseo de experimentarlo; si no estuviera en condiciones de pronunciar el vocablo simple en primerísima persona del «yo» (yo esto; yo aquello), no hablaría de mí ni de mis sentimientos, porque yo no sería nada y no habría instrumentos para animar mis manifestaciones. La vida, mi vida, soy yo, no tengo duda, y no es que trate de usar una expresión egocéntrica, porque sin mí, sin mi yo, la vida no existiría: es decir, que todo fue elaborado para mí, para mi recreación, para mi consumo. El día que yo no exista, el día que me pellizque y no sienta nada, ya no habrá sentimientos, ni expresiones de amor, ni sonrisas alentadoras, ni promesas, ni asedios, ni paladar, ni deseos de recopilar todo lo que es afín a mí… ¿Qué importancia puede tener que esa persona que juegue con unos niños a la que estoy viendo desde mi ventana? Si yo no la podría ver, ni sentir, ni disfrutar, ni enternecerme, sería que no estoy aquí, que no soy nada. ¿Quién me dice a mí que este mundo seguirá existiendo después de mí, después del día que yo me vaya. No tengo ninguna prueba. Hay veces que pienso que soy el sueño delirante de alguien, de alguien que está muy por encima de mí, y que su sueño es lo que me da la vida y produce en mí otros sueños de menor envergadura. Podría ocurrir que ese ser que me soñó, al levantarse por la mañana, le dijera a su esposa llamada Minerva: «Oye, Mini: Hoy he tenido un sueño muy extraño. He soñado con un individuo que solo poseía una cabeza pequeña (creo que mi soñador tiene una cabeza muy grande). Era una persona extraña que poseía anhelos, ambiciones, inquietudes, temores, padecía fastidios, alegrías, envidias y rencores… y creía que el mundo donde él vivía existía de verdad, y era así de la misma forma que él lo concebía. Se trataba de un ser que era capaz de sentir un extraño amor que le atraía inevitablemente hacia una mujer, quien, a su vez, sentía un fuerte amor hacia él y ambos amaban a los hijos que trajeron al mundo. A este individuo que, además, le gusta un espectáculo raro llamado fútbol y le hace feliz cuando su equipo gana, que se queda embelesado al contemplar a los niños, a los paisajes, a los animales, a la vida; que le gustan expresiones de amor como dar besos y acariciar a otros cuerpos, es a quien yo he soñado. ¡Qué bonito era todo eso! Se trataba de un mundo lleno de delicias, de complicaciones, de competencias, de sis y nos, de motivos para luchar, de inseguridades, de traiciones, de deseos insatisfechos, de anhelos, de variedades. No era como este nuestro, tan estructurado, tan perfecto, tan «científico», tan igual, tan serio, tan inamovible, tan sin motivaciones ni anhelos. Fíjate que las mujeres de mi sueño tenían pechos pronunciados, no como las de aquí que son planas porque los pechos ya no son necesarios y las anatomías han cambiado. Aquí a los niños ya no se les amamanta… Nosotros todo lo tenemos regulado, establecido de antemano. ¡No existen las ilusiones! ¡No existen los encantos de vida! Bueno: voy a seguir tomando de esas pastillas alucinantes para que este sueño no termine nunca…!

domingo, 22 de noviembre de 2015


Sí, la vida probablemente es esto
Yo, ahora, casi no me entero de nada o, bueno, diré mejor que hago todo lo posible por no enterarme: y es que, a mi edad, el mundo es poco comprensible y me resulta algo pesado poner mi atención en él. Además, es muy complicado tratar de interpretarnos tal como somos, con tanto desbarajuste físico y emocional de por medio. Por esa razón, vivo en mí covacha, un tanto aislado, autodesplazado, disimulado en mi caparazón y, desde él, escruto la vida, intento observarla con ojos de benevolencia, de comprensión y de buenos deseos y a veces la describo como entretenimiento personal; es decir, miro las cosas que ocurren ante mí y trato de aceptarlas como son… Pero, existen muchas ocasiones que me llevo las manos a la cabeza asombrado ante ciertos dislocamientos. Mi vida de hoy es, como dice Fernando Savater, comer, dormir y llorar, pero, en mi caso, es además, escribir, exponer algunas tonterías con las que engaño a mi conciencia o a mi subconsciente: ignoro si a los demás también. Aunque debo agregar otras actitudes… Encuentro que mi posición es una pizca fanática, exagerada tal vez, y un punto masoquista, pero, a cambio, dispongo de una vida interior intensa, propia, nada bullanguera ni festiva, aunque haya momentos que me veo desconcertado por el deploro y por el remordimiento y, me faltaba decir (no sería yo si me escapara sin decirlo…), por la ausencia de definiciones de la vida, por su sinrazón, por sus formas de desenvolverse, y por aquellas cuestiones que permanecen ocultas. Ello me empuja a que mi reclusión sea intencional para no entorpecer mi mente, y que me mantenga cerrado a ciertos hechos que vienen adornados con tonos embaucadores. Es decir: tengo, sí, tengo a la felicidad (a los recuerdos que me la traen) llamando a mi puerta, pero la rehuyo intencionadamente. Puedo permitir que entren algunas muestras muy seleccionadas, pero trato de evitar caer en la complacencia del ayer, en las ilusiones que tuve y rebobinar la filmación de algunos pasajes de mi vida (¡¡ya dije antes que quiero vivir en el presente!! Vivir sin adornos, sin ilusiones vanas, sin propósitos estimados). El grifo de la felicidad mundana para mí se ha cerrado definitivamente… Es más: cuando los recuerdos insisten, no me complazco en ellos, y los desecho de mí porque aceptarlos convertiría mi vida en algo irreal, en la vigencia ilusa de asuntos no recuperables, abocados a los modos del pasado. O sea, entienda: no pretendo asignarme un futuro cuando en mi vida ya no hay «mañana». En todo momento, eso sí, para darme aliento, para suavizar mis sentimientos y dar un tono lírico o poético a mi actualidad, me impregno todo lo que puedo de Angelines, permanezco con ella y contemplo su sonrisa y sus guiños de complicidad con lo que se mantiene a mi lado casi como en el pasado, a pesar de que hay algunas veces que siento su mirada medio severa y en un tono interrogativo: la oigo que me susurra: «Yo te lo di todo… Pero, tú, por lo que se ve, no tenías suficiente conmigo y querías más o necesitabas otras relaciones para vivir tu propia exaltación a lo imposible. La vida es sobre todo honor y sometimiento a los compromisos, no es otra cosa aunque tú la quisiste manipular y acomodar a tus modos». Y yo, ahora, te respondo, amor: cuando tú no estás, mi plan, mi actitud de compensación, es asegurarte, darte garantías de que tú eras suficiente y sobrepasabas todas las exigencias requeridas para tener una vida plena tanto espiritual como afectiva. Lo otro eran emociones momentáneas sin ninguna trascendencia. Además, por esa razón y como castigo a mis desacatos, te soy ahora absolutamente fiel. ¿Será entonces que si he entrado en una situación de calma y regodeo —entregado a mi soledad—, es porque la vivo contigo, unidos siempre, aunque solo seas una sombra y estés o no estés (en mi corazón al menos sí estás)? ¿Será que estoy recreándome de ser un mártir profesional o de serlo como costumbre, con un estilo de vida alineada en le espiritualidad? Es indudable que, a mi edad, con quien vivo mejor es conmigo y acompañado del sentido clamoroso que me trae tu presencia… También estimula mi sentimiento oculto el desconsuelo, el hecho de ver cómo la vida se me termina. Y daña mi ego esa sensación de insatisfacción, ese presentimiento de no haberlo hecho todo, haber sido utilizado, de haber sido exclusivamente un «peón de brega» instaurado por fuerzas mayores para su consumo, para saciar sus leyes poco claras, para calmar su antropofagia. «Es que la vida es así: lo importante es la vida interior, la espiritualidad», oigo que susurras a mi oido: «No le des tantas vueltas y acéptala como es». Y yo te contesto: ¡¡La acepto, la acepto. No faltaba más. Sobre todo si tu imagen está incluida!! Y tú continuas: «¿No es suficiente que me hayas tenido a mí?» Sí, te respondo yo. Contigo mi recompensa fue mucho mayor de lo que merecía…

jueves, 5 de noviembre de 2015


La virtud de ser algo más que una mosca
Solo tenemos que observar nuestro alrededor, ver como la vida se desarrollo frente a nosotros y, una vez convertidos en seres perceptivos, establecer nuestras conclusiones. Si nos fijamos bien y poseemos los necesarios conocimientos y la sensibilidad oportuna, advertiremos, apreciaremos que todas las cosas que nos rodean han sido acondicionadas a nosotros, a nuestra visión, a nuestra vida práctica, a nuestro entendimiento, a nuestra contemplación y nuestro uso doméstico, a nuestro sentido de la belleza… ¡Ah! y a nuestra noción del amor, a la sublime y creativa acción del amor. Es difícil creer en acciones casuales que están proporcionadas a nosotros, a nuestra vida práctica, a nuestro sentimiento, a la fuerza de gravedad, al equilibrio fisiológico, a las alteraciones y a los recursos visuales, a la aceptación de los fenómenos como causas naturales, a la apreciación y la interpretación de la música, al sentido del arte. Lo he dicho en muchas ocasiones: no soy creyente. Ese Dios expuesto por la Biblia, tan fantasioso, tan manipulado, incluso, tan infantil, no entra en mi cabeza, no lo digiere mi pensamiento, no lo admite mi sentido de la proporción ni mi seriedad científica. Por otra parte, yo, que en la vida busco una intensidad espiritual, un significado que me aproxime con mejores aptitudes a mi condición de persona, de ser humano, no solo un ser humano con un corazón, con un páncreas, con una venas, con un cerebro, sino un individuo con alma, con conciencia, con sentido de la caridad, con un amor hacia mis semejantes y con un sentido del horror y de la dicha, me cuesta aceptarme como un producto fortuito, como una casualidad, como un nacido en el mundo según el resultado  de una explosión del cosmos, y con la misma validez de una piedra… Hasta me produce una fuerte humillación el solo hecho de pensarlo. O sea: eso me obligaría a situarme en el mismo papel de un caracol o de una hormiga, o de una mosca de la fruta que vive solo tres días y que tiene como única misión volar alrededor de una manzana y tratar de sacar algo de ella y poco después se muere bien por sí misma o porque la liquida un insecticida… A nosotros los seres humanos nos veo otros valores, otras necesidades creadas por nosotros mismos o por la Naturaleza. Ese poder de discernimiento que se nos ha dado, algún significado tiene que tener…

martes, 20 de octubre de 2015


Pienso, luego desbarro…
El hecho de que la Naturaleza nos haya dotado de una inteligencia, complementada con la capacidad de elegir, la conciencia de nosotros mismos y la facultad de pensar, y que dichas facultades nos produzcan, además de las aplicaciones propias para ejercitar nuestros compromisos sociales, unos acérrimos e inverosímiles sueños de inmortalidad que nos transportan a mundos eternos no recibidos con entusiasmo por la constelación científica, por más fantásticos y exentos de acosos y razones convencionales que sean. Lo que viene a patentizar que, tratándose de seres humanos, somos unas implantaciones privilegiadas, que hemos sido dotados de unos instintos, de unas ambiciones, de unos anhelos, de una imaginación que nos proyecta hacia lo ignoto, hacia el cosmos, hacia el infinito y, sobre todo, hacia lo imperecedero sin anular lo existencial. Es decir, hemos sido dotados de un pensamiento sin límites que reproduce en nuestra mente ideas transfiguradas de espacios donde reina la armonía, el amor y la bondad entre todos sus componentes. Funciones, o sea condiciones que no se pueden extrapolar a la vida real, a la vida cotidiana, a esa que se nos impone en nuestro ámbito terrenal, en nuestro espacio convencional, porque dichas alusiones carecen de indiferencia por la vida práctica, y no sirven para que ella se genere a sí misma como lo hace, mientras se ve obligada a soportar todos las deformidades, las maldades y a tanto redentor de mala y buena voluntad que transita por aquí. En este ámbito ocupado por nosotros todo tiene que ocurrir con un sentido dual: bueno y malo; bonito y feo; dulce y amargo; abstracto y concreto; apasionado y frío, nocivo y apropiado; superlativo y humilde; real y desfigurado. Es la única manera de que se forjen las almas, de que se reproduzcan los conceptos y que crezcan en medio de la contraposición, el horror o la dicha, la virtud y la maldad, para que podamos responder a las exigencias del hecho y del deshecho, de la competencia y el rigor. Es decir, posiblemente hemos llegado al «ya sabemos el cómo pero ignoramos el por qué», y cuál puede ser el sentido de la vida, cuál su razón o a quién interesamos o, hasta llegaría a preguntarme, a quién beneficiamos y qué necesidad tiene el universo de nosotros. ¿O es que somos una manifestación convencional, una forma de mostrarnos como un objeto o un delirio más? Pero, ¿por qué en el ámbito de nuestra Tierra se ha dado todo? ¿Por qué tenemos una estructura biológica tan heterogénea y complicada, y plantas, y gravedad, y atmósfera, y una vida social desenvuelta además de una ilusiones que nos inclinan hacia lo inabarcable? ¿Somos el soplo de alguien o el resultado de un simple ARN loco que decidió multiplicarse sin que nadie se lo pidiera?

viernes, 9 de octubre de 2015


Pero, ¿qué significado puede tener la vida?
Cierro los ojos y pienso: la vida, en realidad ¿qué es? ¿Quién nos la habrá dado y con qué propósito? ¿Qué podemos estar haciendo todos los seres que habitamos este planeta, mirándonos unos a otros con recelo, mordiéndonos las uñas, quejándonos del ruido y envidiando la suerte que tiene nuestro vecino, mientras tratamos de conquistar ardientemente unos principios de felicidad que son absolutamente falsos, y que, además, nunca nos permiten aprehenderlos de verdad porque, cuando estamos a punto de alcanzarlos, enseguida comenzamos a mirar hacia el siguiente. “Aquel sí es el bueno, no éste…”, solemos pensar. Y la persecución comienza de nuevo como si se tratara de una carrera sin final. Así, permanezco un rato remedando la figura de El Pensador de Rodin, estático, con los ojos cerrados, el codo de mi brazo izquierdo anclado en la mesa, y las yemas de los cinco dedos de mi mano apoyados levemente sobre mi frente, como si tratara de extraer o exprimir lo que se esconde tras ella. Si es que, en realidad, se esconde algo, cosa harto dudosa… Cuando adolescente, esta postura era mi predilecta. Solía reconcentrarme de tal manera en los temas espirituales que me preocupaban, y tenía tal habilidad para aislarme del mundo externo, para recogerme en mí mismo en un estado de abstracción por el que creía alcanzar unos parámetros tan profundos que me conmovían y me causaban diversas emociones, y llegaban a hacerme creer que yo, cuando me lo proponía, me convertía en una especie de místico con poderes por encima de las imposiciones terrenales. De tal manera que, a veces, mi pensamiento llegaba lejos. Creía, incluso, en determinados momentos (cuando yo era un creyente), situarme junto al mismo Dios. No lo veía, pero lo presentía… Claro, mi juventud de aquellos días no me inducía a preguntarme cuál era el sentido de la vida porque la vida era lo que pasaba a diario; la vida era tomarse unos tragos con los amigos y vociferar como poseídos desalmados en el campo de fútbol, sobre todo cuando jugaba mi equipo; la vida era comerse una pierna de cordero asado en un horno de leña o un entrecot de tres centímetros de grueso; era disfrutar con mi novia, bailar con ella, abrazarnos, buscar rincones apartados donde exteriorizar nuestro amor y sentirnos dichosos al decirle yo que era la mujer de mi vida mientras ella me miraba con ojos de enajenada. Entonces la vida solo era confirmar nuestro amor asegurándonos que nos amaríamos siempre y seríamos felices toda la vida convencidos, en aquel momento, de que nada enturbiaría esta película amorosa… ¿Quién se va a preguntar qué es la vida en esos momentos gozosos, cuando se está lleno de proyectos y esperanzas de cara al futuro? Tal planteamiento solo se lo presenta uno ahora, cuando se es un vejestorio sin esperanzas ni proyectos y, si me apuran mucho, diría que sin amor… Y con la muerte esperando a la vuelta de la esquina… (En la fotografía de la entrada están mi hijo Dani, mi norinha —nuera en portugués— Robi, y mis dos nietos gemelos, Lara y Leo, sus hijos recién nacidos)

sábado, 3 de octubre de 2015


Acerca de Espléndida vejez
Amigo Álvaro: Esta es mi… (considerémosla así)  provisional respuesta a tu poemario «Espléndida vejez»: Una vez leído, compruebo con cierta desazón que no se ha suavizado mi sensación inicial respecto a que en la etapa de viejo reside no solo el fin de la vida física, sino el final de la vida intelectual, emocional y moral. La vejez representa la destrucción de los recursos mentales y físicos, la torpeza, el ninguneo, la invisibilidad (los viejos somos cada día más «invisibles» ante los demás, menos notorios, estamos menos presentes), el desencanto ocasionado por el hecho de que te atiendan si acaso por respeto, y no por la importancia de lo que comunicas apoyado en tu experiencia o tu conocimiento… A pesar del lirismo de tu mensaje, que te agradezco y me ha permitido disfrutar de unas horas de esparcimiento (fue como si hubiese escuchado una sonata de Brahms, solo que, una vez concluida, todo continua más o menos igual. Claro, debo añadir que la poesía no es ningún antídoto… Si acaso, sí lo es para el que la escribe). No puedo dejar de considerar que en la vejez no es posible hallar esplendidez, y que esta fase de la vida solo se puede alinear con una perversión en la estructura general de la existencia. Lo demás, sería «dorar la píldora», engañarme a mí mismo. La vejez es como un castigo de la Naturaleza, una patada en el trasero, un ¡vete para afuera, tú ya no sirves, y ya no tienes nada que hacer ni que decir aquí! Al margen de que convengamos entre tú y yo que la vida toda no tiene ni pies ni cabeza pese a los decorados atrayentes que se nos presenta (como el cielo de un azul purísimo, el mar y la playa que estoy viendo ahora desde mi ventana, pero que, a pesar del embeleso, no es posible dejar de considerar que ese mar «ya pertenece a los otros y no a mí») y las bellezas naturales, casi domésticas, especialmente diseñadas para el recreo del mortal, si lo vemos bien –y te lo digo apoyado por Freud–, todo está dispuesto y decorado para estimular la procreación, para que la gente se enamore, fornique, y traiga hijos al mundo. Esa es nuestra misión primordial en la tierra, lo que se nos exige. No encuentro otra utilidad generada en los indefensos y anónimos mortales. Es como si el ser supremo nos necesitara porque se alimenta del dióxido de carbono que expelemos. La procreación es lo único que parece interesar allá en los confines, sin perder de vista la enorme paradoja que encierra: Mientras la nomenclatura de la vida nos anima a traer hijos al mundo, nos incita a que paulatinamente la vayamos destruyendo (mientras extraemos su petróleo, cortamos sus árboles, nos destruimos entre las personas mediante las guerras…). En realidad, parece como si existieran dos dioses interesados en nosotros y en nuestras actitudes, que estuvieran liados en una lucha permanente: uno es positivo y otro negativo. Uno que construye, infunde dulzura, sensibilidad, amor, poesía, sentido del arte, buenas ideas; el otro destructivo, sembrador de amargura y desgarrados, artífice del desánimo, con intenciones exterminadoras, y ciento por ciento realista. ¿Tendremos que rendir cuentas algún día por nuestros actos? El gran equívoco, el más inadmisible, el inexplicable según nuestras concepciones terrenales, es que el asesino, el canalla, el ladrón, el perverso repose durante el silencio eterno en el mismo nicho que el justo, el bondadoso, el virtuoso, el compasivo, el honesto! Este «pormenor» es lo único que me sugiere o me invita a creer que puede haber otra vida en otra dimensión o un juzgador celestial que nos compense de los desengaños recibidos si lo merecemos. Porque, es inútil que diga que la justicia de nuestro mundo no castiga las perversiones morales, la mentira, la envidia, el rencor, las malversaciones espirituales, las deshonra, el irrespeto… Y, conste: con esto que digo no quiero significar que exista en mí un temor a la muerte. A lo que le temo es a ir perdiendo mis facultades intelectuales y físicas, a mi inutilidad creciente, a convertirme paulatinamente en objeto de ninguneo. Espléndida vejez, aparte de su calidad artística, está escrito con la intención de resquebrajar la realidad, o dorarla, o hacer de la vida un episodio pasajero, lírico, menos tenebroso de lo que es. Pero pierde de vista algo tan imperfecto como es la muerte y su tétrica condición. Para mí la vida tiene que tener un sentido o, en caso contrario, sería una «chapuza»… Y, conste, me encuentro muy lejos de Jaques Monod y de su «azar y necesidad», carente de significado, de razón, de condiciones y de posibilidades (si el universo posee una estructura, y una relación indispensable de unas partes dependientes de otras, no se puede deber al azar, sino a una estructura trazada), pero sí me encuentro muy lejos de considerarnos la parte más importante de la creación, donde lo más imperfecto y tenebroso, lo más descuidado, es la «vida de viejo», así como la muerte y sus tétricas formas. 

Pero, por lo que a mi respecta, aunque no he logrado una «vejez espléndida», puedo decirte que estoy bien de salud y que solo vivo en la desesperanza causada por una vida llena de frustraciones morales y emocionales (hay que considerar también que comencé mi «labor intelectual» excesivamente tarde y eso me obstaculizó el camino y me acortó las buenas sensaciones), pero, dentro de esa anomalía, puedo asegurarte que aquí en Puerto Rico he alcanzado un cierto equilibrio espiritual. Vivo en un sitio tan bello como es la Avenida Isla Verde, en un estimulante paraje y frente a una hermosa playa caribeña. Para mis últimos años no podría desear nada mejor. Y lo hago dentro de un conveniente reposo moral y existencial mientras se multiplican mis descendientes (mi hijo Daniel acaba de convertirse en padre de dos gemelos, hombre y mujer) siguiendo los requerimientos de la Naturaleza. Esto, a buen seguro, será lo que me perpetúe. De todos modos, permíteme que te felicite grata y calurosamente por tu poemario. Si existe un Dios, no me cabe la menor duda de que tú eres uno de sus elegidos…

lunes, 21 de septiembre de 2015


La física cuántica cubre nuestras vidas
La abundante cantidad de interpretaciones que existe sobre cualquier manifestación de la vida, es más bien confusa y, en la mayoría de los casos, contradictoria. Eso demuestra que, la realidad es que no sabemos nada de nada, ni estamos seguros de cuál es el motor que nos pone en marcha o qué tipo de gasolina se usa y quién nos la inyecta. Todas las manifestaciones sobre nosotros no pasan de ser conjeturas y, en la mayoría de las ocasiones, probablemente sin fundamento. Por ejemplo, en los últimos días me llama mucho la atención la interpretación de los sueños. Desde Freud y Jung no han parado de opinar los psicólogos, los neurólogos, los científicos, los profetas, los brujos, los anacoretas, y aquellas personas a quienes se les endurece la lengua si no la usan (como me ocurre a mí). Te invade una especie de afán ciego y promocional de interpretar la vida, como si ella fuera interpretable. Los seres humanos, llámense Dawkins, Dennett, Stephen Hawking, Freud, Einstein, Perico de los Palotes, solo hablan y hablan (o escriben) aunque tienen tantas dudas como puedo tener  yo. Pero, los sueños son indescifrables, y eso que son muy diferentes de unas personas a otras puesto que depende del carácter y la personalidad de cada quien. Tal vez influyen los deseos no logrados, o los fracasos de amor, o las envidias, o los complejos de inferioridad, o las insatisfacciones. No sé. Respecto a mí, ya decía el otro días que mis sueños son un tanto desbaratados y que nunca sueño con aquellos asuntos que suelo tener entre manos. Ocurren sin tener ninguna relación con mi vida diaria física o espiritual. Pero, ¡alto!: solo cuando sueño con mi difunta esposa es cuando mi sueño tienen un deje de actualidad además de un argumento, un sentido, un ahora y hasta un porqué. Hace unos días soñé que estaba cenando en un restaurante muy elegante con un matrimonio que no puedo precisar de quién se trataba. Puede que sus expresiones no tengan ni pies ni cabeza, pero cuando salí del sueño y me desperté eran las 3 de la madrugada y me levanté para ir a mi estudio y anotar lo que esta persona me había manifestado. Ante una conversación relacionada con la proximidad a mí de mi mujer y su participación en mi vida, él me aseguraba que no se trataba de su espíritu, sino de su «composición cuántica». ¡Los espíritus no existen!, enfatizaba esta persona. Todo en la vida es física —decía mi interlocutor—, energía cuántica, de ahí proceden nuestras ilusiones espirituales y lo que nosotros denominamos nuestra alma, nuestros impulsos, nuestros pensamientos. Y ya se sabe casi con seguridad que las partículas cuánticas no desaparecen con la muerte. Solo se transforman. En el caso de tu mujer —me dijo—, el equipo esencial de partículas cuánticas que formaban la vida de ella, muy bien se han podido trasladar a ti y habitarte. Pero —aunque sobre esto todavía hay mucho que estudiar y descubrir—, sí se puede decir que la energía cuántica es el principio y el fin del mundo que nos rodea. Si existe un Dios, solo tuvo que acudir a la física cuántica para crearnos, tanto a nosotros como al mundo que nos rodea. Por esa razón, en esos experimentos que se están haciendo con el famoso acelerador de partículas de los Alpes, se asegura que ahí se descubrirá la partícula de Dios… Luego recalcó a modo de colofón: si sobre nuestras cabezas existe un creador, se podría decir que es un Gran Físico, un Gran Científico…

miércoles, 9 de septiembre de 2015

¿Tú lo sabes? ¡Pues yo no!
Dijo Pascal: «El ser humano contempla la majestad del universo y queda sobrecogido. Se espanta de sí mismo, encogido, temblando entre esos dos abismos del infinito y la nada». Unos años después, Gombrowicz, con ánimo de suavizar el fatalismo de Pascal, nos soltó otro pensamiento: «Es necesario someterlo todo a la duda absoluta, hasta que la razón obligue a admitir una idea por fuerza…». Y, entre uno y otro, el señor Nietzsche (¡no podía ser otro!) vino a dorarnos la píldora asegurando que no hay hechos, solo interpretaciones. Y, ya, a estas alturas, tras haber sido cada día vapuleados y más confundidos a base de meternos tal cantidad de metralla en la cabeza, por el momento, dejamos de temblar al tiempo que esbozábamos una sonrisa igual que la que siente el cretino que no comprende nada de nada. Y es que la interpretación de la vida es azarosa, confusa, mísera, inútil, sangrante. Gracias a que la mayoría de la gente vive a su aire y cree a medias lo que nos han contado, porque, de lo contrario, nos pasaríamos todos los días de nuestra vida compungidos y sin saber en qué árbol ahorcarnos, preguntándonos quién soy, qué hago aquí, y qué me espera.
Quizás la posición más natural, la más consciente, es refugiarse en el agnosticismo y decirse: Si somos el producto de Dios, bien; y si provenimos de la casualidad, pues bien también. Sea lo que sea, he tenido la fortuna de vivir y contemplar la vida con la ilusión de que me espera un buen premio al final de todo. Aunque, después, cuando llegas a viejo te das cuenta de que de premios nada… Por esa razón, por lo que a mí respecta, he decidido dejar de agobiarme, porque me doy cuenta de que no hay nada que esperar y que no encontraré nada que me calme del todo. Y me digo: Tengo que tener un comportamiento digno, eso sí, amplio y contundente porque así me lo exige la naturaleza. Dijo el sabio: el cerebro proyecta en el mundo exterior lo que él internamente genera y nos hace creer equivocadamente que todas esas cualidades secundarias tienen su origen «ahí afuera». En realidad, quien ve, oye, huele, gusta y siente es el cerebro. Los órganos de los sentidos, los sensibles,  son completamente neutrales. Pero, ¡qué cosas! ¿Por qué no deleitarnos con el azul del cielo aunque sea o no sea azul de verdad, y con la poesía que nos produce la contemplación del mar, o con la música que nos eleva el alma, mientras nos deleitamos con un helado de chocolate, y vivimos a base de sensaciones dulces y alentadoras con el pensamiento conmovedor y tranquilizante como decirnos: «Alguien tuvo que preparar esas ventajas para mí, para que yo me deleitara sin ponerle más pegas.»

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Epílogo de un sueño
No tengo ninguna duda de que aún habiendo sido formuladas numerosas interpretaciones de los sueños, existen varias que son acertadas. Ernest Jung nos legó algunas de las más certeras. Y, ya me conocen, por mi parte no acepto con los ojos cerrados todo aquello que afirman los psicoanalistas o los científicos en general. Cada uno de nosotros elaboramos una vida adaptada a nuestras condiciones personales, a nuestra composición psíquica… En mi caso, mis sueños suelen ser un tanto desbaratados, inconexos, abstractos. Aunque, lo más curioso es que cuando sueño con Angelina ocurre que se componen de una historia, con un principio y un final, casi de carácter cinematográfico. El texto que sigue a continuación es lo que escribí tras mi decepcionante sueño relacionado con mi visita a un mundo imaginario que fue publicado en mi anterior blog. Un sueño que me llevó a un mundo que podría ser cualquier lugar de la Tierra. Allí me encontré con Angelina y, salvo la dicha que siento al soñar con ella (no deja de ser una manera de volvernos a encontrar), éste no tuvo otro significado que la depresión que me causó. Este texto, creo que fue ella misma quien me lo dictó porque entró en mi mente solo, sin yo procurarlo: «Pobrecito mío. Tus sueños conmigo no los provoco yo… Son solo producto de tu subconsciente, o sea el reflejo de tus deseos, el símbolo de tus temores, el de tu resentimiento, el de tus amores no completados o no del todo resueltos. Ese sueño es un  destello adaptado a los significados terrestres,  porque si hubiera ocurrido en realidad como tú lo expones, en aquel momento yo ya no tendría cuerpo y no se desarrollaría con elementos ni configuraciones humanas (personas preocupadas, muebles, automóviles, ascensores que suben y bajan, sentimientos de celos, angustias, momentos tensos…). Acepto que tu cerebro, tu alma, al huir de tu cuerpo, hubiese podido arribar en otra dimensión guiada por otras normas, por otras leyes, por otra generación de sistemas, apegada y funcionando en otro desenvolvimiento, pero es un asunto del cual no podría darte información dado que yo ignoro sus mecanismos. Para mí, que fue un sueño más bien elaborado por tu cerebro, por tus dudas, por tus pasiones, incluso, por tus temores o por tus deseos. Pero yo no puedo ni debo explicarte cómo funciona la vida fuera de las estructuras humanas (existen barreras infranqueables inclusive para mí). Y así debe de ser como parte del mecanismo existencial y porque si conociéramos los pormenores de la vida, su razón y procedencia, entonces no habría diversidad, todo sería opaco y sin variación ni de forma verbal ni estructura física. La vida está hecha así y a eso debes limitarte: se tiene un cerebro que solo es aplicable a lo terrenal, a sus sucesos, a sus leyes y a la aventura de vivir y con eso debes darte por satisfecho; lo que haya o no haya después solo puede construirse en tu imaginación, elaborado por los fracasos, por el sentido de conservación, por los anhelos, por el deseo de que la vida continúe de alguna manera. También por los remordimientos, o por los sentimientos. Yo, generalmente, vivo dentro de ti y, en muchos aspectos, soy el reflejo de tus sueños, de tus pasiones y de tu amor por mí. Tú, con tu recuerdo, con esa ilusión de que yo estoy en alguna parte, eres quien me da la vida. Esa es la realidad de hoy, el estado de nuestras vidas (o de nuestros reflejos en mi caso), y tenemos que limitarnos a ello, amor, aceptarlo, aprenderlo a vivir, disfrutarlo».

viernes, 21 de agosto de 2015


El sueño
Estaba entregado a un sueño, no cabe duda, aunque no pueda precisar cómo comenzó ni los sucesos que pudieron haber tenido lugar antes de que me percatara de la historia que estaba soñando. Sí se podía deducir que yo había fallecido, porque, cuando tuve conciencia de estar envuelto en dicha alucinación onírica, me encontraba en lo que habría que describir como un refugio o una sala de espera situada en el camino de la Gloria.
Tampoco estoy en condiciones de aclarar cómo llegué hasta allí, por qué medio, es decir, si fui impulsado por mí mismo o me transportaron.
Por su aspecto general, habría que identificarlo como una antesala porque me hallaba en una amplia estancia donde se veía una muchedumbre confusa y anhelante, la cual me dio la impresión de que se hallaba en una situación tan poco clara como la mía: unos iban de un sitio para otro recabando información en tono dramático y desesperado; los había que formaban corrillos y conversaban excitados (aunque sus palabras me sonaban como si fueran pronunciadas lejos de mí o en otra recámara y las percibía con eco que retumbaban en mis oídos). Varios de ellos, los que supuse que llevaban más tiempo, estaban tranquilos y permanecían sentados en torno a pequeñas mesas jugando al dominó, al ajedrez, o a un juego de dados que muy bien podría tratarse del parchís, la oca o el backgaamon. Pude identificar a varios amigos fallecidos antes, quienes, al verme no hicieron ningún aspaviento, sino que me saludaron con una sonrisa o levantando el brazo, y siguieron jugando como si se tratara de una situación absolutamente «normal» encontrarse con un conocido recién llegado a un lugar tan indefinible como aquel. Yo simulé que no tenía interés en pedirles referencias de la situación, y continué mi camino de merodeo.
Repentinamente, reparé en Angie. La vi cuando venía hacia mí. Advertí también con cierto estupor que la muchedumbre que la rodeaba le abría paso como si considerara que era poseedora de una posición jerárquica superior. Solo se apreciaba su cabeza y parte de su torso y por más que me aupaba sobre mis pies no había forma de verla de cuerpo entero. Aunque no sé de qué manera descubrí que llevaba en la mano una de esas carpetas amarillas que se suelen usar en las oficinas, y reparé que dentro de ella había varios papeles algunos de los cuales sobresalían por los lados de forma desordenada, produciendo la impresión de haber sido guardados apresuradamente. Aún con eso, tenía un aire de ejecutiva, o de secretaria, o de recepcionista, o de jefa de negociado, o de encargada de departamento.
Según se acercaba a mí, vi que me miraba, pero no era la misma mirada directa y dulce de cuando vivíamos en la Tierra, sino una mirada como borrosa, o desvirtuada, o perdida, es decir, que no transmitía mensaje alguno, como la de antes, que partía de unos ojos cautivadores, y contenían una manifestación de amor; pero ahora ni me sonreía, algo que siempre fue tan habitual en ella –lo cual me preocupó hasta inducirme a pensar que estaba enfadada conmigo por la razón que fuese–. Iba muy bien vestida, de eso sí estoy seguro; llevaba un vestido suelto verde-manzana, aunque esto del color no lo retengo con demasiada certeza. Me viene a la memoria la fastuosidad de su cabello, de un color cobre claro salpicado con algunas hebras más oscuras (lo cual le daba cierto aire de actriz o de persona desenvuelta). Lo llevaba suelto y, por lo que parecía, estaba recién lavado, ya que toda la melena se movía con mucha gracia al compás de sus movimientos de cabeza.
Lo que más me apesadumbra es que no puedo recordar su cara debido a que entra en mi sueño un tanto borrosa; se podría decir que tengo una idea general, pero no en detalle. Tampoco me saludó al encontrarse conmigo, lo que confirma mi impresión de que el sueño tenía unos antecedentes que no recuerdo, o sea, que ya nos habíamos visto antes. Tuve la sensación permanente de que ella se mostraba contrariada, molesta, o sea, como si esta gestión de recibirme la cumpliera forzada por una orden superior, pero que a ella, en lo particular, no le producía ningún agrado.
—Ven, acompáñame. Tenemos que ir a ver al director de... —se limitó a decirme con amabilidad pero fríamente, sin que especificar con claridad de qué director se trataba.
Por mi parte, sin más preámbulos, me limité a ir tras ella. Pero ya, para ese momento, comenzaba a sentirme incómodo ante una recepción tan fría y ante esa tirantez o esa incomodidad que aparentaba. Lo más lamentable, lo más decepcionante, es que después de los años que habíamos vivido juntos —unos cuarenta—, y la gran confianza íntima y amorosa que se había generado entre nosotros, ahora ella no se sintiera interesada en hacer una mención del pasado, ni preguntarme por nuestros hijos y nietos, ni se viera necesitada de darme una explicación, aunque fuera superficial, en relación al lugar donde me encontraba, ni acerca de quién o quienes eran sus gobernantes, y lo que pudiera esperar en un futuro cercano, ni cuál sería mi destino o qué era lo que se pretendía en un lugar como aquel. Tampoco me expuso sus planes en cuanto a si volveríamos a vivir juntos, como en la Tierra, o cada cual tendría que desempeñar su vida por separado. Una idea que se me hacía insoportable y que me daba la impresión de que aquello de ninguna manera podía tratarse de un paraíso.
Mientras caminábamos por la sala, la muchedumbre, como ya venía siendo costumbre, al verla venir, se abría y le formaba un pasillo, lo que nos permitía transitar con cierta comodidad. Desde luego, lo que sí está claro es que, aquí, Angelina tenía una jerarquía, una función superior a lo normal, o una comisión de mando...
Llegamos ante un ascensor y, aunque había una aglomeración deseosa de entrar, y se apretujaban unos con otros, nos permitieron pasar a nosotros los primeros a pesar de que habíamos llegado los últimos.
Se trataba de un ascensor inmenso, con capacidad para más de ochenta o cien personas. Angelina y yo nos colocamos al fondo, mientras los otros pasajeros formaron un pequeño círculo en torno nuestro, de forma que así evitaban que nos rozáramos con ellos. Y, mientras esperábamos que el vehículo arrancara, todos nos miraban con cara sonriente y expectante, como si nosotros representáramos una solución. Parecía como si aquel paso, es decir, el viaje en aquel elevador, tuviera el significado de un logro dentro de un programa determinado de etapas que había que recorrer.
El ascensor ascendía muy lento y todos los ocupantes permanecían silenciosos, pegados unos a otros, pero sin mirarse.
Esperamos pacientemente a que el ascensor llegara a su destino (que debió de ser a un lugar muy distante a juzgar por lo que tardó en subir). Pero, hasta el final, permanecimos en silencio, sin que nadie mostrara ningún deseo de comunicarse ni de hacer preguntas. Era lo que más me chocaba, que todos estuvieran silenciosos, como si no se conocieran o supieran de antemano cuál sería su destino final. Yo, de cuando en cuando, miraba a Angelina y la veía ensimismada en sus asuntos (de cuando en cuando examinaba un papel de su carpeta). Pero me extrañaba que no se interesara por nuestros hijos o por los últimos acontecimientos familiares, o por sus amistades más queridas, o por sus sobrinos, o por la vida de los suyos en general. Y, lo peor de todo, que no me dedicara una sonrisa, ni mostrara el menor afecto hacia mi persona. Ni que tan siquiera me dedicara un beso o una caricia como aquellas que acostumbraba...
Cuando el ascensor llegó a su destino, los pasajeros hicieron como en la partida: nos abrieron un pasillo para que pudiéramos salir sin dificultad, lo cual, una vez afuera, nos permitió caminar con cierta holgura. Pero Angelina no tuvo la delicadeza de dar las gracias o sonreír. Lo cual me pareció sumamente chocante y de mala educación... Si en la Tierra ella sonreía a todo el mundo y tenía propensión a mostrar su agrado, no podía entender su actitud ahora, tan seria, tan distante, como si no le importara si caía simpática.
Salimos a otra enorme sala parecida a la que habíamos estado antes: con mucha gente que caminaba de un sitio para otro... Aunque ahora sí me parecía que solicitaban información. Incluso, me dio la impresión de que los recién llegados se acercaban a unos que podían ser monitores o personas habilitadas para desempeñar tal función, y mostraban una tarjeta o un documento dónde se les facilitaba una información respecto a lo que tenían que hacer de aquí en adelante Pero Angelina se dirigió claramente hacia un lugar determinado virando a la izquierda del ascensor. Yo la seguí sin esperar que ella me lo indicara. Caminaba dos pasos detrás de ella, lo que me daba la oportunidad de observar su tipo, tan juvenil y lleno de gracia, sus piernas bien torneadas, y su nalga de jovencita. Me entraron ganas de decirle algún piropo o hacer algún comentario alabando su aspecto, pero me contuve porque la encontraba en aquel momento muy lejos de mí, muy distante. Y, cosa curiosa, después de tanto tiempo de abstinencia, en ningún momento sentí un deseo sexual ni, mucho menos, me vi comprometido con una erección. Solo buscaba en ella esa amistad, ese cariño que siempre hubo entre nosotros cuando vivíamos en la Tierra. Pero me contuve temiendo que me soltara alguna expresión poco conveniente si manifestaba mi admiración y me dejaba más decaído de lo que estaba.
Después de caminar un momento, ella encontró lo que buscaba: era un pequeño cuarto en penumbra donde había un sofá más o menos desvencijado, y allí me pidió que la esperara sentado, arguyendo que tenía que hacer una gestión y que enseguida volvía. Yo le pregunté que si allí no habría un libro para esperarla leyendo, y ella me contestó que en aquel lugar los libros ya no se usaban y ni siquiera existían. Y yo me quedé de piedra, y expresé abiertamente —aunque muy en contra de mi voluntad—, que cómo podían vivir sin libros y sin nada que les alimentara la curiosidad y el conocimiento. Ella —¡por fin!— me contestó que no había libros pero había otras cosas, sin especificar a qué cosas se refería. Lo más sensacional de todo es que en este momento, al hacer esta afirmación, sí me pareció descubrir una tenue sonrisa en su boca, o, bueno: también pudiera tratarse de una mueca de desagrado...
Me senté y cuando estaba pensando que habría tiempo de aclarar tantas dudas, me quedé dormido.
Y ella, no sé cuánto tiempo después, me despertó con un ligero toque en el hombro.
Al despertarme, estaba parada frente a mí.
Pero lo pasmoso es que estaba posando como si se tratara de una modelo de las que se veían en televisión.
Y lo más grandioso es que ahora sí sonreía.
—Te he dejado dormir porque debes de estar cansado. ¡El viaje en el ascensor ha durado mucho y aquí hay demasiado ajetreo! Así que despierta que ahora es cuando llega la entrevista más importante que tenemos —me dijo con una amabilidad no vista hasta ahora.
Yo me froté los ojos, me alisé la ropa con las manos, atusé el poco pelo de mi cabeza casi pelada, y me mostré más que dispuesto a acompañarla fingiendo que era todo un ser avezado en estos menesteres.
Caminamos por la orilla de la sala y me pareció que dábamos un rodeo para evitar encontrarnos con alguien. Finalmente llegamos a una esquina donde abrió un pequeña puerta medio secreta con una llave y salimos al exterior, que era como una calle. Lo cual me sorprendió porque, en teoría, habíamos estado subiendo todo el tiempo.
Pero yo intentaba mostrarme como un ser maduro que no se sorprendía por nada.
Era una calle muy vistosa: del lado donde estábamos nosotros había varios edificios grises; en el lado de enfrente, había como un bosque, lleno de árboles y diferentes plantas.
—Debemos esperar a que venga un coche a recogernos —dijo ella.
En eso llegó un automóvil semejante a una limusina y se detuvo a cuatro o cinco metros de nosotros. De él se bajaron dos individuos de pelo blanco, más bien mayores. Se nos quedaron mirando e hicieron algún comentario entre ellos en voz baja que, según mi impresión, se referían a Angelina. Y no me pareció decoroso porque exhibían una sonrisa burlona o de poco respeto.
No me pude contener. Apreté los puños y me dirigí a ellos amenazante.
—¡Oye, tú, qué estás mirando con esa sonrisa de imbécil! ¿Es que quieres que te rompa la cara! —grité, poniendo expresión de matón .
Pero Angelina me contuvo con firmeza.
—¿Pero qué vas a hacer? —dijo—. Aquí las cosas no se resuelven como en la Tierra. Aquí no existe la violencia. ¡Tienes que tratar de aprenderlo...!
En ese momento me desperté, y me encontré balbuceando palabras incoherentes que pertenecían más al sueño que a la realidad.

Pero no pude distinguir lo que decía.

viernes, 14 de agosto de 2015



La evolución del ser
En este momento la humanidad parece estar llegando a una situación en la que nadie, por muy docto que se sea, está en condiciones de exponer con seguridad, ni argumentar las razones de nuestra presencia, nuestra creación y nuestra procedencia en el planeta Tierra. Lo mismo si es creyente que si es ateo. A nadie, absolutamente a nadie, le es posible asegurar si hemos sido creados por un ser superior o somos la extraña e inexplicable consecuencia de un sucedido aleatorio. Y menos aún estamos en condiciones de considerar cuál puede ser nuestro destino o nuestro fin. Hoy, a pesar de tanta evolución o a causa de ella, nos vemos envueltos en una ignorancia que, en primer lugar, parece causada por la propia estructura impuesta a la Naturaleza, y, posiblemente, debido a su determinación funcional o a las leyes de su configuración. En segundo lugar, por la obcecación, la cortedad o el desvío mental de los ciudadanos en general. Es muy fácil agarrarse al mito y a las ficciones que apoyan un interés o avenirse a la simpleza y terquedad de lo manifestado por la ciencia, pero es obvio que ni ésta ni la filosofía vienen a resolvernos nada desde el punto de vista metafísico por más que profundicemos en el tema. Puede haber opiniones de gente más o menos impulsiva y docta, de esa que se atreve con todo, pero ahí mismo es donde se demuestra la ignorancia, el interés y la falta de sensibilidad. Porque tratar de justificar nuestra existencia a secas apoyados en la ciencia, en sus grandes y complicadas dimensiones, produce escalofríos, y, además, eso no elimina la presencia de un ser superior a quien el sector creyente denomina Dios como expresión de la cultura, con lo cual destapamos nuestra incapacidad o nuestro temor a la soledad al advertir que no significamos nada para nadie. Para mí que hace ya muchos años que se perdió el equilibrio y no se puede determinar si su pérdida o su descenso se debe a nuestro desinterés, a nuestra condición de seres cada día más «civilizados» o al embrollo exigido por el plan general, sea el que sea. Esta misma idea también pudiera ser un signo de la propia evolución, una consecuencia del gran resultado que se persigue y de nuestro desarrollo cultural. En la prehistoria, cuando los primeros seres humanos bajaron de los árboles, no estaban en condiciones de preguntarse quienes somos y qué hacemos aquí. Pero, a medida que fuimos desarrollándonos, tan pronto como comenzamos a pensar por sí mismos, no nos quedó otro remedio que justificarlo todo remitiéndonos a la presencia de un Dios. Hasta que llegamos al momento actual, cuando tratamos de razonarlo todo y, en le misma medida que nos cerramos a la espiritualidad, crecemos en materialismo. Pero también pudiera ocurrir que tal fuera la exigencia de la vida, lo que se espera de nosotros y de nuestra proyección hacia el futuro.

viernes, 7 de agosto de 2015














Tu presencia en mí
Estoy tratando de limitar tu presencia en mi vida, o en mi pensamiento, o atemperarlo, o, por lo menos, aceptarlo con calma, sin echarle tanta pasión, o dejarlo quieto y aceptarlo sin alardes, como algo que necesito para vivir. Porque hay algunas veces que siento un desasosiego, psicológico o pasional, que acentúa mi depresión y limita mis actividades, me arrincona, me causan pesares, melancolías, pocas ganas de vivir. Los hay que hasta modifican mi respiración. No quiero dejar de alimentarme de ti, que conste, porque no me puedo imaginar mi vida sin tu presencia, pero a veces me abruma, es demasiado; es como un vicio, un abandonar las otras cosas para dedicarme a ti, y pensarte, desmenuzar tus entrañas y ver si soy el dueño de tu ser, o de tu espíritu. Pero quiero asumirlo con sencillez. Porque todavía, cuando contemplo tus fotos, mi corazón da un brinco y comienza a latir un tanto desbocado. Y lo peor de todo, es que yo me recreo en ello. Gracias a ti he descubierto una capacidad de amar que antes quizás me faltaba o la tenía pero no me daba cuenta. Aquí, en esta foto, estás preciosa, con esa actitud tuya que el otro día pensaba que tenías unos comportamientos dulces y delicados, nada imitativos, nada fingidos. Siempre eras tú. Lo que más me mortificaba eran tus silencios, tu sufrimiento intimo, que te lo guardabas para ti, como si no quisieras repartirlo con nadie o no quisieras alarmar. Hoy incluyo la última fotografía que he recibido de Dani, con sus cuatro hijos que son nuestros cuatro nietos (y otros dos más contando a Viviana y a David). (Debo decirte que tu hijo Dani es mucho más maduro de lo que representa en esta fotografía con ese uniforme del Atleti, aunque, por otra parte, no deja de ser muy artística y surrealista…)

viernes, 31 de julio de 2015


Mujer y hombre 
Me pregunto si en verdad nos complementamos. Si existe una compensación moral, un tejemaneje de la Naturaleza para temporizar los conceptos entre hombres y mujeres o entre mujeres y hombres, y juntarlos cuando es necesaria su mezcla. Es decir, la mujer que convivió conmigo durante 40 años, la que fue mía y yo suyo, o sea, la madre de mis seis hijos (entienda: me estoy refiriendo a Angelina, mi esposa), pienso que me complementaba a mí en aquello de lo que yo, como hombre, carecía: por ejemplo, traspasarme unas gotas de suavidad desde su componente femenino así como la sensibilidad para interpretar el orden, la capacidad de organización y la belleza de los momentos; los criterios intuitivos y compulsivos ante determinados hechos de la vida; mi moderación ante esa obcecación relacionada con determinadas disposiciones o alardes «propios del macho» que todos los hombres llevamos dentro; rebajar el complejo de superioridad producido por la idea de que poseemos más fuerza física nosotros que ellas; rebajar el tono de algunos criterios refrendados mediante un puñetazo sobre la mesa; ella influía en mí con esos giros filosóficos y sociales considerados propios de la mujer, muy sutiles y nunca dictatoriales; me imbuía los sentimientos de afecto paterno que se requerían para sentirme realizado y entender que los hijos habidos en nuestro matrimonio eran tan míos como de ella; hacerme asimilar la dulzura y adoptarla como un componente masculino en nuestro trato diario con la vida y con las personas; asimilar de una vez por todas que la práctica del sexo supone un placer compartido, o sea, por partes iguales... y otras especificaciones que sería muy largo de reseñar. Y, en ese caso, ¿yo la complementaría a ella en algunas de sus carencias como mujer? Por ejemplo, el complejo de sentirse protegida en exceso; no perder el control ni la calma cuando el nene se cae al suelo y se abre una brecha en la frente; atemperar el sentimiento acerca de que todo es delicado y dulce; masculinizar con cierta dosis el sentido de la belleza y del arte; acondicionarla, imbuirla para que asumiera que la vida es cultura y pensamiento, no solo instinto; dejar de considerar que el orden y el aseo de la casa y los asuntos de cocina solo son competencia de mujeres; hacerle pensar que existen códigos para imponer las leyes y no todo es intuición o corazonada; destruir el mito de que la necesidad sexual es solo debilidad de los hombres, etc., etc.. Y eso que, al repasar mi vida junto a ella sí lo podría confirmar, y, sobre todo, grabármelo en mi cerebro: con Angelina yo, personalmente, me complementaba en una serie de hechos que se deben juntar con los reseñados más arriba. Sobre todo, porque ella cambiaba, atenuaba o corregía mis delirios, me ayudaba a poner los pies en la tierra, y me convertía en un ser más entregado a la familia (aunque no todo lo que hubiera sido conveniente); también me enseñó a respetar las opiniones de otros especialmente las relacionadas con creencias religiosas y políticas; aplacaba mis iras frecuentes, o ese deseo de discutir con todo aquel que se oponía a mis criterios, digo deseos, digo opiniones... ¡Ah! y también me enseñó que no era yo solo en el mundo, que los otros 6.999 millones de personas también contaban... 

jueves, 23 de julio de 2015


¿De dónde venimos y adónde vamos?
Pensándolo bien, y si somos capaces de analizarlo sin prejuicios y contemplarlo en su verdadera dimensión, este mundo es asombroso, increíble, fantástico, hasta parece de mentira; pero, lo mires por donde lo mires, carece de utilidad, y no tiene explicación sobre todo cuando se considera a niveles universales. Si asumimos haber sido creados por Dios, nos viene a la mente enseguida la primera pregunta: ¿Para qué un Dios nos necesita? ¿Qué puede representar para un creador que aquí, en un planeta perdido en un lugar poco significativo, situado en el extremo de una galaxia, alejado de un posible tránsito espacial, existan unos seres tan extraños como nosotros: despendolados, perdidos, que solo pensamos en nuestro bienestar físico, y es lo que viene a ser nuestro concepto de la felicidad, la cual, como consecuencia, hace que todo lo ciframos en la obtención de dinero. Pero, lo más crucial, lo más importante, es preguntarnos: ¿Y para qué nos necesitaría un ser supremo? Porque, que seamos el resultado de un acto de amor, como dice la Biblia, tampoco concuerda dado que esa es una acción un tanto trompicada, carente de sentido, obtenida del concepto terrenal e impropia de quien lo tiene todo. ¿Cómo se pueden ligar la presencia del hombre con los actos de amor celestiales? Además, decir lo que un supuesto Dios entendería por un acto de amor, es muy aventurado. El mundo, este mundo donde vivimos nosotros, no se mueve por amor, se mueve por otros factores como la ambición, el deseo de triunfar, el deseo de progresar en el conocimiento, el deseo de huir de la desdicha… Y debido al sexo, claro… Si no fuera por el sexo todo se habría acabado antes de comenzar. Por otra parte, intentar explicar lo que puede representar el amor considerado desde las esferas celestiales, no tiene sentido. Allí por lo pronto (y perdone que eche a volar mi imaginación), entre los espíritus, no puede existir la sexualidad dado que no hay procreación, y afirmar lo contrario sería enfocar las acciones desde un punto de vista absolutamente terreno. Por otra parte, ¿como solventaba Dios sus requerimientos o sus necesidades de amor antes de crearnos a nosotros si consideramos que él es eterno? 
Podríamos aceptar que somos el resultado de un experimento químico-físico-biológico realizado por «alguien ajeno a nosotros», con mucha fuerza, eso sí, pero sometido a las leyes presentadas por estos elementos. Todo en el Universo se atiene a una ley de equilibrio. Todo depende de todo, tanto en lo físico como en lo emocional. Referente a los seres vivos, el otro día leía en un fantástico libro (Incógnito, de David Eagleman) que un mínimo desequilibrio en el cerebro, puede ocasionar actitudes agresivas, o de pasividad, o de depresión. Cuando nace un pequeño tumor llamado glioblastoma (cuyo tamaño es inferior a una moneda de un céntimo) debajo de una estructura conocida por tálamo, y presiona sobre el hipotálamo, éste ejerce una fuerza sobre la amígdala. La amígdala participa en la regulación emocional, sobre todo en lo que se refiere al miedo y a la agresión. Una alteración de ésta, hace que cambie o elimine drásticamente la función de los sentimientos y que provoque alteraciones emocionales y sociales en el individuo que lo padece.
Y yo me pregunto: ¿Cómo un Dios con todos los poderes habidos y por haber y que es capaz de crear seres de la nada, como nos asegura la Biblia, se vio obligado a crear unos seres con unos organismos tan complicados, donde unos elementos dependen de otros y la disfunción de uno elimina la función del otro hasta ocasionar la muerte o la locura?

sábado, 18 de julio de 2015


Mirando por la rendija
Quiero comenzar el día ateniéndome a lo propuesto en mi último blog, es decir, vivir sin prestar oídos a lo convencional, a lo trillado, a lo que se da por sabido, a lo excesivamente retórico, a ese fenómeno sin sentido que muchos denominan casualidad, o sea: a esa descoyuntada propuesta de que provenimos de la hecatombe y sin que hubiera nadie que moviera la batuta, agitara las manos o chasqueara los dedos. No deseo participar en ese mundo anodino, algo desgañitado, comodón, desteñido, amorfo, desvirtuado. Me niego a prestar mi atención a todo aquello que se destaca por ser plano, descompuesto, ruidoso, bullanguero, sincopado y chabacano. Simplemente quiero embelesarme en el fervor producido por una sonrisa, o en la dulzura desprendida de una mirada, o en la nostalgia y la pureza de un espíritu hechizado por la música y por la poesía, o por la imaginación espiritualizada y ambiciosa situada en mi propio jardín, que es en realidad uno de tantos dones excelsos recibidos, y que se pueden referir como sentimientos sobre animados, alientos para esa alma que muchos niegan, empeñándose en no constatar que es inherente a la persona, ensamblada con el ser y elaboradora de su estructura. Debe entenderse que el ser humano es una pieza de toque e inspiración; el retoño de un pensamiento audaz, un boceto no acabado del todo de insistencias y amplitudes, de ambiciones y disconformidades. ¿Qué hubiera ocurrido en nuestro mundo si nos hubiéramos quedado en la fase animal, donde todo opera por instinto, por exigencias de la Naturaleza y no por función cerebral? ¿Y quién y con qué fin nos donó ese sistema operativo, que enciende y transforma al mundo y lo hace más doméstico, más elaborado, más terrible, más feliz, más enconado, puede que más malvado o más descompuesto pero colmado de esplendores? El mundo, para que funcione, tiene que alentar todas esas fases paradójicas e incoherentes, porque la uniformidad es ajena a la competencia. ¿Quién nos puede asegurar que no seamos una especie de neurona, o una agrupación de ellas, alineados en un cerebro gigantesco, en el cual nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestras proposiciones ante la vida construyen otro mundo, quedan reflejadas y modifican las normas viajando por el éter usando  las mismas vías de las ondas, o a través de la luz o de sus coordenadas, y lo hace hacia otros espacios remotos, inconmensurables? En realidad, de las características y las condiciones trascendentales que reflejan nuestras acciones y nuestros pensamientos no sabemos nada o sabemos muy poco, pero pueden construir otros parajes. Por lo pronto, construyen el nuestro, que ya es algo… Sobre todo, hemos de considerar que no es natural que estemos aquí para nada…

miércoles, 15 de julio de 2015


¿Mi testamento?
Puede parecer un signo de chochez aguda, pero, después de cumplir mis primeros 83 años, estoy tratando de autenticar mi vida, de ponerme en paz conmigo mismo, de comprenderme a mí y entender mi entorno. ¿Y en qué consistirá eso de autentificarse?, preguntarán los más distendidos. 
He aquí lo que dice la Real Academia:
Autenticar (o autentificar): 
1 Acreditar o dar fe de que un hecho o un documento es verdadero o auténtico.
2 Autorizar o dar carácter legal a una cosa.
3 Convertir algo en auténtico o verdadero: autentificar una relación.»
El punto 3 es el que tiene más sentido para aplicármelo. 
Me explico: durante los días, semanas, meses, años que me puedan quedar de vida, he decidido ser yo, buscarme a mí mismo, autenticarme de cara a mi composición espiritual, desechar mi atavismo y poner en aprietos a mis cromosomas mientras le grito no a mis sensaciones externas, a mis convencionalismos (llegado a este punto, habrá quien diga: «¡Este, por lo que se ve, está a punto de salir del armario…!» Y yo digo que nada de eso: he estado fuera del armario toda mi vida. Soy un heterosexual acérrimo, convencido, sin titubeos. Admito la existencia de la homosexualidad como preferencia de algunos, pero eso no quiere decir que la comprenda. Mi naturaleza me inclina exclusivamente a amar a una mujer: lo que está fuera de eso me parece una rareza, una deformación mental, podría hasta decir que me produce cierta repugnancia —bueno, cuando el amor se efectúa entre hombres; porque cuando es entre mujeres, no tanto), no a mi educación deformada, no a los conceptos erróneos que me transmitieron mis mayores, no a los que me dicen lo que está bien y lo que esta mal, porque el bien y el mal me lo dicta mi conciencia… Hay quien ha escrito que esta gran cuestión se plantea con más y más fuerza a medida que aumenta la edad, que es entonces cuando el ser humano intuye que el universo «aparece» ante él por el ejercicio de sus sentidos, de su conciencia, de su razón, de sus emociones, sin dejar de estimar la verdad última y el final que tenemos asignado, porque morir y desaparecer definitivamente no está en concordancia con la valía del ser ni con la categoría ornamental de su presencia. Es posible también que en esta fase de despedida uno exija con más ahínco descubrir su destino aunque no deje de ser una causa perdida. Por otra parte, no hay duda de que existe un fondo metafísico que representa el gran enigma al que debe enfrentarse el ser humano durante toda su vida, a pesar de que lucha contra inconvenientes naturales debidos a una estructura que no nos permite ir demasiado lejos. Pero, aún así, quiero concentrarme en ese afán, en su sentido, en su significación. Intentar llegar hasta dónde sea capaz, sin dejar de lado ese sentimiento que me atribuyo: poseo un compuesto físico y biológico, de acuerdo, pero además existe en mí una composición formada por mi alma, por mi espíritu y por mi cerebro, amplia y determinante, exigente, que me distingue de mi lado animal, es decir, hay en mí un ser que impulsa su entorno y se emociona o se enternece; que padece las desventuras propias y ajenas, que tiene ansiedades liberadoras, y que aspira a sentirse una pieza fundamental en el conjunto. Un ser que se exige a sí mismo ir detrás de las simbólicas y poéticas estrellas del firmamento.